domingo, 12 de noviembre de 2017

El legado de Juan Bañuelos se liga a la selva de Chiapas y al zapatismo

12/Noviembre/2017
La Jornada
Elena Poniatowska

El 29 de marzo de este año murió Juan Bañuelos, a los 86 años, de una neumonía. Fue un gran maestro y escribió varios libros de poesía: Espejo humeante, No consta en actas, Destino arbitrario, Escribo en las paredes, Vivo, eso sucede. La última vez que lo vi fue en una marcha en Hermosillo, Sonora, acompañando a los padres de familia de los niños de la Guardería ABC. Después de que 49 niños murieron en un incendio que escandalizó a toda la República Mexicana, Juan y yo protestamos en la calle, visiblemente conmovidos. El obispo Samuel Ruiz, de Chiapas, ofició una de las misas más bellas que he atendido, bajo un cielo oscuro de tristeza. Muchas parejas la escucharon abrazados. Juan y yo contamos en voz alta, por lo menos seis veces, hasta el número 49 sin saber que años más tarde contaríamos hasta el número 43 por los estudiantes normalistas de Ayotzinapa.

Juan fue un gran maestro de poesía y de prosa; a lo largo de su vida dio talleres y siempre generoso enseñó a muchos jóvenes a escribir. Escrupuloso, también aceptó ser jurado de varios certámenes de poesía. Quienes lo conocieron lo llamaron maestro, así lo llamaba su amiga Rosario Castellanos, chiapaneca como él, porque Juan era el único que iba a visitarla al hospital cuando ella estuvo internada casi un mes por tuberculosis.

Otra de sus facetas importantes y al parecer hoy olvidadas es haber sido integrante destacado de la Comisión Nacional de Intermediación (Conai), instancia mediadora de la sociedad civil en el conflicto de Chiapas, al lado de don Samuel Ruiz, doña Conchita Calvillo, viuda de Nava, el de San Luis Potosí; el poeta Óscar Oliva; Juanita García Robles, esposa del Premio Nobel de la Paz, Alfonso García Robles; Alberto Szekely; Raymundo Sánchez Barraza, y Pablo González Casanova. Los delegados zapatistas creyeron tanto en Juan como en Pablo, colaborador de La Jornada, y en muchas fotografías pudimos ver sus confiables y solidarias figuras acompañando al comandante Tacho o al comandante David, ida y vuelta de la selva a San Andrés Larrainzar y a San Cristóbal de las Casas. En el momento álgido de la guerra, fueron los únicos que podían cruzar las zonas ocupadas.

Lejos quedó la época, en los años sesenta, en que Juan Bañuelos formó, con Jaime Labastida, Jaime Augusto Shelley, Óscar Oliva y Eraclio Zepeda la llamada Espiga amotinada. Tres de ellos chiapanecos (Bañuelos, Oliva y Zepeda) conformaron un muy leído libro de poesía publicado por el Fondo de Cultura Económica.

Revolucionario y generoso

Que Juan Bañuelos fuera revolucionario se debe quizá a que lo traía en la sangre. Su abuelo, el general villista Félix J. Bañuelos, lo antecedió. Rebelde, generoso, inteligente, Juan Bañuelos, el poeta, se dio a conocer con su primer libro en 1960 y conservó desde joven los mismos ideales. Donó su premio chiapaneco de poesía a los desheredados, en 1984, para que don Samuel Ruiz, el obispo más querido, lo repartiera entre los chiapanecos más necesitados. Diez años más tarde, a partir de 1994, prácticamente se instaló en San Cristóbal. Estudioso de etnología, fue sin lugar a dudas el miembro más dinámico de la célebre CONAI, porque era el que mejor conocía las etnias y, maya al fin, estuvo en contacto desde niño con esa cultura. No le fue difícil entregarse a la causa social de su estado.

Los sucesivos encuentros que los miembros representativos del EZLN Tacho, David, Fernando, Rubén y Zebedeo tuvieron con él, lo enriquecieron. Bañuelos comprendió mucho de su lenguaje y los defendió contra el gobierno, que reconvino a los delegados de la selva: Ya no nos hagan perder tiempo, por culpa de ustedes y sus indecisiones hace tres meses que estamos platicando y no avanzamos en nada. Esto es una gran pérdida de tiempo y se está haciendo daño a los indígenas que ustedes dicen defender. Los delegados indígenas respondieron: Dicen que han perdido tres meses o más y nosotros tenemos muchos siglos de no recibir respuesta, de tal manera que si nosotros pudimos esperar más de 300 años, ese relojito que ustedes traen en la muñeca no marca nuestro tiempo, es sólo suyo, y ahora ustedes también van a tener que esperar.

Tres veces más difícil

Juan Bañuelos entendió el concepto del tiempo indígena y recogió la palabra telular, como los campesinos llamaban al celular. Muy conscientes de la realidad, alegaron que quienes venían de la capital tenían sus helicópteros, sus radios y sus automóviles y que ellos tenían que hacer la consulta a pie y ahora comenzaron ya las lluvias y es tres veces más difícil porque eran incapaces de traicionar a sus hermanos y tomar una sola decisión sin consultarla con las bases, las comunidades, sus compañeros de lucha.

Para Juan Bañuelos, Juanita García Robles y Conchita Nava, la experien- cia del diálogo con los indígenas de Chiapas (a la sombra de don Samuel Ruiz) fue única y se solidarizaron en cuerpo y alma con las causas zapatistas. Aguantaron lluvias y muchas horas de deliberaciones en plena selva. Aguantaron mucho más que los integrantes del Grupo San Ángel, fundado en 1994 por Jorge G. Castañeda, Carlos Fuentes, Demetrio Sodi de la Tijera, Enrique González Pedrero, Teodoro Césarman, Alfredo del Mazo, Amalia García, Gabino Fraga, Federico Reyes Heroles, Adolfo Aguilar Zínser, Javier Livas, Manuel Camacho, Lorenzo Meyer, Ricardo García Sainz, Joel Ortega, Tatiana Clouthier, Vicente Fox y Elba Esther Gordillo, que también se interesaron en el zapatismo chiapaneco. Del grupo San Ángel llegaron a Chiapas Amalia García, Julieta Campos, Javier Wimer (fundador del Instituto del Asilo) y Demetrio Sodi de la Tijera, que denunciaron los peligros que corren los campesinos, ya que ellos mismos se enfrentaron a toda clase de dificultades y hasta viajaron en avioneta, cosa muy azarosa en aquellos años. Amalia García, muy valiente, comentaba con sentido del humor: Está muy bien que estos chilangos vengan a probar algo de lo bueno. La gente del Grupo San Ángel pudo darse cuenta que la vida en Chiapas es muy dura, ya que que los indígenas luchan por salir adelante entre el Ejército, la Iglesia Evangélica y arriba de todo el PRI.

Para Cecilia Bañuelos, hija del poeta, su padre trabajó toda su vida con jóvenes, a quienes enseñó a escribir en talleres en casas particulares y en la Universidad de Tlaxcala, en los que corregía cada poema y cada cuento con heroica paciencia. Incansable, no le molestaba quedarse hasta altas horas de la noche dialogando con estudiantes que disfrutaban su lucidez y su creatividad. Según la escritora y funcionaria cultural Silvia Molina, además de luchador social, Juan Bañuelos siempre fue muy firme en sus ideas. La naturaleza de Chiapas, la amistad con Rosario Castellanos y con Jaime Sabines –una de las grandes figuras de la poesía mexicana–, el alejamiento de sus compañeros de la Espiga amotinada (Óscar Oliva, Eraclio Zepeda, Jaime Augusto Shelley y Jaime Labastida) lo hizo entregarse cada vez más a la justicia social que cantó en su poesía.

Sin lugar a dudas, su cariño más duradero fue por su hija Cecilia, quien lo acompañó hasta el último momento. Para ella escribió el poema Grecia, siglo V, AC del libro Vivo, eso sucede:

Ella me mira.

Desde sus ojos de novilla, mi hija

ve caer el silencio como palomas mal heridas

(los adultos se fueron después de haber comido).

La miro recordando Varadero

porque hay un arco f1exible en su mirada

que se curva en el agua y derrama el azul hasta las playas,

aquellas playas

donde bailé lo ya bailado,

donde heredé lo ya heredado,

sobre un mantel de realidades,

donde se sabe el orden de nuestros destinos

y qué día tienen que cumplirse,

allí donde la hoz de la caña

corta el bastión de las sombras.

Donde los granos de azúcar que han regado

endulzan el agua de mis ojos.

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