Enero/2014
Nexos
Luciano Concheiro San Vicente & Ana Sofía Rodríguez
Esta conversación tuvo lugar en la biblioteca de Vicente Leñero, a
principios de 2014. Lo buscamos para que nos hablara de una época
convulsa en la historia intelectual mexicana. Pese a que él no se
consideraba intelectual, sino creador, nos hizo el retrato de ese
instante en el que el periodismo nacional rompió amarras con el
presidente y echó al mar nuevas publicaciones interesadas en la búsqueda
de información. En sus respuestas palpita, también, el joven que al
principio combinó la ingeniería con el periodismo, el colaborador y
editor de revistas, el dramaturgo censurado. Presentamos aquí la última
entrevista que Vicente Leñero concedió.
Empezó a publicar muy joven en las revistas Impulso
y Señal
que estaban vinculadas a Acción Católica. ¿De qué se trataban esos proyectos y qué hacía usted ahí?
Vicente Leñero:
Impulso era un boletín muy
reducido, mimeografiado. Era de un grupo al que en ese entonces estaba
muy vinculado: Acción Católica. Después me desvinculé por completo, para
mi fortuna.
Señal era parte de la Escuela de Periodismo Carlos Septién García, en donde estudié y empecé a hacer periodismo.
Señal
era parte de un semanario de información general aunque estaba muy
orientado hacia lo católico. Eso fue en los años cincuenta y sesenta.
Después de eso trabajé en la revista
Claudia, una revista
femenina que se hacía en Argentina, en Brasil y aquí que ya no llegó a
los setenta. Era una revista de información, una revista mensual para la
mujer, pero para la mujer liberada. Ahí trabajé mucho tiempo primero
como reportero, luego como jefe de redacción y luego un tiempo como
director. Trabajé con Gustavo Sáinz, José Agustín, Federico Campbell (o
no recuerdo muy bien si estaba o no), e Ignacio Solares. Yo estuve en la
revista siete años, del 65 al 71 o 72 y después me llamó Julio Scherer
de
Excélsior para que trabajara ahí.
Cuando estudiaba periodismo había trabajado como colaborador en la sección de espectáculos en el antiguo
Excélsior. Cuando entró Julio Scherer empecé a trabajar con él, me pidió que rehiciera una revista que era la fundadora de la casa de
Excélsior,
La Revista de Revistas
que había nacido con Rafael Alducin incluso antes que el periódico y
había tenido muchas épocas. Entonces estaba muy olvidada esa revista.
Trabajé ahí del 71 al 76, hasta el golpe a
Excélsior. Conmigo trabajaron Francisco Ortiz Pinchetti y otros reporteros de
Excélsior. Además, me había traído algunos de
Claudia como Ignacio Solares que trabajó ahí conmigo hasta el golpe a
Excélsior, y ya después del golpe fundamos
Proceso.
Usted en realidad estudiaba ingeniería, ¿de dónde surgió ese temprano interés por escribir?
VL: Efectivamente, soy ingeniero civil. En realidad
yo estudiaba ingeniería porque me sentía hábil para las matemáticas, y
cuando pensé: “¿qué carrera escojo?” no había muchas más carreras, no
había el panorama de carreras que hay ahora. Me gustaba mucho leer. En
casa éramos muy lectores por mi padre, y me gustaba la literatura pero
yo no pensaba que se podría hacer carrera de literatura. Además, no
quería ser un experto en literatura, no quería ser un teórico de la
literatura, sino un creador. Pero como mis estudios de ingeniería me
habían enviado a un área completamente ajena a la literatura, me
inscribí en la Escuela de Periodismo porque pensé que ahí me iban a
enseñar a redactar bien. Escribir bien siempre ha sido mi gran
preocupación, es más importante a veces que lo que se escribe. Entonces
empecé a estudiar simultáneamente la carrera de periodismo con la
carrera de ingeniería. La Escuela de Ingeniería estaba en la calle
Tacuba —en el Palacio de Minería donde ahora son las Ferias de Libro—, y
la Escuela de Periodismo estaba en San Juan de Letrán, en el Eje Lázaro
Cárdenas, muy cerca. En las mañanas estudiaba ingeniería y en las
tardes periodismo. Al final me orienté mucho más hacia el periodismo y
terminé la carrera de ingeniería con dificultades. Me recibí, me casé y
me dediqué al periodismo y a escribir. Para tener un medio de
subsistencia escribía radionovelas, después escribí también telenovelas.
Siempre combiné las actividades: primero la ingeniería y el periodismo,
y después el periodismo y la literatura que son dos cosas diferentes.
Yo no quería ser periodista, quería ser escritor y entonces fui
publicando mis libros.
Ganó pronto un concurso de cuento en 1958 que lo acercó al Centro
Mexicano de Escritores (CME). ¿Qué nos podría contar de ese Centro?
VL: Era un centro fundado por la asociación
Rockefeller y estaba asociado con una empresa de acero de Monterrey. Lo
dirigía Margaret Shedd que había venido a México para implantar los
métodos de talleres para escritores, de los que escogían a gente. Para
mí fue fundamental el paso por el Centro Mexicano de Escritores. Estuve
becado en dos ocasiones, la segunda vez al final de los sesenta. El
Centro Mexicano de Escritores siguió, pero se acabaron los apoyos y
desapareció mucho tiempo después.
Cuando estuve en el Centro Mexicano de Escritores en la primera etapa
coincidí, de los conocidos, con Guadalupe Dueñas que era cuentista.
Había participado antes en un taller del Centro Mexicano de Escritores
con Juan José Arreola que para mí fue fundamental y cuando estuve ahí
coincidí con Juan García Ponce, Salvador Elizondo, Inés Arredondo y
Miguel Sabido. Elizondo, García Ponce y yo éramos de la misma
generación, pero estaba también otro muchachito que era muy joven en ese
entonces, pero que hizo una carrera literaria muy brillante y murió
hace poco: Ulises Carrión.
Teníamos la obligación de escribir un proyecto. El sistema consistía
en escribir un capítulo y entre todos comentarlo. Entonces no era muy
conocido este sistema, no era como ahora que todos los escritores están
en talleres y hacen seminarios. Yo planteé ahí el proyecto de
Los albañiles
y en esa primera etapa escribí la novela. Ramón Xirau era nuestro
tutor, que fue central en mi vida literaria. Estar en el Centro fue
fundamental para mí porque me abrió los ojos a la literatura creativa, y
de ahí partió toda mi carrera literaria.
Con Los albañiles
gana el premio Biblioteca Breve, ¿qué cambia para usted, quien en un principio creía que no podía hacer una carrera literaria?
VL: Con la publicación de
Los albañiles
cambia mucho, pero yo sigo siendo periodista. Trabajaba mucho en ese
entonces, y fue cuando escribí buena parte de mi obra. Además, impartí
durante mucho tiempo talleres de teatro y cine, porque seguí creyendo
que ése era el mejor sistema para la literatura.
Entonces combinaba el periodismo con la literatura cuando vino el golpe a
Excélsior
en el 76, que marcó definitivamente un cambio en el periodismo
mexicano. Era un periodismo muy corrupto y oficialista. Julio Scherer
era un periodista que llega a la dirección de un periódico muy
conservador como era en ese entonces el
Excélsior. Con su
llegada el periódico cambia pero es muy difícil abrirse paso en un
periodismo controlado siempre por el gobierno; nada más pensar que a los
reporteros de la fuente les daban boletines de prensa. En ellos estaba
lo que se tenía que decir, se informaba a través de los boletines.
Entonces con Julio en
Excélsior apareció un periodismo muy de
investigación y claro, eso causó irritación y enojo en el medio social.
Había pasado el 68 y eso finalmente provocó el golpe de Echeverría a
Excélsior. Yo escribí un libro sobre esto:
Los periodistas.
¿Qué fue lo que cambió con el golpe?
VL: Cambió algo central en el periodismo, algo
fundamental. Los periódicos vivían de la publicidad y buena parte de la
publicidad era del gobierno: eran boletines, o si no, todas las
instituciones que se anunciaban. También los empresarios favorecidos por
el gobierno se anunciaban en los periódicos, eso todavía sigue siendo
así. Entonces cualquier disputa que tuviera el periódico con el gobierno
hacía eco en los empresarios que ya no se anunciaban. El periódico
vivía de anunciarse —todavía viven de anunciarse muchos sectores— y
entonces lo que cambió fue que nosotros descubrimos algo que no
sabíamos: descubrimos que se podía hacer un semanario completamente
independiente.
Proceso empezó a vivir de sus lectores ante un
gobierno al que no le gustaba esa apertura de investigación en el
periodismo y frenaba toda publicidad legítima que pudiera tener. Y
claro, los empresarios no querían lidiar con ellos. Hoy
Proceso todavía tiene poca publicidad, vive de sus lectores y vive muy bien.
Entonces, ¿descubrieron un público?
VL: Descubrimos que los lectores estaban ávidos de
recibir una información no pasada por el tamiz oficial, sino por
información que en realidad no quería ser crítica, sino que era
informativa. Pero el descubrir lo que estaba oculto siempre es crítico,
¿no?
Nos regresamos un poco: usted entra a Excélsior
con la tarea de recuperar la Revista de Revistas
, ¿cómo lo contactan Scherer y compañía?
VL: Miguel Ángel Granados Chapa me conocía bien. Yo había tenido éxito en
Claudia, que era mi único antecedente. Era escritor; ya había escrito
Los albañiles. Me contactaron de la noche a la mañana, y me dijeron “bueno te vienes a
Excélsior”. En
Revista de Revistas ganaba menos incluso de lo que ganaba en la revista
Claudia.
¿Por qué se incorporó a Excélsior
?
VL: Porque me parecía que trabajar en
Excélsior
era un camino a la libertad. En lugar de hacer una revista de mujeres
—que aunque era más abierta era para mujeres—, era hacer periodismo en
serio. Me fascinó la idea. Era una revista poco espectacular: seguía la
misma línea de
Excélsior, una revista grandota que tenía atrás
el prestigio. Se perdió, yo ya no tengo ejemplares. Era por igual
cultural y política. Tenía la libertad de hacer lo que quisiera. Se
trataban temas de los que seguro nadie hablaba. Tenía colaboradores,
como José Emilio, pero era en lo fundamental una planta de reporteros.
Los que salimos después del golpe a
Excélsior formamos dos grupos: el grupo de Julio Scherer donde nos enfocamos algunos de los que trabajábamos en
Excélsior
y que escogimos el camino de Julio: Miguel Ángel Granados Chapa y
Samuel del Villar, y otro grupo con Becerra Acosta que era el
subdirector de
Excélsior y funda el
unomásuno. No nos
dividimos por ganas, pero siempre Julio era muy polémico y Becerra
Acosta quería tener más. No nos entendimos entre nosotros. No todos
jalaron para hacer
Proceso y Becerra Acosta quiso hacer un
diario. Julio Scherer también quería, pero no había dinero. Quién sabe
cómo consiguió dinero Becerra Acosta con su grupo y ellos fundaron
unomásuno que después derivó en
La Jornada.
¿Usted pierde el vínculo con sus compañeros en el Centro Mexicano de Escritores? ¿No mantuvo contacto con ellos?
VL: Nunca pertenecí a grupos literarios. Estaba el grupo de Fernando Benítez que hacía
La Cultura en México y
México en la Cultura
después, pero yo fui muy aislado, me movía al margen de ellos, incluso
un poco contra ellos. Era muy independiente, así como Ricardo Garibay y
algunos más que no estábamos en la órbita de Fernando Benítez.
Yo quería participar, pero ellos no me tomaban en cuenta, era un
grupo muy mafioso y cerrado. Ahora los grupos ya están más abiertos,
pero así como hay
nexos y
Letras Libres, en ese entonces estaba el mundo de Benítez y nada más. Cuando me inicié en la literatura con
Los albañiles
fue como si no hubiera pasado nada, me ignoraron por completo. Nadie
hizo eco, sólo un poco José Emilio con el que fui muy amigo siempre. Fue
el único. A todo ese mundo le llamábamos “la mafia de Benítez”. Yo
todavía los odio, odio ese momento que fue muy duro para mí. Me costó
romper con esos grupos tan cerrados.
¿Y la Revista de la Universidad
tenía alguna importancia en ese momento?
VL: La
Revista de la Universidad era un
poco de la férula de Benítez, ahí estaba Jaime García Terrés. Eran los
grupos que derivaban de Alfonso Reyes, que era como el pontífice de la
cultura mexicana. Después de Alfonso Reyes vino Octavio Paz.
¿Y usted nunca colaboró en la parte cultural de Excélsior
, en la revista que dirigía Paz?
VL: Julio la llamó la revista
Plural. Yo no colaboré nunca, no me llamaban. Yo siempre fui independiente, bueno he sido siempre independiente.
Aunque se mantuvo cercano a Julio Scherer…
VL: Sí, mantuve con él una relación desde el 71 hasta ahora. No tanto cuando yo trabajaba en
Revistas de Revistas
porque él estaba ocupado en su periódico, pero me daba manos libres y
se desentendía de la revista. No le daba la importancia que yo sentía
que debía. Pero después del golpe a
Excélsior nos unimos mucho en la fundación de
Proceso.
¿Por qué usted creyó más en Proceso
que en el proyecto del diario?
VL: Porque tenía relación, pero no una buena
relación con Manuel Becerra Acosta. Me parecía que entre él y Julio
Scherer había una diferencia abismal. Julio era el periodista más
importante de México en ese entonces. Era un México conflictivo donde
había grandes periodistas en
Excélsior como Carlos Denegri que
eran muy corruptos, la Secretaría de Gobernación compraba en 50 mil
pesos el encabezado y, en consecuencia, la nota. Ese era un fenómeno de
corrupción, los reporteros ganaban muy poco pero recibían dinero en
alguna Secretaría de Estado, se pasaban una mensualidad. Era muy
corrupto, algo ya ahora inconcebible aunque siga habiendo problemas, no
son tan cínicos. Julio acabó con la corrupción en
Excélsior.
Ya que se publicaron, ¿en qué se distinguieron Proceso
y unomásuno
?
VL: Eran una revista y un periódico, no teníamos
mucha conexión porque se habían formado dos grupos, el de Becerra Acosta
y el de Julio Scherer. El de Julio Scherer era un periodismo mucho más
agresivo y agudo en su información, más bravo. Ahí la personalidad de
Julio influyó. No estaban peleados, pero no compartían el proyecto.
¿Qué les interesaba publicar en Proceso
, tratándose de un semanario y no un diario?
VL: Era un semanario muy singular porque no
publicábamos reportajes, publicábamos grandes noticias inéditas. La
mentalidad de Julio Scherer era la de un diarista, él desde los 15 años
había trabajado en un diario, había sido reportero. Entonces usábamos
incluso la técnica de la noticia para hacer reportajes.
No se respondía a la actualidad inmediata de cada día, pero era como es ahora
Proceso.
Se publicaban cosas complementarias a lo que pasaba en la actualidad,
reportajes de investigación inéditos. La investigación era la base de
nuestro periodismo, no tratábamos de hacer un periodismo partidista sino
un periodismo que buscaba desentrañar la realidad. Éste, en
consecuencia, era un periodismo de izquierda, no ideológicamente sino
que éramos de izquierda por descubrir la realidad. Eso es clave en ese
periodismo. La televisión, por ejemplo, lo vuelve a uno naturalmente de
izquierda, pues es naturalmente agresivo y naturalmente contrario a la
oficialidad. Decían que nosotros éramos ideológicamente izquierdosos,
pero éramos ideológicamente periodistas.
Usted, estando en Proceso
, incluso recibió varias amenazas…
VL: Bueno, menos que las que sufría Julio Scherer.
Las hubo en el momento del golpe, pero porque nosotros queríamos.
Nosotros salimos en julio, y Scherer se empeñó a que la revista empezara
a funcionar antes de que saliera Echeverría, antes de diciembre.
Entonces sacamos la revista en noviembre aunque Echeverría hizo todo lo
posible para que no saliera. Todo eso lo cuento en
Los periodistas.
¿El ambiente amenazante se mantuvo incluso después de la salida de Echeverría?
VL: Siempre hubo un ambiente un poco amenazante,
aunque nada del otro mundo. Seguimos vivos. Ahora hay una apertura
periodística muy grande, incluso en periódicos menos informativos que
otros. No se siente ya esa presión del gobierno como se sentía entonces.
Se puede decir lo que uno quiera. Carmen Aristegui hace un periodismo
radiofónico y por televisión muy agresivo. Es un panorama muy distinto.
Yo siento que el gran salto de la democracia en el ámbito
periodístico es que puedas decir lo que quieres. Hoy los periodistas se
sienten libres de la empresa coligada con el gobierno, se puede hacer lo
que se quiera y si no se hace es porque no conviene económicamente.
Pero
Proceso, que hace esto, tiene un tiraje mucho mayor que
los diarios, tiramos 100 mil ejemplares. Aunque ahora con los demás
medios va cambiando la esfera, pero lo que sobrevive del periodismo
escrito no tiene comparación con las revistas que no sean las revistas
frívolas.
Excélsior fue pieza clave en este proceso de democratización del país gracias a la personalidad de Scherer.
La Jornada hace un periodismo que surge de esa mentalidad.
Como reacción directa al golpe a Excélsior
surgen el unomásuno
y Proceso
, poco después Paz funda Vuelta
y después se crea nexos
. ¿Diría que esta proliferación de nuevos medios es parte de un mismo proceso?
VL: Es parte de un mismo proceso de democratización
del periodismo. Algunas publicaciones empiezan a ser agresivas en el
sentido de la información y otras se retraen más por las mentalidades de
los grupos periodísticos, pero no por la falta de libertad, por la
cooptación, por la corrupción y todo eso.
Pero, ¿qué cambió para que de pronto, no sólo ustedes que eran el resultado directo del “golpe a Excelsior
”, sino otros grupos vieran la posibilidad de hacer este tipo de periodismo?
VL: Eran grupos que estaban en la cultura. El
enfoque hacia la cultura siguió siendo políticamente semejante a la
época anterior. La cultura siempre es liberadora, pero para los temas
culturales no había mucha presión porque el PRI siempre miró con buenos
ojos a los intelectuales. No necesariamente porque le conviniera, sino
porque pensaban que la cultura no hacía daño políticamente.
nexos nació como una publicación más de izquierda, más
preocupada por los temas sociales. Era una revista menos enfocada a lo
cultural o a las artes en específico. Pero
Plural y después
Vuelta siempre estuvieron dedicadas más bien al fenómeno de la cultura de la creación.
¿Por qué no se quedó Paz con ustedes? ¿Por qué no seguir haciendo lo que hacía en Plural
dentro de Proceso
?
VL: Porque no teníamos nada.
Vuelta nace en 1976 en forma independiente pero se solidariza con nosotros. Nosotros no teníamos medios, apenas podíamos hacer
Proceso. Era una revista que siempre fue muy fea en su aspecto, no tenía la imagen que tiene ahora. Cuando empezaba
Proceso
no teníamos ni dónde estar. José Pagés fue el que nos acogió, había
hecho un edificio cerca de avenida Chapultepec, y ahí nos recibió. Así
como acogió a Benítez con su grupo, nos acogió a nosotros, y le
estuvimos muy agradecidos.
¿Eventualmente se fueron sumando colaboradores o cómo fue el proceso de consolidación?
VL: En el tema de los colaboradores había una diferencia que me gustaría señalar entre
Excélsior y
Proceso.
En el periódico de Julio Scherer la parte de los colaboradores líderes
de opinión, es decir, las páginas editoriales, eran las más agresivas
porque se difundía un pensamiento muy liberador. Estaban Daniel Cosío
Villegas, Gastón García Cantú y muchos escritores que hacían de las
páginas editoriales la parte más punzante para el gobierno. Claro que
también había reportajes y noticias más abiertas, pero la página
punzante de
Excélsior que molestaba a la oficialidad era la de los pensadores.
Cuando nos pasamos a
Proceso, el periodismo de pensamiento
de los líderes de opinión no era tan importante. Lo más importante eran
los reportajes. En ese entonces había un señalamiento muy claro en el
hecho de que una cosa era la información y otra cosa era la opinión.
Julio, por ejemplo, nunca escribió un artículo de opinión, nunca, nunca,
y era algo que compartíamos muchos de nosotros. Con el tiempo, lo que
ha pasado después de la democracia es que se mezclan. Los periodistas,
los reporteros, a la vez se convierten en líderes de opinión. Yo sigo
creyendo que el verdadero periodista es el que informa, el que
investiga. El que opina no es propiamente periodista, escribe en los
periódicos, pero no es periodista. Hay periódicos como el
Reforma
cuyo fuerte no es la información sino sus líderes de opinión. Pero esa
mezcla a mí me sorprende. Los líderes de opinión e informadores se han
mezclado, será por los tiempos, pero yo estoy un poco en contra de eso.
Yo pienso que la información es lo que hace al periodismo y no la
opinión.
¿Por qué si la parte más crítica había sido la de opinión en el Excélsior
, en Proceso
esto cambia?
VL: En Proceso se abrió a la información con mucha
fuerza. Sí siguieron escribiendo opinión en los primeros números, hay
miles de articulistas. García Cantú ya había muerto, pero Cosío Villegas
y el resto opinaban. Sin embargo, lo fuerte fue la información. Esto
fue producto de una decisión editorial. Pensamos que había que revelar
lo oculto, y eso no se revela con el pensamiento sino que se revela con
los hechos. Fuimos dando más importancia a los hechos que a la opinión,
hoy se mezcla eso. En periodistas como Carmen Aristegui es muy clara la
difusión de pensamiento.
Yo creo hoy no se hace tanto periodismo de investigación porque el
diarismo no da mucho pie. Se trata de cubrir lo que está sucediendo cada
día, y el reportaje y la crónica, que son la base de una revista,
tienen mucha más libertad para eso. Implica más tiempo hacer un
reportaje. En ese sentido, a
Proceso le convino ser un semanario.
¿Quién hacía los reportajes en Proceso
? ¿Incorporaron a gente nueva o eran los mismos que en Excélsior
?
VL: No. Fue el mismo grupo. Los reporteros de
Excélsior que se salieron y se quedaron con nosotros o se fueron a
unomásuno
eran el cuerpo. Nosotros no nos llevamos a la gente, ellos se fueron
incorporando. Nos costaba mucho trabajo sostenerlo porque no teníamos
dinero.
En su primer número Proceso
decía que era una
publicación “surgida al calor de la lucha por la libertad de expresión,
este semanario no hace la contradicción entre el afán de someter a los
escritores públicos y la decisión de éstos de ejercer su dignidad”.
Retrospectivamente, ¿cree que esto se logró?
VL: Sí, creo que sí se logró. Ahora se tilda mucho a
Proceso de amarillista, pero la que es amarillista es la sociedad.
Es un rasgo característico de las publicaciones en las que usted
participó que tuvieran un tono crítico. ¿Cree que su obra literaria
tenga este mismo componente?
VL: Yo no tenía ninguna una mentalidad periodística
propiamente dicha, yo insisto mucho en eso. A mí me gustaba escribir
novelas que no tenían mucho contenido. En mis novelas, y sobre todo en
mi teatro, soy un escritor de poca imaginación. Me cuesta mucho trabajo
imaginar, entonces ahí el periodismo me ha ayudado mucho siempre.
Hice un libro como
Los periodistas sobre lo que yo pensaba
en un tiempo: describir el ambiente de la redacción de un periódico.
Quería reflejar ese ambiente, del reportero, de los periodistas, del
trajín de un periódico e imaginar con éste una historia. El ambiente del
periodismo que había vivido intensamente era digno de una novela.
Entonces vino el “golpe a
Excélsior”. Cualquier cosa que yo podría haber imaginado era mucho menos dramática y menos literaria y narrativa que “el golpe”.
Después hice un largo reportaje sobre un crimen que me parecía que
reflejaba muchos aspectos de la sociedad política empresarial, la
historia de un chico y sus abuelos.
Asesinato se llama la
novela en la traté de desmenuzar eso muy periodísticamente. El
periodismo me jaló mucho, me dio temas para escribir literatura. Como
novelista y narrador, le debo al periodismo mucho —a la realidad—, para
tener material para escribir. No se me ocurren buenas historias
novelísticas, por eso casi siempre están muy apegadas a la realidad.
Entonces, usted no escribía queriendo incidir en la realidad, era
más bien la realidad que incidía en usted y en su proceso creativo.
VL: Exacto.
¿Cree que en el teatro y las novelas puede ser uno también crítico?
VL: La primera obra de teatro que escribí era sobre
un conflicto que reflejaba un gran escándalo en la Iglesia. A finales de
los sesenta también se producía un cambio democrático en la Iglesia,
una impugnación después del Concilio Vaticano II. La Iglesia también
sufrió ese intento de transformación, por lo menos aquí en México.
En los sesenta un monasterio de monjes se abre al psicoanálisis. El
prior de ese monasterio cuenta que entra gente al monasterio que está
muy dañada psicológicamente: vienen huyendo de la mujer y otras cosas, y
la Iglesia les da un espacio para que no tengan problemas y se
refugien. Ese monje se llamaba Lemercier y empieza a psicoanalizar a sus
monjes —entonces el psicoanálisis estaba prohibido en la Iglesia y
viene un escándalo brutal—. Este hombre decide romper y sale de la
Iglesia con su grupo de monjes, aunque luego le fue muy mal. Yo hago con
eso una obra de teatro llamada
Pueblo rechazado. Era la
primera obra que escribía yo sobre ese tema y tiene un éxito que nunca
volví a tener en el teatro, reflejaba esa ansia de libertad dentro de
las mentalidades social y religiosa.
Ahí me inicio en el teatro en donde hice una larga carrera junto con
la literaria, o al margen de la literaria. Me reconocen a veces más como
dramaturgo que como novelista. En esa larga carrera me uní al director
Luis de Tavira. Después hice una obra de teatro sobre Morelos en la que
me enfrenté de pronto con la censura brutal porque era en tiempos de
Miguel de la Madrid, eso ya en los ochenta. Había descubierto unos
documentos del final de la historia de Morelos, en los que Morelos se
retracta de todo lo hecho. Entonces yo escribo una obra sobre eso y se
me vienen encima un montón. A los que hacíamos la obra de teatro nos
cierran el teatro en la universidad y hay un escándalo porque montamos
la obra en la universidad que era independiente, y nos la habían
cerrado. Las autoridades universitarias se plegaron a la presión de
Miguel de la Madrid, nos cierran el teatro. En fin, después ya se monta
la obra, y finalmente no pasa nada.
En el teatro fue donde viví muy particularmente un ambiente censor,
porque todas mis obras eran censuradas. No me dejaban poner esta obra ni
tampoco
Pueblo rechazado. Después colaboré con Oscar Lewis para hacer
Los hijos de Sánchez
que había sido un libro muy importante en ese tiempo del que yo hice
una adaptación que Lewis me pidió que hiciera. En lo que la estaba
haciendo, él se murió, a finales de 1970, y pues ya no se pudo montar
como él lo había calculado. Me encuentro con la censura también
fortísima. Como libro,
Los hijos de Sánchez había sido ampliamente censurado, ya había pasado mucho tiempo pero no me dejaban poner la obra. Luego hice una adaptación de
Los albañiles
al teatro y ahí me censuraban las malas palabras. Después una obra
sobre el asesinato de Obregón, porque tenía los documentos de lo que
había sido el juicio a León Toral y tampoco me permiten poner la obra.
Siempre tuve problemas con la censura, hizo el puntaje de mis obras de
teatro.
Pues era casi hacer periodismo…
VL: Era casi hacer periodismo, porque los temas
periodísticos se me imponían. Cuando yo descubro la versión taquigráfica
de lo que había sido ese juicio contra León Toral digo: “Aquí hay una
obra de teatro”. Entonces trato de montar esa obra de teatro, que me
parecía muy natural. Era nada más reproducir lo que había pasado en ese
juicio, pero entonces todavía había los rescoldos de obregonistas que
presionaban y presionaban, y batallamos muchísimo para meter esa obra.
Decíamos: “Están prohibiendo esa obra que no habla mal del gobierno”,
pero es que no querían revivir hechos conflictivos. Eso era en tiempos
de Echeverría.
En el teatro no se podían decir malas palabras, los albañiles no
podían decir “chingado”. Era ridículo: no se podían decir groserías en
el teatro, en la televisión, en la prensa, en el cine. Era otro clima,
que se va rompiendo en los años setenta.
Si le preguntáramos ¿quién es Vicente Leñero?, ¿qué nos diría?
VL: Lo que yo descubrí fue que el escritor —eso lo
descubrí en contraste con el trabajo de la ingeniería— tiene la misión
escribir en todos los géneros, escribir todo lo que se pueda escribir en
palabras. Yo lo descubrí diciendo: “bueno yo voy a escribir
radionovelas”, eran espantosas, pero entonces yo quería adquirir el
lenguaje. Me parecía más honesto para conmigo mismo trabajar
escribiendo, aunque fuera así, que trabajar en ingeniería haciendo otro
tipo de cosas que no fueran lo mío. Entonces aprendí a escribir radio,
televisión, cine, teatro. La palabra escrita fue la guía de todos mis
trabajos. He sido guionista de cine y dramaturgo porque en las palabras
es en donde me siento mejor, más cómodo.
Sin duda usted ha incidido en la realidad nacional. Aun así,
tenemos la impresión de que dirá que “no”: ¿se ve a sí mismo como
intelectual?
VL: No. El concepto de intelectual es un concepto más de ideología.
Está orientado a pensar en analizar a la realidad, y yo pienso que soy
creador, un creador de literatura que está más orientado a manifestar
los acontecimientos que a juzgarlos. Esto puede incidir un poco en la
realidad, pero no la analiza. Yo estoy más bien en mostrarla y me sigue
machacando esa idea, y por eso a veces soy muy crítico con
Proceso
—ya que sigo perteneciendo a la estructura de la empresa, digamos. No
me gusta que se mezclen los juicios y los análisis con la información.
Me gusta presentar crudamente los hechos, la realidad. Eso es lo que me
preocupa, para verla y mostrarla, pero no para analizarla, yo no hago
análisis de nada. Sólo indirectamente. Cuando se escribe relatando la
realidad, se mezcla ahí el punto de vista. La ideología es inevitable.
Mis diferentes facetas definitivamente se integran. No es que yo me
dedique a muchas cosas sino que voy guiado por la escritura, por la
palabra. Me gusta cómo la palabra se amolda y tiene diferentes
exigencias. Escribir para cine es muy diferente que escribir para
teatro, y escribir para televisión es muy diferente a los otros dos. Ahí
se acomoda la palabra.
Usted, ¿a qué generación diría que pertenece?
VL: Pertenezco a la generación de los años treinta, a
los nacidos en los años treinta. Formamos una generación y yo me siento
perteneciente a ésa. Los de mi edad se me mueren, empiezan a morirse,
todos los de mi generación. Pertenezco a esa generación, pero fui poco
amigo de ellos. Yo viví en un tiempo aparte de ellos.
Teníamos la misma mentalidad, el mismo amor a la literatura, el mismo
amor a nuestro tiempo. Yo todavía sigo escribiendo, no uso celular y
sigo escribiendo en una máquina mecánica. Es toda una mentalidad. Por
ejemplo, veo cómo se hace cine ahora, yo escribí muchos guiones de cine,
kilos de guiones de cine, hoy se escribe y hace cine de otra forma. Por
eso me anclo en mi generación.
Me apabullan las nuevas técnicas, me apabulla internet. Es un mundo para mí aparte. En alguna ocasión después de escribir
La vida que se va,
me dijeron: “bueno dame el diskette”, y pregunté “¿cuál diskette? yo no
tengo más que palabras escritas a máquina”. Yo escribo a máquina
mecánica y a mano. Tuve que hacerme de esos medios para contestar un
email, yo no tengo email, entonces una de mis hijas que vive cerca es
como mi secretaria. Ella me pasa todo, me contesta mis mails. Por eso
siento pertenecer muy duramente a otra generación.
¿Creería que las generaciones trascienden al tiempo? ¿Se mantienen pese a todo lo que pasa?
VL: Sí. Yo pienso que sí. A José Emilio que escribía para
Proceso
su “Inventario”, de pronto estaba en Mérida o estaba en Estados Unidos y
necesitó aprender en una computadora. Le mandamos una persona para que
aprendiera a escribir en computadora. Yo soy muy feliz así, escribiendo a
máquina y escribiendo a mano, haciendo mi trabajo como lo hacía antes.
Por eso me siento pertenecer a esa generación, porque las técnicas que
hay me parecen apabullantes. Cuando mis años de reportero —aunque nunca
fui muy reportero— iba con una libreta en mano, entonces uno no copiaba
fielmente lo que se decía sino el sentido de lo que se decía. Cuando fui
a entrevistar a Marcos, tenía dos grabadoras para defenderme. Llevaba
una grabadora que se paraba cuando la gente dejaba de hablar, y yo no
sabía eso. Cuando yo estaba haciendo la entrevista y veía que se paraba
la grabadora, pensé: “ya se descompuso esta pinche grabadora, pero tengo
la otra”. Iba junto con un reportero de
The New York Times,
que me dijo: “tú no te apures, yo tengo esta grabadora maravillosa de
Nueva York. Cualquier cosa que te falte yo te paso mi grabación”. Cuando
terminamos y pasé las notas al texto, el reportero de Nueva York me
llama por teléfono y me dice: “oye, mi pinche grabadora no funcionó,
pásame tus grabaciones”.
Hay un cambio fenomenal en la forma de hacer periodismo. Julio
Scherer me contaba sus experiencias como reportero, a pura memoria y
notas que se tomaban. Me contó que cuando triunfó la Revolución cubana
fueron todos los reporteros a acosar a Fidel Castro, dice: “llego yo y
todos quieren entrevistar a Fidel Castro y resulta que se mete a tomar
un café o a la cocina del Hotel Nacional. Estaba ahí la bola de
reporteros persiguiendo a Fidel Castro y Fidel Castro huyendo de los
paparazzi.
Y va a la cocina y ahí se encuentra Julio Scherer con él y es el único
que le hace la entrevista grande. Era un reportero impresionante, que no
usaba grabadora. Claro, había un acuerdo tácito en que el entrevistado
no te reclamaba “esto no te lo dije”. Tenía sentido. No había demandas. Y
ahora te graban.