lunes, 16 de noviembre de 2009

Empresarios

16 de noviembre de 2009
El Universal
Guillermo Fadanelli

Si bien las sociedades pobres no deciden sino en mínimo grado sobre su destino, ¿en qué momento las sociedades económicamente más beneficiadas dejan de acumular bienes porque aceptan que tienen ya suficiente riqueza? Esta pregunta se la hacía hace 35 años E.F. Schumacher en un libro que se volvió célebre, pero que no alteró en casi nada el panorama de su época, Lo pequeño es hermoso. Es cierto, un libro apenas si puede influir en unos cuantos lectores, pero eso no es motivo para dejar de insistir en las cuestiones esenciales o en las que más afectan la vida cotidiana de las personas. La pregunta que formuló el economista alemán puede llevarse aún más lejos en cuanto se vuelve más íntima: “¿Cuánto es para mí suficiente?” O en cuanto se hace más ética: “Cuánto debo poseer para no ofender o dañar aún más a las personas más pobres?” No me parecen preguntas retóricas y en cambio sí cuestiones indispensables de poner en la mesa a la hora de tratar asuntos de economía y democracia.

Lo que más lamentamos de una buena parte de los empresarios es su visión estrecha del mundo y su ambición desmesurada. Si los negocios involucran personas entonces sería razonable conocer la circunstancia en la que estas personas viven. De lo contrario, se corre el riesgo de afectar su economía basándose en el estudio de un solo aspecto de su entorno. Tratarnos como simples consumidores no es distinto a contemplar a los seres humanos como cabezas de ganado. Y al ser cuestionados por su conducta económica, los empresarios responden que ellos son creadores de riqueza y que al invertir en México están poniendo en riesgo su dinero, crean empleos —sin importar la índole o la calidad de estos mismos— y representan el motor para el progreso de las sociedades modernas. Y, sin embargo, los empresarios no han descendido de las naves espaciales para traernos bienestar ni su dinero ha salido de una chistera, sino que están aquí desde siempre. No son, por decir lo menos, una opción novedosa en la sanidad de este país deteriorado por las crisis recurrentes y el aumento constante de las diferencias entre ricos y pobres.

Una pregunta viene a cuento: ¿Por qué quien crea riqueza debe ser necesariamente rico? Quiero creer que una cosa no va unida a la otra. Es posible crear empleos, bienes para la comunidad, empresas eficaces, desarrollo, equilibrios ecológicos y demás sin convertirse en un hombre mucho más rico que el resto de las personas con quienes vive en común. Cuál es si no la equidad el sentido más elemental de la democracia. Es entonces que nos vemos de pronto frente a una situación que no requiere precisamente de un profundo análisis económico, sino sobre todo de una posición ética frente a sociedades cada vez menos equitativas. El ascetismo, la mesura, la relación equilibrada entre el buen vivir y el consumir son prácticas necesarias y posibles en un progreso que busque hacer menos triste la vida de los más pobres. Se me dirá que el ser humano es en esencia un ser que acumula poder y que desea el mayor número de bienes posibles, pero esta clase de respuestas son meras especulaciones, argumentos a modo que no interesan pues su fundamento consiste en una tautología: “esto es como tiene que ser”.

En San Pedro Garza García encuentro justamente el más puro ejemplo de lo que es una comunidad sin futuro y poco civilizada. Las diferencias entre los habitantes de este municipio son tan considerables que cualquier mirada distante podría apostar que se trata incluso de especies humanas distintas. Si el alcalde crea grupos paramilitares con el propósito de defender los castillos feudales y proteger a quienes no han puesto límites a la ostentación, está haciendo uso de un razonamiento perfecto: somos diferentes y por lo tanto requerimos de una estrategia de justicia distinta. Y este alcalde, como representante exclusivo y miembro de esa diferencia, está en su derecho de inventar sus propios medios de justicia. Porque mientras no se dé paso a una nueva generación de empresarios y hombres de negocios más integrados a su comunidad, más discretos en sus ambiciones de poder y menos vulgares en la concepción de su entorno resulta una broma definirse como motor de prosperidad. Y me imagino que en esto último coincide el rector de la UNAM cuando en su reciente discurso invita a imaginarnos y a construir una nueva República.

Análisis: Pacto para ´No´

16 de Noviembre de 2009
Noroeste
Denise Dresser

Una democracia que no logra construir acuerdos. Un sistema político donde los partidos no tiene incentivos para la colaboración.

Las reformas que México necesita no ocurren por la falta de consensos, es lo que se repite como mantra. Hace falta un gran acuerdo nacional, es lo que repite en foro tras foro.

Hace falta un pacto como el de la Mocloa, es lo que se propone en reunión tras reunión.

Ese suele ser el diagnóstico común sobre lo que nos aqueja y lleva a la discusión sobre propuestas encaminadas a construir mayorías legislativas u otras medidas con el objetivo de crear un Gobierno "fuerte".

Pero ante ese diagnóstico y esas recomendaciones me parece que estamos centrando la atención en el problema equivocado.

México no está postrado debido a la falta de acuerdos o la inexistencia del consenso o la ausencia de mayorías.

En México sí hay un acuerdo tácito entre políticos, empresarios, sindicatos, gobernadores y otros beneficiarios del statu quo. Pero es un acuerdo para no cambiar.

Es un pacto para el "no". Para que no haya reformas profundas que afecten intereses históricamente protegidos.

Para que no sea posible disminuir las tajadas del pastel que muchos sectores reciben, en aras de permitir la creación de un pastel más grande para todos.

Basta con examinar as iniciativas presentadas, las reformas votadas, los nombramientos avalados, y las partidas asignadas para constatarlo.

El paquete fiscal, aprobado por mayoría legislativa, no cambia las reglas del juego; tan solo va tras el contribuyente cautivo.

El nombramiento del nuevo titular de la CNDH, aprobado por mayoría, no busca crear contrapesos, sino asegurar que no existan.

La exención de impuestos a nuevos jugadores en telefonía celular, aprobada por mayoría, no busca fomentar la competencia sino hacerle otro favor a Televisa.

La Ley de Egresos, aprobada por mayoría, no busca reorientar el gasto público para desatar el crecimiento económico, sino mantener su uso para fines políticos.

En México todos los días se forman mayorías en el Congreso. Pero son mayorías que logran preservar en lugar de transformar.

Mayorías entre diputados y senadores, forjadas por intereses que quieren seguir protegiendo, incluyendo los suyos.

Por los poderes fácticos a los cuales hay que obedecer. Por los derechos adquiridos que dicen es políticamente suicida combatir.

Por los privilegios sindicales que, con la excepción del SME, el Poder Ejecutivo no está dispuesto a confrontar. Por la presión de cúpulas empresariales que le exigen al Gobierno que actúe, pero les parece inaceptable que lo haga en su contra, como en el tema de la consolidación fiscal o la promoción de la competencia.

Muchos demandan reformas, pero para los bueyes del vecino. Más aún, cuando esas reformas ocurren en su sector, se aprestan a vetarlas.

El País se ha vuelto presa de un pacto fundacional que es muy difícil modificar, porque quienes deberían remodelarlo viven muy bien así.

Los partidos con su presupuesto blindado de 3 mil 012 millones de pesos. Los empresarios con sus altas barreras de entrada a la competencia y sus reguladores capturados y sus diputados comprados y sus amparos y sus ejércitos de contadores para eludir impuestos en el marco de la ley.

Los gobernadores con sus transferencias federales y la capacidad que tienen para gastarlas como se les de la gana.

El PAN temeroso a tocar intereses por temor a que busquen refugio con el PRI. Allí está, visible todos los días: el Pactum Nullus Mutatio.

El pacto rentista, el pacto extractor, el pacto conforme al cual es posible apropiarse de la riqueza de los otros, de los ciudadanos.

Y las élites de este País llevan décadas enriqueciéndose legalmente a través de aquello que los economistas llaman el "rentismo".

El rentismo gubernamental-empresarial-sindical- partidista construido a base de transacciones económicas benéficas para numerosos grupos de interés pero nocivas para millones de consumidores.

El rentismo depredador basado en contratos otorgados a familiares de funcionarios públicos. La protección a monopolios y la claudicación regulatoria.

El control de concesiones públicas por parte de oligarcas disfrazados de "campeones nacionales".

El pago asegurado a trabajadores del sector público al margen de la productividad. El uso del poder de chantaje para capturar al Congreso y frenar las reformas; subvertir a la democracia y obstaculizar el desarrollo de los mercados; perpetuar el poder de las élites y seguir exprimiendo a los ciudadanos.

El problema de México no es la falta de acuerdos, sino la prolongación de un pacto inequitativo que lleva a la concentración de la riqueza en pocas manos; un pacto ineficiente porque inhibe el crecimiento económico acelerado; un pacto autosustentable porque sus beneficiarios no lo quieren alterar; un pacto corporativo que Felipe Calderón, a veces, critica pero cuyo Gobierno no logra reescribir apelando a los ciudadanos.

Y así como durante siglos hubo un consenso en torno a que la tierra era plana, en el País prevalece un consenso para no cambiar.

sábado, 14 de noviembre de 2009

La guerra sucia en la actual poesía mexicana

2009-11-14
Suplemento Laberinto
Heriberto Yépez

Me llovieron correos que me recordaban que el poema homofóbico publicado (y ya retirado) en la web de Círculo de Poesía, que comenté la semana pasada, no era el único poema bajo hoy circulando.

Ese poema responde a otro, aparecido “desde la redacción” del sitio de Letras Libres, escrito por Daniel Saldaña París, contra Mario Bojórquez et al., a los que se ataca por no ser del DF (“desde el norte erizado de cantinas/ hasta el sur —todo mangos—”); se burla de las compañeras de los escritores (“Y sus musas, adiestradas en labores/ del hogar —como se debe—”); se les acusa (no podía faltar) de ser homosexuales (“su amado es experto en lamer ovos”) y se mofa, de nuevo, de su geografía (“su lírica de salmos sinaloenses”) a lo que, en otro caso, se le suma el “defecto” de ser mujer (“su timbre de poblana asustadiza”).

Este texto en algo es irreprochable: posee el récord Guiness del poema más insípido con más prejuicios.

No es la primera vez que Letras Libres se engalana.

Recordemos aquella famosa reseña infame de Fernando García Ramírez, quien haciéndose al simpático, calificaba a tres autoras, respectivamente, de “la buena, la mala y la fea”. Casos de la crítica cretina.

En Letras Libres ha sido, precisamente, donde la crítica literaria pasó a ser una competencia para ver quién puede tratar más mamonamente libros recientes.

Misoginia, centralismo, homofobia, ninguneo, ya ni siquiera se notan; son el mendrugo de cada día en nuestra literatura clasista, patriarcal y tramposa.

Estas mismas semanas, Gerald Martin, el biógrafo de García Márquez, enumeró los trucos que el director de Letras Libres utiliza para invalidar a otros. Lo puso pinto.

¿De qué es evidencia todo esto? Es un indicador de la degradación de nuestra cultura; aun su altiva República de las Letras tiene como coeficiente intelectual el albur y el cacicazgo.

Se tratan de balas perdidas de pugnas intestinas sobre quién controla el canon casero; quién entra a las antologías, quién y cómo se determina qué es lo mejor de la nueva literatura.

Para quienes no se han dado cuenta: hay guerra sucia en la actual poesía mexicana bajo excusa de premios, venganzas vía reseña, emails anónimos o crípticos ataques. Ya olvidamos que la poesía es una superación de la doxa (lo que cualquiera dice) y la confundimos con invectiva y cartografía.

Instrucciones: escribe algunos versos, ajústalos al gusto canónico y luego busca a tu cuate que hace mapas. Merced a una antología o lista, ¡ya eres poeta! ¿La confirmación? Sigues en la revista. Y como los otros tampoco son poetas, contra ellos inventa tretas. ¡Esas son nuestras letras!

Nuestra poesía tiene de todo, menos poetas.

El naufragio de la poesía mexicana actual consiste, paradójicamente, en que no se sumerge. Flota oronda en las aguas superficiales de la doxa.

Muerte sin fin

2009-11-14
Suplemento Laberinto
Evodio Escalante

A través de la exposición La muerte sin fin de José Gorostiza, el Instituto Nacional de Bellas Artes festeja la publicación de la obra que Octavio Paz llama, entre otras cosas, “drama sin personajes”, donde “el poeta, al mismo tiempo lúcido y exasperado, desea arrancar su máscara a la existencia, para contemplarla en su desnudez”. La muestra, que será inaugurada este domingo, ofrece un recorrido por la vida y obra de Gorostiza, con fotografías y documentos, entre ellos manuscritos y mecanoscritos del archivo de Miguel Capistrán, uno de los más cercanos colaboradores del poeta tabasqueño en los últimos años de su existencia, quien señala: “Setenta años después de haber comenzado a circular, Muerte sin fin prosigue deslumbrando a sus lectores y sobre todo, a sus re-lectores con toda la belleza de sus imágenes, de su música, de su prodigioso lenguaje y todas las implicaciones que conlleva el andamiaje intelectual que soporta esa verdaderamente excepcional creación”.

El gran poema heracliteano de nuestra historia literaria, aquel que escenifica la potencia del trueno y los irremediables estragos de un fuego inteligente que todo lo trastorna y lo lleva a su consumación, es un poema huérfano. Una concurrencia de múltiples causas ha hecho que uno de los textos más esenciales de la tradición mexicana del siglo XX, Muerte sin fin de José Gorostiza, aparezca como un especimen desprotegido y casi surgido de la nada. Hablo de un hecho filológico: No se conservan los borradores del poema, ni los esquemas previos o los esbozos iniciales, como tampoco —más extraño todavía— se ha localizado el manuscrito o mecanoscrito original, aquel que habría servido para ordenar la impresión del poema que realizó la Editorial Cultura de Agustín Loera y Chávez hace setenta años, en 1939. Se sabe que José Gorostiza, entonces en misión diplomática en Roma, encargó a su amigo el también editor y poeta Bernardo Ortiz de Montellano el cuidado de la edición, pero los papeles seminales se han extraviado en el hoyo negro del tiempo. ¿Será acaso que el propio Gorostiza borró cuidadosamente los antecedentes y mandó destruir el documento base? Es imposible saberlo.

Como quiera que haya sido, la inesperada aparición, siete décadas después, de un mecanoscrito de dicho poema se antoja por sí solo un acontecimiento extraordinario. Aunque es en todo y por todo el mismo poema que todos conocemos, iguales versos puestos en idéntica secuencia… en esta versión que para mayor precisión, y para distinguirla como se debe llamaré de aquí en adelante el “Mecanoscrito X”, el poema aparece dividido en veinte cantos, según una secuencia dispuesta en números romanos a los que se acompaña en cada ocasión con un título pertinente. Estos encabezados, puedo suponer, habrían sido eliminados por Gorostiza en aras de la fluidez de su texto, sin descartar que con ello quisiese acercarse un poco a la estructura general de la silva que, como se sabe, se compone de un conjunto corrido de versos predominante, aunque no necesariamente endecasilábicos que no obligan a una separación estrófica. Aunque la versión final del poema tal y como se publicó sí presenta esta separación en estrofas o en cantos, los títulos de cada uno de ellos, en caso de que en verdad este documento haya sido redactado por Gorostiza, habrían sido suprimidos para no estorbar la lectura, y acaso también (conjeturo) para mantener más abierto el problema hermenéutico, con lo que se dejaría lo más difícil de la tarea al solitario lector, obligado a realizar sin mayores apoyos su labor de interpretación. La gran pregunta que queda por resolver es si estos encabezados eran auténticamente de Gorostiza, y corresponden a una versión previa del poema, o bien fueron mecanografiados por una tercera persona de la que no tenemos la menor información. En tanto este asunto se investiga como es debido, yo me inclino en favor de la primera hipótesis, aunque debo anotar en seguida que no es ésta la versión que mejor convence a Martha Gorostiza, la hija del poeta, a cuya confianza y generosidad debo la oportunidad de conocer el documento en cuestión.

Para que se aquilate la presunta importancia de este “Mecanoscrito X”, sin prejuzgar acerca de su autenticidad, asunto que dejo en manos de los especialistas en la materia (grafólogos o expertos en carbono catorce), expongo en seguida lo que sería la estructura de la composición atendiendo a sus explícitos lineamientos: Primera parte. Canto I: El yo individual. (Las cursivas están en el texto) Canto II: Dios. Canto III: El universo. Canto IV: El dolor. Canto V: La conservación del universo. Canto VI: Solipsismo divino. Canto VII: (Pausa) El jardín. (Esta última sección, escrita en versos de arte menor, es una suerte de “intermedio” o de transición a la segunda y última tirada poética).

Segunda parte: Canto VIII: Lo artístico. Canto IX: La mónada. Canto X: La vejez y la muerte. Canto XI: El amor. Canto XII: La destrucción de la forma. Canto XIII: La muerte del lenguaje. Canto XIV: Continúa la muerte del lenguaje. Canto XV: Exterminio del reino animal. Canto XVI: Exterminio del reino vegetal. Canto XVII: Exterminio del reino mineral. Canto XVIII: Desvastación. Canto XIX: El demonio. Canto XX: Colofón. La nada (!)

Me apresuro a señalar dos cosas: El canto XIX (Con su conocido arranque: “¡Tan, tan! ¿Quién es? Es el diablo…”) es el final del poema según el texto que efectivamente se publicó; lo mismo que el “intermedio” antes mencionado, está escrito en versos de arte menor. Lo interesante de esta versión es que se le da la última, o mejor dicho, la penúltima palabra al demonio. Lo que había comenzado con la exaltación del yo individual y con Dios, concluye con el demonio como dueño del tablado poético. Sí, pero según el rigor del “Mecanoscrito X” hay todavía un (a todas luces inesperado) canto adicional, el XX, que no es otra cosa que el colofón… Un “canto” en el que, en sentido estricto, no hay canto alguno. ¡Sorprendente! Después del pertinente encabezado que deja leer “Colofón. La nada”, lo que el lector encuentra es, en efecto, la nada en su despliegue, un angustiante espacio vacío. La referencia inmediata es a los usos de Mallarmé. Aunque agregaría de inmediato que puede discernirse aquí de igual modo un gesto (casi podría decirse: una broma) eminentemente conceptual. Quien haya tenido en manos la edición primera de Editorial Cultura reparará en que en efecto el libro contenía tanto en el cuerpo del mismo como en su pertinente índice, una sección llamada “colofón.” Lo que no imaginamos es que una versión hipotética del mismo anotaría estas tres sílabas tremendas y que más bien pertenecen a la jerga de los filósofos: “La nada…” A lo que seguiría la página en blanco.

Mi asombro de lector surge al comprobar la exactitud de los títulos o encabezados. Encajan impresionantemente bien. Sólo el autor del texto, puedo conjeturar, pudo atinar de este modo. Sólo quien tenía muy trabajada la visión (y la prefiguración) del poema, fue capaz de inventar estos títulos que, por otro lado, orientan de manera firme la lectura y evitan las naturales confusiones de todo lector. Los encabezados, por otra parte, refuerzan la idea de que quien escribió el poema tenía ideas filosóficas muy potentes. “El yo individual”, “La destrucción de la forma”, “La mónada”… El sobrevuelo apunta hacia lo colosal: “Dios”, “El universo”, “La conservación del universo”, “Solipsismo divino”, la destrucción de los tres reinos, y por último, la joya de la corona: “La nada”. Hay dos cantos dedicados todos ellos a la destrucción del lenguaje, antecedidos por “Lo artístico”, un canto que podría ser especialmente estratégico en cuanto que abre la segunda parte del poema y aporta orientaciones para la comprensión global de ésta. En este canto, por lo demás, aparecen con todo su esplendor las ideas estéticas de Gorostiza, o si queremos decirlo en términos más exactos, sus ideas a propósito de la función del arte en la vida de los seres humanos. No me cuesta trabajo confesar, como lo hago aquí, que en mis muchas lecturas del texto me había pasado inadvertida la importancia y la dignidad que otorga Gorostiza a la obra de arte dentro de la estructura total de su composición. No en vano discípulo de Vasconcelos, sin que esto quiera decir que lo repite o que lo imita servilmente, Gorostiza piensa que la tarea del arte es otorgarle al hombre una imagen que le permita erguirse y pararse frente a todos los demás entes del universo en su calidad de criatura única y acaso privilegiada. Gracias al arte el hombre puede volverse consciente, por decirlo así, de su diferencia ontológica. Con intención transcribo esta expresión acuñada hacia esos mismos años por Heidegger.

El arte le proporciona al hombre, ni más ni menos, una “máscara de espejos” que le permite, al fin de un arduo trayecto, reconocerse y tener “una bella, puntual fisonomía.” Esto sugiere un doble movimiento. Por la máscara, el sujeto deviene otro, se aliena, se extraña de sí mismo; pero en tanto ésta es una máscara de espejos, que no hace sino reflejar lo que él mismo es, el sujeto encuentra en ella el instrumento perfecto de su identidad. Todavía mejor, y esto es una ganancia decisiva. Ella le confiere una posición distintiva dentro del universo: “Ya puede estar de pie frente a las cosas.” Hay mucha miga en este verso engañosamente simple. Me explico: ello no puede suceder sin el advenimiento de la imagen propia. Este es el concepto rector. Siempre que se entienda que la referida imagen propia no es meramente una gracia, un accidente o un “don” que viene de la nada: es algo que ha costado trabajo, y que pasa por el dolor, el esfuerzo y la paciencia de lo negativo. Cuando un hombre, un objeto o un ente ingresan por pie propio en la obra de arte experimentan un dolor, un suplicio que es la condición sine qua non de lo que una vez alcanzado ya no podrá perderse. Por eso afirma ahí mismo Gorostiza:


El camino, la barda, los castaños,
para durar el tiempo de una muerte
gratuita y prematura, pero bella,
ingresan por su impulso
en el suplicio de la imagen propia
y en medio del jardín, bajo las nubes,
descarnada lección de poesía,
instalan un infierno alucinante.

A este infierno imaginario, a esta apoteosis del fuego que coloca al hombre en posición erecta y distinguiéndose de todas las demás cosas del universo, en un movimiento típicamente romántico, le sigue el canto de “La mónada”, obvia referencia a las teorías de Leibniz, que cumple aquí una función irónica al destituir y ridiculizar lo que antes había ensalzado. La dignidad del ser erecto que “Ya puede estar de pie frente a las cosas”, se pervierte en seguida en un inútil “Epigrama de espuma que se espiga/ ante un auditorio anestesiado.” El vaso de agua, antes orgulloso y satisfecho de sí, en un llanto de luces se liquida. La ironía romántica ha dado al traste con todo.

Estos encabezados, en lo que tienen de explícitos, sugieren igualmente que Gorostiza pudo tener alguna noticia de los escritos de Heidegger. No quiero decir, por supuesto, que leyó el famoso tratado de El ser y el tiempo, texto que no fue traducido a nuestra lengua sino hasta 1951. Si esto podría ser anacrónico, no lo es suponer que algo supo de una famosa conferencia del filósofo alemán titulada ¿Qué es metafísica? Es interesante observar que fue éste el primer texto que se conoció de Heidegger en español, y que fue traducido prácticamente al mismo tiempo a principios de los años treinta tanto por Xavier Zubiri, para la revista española Cruz y raya, como por el filólogo Raimundo Lida (el maestro de Antonio Alatorre y de Margit Frenk) para la revista argentina Sur. Que yo sepa, el tema filosófico de la nada, que aparece de modo sorprendente en la conclusión del “Mecanoscrito X”, no fue abordado a las claras por nadie más que por Heidegger en la conferencia que acabo de mencionar.

En resumen y para concluir, si este documento no es apócrifo, como estimo que no lo es, tenemos a la mano una poderosa herramienta para emprender renovadas lecturas de ese monumento literario inagotable que es Muerte sin fin.


viernes, 13 de noviembre de 2009

La violencia de nunca acabar, según Parra

Viernes 13 de noviembre de 2009
El Universal
Yanet Aguilar Sosa

Eduardo Antonio Parra es un novelista exitoso, lo confirma Juárez. El rostro de piedra, novela que ha vendido más de cinco mil ejemplares. Sin embargo, el narrador nacido en León, Guanajuato, en 1965, se sabe ante todo un cuentista de pura cepa. Frente a las dos novelas escritas hay 28 cuentos que el mundo literario ha celebrado por su habilidad para delinear personajes, temas e historias que exploran la violencia, la frontera, la nota roja, los “mojados”, los prostíbulos y la condición humana.

“Me he ejercitado mucho más en el cuento y le veo más posibilidades. No es el simple laboratorio como lo consideran muchos novelistas, para mí es el género mayor, mientras que la novela es un género complaciente para las masas”, reflexiona el narrador al publicar Sombras detrás de la ventana, libro que reúne la totalidad de sus cuentos publicados a lo largo de 15 años en Ediciones Era.

Parra no reniega de la novela, por el contrario, le gusta mucho e incluso es una gran lector de obras de gran aliento, pero reconoce en el cuento un alto grado de dificultad y un reto para el escritor.

Recuerda que cuando era becario de cuento sus colegas de novela decían: “compañeros de corto aliento” y él respondía: “Qué tal compañeros de intensidad floja”. Frente a quien ve como negativo y externa: “está novela es de un cuentista”, Parra o Parrita, como lo llaman los amigos, lo ve como algo muy positivo. “El mejor ejemplo de novela que tenemos en México es la novela de un cuentista: Pedro Páramo”, dice.

La evolución de un cuentista

Al releer la totalidad de los cuentos que ha publicado en cuatro libros, Eduardo Antonio pudo evaluar su evolución literaria como cuentista. Se dio cuenta que en los primeros relatos privilegiaba la anécdota y en los últimos cuentos, aunque sin descuidar la anécdota, extrema la construcción del personaje y que la historia sea más humana.

Otros rasgos evolutivos están en el ritmo -ya no hay tropiezos en el relato-, en la delineación de los personajes -ahora los trabaja más hacia adentro, profundiza en la psicología-, en la violencia que es un tema que le obsesiona: “Los primeros cuentos eran más crudos y en los últimos como que me doy chance de dejar un poquito de felicidad”.

Los años han llevado a Parra por una búsqueda formal; cada vez experimenta menos, se sale poco de la estructura clásica. “Nunca me salgo del todo porque soy un escritor que siempre trata de privilegiar la historia para que el personaje no se pierda. No me gustan los experimentos vacíos, no me gustan los tartamudeos, no me gustan los juegos de estructura que pierden al lector, que le exigen demasiado, pero no le dan nada en recompensa”, explica.

En busca de la palabra precisa

“Me doy cuenta que cada vez me cuesta más trabajo escribir. Los cuentos que antes hacía muy rápido ahora pueden necesitar meses porque estoy dándole y buscándole. No sé si sea miedo por la crítica o la autocrítica o a lo mejor simplemente me estoy haciendo viejo y no salen las cosas como antes”, apunta el escritor tras leer sus cuentos reunidos publicados por Era, Conaculta, el Fondo Editorial de Nuevo León y la Universidad Autónoma de Nuevo León.

El autor que sitúan en “la literatura del norte” percibió una búsqueda y un hallazgo en la palabra, se dio cuenta que ahora sus frases contienen más de lo que contenían en sus primeros cuentos. Se asume un escritor con muchas historias por desarrollar, tiene libretas llenas de ideas que podían dar hasta 150 años de cuentos y novelas.

Tiene muchas historias por contar, pero lo difícil es encontrar la primera frase o el primer párrafo, algunas no aterrizan nunca y otras de repente surgen por una frase que alguien dice y con la que halla la punta que desenreda la madeja. Otras veces encuentra en la calle al protagonista de esa historia que ronda su cabeza.

“Las historias la pueden detonar los personajes, una frase que oigo. El ejemplo es Daniel Sada, él escuchó en una central de autobuses la frase ‘porque parece mentira la verdad nunca se sabe’ y la convirtió en historia. Incluso una historia la puede detonar una imagen o una sensación física; a veces sueñas algo, te despiertas y dices: ‘ya está’, te vas al cuaderno y escribes todo. Hay veces que a la luz del día no sirve para nada”, expresa.

Eduardo Antonio Parra nunca queda satisfecho con sus textos, a pesar de ser considerado por muchos uno de los grandes cuentistas mexicanos. Hay días que termina un texto y le dan ganas hasta de aplaudirse, pero luego, una semana después dice: “Hijo mano, qué poco ambicioso eres”. Y entonces la historia comienza de nuevo.

Obsesivo del México feroz

Parra lo sabe de cierto: “La violencia va a ser mi obsesión para toda la vida, porque por más que la rodeo y la asedio, siempre le descubro nuevos aspectos, nuevas vertientes que debo explorar y tratar de comprender”. No tiene duda de que la violencia es la misma que ha vivido México desde hace 500 años, pero ahora es mucho más nutrida.

“Creo que en mis últimos cuentos la violencia es más psicológica que física; en los primeros era muchos más cruda, quizás más periodística y en los últimos está sugerida, se queda en las intenciones, pero sigue impactando porque es una violencia muy violenta”, apunta el narrador que tuvo la beca John Simon Guggenheim.

Piensa entonces en novelistas como Ismail Kadaré, quien escribió Abril quebrado, sobre las vendetas en Albania. Hoy las vendetas son las mismas aunque el régimen político es otro. Eso confirma su certeza de que la violencia es la misma, solo que ahora es más cruenta y multitudinaria, con armas sofisticadas.

“Ahí está el chiste sobre el narcotráfico: Caín mató a Abel con una quijada de burro y ahora te matan con un cuerno de chivo, curioso, siguen usando los mismos implementos y los motivos prevalecen: la envidia, la ambición, la venganza; eso no va a cambiar. Aunque nos atiborren con ejecuciones en los periódicos, el mayor número de muertes de las que no hablan se dan por celos, por traiciones y una explosión de pasión”, dice.

Esas son las muertes que más le interesan al autor de Nostalgia de la sombra -su primera novela-, porque muestran la esencia del ser humano al desnudo y enfrentado a su propias pasiones y pulsiones: “La realidad de mucha gente es la falta de satisfacciones: tienen un buen trabajo, un sueldo fijo y una quincena segura, pero viven insatisfechos”.

La historia en el cuento

El autor, que trabaja en un libro de cuentos y en dos novelas, asegura que en Sombras detrás de la ventana se conoce la historia de la década final del siglo XX y la primera del siglo XXI en México. “Se ven las carencias, el estado psicológico, ese resentimiento que caracteriza a los mexicanos, para bien y para mal, porque el resentimiento puede enviarte hacia la venganza o llevarte a la ambición. Está reflejado un estado de ánimo o una psicología del momento histórico”, expresa.

Parra niega que halla cambiado la percepción de la frontera, la concibe como un espacio mítico con los problemas aunque digan que hay más matazones. Este año ha estado cinco veces en Ciudad Juárez, todos le decían que la gente ya no salía, pero él estaba en antros llenos de gente en la madrugada.

“Todo mundo cree que la vida se paraliza a las 11 de la noche, pero no, el juarense sigue con el estado de ánimo del desmadre; todos se acostumbran a las balaceras como aquí nos acostumbramos a las marchas, es lo mismo, es una cuestión de trafico. Allá, cuando el trafico se nutre dices: ‘están levantando a un ejecutado o hay reten. Vamos a sacarle la vuelta’. Igual aquí, sacamos la vuelta a las marchas. A todo se acostumbra uno porque la vida sigue”, dice el escritor.

lunes, 9 de noviembre de 2009

Muerte

09 de noviembre de 2009
El Universal
Guillermo Fadanelli

La muerte es la única certeza a la que se puede realmente aspirar, un horizonte real y también una morada. Es un alivio pensar que en esa morada nadie intentará cobrarme la renta, pues para entonces seré un montón de huesos, o cenizas que nadie jamás volverá a reunir o simplemente no seré nunca más. Varias personas que conozco se debaten entre elegir una fosa y ser enterrados o ser metidos al horno. No es nada más un asunto económico o de espacio, sino que quienes confían en el progreso de las ciencias físicas creen que en un futuro tendrán la posibilidad de ser resucitados o reparados y puestos en pie nuevamente. Congelar el cuerpo, el cerebro o al menos conservar los huesos da materia al científico para que trabaje en nuestra resurrección, en cambio ¿qué se puede hacer con un montón de cenizas dispersas en la tierra? Las personas que tienen esas preocupaciones son curiosas, pues ¿qué les hace pensar que serán ellas las beneficiadas por la ciencia y no un músico del siglo XVIII de quien es posible esperar aún cosas buenas?: los vanidosos han comenzado a poblar la eternidad.

Conforme pasan los años uno se cansa de vivir, las escaleras se vuelven interminables y el entusiasmo se desvanece. Es entonces que la muerte comienza a hacerse necesaria e incluso deseada como en el pasado se deseó la misma vida. Es la muerte como descanso de uno mismo y como un medio para olvidarse de los problemas mundanos. Es también liberación y huida hacia la nada. La mala suerte está metida hasta las narices en el misterio de la longevidad porque se lleva muy pronto a las personas que deberían vivir siempre. Nada tan desconcertante como saber que las personas honradas y buenas dejan de existir. En cambio, los antipáticos andan por allí rebosantes de vida y bien dispuestos a seguir aumentando toneladas de maldad a esta tierra. Cada año que el azar regala a una mala persona, se vuelve una década para quienes tenemos que soportarlo y, sin embargo, su presencia es necesaria porque hace patente el guión de nuestra historia como seres humanos: nacemos, sufrimos y después morimos.

El primer paso en el camino que lleva a la muerte es el hartazgo de lo humano. Las personas nos comienzan a aburrir profundamente, sus predecibles placeres, la constante necesidad de imponerse o expresarse, la obscena repetición de las costumbres. Se pierde el entusiasmo y la sorpresa, pero a cambio se obtiene un bien invaluable: la sensación de que los demás son prescindibles y de que la muerte nos devolverá a la soledad primera. En un libro que he leído en más de una ocasión, Carta breve para un largo adiós, de Peter Handke, me he encontrado con un párrafo que describe bien este aburrimiento al que hago alusión: “Estar con una mujer se me antoja a veces, aún ahora, una situación artificial y ridícula, como una novela llevada a la pantalla. Me parece exagerado pedir algo para ella en un restaurante. Cuando camino a su lado siento como si representara una pantomima o sólo estuviera presumiendo”. Lo que me dicen estas palabras es que llegado cierto momento incluso el vivir es exagerado y es entonces cuando se llega a ese límite que es renuncia y antesala del adiós definitivo.

Cierta tarde de hace no sé cuántos años mi madre me pidió ser incinerada y añadió que le gustaría también que lanzara sus cenizas al mar. Tomé sus palabras más como una conversación casual que como una formal demanda. Cuando ella murió mis hermanos decidieron inhumarla y no opuse ninguna resistencia. Es verdad que soy un pusilánime, pero en ese entonces el dolor no me permitía pensar con claridad. Conforme los años avanzan me pesa tanto no haber cumplido su deseo y ese desasosiego me perseguirá hasta el final. He llegado al punto en que mis compromisos más importantes son con los muertos y es con ellos con quienes me entiendo de una manera más razonable.

Análisis: México amurallado

9/11/09
Períodico Noroeste
Denise Dresser

En México no hay una reacción suficientemente vigorosa por parte de los ciudadanos, precisamente por la baja calidad del sistema educativo; estamos tan mal educados que no sabemos lo importante que es la educación
México contra la pared. México atrapado por el muro infranqueable que la educación indefendible erige en torno a millones de mexicanos, víctimas de un sistema educativo que no le permite a México competir y hablar y relacionarse con el mundo.

Víctimas de una escuela pública que crea jóvenes apáticos, entrenados para obedecer en vez de actuar.

Educados para memorizar en vez de cuestionar. Entrenados para aceptar los problemas en vez de preguntarse cómo resolverlos.

Educados para hincarse delante de la autoridad en vez de llamarla a rendir cuentas. Y, ante la catástrofe conocida, lo que más sorprende es la complacencia, la resignación, la justificación gubernamental y la tolerancia social.

Nuestra constante convivencia con la mediocridad, año tras año, indicador tras indicador, resultado desconsolador, tras resultado desconsolador.

Si la educación es tan importante como todos dicen, ¿dónde está el clamor? ¿Cómo entender que tantos marchen para defender a un líder sindical privilegiado?, pero nadie movilice a la sociedad para protestar contra una educación deficitaria.

En México no hay una reacción suficientemente vigorosa por parte de los ciudadanos, precisamente por la baja calidad del sistema educativo; estamos tan mal educados que no sabemos lo importante que es la educación.

Por ello se aprecia que la organización civil Mexicanos Primero elabore un reporte cargado de urgencia; una radiografía que debería ser una sacudida y un llamado a la acción; una convocatoria a patear y a derribar la pared; una intromisión inteligente u atinada en lo que siempre ha sido nuestro, de todos: el derecho a la educación.

Derecho cercenado por una historia de progresivo deterioro, por la inclusión tardía, por la reprobación, por la deserción; produciendo una generación herida, en la cual más de la mitad de los jóvenes mexicanos están por completo fuera de la escuela. Produciendo un país incapaz de construir trampolines para la movilidad social que permitan saltar de la tortillería al diseño del software.

Donde la escolaridad promedio es de tan sólo 8.7 años, lo cual equivale tal sólo a un segundo de secundaria y se vuelve razón fundacional de nuestro desarrollo trunco. Donde 56 por ciento de los mexicanos evaluados por la prueba PISA, la mejor métrica internacional, se ubican entre los niveles 0 y 1, es decir, sin las habilidades minimas para afrontar las demandas de una economía que se enfrenta a un mundo globalizado.

Cifras de una catástrofe; datos de un desastre; números que subrayan aquello que el escritor James Baldwin advirtió: los países no son destruidos por la maldad, sino por la debilidad, por la flojera.

O por la complicidad en la construcción de ese paraje feudal que es el Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación.

Paraje amurallado por el tipo de liderazgo que Elba Esther Gordillo tiene y cómo lo ejerce desde el sexenio de Carlos Salinas de Gortari, prometiéndole apoyo al Presidente en turno para que no tenga problemas con el Sindicato.

Para que no haya pleitos ni movilizaciones, ni confrontaciones como las que hubo en Oaxaca o en Morelos.

Gobierno tras Gobierno, de la mano del SNTE, han concedido a la educación pública como una estrategia de pacificación, mas que como un vehículo de empoderamiento.

¿Quiénes pagan el costo de la complicidad constante entre el Gobierno y "La Maestra"?

Seis de cada 10 alumnos que no concluyen secundaria con conocimientos básicos de matemática; cuatro de cada 10 que tampoco los obtiene en español.

Y peor aún, millones de niños mexicanos coloreando figuras de héroes mexicanos muertos, memorizando historias de victimización, rindiéndole tributo al pasado antes de pensar en el futuro.

Sobrevivientes de una educación construida a base de mitos que busco producir una identidad nacional, y vaya que lo ha logrado: México, el país que produce personas orgullosamente nacionalistas, pero educativamente atrasadas.

México, el país donde en la escuela pública se aprende poco de ciencia, pero se aprende mucho de sometimiento; se aprende poco de tecnología, pero se aprende mucho de simulación; se aprende poco de álgebra, pero se aprende mucho de cumplimientos mediocres, negociaciones injustas y beneficios extralegales.

México, el país donde, en la escuela pública, no se desata el sentido crítico o la autonomía ética o el empeño en el cambio social, sino una arraigada propensión a la conformidad.

México, sólo prosperará, cuando su gente esté educada, y muy bien educada. Y eso entrañaría, para empezar, reconocerlo y actuar en consecuencia, como exige el reporte de Mexicanos Primero.

Urge derribar la pared mediante un cambio de actitud, un cambio en los maestros y un cambio en las reglas.

Urge un conocimiento básico de la deplorable situación de la educación actual para reformarla, porque de momento tenemos lo que nos ofrece y con eso nos conformamos.

Urge mejorar a los maestros, porque ningún cambio puede hacerse sin o contra ellos, pero tampoco ningún cambio significativo puede dejar sin modificar profundamente la estructura institucional vigente, creada para un modelo autoritario y vertical, corporativo y opaco.

Urge cambiar las reglas para que la educación no sea vista como un instrumento de ingeniería social del régimen o de reclutamiento electoral del gobierno, sino un trampolín para la prosperidad de los mexicanos.

Para modernizar a México habrá que modernizar a los maestros y quien los mueve. Habrá que empezar por el Gobierno y sus cálculos políticos.

Habra que imbuirle a la actuación del Secretario Alonso Lujambio, el sentido de urgencia, y el fuego en la panza, que todavía le falta demostrar.

Habrá que insistirle a Felipe Calderón que "La Maestra" puede ser aliada, pero habrá que obligarla a actuar y a pactar de otra manera, con otros objetivos.

Porque si la respuesta de las autoridades sigue siendo la tibieza o la simulación, condenarán a México a ser un país cada vez más rezagado, cada vez más rebasado, cada vez más aletargado, cada vez más pobre.

Porque si no se instituye un padrón único de maestros, si no se transforma la educación normalista, si no se crean sistemas de formación continua de profesores, si o se implanta la certificación periódica y obligatoria para los docentes, si no se involucra la sociedad civil en una revolución educativa, México continuará siendo un país parapetado detrás de las excusas y el miedo y la tibieza y la renuencia de tantos a pagar costos políticos.

Porque si el gobierno le permite a Elba Esther Gordillo obtener recursos y puestos y posiciones sin comprometerse a fondo con ese primer paso que es la "alianza por la calidad de la educación", Alonso Lujambio terminará siendo otro Secretario de Educación Pública que prefiere añadir ladrillos, en lugar de dar la batalla por su destrucción en nombre de los niños de México.

Y Felipe calderón acabará convertido en otro Presidente que prefiere apuntalar el muro en vez de desmantelarlo.

sábado, 7 de noviembre de 2009

Poesía y homofobia

2009-11-07
Suplemento Laberinto
Heriberto Yépez

Recientemente apareció un video de cuatro jóvenes detenidos por presuntos policías mexicanos, que los obligaron a besarse como forma de burla y tortura psicológica. También recientemente en internet se lee un “poema” sobre tres escritores mexicanos aludidos por presuntos poetas, que los nombran y sodomizan como forma de burla y ridículo homofóbico.

El poema apareció en un sitio que yo creía que era serio: Círculo de poesía. Revista electrónica de literatura ubicado en www.circulodepoesia.com ; acompañado, vulgarmente, por la imagen de uno de los aludidos con los labios pintados.

Me da pena tener que escribir de esto. Pero, por favor, no insulten nuestra inteligencia.

En culturas machistas, lo políticamente correcto es la homofobia. Pero apuesto que los autores se creen muy ingeniosos y se sienten ultra-transgresores por hacerla de policías del sexo.

La poesía lucha por la libertad erótica. No sean ignorantes. Cito lo menos ofensivo: “Con un viejo ardor extinto/ De antiguo varón completo,/ Le da besos a un sujeto/ Quien lo golpea con un cinto... Trae la verija co-Sida/ Y es más ardiente su estro.../ Su pasión lo sobrepasa/ No tiene control sobre ella/ En amorosa querella/ Redacta ciruela pasa”.

Hoy es insostenible hacer poesía homofóbica. La poesía es una forma superior de conciencia. No un abrevadero de lugares comunes y moralina machita.

La poesía es una triple alianza de una cosmovisión heresiarca, un lenguaje heterodoxo y un sujeto disensual. Si esta alianza no se trenza no hay poesía.

La cosmovisión de este texto es hegemónica; su lenguaje, retórica sobada y el sujeto (anónimo) consensual hasta más no poder. Reproduce la censura del amo.

Versadores hay muchos en México; poetas siempre, en todas partes, pocos.

Si quienes redactaron ese texto creen ser aventurados por practicar la homofobia, se equivocan. Son miembros involuntarios de Pro-Vida. Y la chabacanería. Hoy se ataca el amor entre varones; mañana, entre mujeres y luego el amor en general.

En un país desarrollado, una publicación tan carente de ética tendría consecuencias. Pero como somos las letras patrias no pasará nada, al cabo, no es pa’tanto. Los agresores se echarán unos tragos, se sentirán incomprendidos, y como esta bobada apareció en un sitio de poesía en el futuro otro versador se sentirá con el derecho de insultar a otros por su sexo, género, clase, raza o aspecto.

Anda extraviado el verso paisano. Ahora resulta que enarbolar la misma homofobia de la Iglesia católica y otros grupos de derecha se llama “literatura”.

La publicación, además, presume ser venganza por el reclamo de un premio que alegan se adjudicó indebidamente, lo cual precisa debate aparte.

En México, la bajeza se versa. Y la muy “osada” se siente requete contenta. ¿Esos son los “poetas”? Qué hueva.