Confabulario
Huberto Batis
En mi colaboración anterior conté cómo fue la fundación del suplemento sábado, en el que Fernando Benítez, José de la Colina y yo fuimos el equipo editorial.
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Benítez tuvo la intención de que el suplemento fuera una revista literaria, algo que yo siempre busqué hacer desde que fundé Cuadernos del Viento. De repente, con la salida de Benítez me quedé solo, al frente de esta “revista”, en la que tenía colaboradores de todas las épocas. Intenté hacer algo que en el siglo XIX se dio muy bien, que eran las polémicas entre los escritores y sus lectores. No lo logré nunca. En sábado, cuando ya no contábamos con “la mafia” de Benítez, busqué reunir a las plumas más señeras de todo el país, que compitieran con las que publicaba Octavio Paz en la revista Vuelta. Yo conté con mis amigos, entre ellos, Juan García Ponce, quien, aunque estaba enfermo, dictaba sus artículos además de su propia obra literaria. En segundo lugar, con Raymundo Ramos, compañero mío de la Facultad de Filosofía y Letras, y Carlos Valdés.
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Conté también con Evodio Escalante, Federico Patán, Ignacio Trejo Fuentes, Margarita Peña, José Antonio Alcaraz; la crítica de cine, de rock y televisión estaban a cargo de Rafael Aviña, quien creó una novedosísima sección dedicada a los videos. La parte de cine estaba a cargo de Gustavo García, Felipe Coria, Naief Yehya y el mismo Aviña. Todos ellos aportaban artículos excelentes. Tenían opiniones encontradas que le daban una gran riqueza y color al suplemento. La sección de música era la más difícil porque los músicos hacen crítica de manera ocasional. En esa época no había críticos de música profesionales. Raúl Cosío Villegas era mi carta fuerte en este tema. Debo confesar que al ocuparme de la dirección y edición del suplemento trunqué mi labor y mi vocación como crítico literario.
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En sábado llegué a recibir una gran cantidad de libros que enviaban las editoriales. De ahí elaborábamos fichas de recomendaciones, que eran muy agradecidas por los libreros, bibliotecarios y lectores. Eran una gran guía. Siempre teníamos libros en espera para darles salida oportuna. Nos podían llegar más de cincuenta libros y revistas cada semana. Todo mundo quería aparecer en “El Laberinto de Papel”, como se llamaba mi colaboración.
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También teníamos pequeños anuncios de varias editoriales: Planeta, Grijalbo, Diana, Joaquín Mortiz. Las editoriales trasnacionales no tomaban en serio las páginas de libros de los diarios. El suplemento incluyó la publicación de pequeños anuncios de varias editoriales del gobierno, entre ellas el Fondo de Cultura Económica. El formato se conocía como “orejas” porque iban al lado del cabezal, que hicimos más reducido para que éstas cupieran.
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Pero en el mundo editorial te encuentras con pequeños sátrapas que te quieren ningunear, como Jaime García Terrés; otro fue el ex presidente Miguel de la Madrid, quien al llegar a la dirección del Fondo empezó a darnos un trato basado en los criterios que sólo puede tener un político, pues empezó a retirar la publicidad al medio que hiciera críticas adversas a los libros del Fondo.
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Esto sucedió cuando el editor Fernando Tola de Habich escribió una reseña en la que criticó el catálogo del Fondo de Cultura. Dijo que estaba desordenado, desaliñado, que era un desastre porque había títulos que aparecían en distintas secciones y con distintos precios. Si en una página costaban quince pesos, en otra aparecían a 300. José Luis Trueba Lara también criticó el catálogo. Dijo que era un indicador de que esta editorial publicaba libros obsoletos y con años de retraso. Poco después nos retiraron el envío de libros y los anuncios. Nunca más me llegó oficialmente una novedad del Fondo, ni siquiera el catálogo. Nada.
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El encargado de publicidad de cualquier editorial sabe que la crítica puede ser adversa o favorable, sin embargo te da ejemplares de sus novedades. Pero si pones una editorial en manos de un ex presidente de la República no tardan en presentarse errores tajantes porque están poco enterados del mundo editorial y el trato entre autores. Quitarte el envío de libros es una cosa, pero quitarte la publicidad en todas las publicaciones porque los “trataste mal” es el colmo de la tozudez y el capricho. Como editor de un suplemento sabes que no puedes pedir notas favorables o desfavorables para libros, películas u obras de teatro. No puedes utilizar con amiguismo tu poder como editor o guiarte por tus afinidades y tus pleitos. No es nada profesional.
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El desencuentro mayor se dio con Jaime García Terrés cuando el Fondo de Cultura Económica festejó sus 50 años con un coctel. Recuerdo que Roberto Vallarino, al que tampoco habían invitado, me propuso que nos coláramos a la fiesta. Y así lo hicimos. Yo entré por la puerta principal. Les expliqué a unos amigos míos que los vigilantes no me dejaban pasar. Me dijeron que me fuera con ellos. Cuando íbamos entrando, uno de los vigilantes dijo: “Ese señor no entra”. Mis amigos amagaron con no hacerlo tampoco a menos que yo pasara. Vallarino entró por la cochera o por una puerta trasera. Ya adentro, nos fuimos a sentar en la oficina del director García Terrés. Teníamos nuestros tragos y canapés en su escritorio cuando éste llegó. Se encolerizó tremendamente. Pensó que era una burla. Nos levantamos, tomamos nuestros tragos, los canapés y nos salimos. Al poco rato ya estábamos en la calle.
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