sábado, 5 de julio de 2014

El arte en los ojos de Octavio Paz

5/Julio/2014
Laberinto
Braulio Peralta

Octavio Paz nos introduce al arte con la historia de la mano, de antes de la Conquista, en la era colonial e independiente, hasta llegar a los artistas contemporáneos. Discrimina: deja a un lado lo que no le importa. En los dos tomos de sus Obras completas, Los privilegios de la vista, se ocupa de discernir, objetar, historiar, conceptuar al arte en relación con pasado y futuro. Sin pasado y futuro es impensable un arte intemporal, eterno. Sin pasado y futuro el arte está condenado a un presente, un pedazo de la historia del arte pero no arte que trascienda. Esa es la importancia al leer y discutir estos libros.

Impresiona que en el centenario de su nacimiento, en sus homenajes, se haya omitido la necesaria discusión en torno a sus ensayos y poemas alrededor del arte. Aparte de su poesía, en Los privilegios de la vista está el verdadero descubrimiento de su obra, no en sus ensayos políticos que tanto ruido y discrepancia causan. Paz se entrega como un investigador sensible a la causa del arte y sus consecuencias estéticas. No lo hace como el especialista del arte, lo hace con la sensibilidad del poeta que se ocupa del arte, como lo hicieron escritores del valor de Apollinaire, Mallarmé, Gertrude Stein, Beckett o Breton. Nunca fue gratuita la relación entre la pintura y la escritura, como lo planteó Baudelaire en sus escritos de arte en 1845. 

Octavio Paz hizo su “historia del arte”, en mil páginas, para ocuparse de artistas universales y nacionales, para encontrar una correspondencia entre el universo de la pintura y sus corrientes estéticas —y el caso propiamente mexicano—. Un especialista podrá encontrar en estos libros diversas teorías y razones por las que un poeta o escritor se ocupó de ciertos pintores —digamos, los muralistas, pero no de sus continuadores—. No tomó en cuenta las tendencias después de los fundadores. Así fue con todo. El doctor Atl, sí, pero no Nahui Olin. Edward Weston, obvio, pero Tina Modotti, descartada. Era implacable en sus gustos, con o sin razón. Discriminaba. Se ocupaba, como él escribe, “sin abdicar de nuestra razón, sin convertirla en servidora de nuestros gustos más fatales y de nuestras inclinaciones menos premeditadas”. 

Hay enormes diferencias entre los especialistas que escriben de arte, los historiadores y los críticos, y los poetas y escritores. 
Hay incluso polémicas. Dicen muy bonito pero no dicen nada, se les crítica a los escritores. Saben mucho pero no tienen sensibilidad, reviran los poetas. Pleito académico y pleito poético. Los lectores escogen. Tamayo dijo que nadie interpretó mejor su pintura que Octavio Paz. Diego Rivera y Frida Kahlo no dirán lo mismo: las diferencias ideológicas no dejaban pasar la simpatía entre el crítico y los pintores —ojo, sin que Paz dejara de reconocer sus valores estéticos—. Paz no define, como los críticos de arte: interpreta y sueña con la mirada los colores, los deletrea, instinto contra cabeza, espontaneidad contra la terquedad del pensamiento, leyenda sobre la historia… Los poetas ejercen una crítica parcial, “la única válida”, escribía Baudelaire. Convierten a la pintura en poesía o ensayo, alejados de la especialización concebida. 

Quien lea el poema de Paz “Decir: hacer” comprenderá lo que intento decir: el arte es infinito, la palabra es infinita, pero el creador no será eterno, su obra, sí: hay que asirlo a un pensamiento, a un tiempo y a un lugar, hay que escribir de él para dejarlo reposar... Y volver a interpretarlo para las nuevas generaciones. Los poetas saben de esto y Octavio Paz hizo lo que tenía que hacer con Los privilegios de la vista.

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