Agosto/2014
Nexos
Roberto Breña
A Gabriela, Javier y Matilde
“Joseph Conrad no sermonea, pero, al leer sus historias, se
entiende y se siente qué significa vivir con lealtad o con mentiras, con
coraje o con miedo, con el buen combate o con la deserción.”
—Claudio Magris, en
Alfabetos, ensayos de literatura.
A pesar de ser el mejor novelista inglés de fines del siglo XIX y
principios del XX, Joseph Conrad (1857-1924) es, hasta donde alcanzo a
ver, un autor poco leído en la actualidad.
Esto
a pesar de que en la historia de la literatura los tres lustros que
corren entre 1897 y 1912 son difícilmente igualables en términos de
calidad si de lo que hablamos es de la producción de un solo autor.
Empezando con su novela El negro del Narciso (The Nigger of the Narcissus), esta lista incluye
El corazón de las tinieblas (
Heart of Darkness),
Juventud (
Youth),
Lord Jim,
Tifón (
Typhoon),
Nostromo,
El agente secreto (
The Secret Agent),
El confidente secreto (
The Secret Sharer),
Una crónica personal (
A Personal Record) y
Bajo la mirada de Occidente (
Under Western Eyes). He mezclado aquí novelas, novelas cortas (género conocido como
novella),
cuentos y relatos autobiográficos; en todo caso sorprende que un solo
autor haya escrito tal cantidad de obras de primer nivel en tan poco
tiempo (incluyendo cuatro obras maestras:
El corazón de las tinieblas,
Lord Jim,
Nostromo y
El agente secreto).
1
Ahora bien, esta es una mirada retrospectiva, pues durante buena parte
de su vida Conrad no gozó de la reputación literaria de la que goza en
nuestros días. En cuanto a “popularidad”, no fue sino hasta 1914, hace
justamente un siglo, que empezó a tener éxito comercial con su novela
Azar (
Chance).
Cabe aclarar que pese a esta falta de éxito en librerías, para cuando
se inicia la Primera Guerra Mundial los críticos ingleses tendían a
coincidir en que, entre sus contemporáneos, solamente la obra de Thomas
Hardy podía compararse con la de Conrad. A este respecto cabe mencionar
que a raíz de las feroces críticas que recibió por su novela
Jude el Obscuro,
publicada en 1895, Hardy decidió dejar de publicar ficción y dedicarse
por entero a la poesía. En otras palabras, el inicio de la carrera
literaria de Conrad, que comienza con la novela
La locura de Almayer (
Almayer’s Folly),
publicada también en 1895, coincide exactamente con el final de la
trayectoria del único novelista inglés que, por decirlo así, podía
hacerle sombra.
2
Comienzo con lo que podría considerarse casi una perogrullada: Conrad
es un autor que hay que leer con atención. Dicho de otro modo y para
evitar malentendidos: Conrad es un autor de historias que, en sus
palabras, siempre giran sobre un “pivote moral”. Este pivote le da su
sentido, su
tempo y su intensidad a las narraciones de Conrad.
Es por ello que debemos estar atentos a las sutiles claves y a los
tenues matices que lo conforman. Por supuesto, en buena lógica con lo
que acabo de decir, sólo al final de la lectura de cada una de sus obras
es que esas claves resultarán tales (en toda su extensión al menos). Lo
anterior aplica no sólo a los títulos mencionados al inicio de este
ensayo, sino también a muchas otras obras, que si pueden no impactar al
lector con la misma fuerza, seguramente dejarán alguna huella. Pienso,
por ejemplo, en novelas como
Azar o
Victoria (
Victory); en una
novella como
Con la soga al cuello (
The End of the Tether);
en un cuento largo como “El duelo” (“The Duel”); en cuentos como “Una
avanzada del progreso” (“An Outpost of Progress”), “Amy Foster”, “Falk”,
“El príncipe Román” (“Prince Roman”) o “El alma del guerrero” (“The
Warrior’s Soul”); en un texto autobiográfico de gran lirismo como
El espejo y el mar; en esa combinación de autobiografía y ficción que es
La línea de sombra (
The Shadow Line) y, por último, en los artículos dedicados al hundimiento del Titanic, incluidos en
Notas de vida y letras (
Notes on Life and Letters).
3
En todas las narraciones de Conrad se cumple eso que, según Morton
Dauwen Zabel, es la gran contribución conradiana a la literatura
moderna: “su imposición de los procesos y estructuras de la experiencia
moral (particularmente la experiencia del reconocimiento) en la forma de
la trama”.
4
Ahora bien, la modernidad literaria de Conrad se basa también en ese
aparentemente inofensivo artilugio del personaje que es, al mismo
tiempo, el segundo narrador, el cual proporciona un enorme juego
expositivo y permite una amplísima gama de opciones de escritura, tanto
formales como no formales. Su máximo representante de este recurso es
Charles Marlow, quien aparece no sólo en
El corazón de las tinieblas, sino en otras tres narraciones que forman parte de lo mejor de su obra: “Juventud”,
Lord Jim y, en menor medida,
Azar.
Creo que uno de los motivos por los cuales Conrad es un autor poco
leído es la extendida noción de que sus historias son historias del mar,
de barcos de vela para mayor exactitud (y para incrementar aún más la
distancia con respecto a nuestros días). Otro motivo sería su
conservadurismo, el cual, como veremos, tiene algunos vínculos con el
punto anterior. Por otra parte, aunque aquellos que hayan leído
El corazón de la tinieblas
puedan sorprenderse, desde hace algunas décadas a Conrad se le ha
tachado de ser un escritor imperialista (cargo al que se añade en
ocasiones el de misógino).
5 Por último, en parte como consecuencia de que
El corazón de las tinieblas
es el único título de Conrad que mucha gente conoce o ha leído, se le
considera con frecuencia un autor “pesimista”. ¿Qué decir respecto a
todas estas cuestiones?
En cuanto al mar, el propio Conrad lo dijo de muy diversas maneras:
él nunca se consideró a sí mismo un “escritor del mar”. El mar fue, casi
siempre, un trasfondo para poner de manifiesto lo que a él realmente le
interesaba y que en una carta denominó “el valor ideal de las cosas, de
los eventos y de las personas”. Y añade casi enseguida en esa misma
misiva: “…en realidad son los valores ideales de los hechos y los gestos
humanos los que se impusieron a mi actividad artística. Cualesquiera
dotes dramáticos y narrativos que yo pueda poseer, siempre los he
utilizado, instintivamente, con ese objetivo —alcanzar o poner de
manifiesto
les valeurs idéales”.
6
En otras palabras, para Conrad las impresiones estéticas que podía y
debía producir la lectura de un relato eran, sobre todo, impresiones que
se derivaban de una visión moral (no moralista) del hombre y su
circunstancia. Él nunca se consideró un autor de aventuras del mar; de
hecho, al final de su vida afirmó, entre molesto y cansado, que apenas
la décima parte de su obra era “
what may be called sea stuff”.
7
No se trata, por supuesto, de disminuir la importancia del mar en su
vida y en su obra, lo que no tendría sentido alguno, pero me parece que
el mar en sí significaba para él menos de lo que muchos han planteado.
Lo que le importaba sobre todo era el hombre “puesto a prueba”, el
hombre reconociéndose a sí mismo y reconociendo a sus semejantes. De
esto surge todo un mundo simbólico-valorativo cuyo principal eje de
rotación es la confrontación del hombre consigo mismo (con el mar, eso
sí, como un peculiarísimo trasfondo).
Conrad fue un marino durante 20 años de su vida, entre los 17 y los
37 años, y es evidente que este hecho lo marcó para el resto de su
existencia y le proporcionó un arsenal inagotable de escenarios,
situaciones y personajes. Otro gran escritor, el estadunidense Francis
Scott Fitzgerald, autor de
El gran Gatsby, vio esto con claridad: “Muchos autores, Conrad por ejemplo, se han visto beneficiados por haber crecido en un
métier
[oficio] que no tenía relación alguna con la literatura. Esto
proporciona un material abundante y, más importante, una actitud desde
la cual mirar al mundo. Gran parte de la escritura contemporánea sufre
de la ausencia de una actitud y de la absoluta carencia de todo
material, salvo el que se acumula en la vida puramente social. El mundo,
en términos generales, no vive en las playas y en los clubes de alta
sociedad”.
8
¿Por qué Conrad se sentía tan atraído por la vida del mar? Una vida
que sólo decidió abandonar definitivamente cuando se dio cuenta, con la
publicación de
El negro del Narciso en 1897, que la pasión
marinera había sido sustituida por la pasión literaria. De hecho, esta
novela es quizás el mayor tributo que Conrad rindió a los hombres del
mar. Éste le proporcionó muchas cosas que fueron fundamentales para él
durante toda su vida. Comienzo por la soledad y el silencio (esas
“inestimables ventajas” como escribió en el primer capítulo de
Azar),
pero también la posibilidad de la reflexión sin perturbaciones por
espacios prolongados de tiempo. Estas son ventajas que el hombre
contemporáneo difícilmente puede valorar (menos aún los jóvenes), pero
que, como el propio Conrad lo expresó de mil maneras distintas en su
obra de ficción, para él tuvieron un valor inconmensurable. Las razones
detrás de la enorme valía del silencio eran no sólo la reflexión y la
introspección que normalmente lo acompañaban, sino también que desde
niño Conrad había sido un lector voraz y el mar le permitió seguir
cultivando ese hábito.
9 No
olvidemos, por lo demás, que Conrad siempre vinculó estrechamente la
parquedad en las palabras con la sinceridad y que, como lo expresó en
“Freya, la de las Siete Islas”, ciertos silencios “son los únicos que
establecen, entre las criaturas dotadas de habla, una compenetración
perfecta”. Las palabras, escribió en
Bajo la mirada de Occidente,
son “las grandes enemigas de la realidad” (expresión que, proviniendo
de un escritor, no puede dejar de sorprendernos). En esta misma línea,
no es ninguna casualidad que varios de sus “héroes”, si es que podemos
hablar de tales en la obra de Conrad, sean notablemente parcos.
10
El mar, o más propiamente los barcos y más concretamente aún la
tripulación de cualquiera de ellos, también le dio a Conrad una
sensación de camaradería que ni su infancia ni su primera juventud le
habían proporcionado; una camaradería que, era, en cierto sentido, la
más fraternal de todas. Asimismo, el mar, los barcos y sus tripulaciones
significaron para Conrad un ideal de conducta que determinaba (o debía
determinar) la actividad más importante del hombre: su trabajo. (“El
hombre es un trabajador. Si no es eso, no es nada”).
11
Para Conrad el trabajo significaba también la conciencia de un destino
común, la fidelidad a una práctica realizada correctamente, el sentido
de una conducta que él denominó “honor” en repetidas ocasiones, la
dignidad personal (en la medida en que estaba ligada a la dignidad del
trabajo que cada quien desempeña) y, por último, el cumplimiento de una
vocación. Por ella tuvo que luchar contra viento y marea, pues una
carrera en la marina mercante no era lo que se esperaba de un noble
polaco cuya familia se había distinguido por su valiente, y finalmente
trágica, oposición al autoritarismo ruso.
En relación con el amor de Conrad por los barcos conviene no perder
de vista que para él los barcos son, básicamente, sus tripulaciones. En
El negro del Narciso
uno de sus protagonistas, Singleton, afirma: “Los barcos son eso, los
hombres que van en ellos”. Hombres unidos por la “fraternidad del mar”
(expresión que utilizó más de una vez); quizás la mayor de las
fraternidades si pensamos que la vida de todos y cada uno de los
miembros de una tripulación depende de que los demás hagan su trabajo
como es debido. Justamente porque el mar es altivo, caprichoso y en
última instancia todopoderoso es que los hombres de toda tripulación
tienen que ser fraternales, es decir, fieles a sí mismos y a los demás.
En suma, los barcos y sus tripulaciones representan y encapsulan la vida
misma: “
The ship, this ship, our ship, the ship we serve, is the moral symbol of our life”.
12
Conrad siempre contrapuso la vida en el mar con la vida en tierra;
siempre en detrimento de la vida terrestre. Desde su punto de vista,
ésta carecía de reglas, de exigencias y de autoexigencias, además de
revelar con frecuencia un carácter fatuo; la novela
Azar, por cierto, está llena de referencias y alusiones a esta contraposición.
En el prefacio que redactó en 1919 para
Una crónica personal,
un breve escrito autobiográfico que no tiene desperdicio para conocer
algunas de las directrices vitales de Conrad, éste escribe: “Los que me
leen conocen mi convicción de que el mundo, el mundo temporal, se basa
en unas pocas ideas muy simples, tan simples que deben ser tan viejas
como las montañas. Sobre todo se basa, entre otras, en la idea de
Fidelidad”.
13
En este sentido no hay solución de continuidad entre la vida marinera
de Conrad y su vida literaria. La marina mercante británica (“mi único
hogar por una larga sucesión de años”) se transformó a partir de 1896 en
los distintos hogares que él, su esposa Jessie y más adelante sus dos
hijos (Boris y John) ocuparon en la campiña inglesa durante los casi 30
años que vivieron juntos; es decir, hasta la muerte de Conrad en 1924.
En sus propias palabras: “Me atrevo a decir que ahora estoy obligado,
inconscientemente obligado, a escribir volumen tras volumen, como en el
pasado estuve obligado a ir de viaje marítimo en viaje marítimo”.
14 Para Conrad, el entrenamiento marino que recibió en los barcos ingleses lo preparó para el buen servicio (
good service)
en alta mar; ese servicio serio, constante y dedicado que garantizaba
que cualquier barco mantuviera el curso correcto y llegara con bien a su
destino. Del mismo modo, mantuvo hasta el final de sus días una cierta
idea de lo que era el “buen servicio” en la literatura.
Para él, toda obra que aspirara a la condición de arte, debía llevar su justificación en cada línea. En el célebre prefacio de
El negro del Narciso,
Conrad afirma que el escritor habla a la capacidad humana de deleite y
asombro, al sentido de misterio que rodea toda vida humana, a nuestro
sentido de la piedad, de la belleza y del dolor. Y, en relación con algo
ya señalado, el artista habla también —desde la perspectiva de Conrad—
al sentimiento latente de fraternidad con toda la creación, a la sutil
pero invencible convicción de solidaridad que entrelaza (
knits together)
la soledad de incontables corazones, a una solidaridad en sueños,
alegrías, penas, aspiraciones, ilusiones, esperanzas y miedos, “que une a
los hombres unos con otros, que reúne a toda la humanidad —los muertos
con los vivos y los vivos con los que no han nacido”.
15
Para Conrad no existe un solo rincón en este mundo que no merezca,
cuando menos, una mirada fugaz de asombro y piedad. De aquí, en parte al
menos, lo que él pretende hacer con su prosa: “Mi tarea, la que trato
de lograr mediante el poder de la letra escrita, es hacer que ustedes
puedan oír, que puedan sentir —es, antes que todo, que puedan
ver. Esto —no otra cosa, y esto lo es todo”.
16
Este esfuerzo, sin embargo, fue mucho más demandante y cuesta arriba
de lo que algunos podrían inferir. Me refiero así a una cuestión que no
puede pasar inadvertida en cualquier intento por proporcionar una visión
panorámica de la vida y obra de Conrad: el enorme sacrificio que
representó la redacción de su obra. Ese objetivo que se planteó al
escribir, “crear almas y develar corazones humanos”, tal como lo refiere
en la carta a Edward Noble incluida en este dosier, fue un camino que
estuvo lleno de penalidades y de no pocos obstáculos. No olvidemos, por
lo demás, que el inglés era la tercera lengua de Conrad, con la que tuvo
contacto hasta que tuvo 20 años; aunque no hay que exagerar esta
cuestión, pues como lo revela la correspondencia con Joseph de Smet y a
Hugh Walpole (también incluida en este dosier), él sintió respecto a la
lengua inglesa lo que podríamos denominar una afinidad electiva. En todo
caso, desde su primera novela (
La locura de Almayer), hasta la redacción de su última novela (
Suspenso), que no terminó y publicada póstumamente en 1925, Conrad
sufrió
emocional y físicamente la redacción de buena parte de sus escritos,
hasta niveles hoy difícilmente concebibles. A este respecto conviene
señalar que desde su paso por África en 1890 hasta su muerte, sufrió
severos ataques de gota, que le impedían hacer nada que no fuera estar
postrado en cama durante semanas, en ocasiones meses, y que se
agudizaban cuando estaba inmerso en la redacción de alguna novela. A
este respecto, es casi imposible dar una idea cabal de lo que el proceso
creativo significó para Conrad y de su carácter agónico sin haber leído
su correspondencia. Desafortunadamente, ésta no ha sido traducida al
español. En todo caso, el proceso mencionado estuvo tan lleno de
adversidades que un crítico literario ha planteado que ningún otro
novelista vivió condiciones tan duras para lograr transmitir su arte.
17
En cuanto al conservadurismo de Conrad, cabe plantear que era una
postura política “esperable” de un aristócrata polaco que había perdido a
sus progenitores a corta edad por motivos políticos revolucionarios y
que, más adelante, la jerarquización y el orden que tienen que
prevalecer en todo barco concordaron, por decirlo así, con su
sensibilidad. Desde muy temprano en su vida consideró a Inglaterra un
bastión que resistía los embates del “revolucionarismo” continental y un
dique frente a una “fraternidad política” que le parecía pura
propaganda, que desde su punto de vista no solucionaría ningún mal y
que, encima, debilitaba el sentimiento nacional. Por lo demás, siempre
desconfió profundamente de todo intento radical de transformación
política o social, pues la redención del hombre por la vía sociopolítica
le parecía un sinsentido. De aquí su escepticismo respecto a casi todos
los “ismos” políticos de su tiempo; empezando con el anarquismo, pero
incluyendo al socialismo, al comunismo y al liberalismo. En términos de
ficción, el primero fue objeto de dos grandes novelas (
El agente secreto y
Bajo la mirada de Occidente)
y de dos cuentos que son interesantes en más de un sentido (“El
informante” y “El anarquista”). En las cuatro obras es perceptible una
actitud llena de recelo por parte de Conrad respecto a cualquier intento
por transformar drásticamente la realidad social y política, en gran
medida por la manipulación de los seres humanos que, para él, estos
intentos conllevaban indefectiblemente.
Conrad era muy crítico de lo que consideraba otra ingenuidad: la que
depositaba el liberalismo en la libertad individual. Como buen
conservador, se sintió siempre atraído por lazos comunitarios y por la
reciprocidad que, desde su punto de vista, garantizaban la vida
civilizada y la decencia (
decency) que debía acompañarla. Sin
embargo, quizás su mayor crítica al liberalismo surgía de la sociedad
mercantilista e industrial que el liberalismo prohijaba y del tipo de
valores que fomentaba; sobre este tema me parecen elocuentes los
artículos que escribió con motivo del hundimiento del
Titanic o diversos pasajes de novelas como
Nostromo,
El agente secreto,
Bajo la mirada de Occidente y
Azar, en donde la sociedad occidental sale, por decirlo benévolamente, mal parada (un aspecto que se pierde de vista en el caso de
Bajo la mirada de Occidente
porque se considera que el blanco de las críticas de Conrad era Rusia
exclusivamente). Se puede decir que sus nociones, tan británicas por
cierto, sobre una cierta solidaridad social, sobre el honor y la
decencia representan una época que vivía sus últimos momentos al inicio
del siglo XX y que la Gran Guerra haría saltar en pedazos, dando paso a
una serie de actitudes y de conductas sociales que a él le parecían una
combinación de egoísmo, afectación y fatuidad.
18
En las críticas al “imperialismo” de Conrad, el ahistoricismo de las mismas me parece evidente. No debe olvidarse que
El corazón de las tinieblas fue redactado en el siglo XIX (aunque fueran sus postrimerías); ¿puede entonces ser considerado un escrito “imperialista”?
19
A mí ese relato me sigue pareciendo una de las más devastadoras
denuncias jamás escritas en contra del imperialismo europeo; amén de ser
una de las cumbres de la literatura universal. Ahora bien, el presente
ensayo, además de haber sido concebido como una invitación y un acicate
para que los lectores se acerquen a Conrad, es también un intento para
que
El corazón de las tinieblas deje de ser utilizada como una
especie de llave maestra para acceder a la monumental obra de este
autor. Esto tiene que ver no solamente con el hecho, ya señalado, de que
El corazón de las tinieblas representa una ínfima parte de su
obra, sino también con que el sambenito de “pesimista” que se le cuelga a
menudo a Conrad se desprende en buena medida de la naturaleza de este
relato.
20
Antes de leer uno solo de sus escritos, yo había leído y escuchado en
más de una ocasión que Conrad era un autor “pesimista”. En general,
este término siempre me ha resultado descriptivamente torpe, no sólo
porque a menudo no sé bien a bien lo que la persona que lo emplea quiere
decir, sino también porque aplicado a otros autores que conocía bien
antes de leer a Conrad (Miguel de Unamuno y Albert Camus) siempre me
pareció un adjetivo fuera de lugar. En el caso específico de Conrad,
creo que su incontrovertible pesimismo cósmico, así como su pesimismo
respecto a cualquier intento de transformación radical del ser humano,
son indiscutibles. Todo este pesimismo, sin embargo, no tiene, en mi
opinión, un equivalente con el pesimismo entendido de un modo más “real”
o, si se quiere, más vital, más cotidiano: como la propensión del ser
humano a ver y juzgar, aquí y ahora, a sus semejantes y a las cosas en
su aspecto más desfavorable, más negativo.
No se trata, pues, de negar el pesimismo de Conrad (intento vano
donde los haya), pero conviene complementarlo y atemperarlo con no pocas
manifestaciones, tanto en sus escritos de ficción como de no ficción, a
las cuales, no se ha prestado suficiente atención. Entre los primeros,
pienso en historias como
Tifón, “El confidente secreto”, “Falk”, “El duelo” o incluso
Azar. En relatos que distan de los anteriores en cuanto a no tener un desenlace relativamente feliz, como es el caso de
Con la soga al cuello, con frecuencia Conrad pone en boca de sus personajes (en este caso Henry Whalley, otro héroe conradiano, protagonista de esta
novella)
expresiones que él seguramente compartía y que casan mal con su traído y
llevado “pesimismo”: “El capitán Whalley creía que en todo hombre había
una disposición para el bien, aun cuando el mundo no fuera, en su
totalidad, un lugar demasiado feliz. Tenía menos confianza en la
sabiduría de los hombres que en su inclinación a la bondad”.
21 Las manifestaciones antedichas se pueden encontrar con relativa facilidad en narraciones autobiográficas como “Juventud” o
La línea de sombra (la obra maestra de los últimos años de la vida de Conrad); lo mismo puedo decir de
Una crónica personal.
En cuanto a sus ensayos, en donde cabría esperar que ese pesimismo se
hiciera más evidente, la serie de artículos dedicados al hundimiento del
Titanic me parecen reveladores. Es ahí donde, por ejemplo,
Conrad escribe: “Sí, los materiales pueden fallarnos, y los hombres
pueden, también, fallarnos a veces; pero ocurre con mayor frecuencia que
los hombres cuando se les da la oportunidad, pueden probarse a sí
mismos más seguros que el acero, ese acero delgado y maravilloso del
cual están hechos los costados y mamparas de nuestros modernos
leviatanes marinos”. O, un poco más adelante, deja caer oraciones como
estas: “En casos extremos, incluso en el peor de los casos, la mayor
parte de la gente, incluyendo a la gente común, se comportará
decentemente. Éste es un hecho que al parecer sólo ignoran los
periodistas”.
22
Insisto: Conrad no era ningún “optimista”; nunca lo fue. Sin embargo,
me parece que la persistencia de algunos en presentarlo como un autor
eminentemente pesimista puede hacernos perder de vista nociones como la
fidelidad, la solidaridad y la dignidad, que son cruciales para entender
su obra y que, con variaciones en el tono y la intensidad, recorren
casi todos sus escritos.
23
La persistencia mencionada tiende a pasar de largo sobre ese afán, tan
conradiano, de estar siempre a la altura “de esa noción ideal de la
propia personalidad que cada cual se atribuye secretamente a sí mismo”,
tal como lo expresa el capitán-narrador al inicio de “El confidente
secreto”, que, dicho sea de paso, quizás sea el mejor cuento corto de
Conrad. Creo también que darle un peso excesivo a su pesimismo, como
hacen legos y expertos por igual, pone entre paréntesis algunos de los
elementos esenciales de la trama de sus mejores historias, así como la
sutileza y complejidad de la urdimbre moral que caracteriza sus mejores
escritos. Más aún, me parece que dicha persistencia traiciona, en mayor o
menor medida, algo que constituye, desde mi punto de vista, un aspecto
fundamental del legado vital y literario de Joseph Conrad: su exigente,
complejo y profundo amor por la vida.
A mediados de 1920, cuando contaba con 63 años, Conrad recibió un telegrama en el que se le preguntaba si su último libro (
El Rescate, también traducido al castellano como
Salvamento)
tenía algún mensaje para los jóvenes. A Conrad le pareció una pregunta
muy tonta, especialmente porque se le planteaba “a un hombre como yo que
jamás ha ondeado ningún tipo de ‘mensaje’ al resto del mundo”.
Evidentemente molesto, Conrad escribió en una carta a su amigo Hugh Dent
que estuvo tentado a responder que todo dependía de si el joven en
cuestión era un tarugo o no, pero que finalmente decidió enviar una
respuesta mucho más amable: “en un trabajo exclusivamente artístico, en
su objetivo de apelar a emociones, debe de haber algo para todos
aquellos, jóvenes o viejos, que sean de algún modo susceptibles a las
impresiones estéticas”.
24
Puede ser que los lectores de Conrad no sean tan escasos como he
sugerido en este ensayo; imposible saberlo. En cualquier caso, creo que,
más allá de su conservadurismo político, algunos temas conradianos
siguen siendo de una notable actualidad. Pienso, por supuesto, en lo que
nos dice o sugiere sobre el imperialismo y la supuesta superioridad de
Occidente un relato tan polifacético como
El corazón de las tinieblas, pero pienso también en lo que
Nostromo nos transmite sobre el “progreso” y sobre la corrupción de los ideales (individuales y políticos), en lo que
El agente secreto nos plantea sobre el terrorismo y especialmente sobre las “lógicas” que lo subyacen y, para no extenderme más, en lo que
Bajo la mirada de Occidente
nos dice acerca del abuso de la palabra, la limitada capacidad de los
occidentales para entender a los “otros” (los rusos en este caso) y los
peligros deshumanizadores de toda utopía social. Creo, en suma, que
Conrad y su vena introspectiva nos interpelan de diversas maneras en
estos tiempos de globalización y de hipercomunicación. Más importante
aún, sin embargo, es que, mediante una serie de artificios narrativos
(muy avanzados para su época), de una prosa inconfundible y de
personajes tan cautivadores como Lord Jim, Joseph Conrad es capaz de
apelar a nuestras debilidades, a nuestros ideales y a nuestras
incertidumbres de un modo particularmente original y, en mi opinión,
tremendamente profundo.
1
En las letras inglesas creo que el único caso comparable son las
novelas que Dickens escribió durante los 12 años que van de 1849 a 1861;
entre ellas,
David Copperfield,
Tiempos difíciles,
Un cuento de dos ciudades y
Grandes esperanzas.
2 Además de
Jude, basta haber leído
Lejos del mundanal ruido y
Tess de los D’Uberville
para darse una idea de lo que perdía la literatura con la decisión que
tomó su autor en 1895. Hardy, que había nacido en 1840, moriría hasta
1928. Para entonces Virginia Woolf y James Joyce habían transformado
radicalmente el paisaje de la novelística británica.
3
Estos artículos fueron reunidos y traducidos por Pablo Soler Frost en
una edición que, desafortunadamente, ya es difícil conseguir:
Acerca de la pérdida del Titanic, Libros del Umbral, México, 1998. Este libro es una selección de artículos extraídos de
Notes on Life and Letters; hay versión en español:
Notas de vida y letras, Ediciones Parsifal, Barcelona, 1996 (traducción de Carlos Sánchez-Rodrigo).
4 Morton Dauwen Zabel (ed.),
The Portable Conrad,
Penguin Books, Nueva York, 1976, p. 26. Permítanme los lectores un
detalle autobiográfico que es al mismo tiempo un agradecimiento (pues la
introducción de Dauwen Zabel es muy buena): esta antología de Conrad
fue un regalo que Jerónimo Pastor y otros alumnos del CIDE me hicieron
hace tiempo (en 2001 para ser exactos), al finalizar un curso en el que
habíamos leído
El corazón de las tinieblas. Me gustaría pensar que algún interés por Conrad y por su obra logré sembrar en algunos de ellos.
5 Con Conrad sucede algo similar a lo que acontece con Albert Camus y las 150 páginas de
El extranjero.
En este caso, aunque las obras completas del primero cuentan con más de
nueve mil 800 páginas, en la cabeza de mucha gente Joseph Conrad se
reduce a las 120 páginas de
El corazón de las tinieblas.
6 Carta a Sidney Colvin, en
Joseph Conrad (Life and Letters) de Gérard Jean-Aubry (Doubleday, Nueva York, Page and Co., 1927; 2 vols.), p. 185 (vol. II), en francés en el original.
7 Carta a Richard Curle, en
ibíd., p. 316.
8 The Portable Conrad,
op. cit., pp. 39-40.
9 “No sé qué hubiera sido de mí sin mi afición infantil a la lectura”. Citado en la semblanza biográfica “Joseph Conrad:
homo duplex” de Jules Cashford, incluida al final de
El copartícipe secreto, Atalanta, Girona, 2005, p. 80.
10 El caso más conspicuo quizás es el del capitán MacWhirr, protagonista de
Tifón; sobre esta
novella, véase el texto de Ariel Rodríguez Kuri en este dosier.
11 A Personal Record and The Mirror and the Sea,
Penguin Books, Londres, 1998, p. 190. Un poco más adelante, Conrad cita
a Leonardo da Vinci: “El trabajo es la ley. Como el hierro que se
mantiene ocioso degenera en una masa de herrumbre, como el agua en un
charco se estanca y corrompe, asimismo sin acción el espíritu del hombre
se convierte en una cosa muerta, pierde su fuerza y deja de impulsarnos
a dejar algún rastro de nosotros en esta tierra”.
Ibíd., p. 194.
12 “El barco, este barco, nuestro barco, el barco al que servimos, es el símbolo moral de nuestra vida”.
Notes on Life and Letters, J. M. Dent & Sons Ltd., Londres, 1970, p. 188.
13 A Personal Record,
op. cit., p. 17 (la mayúscula es del original). El otro texto explícitamente autobiográfico de Conrad es
El espejo y el mar.
Este escrito contiene la que tal vez sea la despedida más sentida que
se haya escrito jamás a los barcos de vela; al respecto, cabe añadir que
para Conrad los barcos de vapor significaron una especie de decadencia
de la vida marítima, así como la vida en la tierra representaba una
especie de decadencia respecto a la vida en el mar. Existen versiones en
español de ambos textos.
14 Ibíd., p. 31.
15 The Portable Conrad,
op. cit., p. 706.
16 Del prefacio de
The Nigger of the Narcissus, en
ibíd., p. 708 (las cursivas son del original).
17 Introducción de Morton Dauwen Zabel,
ibíd., p. 47.
18
Sobre su manera de ver el escenario europeo al final de la guerra,
véase la carta a Hugh Clifford incluida en este dosier. Sobre la Gran
Guerra y algunos de sus vínculos con la obra de Conrad, véase el texto
de Rodrigo Negrete.
19 Mutatis mutandis,
lo mismo podría decirse sobre la misoginia de Conrad. Es una obviedad
que los protagonistas de Conrad son en su inmensa mayoría hombres y que
su interés por la psique femenina es más bien limitado. Ahora bien,
existen excepciones notables, como Emilia Gould en
Nostromo, Winnie Verloc en
El agente secreto y, por supuesto, Flora de Barral, la protagonista de
Azar
(una novela que si bien contiene algunos pasajes despectivos respecto a
la mujer, contiene otros que revelan una inclinación que puede
considerarse casi opuesta). Para terminar con este tema, cabe apuntar
que en su vida familiar el esposo y padre Joseph Conrad fue un típico
representante de la típica familia victoriana.
20 No me extiendo en
El corazón de la tinieblas
por la primera de estas razones, pero también porque en su contribución
a este dosier, David Miklos se ocupa de este relato y de la celebérrima
película que inspiró:
Apocalypse Now.
21 Con la soga al cuello, Austral, Madrid, 2007, pp. 169-170; cabe apuntar que a este extenso relato a veces se le traduce como
El cabo de la cuerda o, en una edición relativamente reciente, como
Situación límite.
22 Acerca de la pérdida del Titanic, op. cit., pp. 26 y 48.
23
En cuanto a la solidaridad, la primera biógrafa moderna de Conrad,
Jocelyn Baines, se expresa del siguiente modo: “No es aventurado afirmar
que Conrad ha presentado de manera más dramática y profunda que
cualquier otro artista el angustioso conflicto entre el innato
aislamiento del hombre y su anhelo por la solidaridad humana”.
Joseph Conrad (A Critical Biography),
Penguin Books, Harmondsworth, 1971, p. 530 (la edición original de este
libro es de 1960). La conclusión de Baines, con la que es difícil no
estar de acuerdo, es que si bien la obra de Conrad es un logro en
términos de afirmación del carácter indomable del espíritu humano, no
ofrece consuelo alguno.
24 Joseph Conrad (Life and Letters) de Jean-Aubry, op. cit. p. 242 (vol. II).