Jornada Semanal
Alzar el ancla es iniciar olvidos.
Ahora me ataré a las líneas
que trazan las empresas
en los limpios azules de los mapas
Rafael Bernal
La historia de la literatura está llena de olvidos. Olvido de autores, de obras y hasta de personajes. Afortunadamente, el tiempo tiene la posibilidad de subsanar esas lagunas y, tarde o temprano, cada autor ocupa el lugar que le corresponde dentro del ámbito literario que le tocó vivir. Olvido y reconocimiento habitan el mundo de las letras de cada país en cualquiera de sus épocas.
En ocasiones hay autores que prevalecen por encima de su obra; su trabajo es un conjunto armónico que ensalza al escritor en sí mismo. Otras veces queda opacado por alguno de sus libros, uno de ellos destaca del resto, hasta el punto de que la mayoría de los lectores reconocen el título del libro pero muchos desconocen el nombre del autor.
Un caso significativo, dentro de la literatura mexicana, es el de Rafael Bernal (México, 1915-Suiza, 1972). Podemos afirmar que es un autor casi desconocido, oculto detrás del éxito de una de sus obras, El complot mongol, uno de esos raros libros de culto que no dejó de reeditarse desde su publicación en 1969. Pero Bernal no es autor de una sola novela, sino un escritor prolífico que cultivó todos los géneros literarios. Su faceta como ensayista se ha materializado en importantes libros y artículos sobre historia y literatura.
Rafael Bernal, por la calidad de su trabajo, debería estar entre los escritores mexicanos más reconocidos, porque su obra es una de las más completas de la literatura mexicana en el siglo pasado. Una producción de vanguardia, prácticamente desconocida, que se debate entre el reconocimiento y el olvido.
¿Cuáles son los motivos que han relegado a un plano secundario la obra de Rafael Bernal? En primer lugar, la carencia de un estudio exhaustivo de su obra. A pesar de haber sido tratada de manera elogiosa por algunos críticos y escritores –Vicente Francisco Torres, Material de lectura: Rafael Bernal (UNAM, 2009); Alfonso de María y Campos, “Por selva, milpa y mar” (Escritores en la diplomacia mexicana. SRE, 2000); Eduardo Antonio Parra, Alejandro Avilés o Francisco Prieto, entre otros–, en su mayoría son ensayos de poca extensión que se anexan a sus libros; Rafael Bernal también ha sido objeto de estudio en varias tesis universitarias. Una de ellas, Pesquisa biobibliográfica de Rafael Bernal, de Mauricio Bravo Correa (UNAM, 2006), es una interesante y completa investigación sobre el autor y su obra; hay otra, de la Universidad de Texas (1968), de Fletcher Lee, que es un estudio sobre el carácter de los personajes de Bernal. Hace falta un texto que analice a profundidad su obra completa desde las diferentes perspectivas que su variedad y calidad de contenido sugieren. Para facilitar esta labor, sería conveniente la publicación de sus obras completas.
Otro de los motivos por los que Rafael Bernal no ha sido valorado en toda su magnitud, es haber sido estigmatizado por una serie de acontecimientos o interpretaciones en relación con sus ideas políticas, cuando se integró al partido Fuerza Popular. Hay un hecho muy comentado de la vida de Bernal, acaecido el 19 de diciembre de 1948, cuando militantes de la Unión Nacional Sinarquista colocaron una tela negra sobre la estatua de Benito Juárez en la Alameda Central. Entre los detenidos, acusado de ser responsable del ultraje a la figura de Juárez, se encontraba Bernal. El escritor nunca aceptó esta acusación y negó haber tomado parte en los hechos. Posteriormente, fue indultado por el presidente Miguel Alemán, pero no quiso aceptar el perdón porque eso significaba reconocer su culpa. Poco después Bernal se desvinculó del movimiento sinarquista.
Un factor que ha influido en el desconocimiento general de la totalidad de su obra, es que la mayoría de sus libros han sido publicados en editoriales pequeñas y casi desconocidas. Sus primeros textos, Federico Reyes, el cristero (1941) e Improperio a Nueva York y otros poemas (1943), fueron publicados en editoriales (Canek y Quetzal), que Bernal fundó con sus amigos de tertulia del Café París: Juan José Segura, Daniel Castañeda y José Muñoz Cota. El libro de poemas nunca fue reeditado, pero el otro se incluyó recientemente en el volumen Doce narraciones inéditas (Joaquín Mortiz, 2006). Un caso curioso es su novela, El fin de la esperanza (1948). Aparece publicada por una editorial inexistente, Calpulli, ya que Stylo, la editorial que imprimió los libros, no quería figurar en portada por temor a sufrir represalias debido al contenido político del texto.
Buena parte de la obra de Bernal fue publicada por Jus, una editorial con fuerte carga ideológica en aquella época, lo que limitó la difusión y el acercamiento de los lectores a sus libros. La edición de la obra de Bernal dio un salto cualitativo cuando, en 1963, el Fondo de Cultura Económica publicó su novela, Tierra de gracia.
Asimismo, otra parte de su obra fue publicada en revistas o difundida por radio y televisión. Como ejemplo tenemos el caso de la novela Caribal. El infierno verde,que originalmente fue transmitida por radio (XEW) y después publicada en dieciséis folletines por el periódico La Prensa, en 1954. Caribal no fue publicada en forma de libro sino hasta el año 2002 (Conaculta), lo que nos ha permitido disfrutar de una novela dinámica que manifiesta la maestría narrativa de Bernal al lograr un texto emocionante que convierte su lectura en un ejercicio apasionado.
Una obra marcada por el alejamiento
Largos gritos del viento entre las cuerdas
en lejano murmullo de recuerdos
y viajeros sepulcros de las olas
en larga mutación hacia las islas.
“Viaje”
El motivo determinante de esta falta de difusión y reconocimiento de la obra de Rafael Bernal fue el alejamiento, vivir lejos de su tierra y de los círculos literarios de la época. Bernal no tuvo mucho trato con otros escritores de su generación, si exceptuamos el caso de Agustín Yáñez, quien lo apoyó para que publicaran sus libros en México; por eso Bernal le dedica la primera edición de En diferentes mundos (FCE, 1967).
Si repasamos su biografía nos daremos cuenta de que Bernal fue un explorador, un escritor errante que desde joven sintió la llamada del conocimiento a través del viaje. De todos los lugares que conoció fue obteniendo materiales para sus libros.
En 1930 se fue a Montreal a estudiar bachillerato en filosofía y letras en el Loyola College, regentado por jesuitas. Este fue el comienzo; desde entonces Bernal ya no encontró sosiego, tenía el virus del viajero en el cuerpo y se convirtió en alguien que iba y venía. En 1933, de regreso a México, concluyó la preparatoria y, en vez de estudiar una carrera universitaria, se fue a Chiapas a probar suerte en el cultivo del plátano. Estuvo allí tres años y de esta experiencia obtuvo los datos y el conocimiento del medio necesario para escribir posteriormente sus relatos y novelas que tienen la selva como entorno (Trópico, Caribal).
De nuevo en la ciudad, escribe el guión de dos películas de Juan José Segura (Juan sin miedo y Mujeres y toros). Viaja después a Nueva York; esa experiencia se reflejaría en su libro Improperio a Nueva York y otros poemas (1943). (¡Quién pudiera hacer que sus ojos/ miraran adentro del cerebro/ las imágenes de las cosas muertas!”)
En 1939 se marcha a París a estudiar cinematografía. Allí fue corresponsal de los periódicos Excelsior y Novedades, reporta los acontecimientos de la guerra europea y visita Alemania. Regresa a Estados Unidos, recorre la costa oeste y recala en Hollywood donde trabaja como guionista unos meses. En 1941 vuelve a México y se establece por un período que abarca casi tres lustros. Durante estos años desarrolla una actividad vibrante, escribe y publica el grueso de su obra: novelas rurales comprometidas y cuentos de corte realista (Memorias de Santiago Oxtotilpan, 1945; Trópico, 1946; El fin de la esperanza, 1948); novelas de intriga y misterio (Un muerto en la tumba, Tres novelas policíacas, 1946; Su nombre era Muerte, 1947); obras de teatro (Antonia, El maíz en la casa, La paz contigo, El ídolo, etcétera.); e historias literarias (Federico Reyes el cristero, 1941; Gente de mar, 1950).
Bernal trabajó unos años en el medio radiofónico y televisivo. Para la radio escribió guiones, como Sangre en la tierra, La mina, o Senderos de angustia, entre otros. También escribió obras para televisión; en 1959 su pieza La carta fue la primera en transmitirse por el medio televisivo en México (XHTV, Canal 4).
Bernal retorna al viaje a finales de 1956, se va a Caracas donde permanece casi cuatro años. En Venezuela trabaja de nuevo para la televisión, adaptando novelas de escritores latinoamericanos como Rómulo Gallegos o Uslar Pietri. Hizo exploraciones antropológicas por el Orinoco que le darían material para la novela Tierra de gracia, donde la selva es de nuevo protagonista.
En 1961 comienza su carrera diplomática, pasa unos meses en Honduras donde enseña teatro en la universidad. Después es destinado a Filipinas, allí permanece seis años y conoce Japón, Hong-Kong y las islas Hawái. Bernal comienza entonces su etapa de historiador, da clases en la universidad y escribe un interesante ensayo, México en Filipinas. Estudio de una transculturización, publicado por la UNAM en 1965 con prólogo de León-Portilla. También escribió cuentos ambientados en las islas, algunos fueron publicados en el volumen En diferentes mundos.
En 1967 fue trasladado a la embajada de Lima. Bernal se integró a la vida cultural del país andino, volvió a publicar poesía en revistas literarias (El agua y el mar, Casandra) y escribió teatro (El asilo, Corrido en tres actos). En Perú, Bernal llega al cenit de su carrera como escritor: completa su obra más ambiciosa, El gran océano, en la que había trabajado durante muchos años –no será publicada sino hasta 1992, por el Banco de México–, y termina la novela que le ha hecho mantenerse presente entre los lectores, El complot mongol, su libro más estudiado.
En mayo de 1969 es destinado a Berna, donde permanecerá hasta su muerte, que le llega en septiembre de 1972. Durante esos años de estancia en Suiza, se doctora en Letras por la Universidad de Friburgo, con un largo y erudito ensayo, origen del libro Mestizaje y criollismo en la literatura de la Nueva España del siglo XVI, que fue publicado por el Banco de México en 1993.
Durante su vida, Rafael Bernal produjo una obra extensa y difícil de clasificar. Nos ha dejado, además de una voluminosa obra publicada –entre 1941 y 1972, un total dieciséis libros, más otros tres después de su muerte–, un número indeterminado de poemas, guiones, relatos, novelas y obras de teatro que no han llegado a pasar por la imprenta o que, si lo han hecho, ha sido en publicaciones difíciles de conseguir. En 2005, al cumplirse noventa años de su nacimiento, se reeditaron cinco libros: Memorias de Santiago Oxtotilpan, Su nombre era Muerte (Jus); En diferentes mundos, Tierra de gracia (FCE); y Tres novelas policíacas (J. Mortiz). Idalia Villarreal conserva y difunde su obra con esmero, sus libros póstumos en parte, se deben a su esfuerzo.
Bernal fue un escritor que, al estar alejado de los círculos literarios, se permitió innovar, ser vanguardia, por eso sus historias permanecen, son actuales. Entre sus libros, podemos encontrar novelas que han sido pioneras o han influenciado a una parte de la literatura escrita posteriormente en este país: El complot mongol, considerada unánimemente como la obra cumbre de la literatura policíaca en México; o Su nombre era Muerte, una extraña e inquietante novela de ficción.
Se podría decir que Rafael Bernal fue un escritor de obsesiones y que para liberarse de cada una de ellas –la selva, la religión, la defensa de los oprimidos, el mar, la indefensión del hombre frente a la naturaleza o ante el sistema..–, tuvo que plasmarlas en una serie de libros. Un legado generoso, invaluable, que nos permite disfrutar de su excelente calidad narrativa.