domingo, 14 de julio de 2013

México, la etapa formativa de Bolaño

13/Julio/2013
Confabulario
Yaneth Aguílar Sosa

México permeó la obra literaria de Roberto Bolaño porque fue una nación fundamental en su vida; aquí se forjó como escritor y como lector voraz, y aquí también dio sus primeros pasos como poeta. En México publicó su primer libro, Reinventar el amor, en 1976, cuando tenía 23 años, y aquí también lidereó a un grupo de poetas “beligerantes” conocido como los infrarrealistas. Roberto Bolaño se supo escritor en México y se asumió poeta, aquí dio sus primeras batallas en la búsqueda de alguien que editara sus poemas.

En 1968, cuando tenía apenas 15 años, Roberto Bolaño llegó a México con su padre, León Bolaño, un chofer y boxeador que terminó sus días en Querétaro al frente de una tienda; su madre, Victoria Ávalos, profesora que abandonó a su marido y a su hijo para irse a España con su otra hija, hermana de Roberto, María Salomé, quien aún radica en España. Descubrió y caminó está ciudad durante nueve años y en enero de 1977 decidió dejarla para siempre e irse a España.

Si quiso abandonar México, no pudo. El autor de Los detectives salvajesAmuleto y Putas asesinas nunca dejó de andar estas calles y estas tierras, pues México se volvió central en buena parte de su literatura. La razón es que en este país publicó sus primeros poemas en la revista Punto de partida de la Universidad Nacional Autónoma de México, y redactó sus primeras reseñas para las revistas Plural –ya sin Octavio Paz- y para Cambio, una publicación que tenía en su comité editorial a Pedro Orgambide, José Revueltas y Julio Cortázar.

También aquí comenzó a colaborar en el periódico El Día y a editar una primera antología: Pájaro de calor, ocho poetas infrarrealistas, publicada y prologada por el poeta español Juan Cervera.

Raúl Silva, periodista cultural de Cuernavaca, donde escribe un libro con testimonios de los poetas infrarrealistas y edita libros artesanales en La Ratona Cartonera, asegura que la estancia de Bolaño en México corresponde a su etapa formativa. “Aquí empieza a establecer relaciones que son fundamentales. Bolaño llega a México en 1968 y se va en 1977; fue una etapa única y claro que tiene que ver con su formación de escritor”.

El editor de la audio video revista Nomedites, que en su edición de 2006 recopiló escritos de los infrarrealistas, entre ellos del narrador chileno, asegura que aunque no conoció personalmente a Bolaño, la etapa del escritor en México la conoce muy bien a través de las voces de  quienes fueron sus compañeros.

“A través de ellos he sabido que Bolaño tenía una avidez por encontrar espacios donde publicar; de hecho creo que la razón por la que existen esas publicaciones infrarrealistas tiene mucho que ver con ese ímpetu que Bolaño tenía y ahí hay muchísimas huellas que seguir”, afirma el también promotor cultural.

Esa es la misma sensación de periodista Felipe Ossandón, quien habla de la relación de Bolaño con la ciudad de México: “En esa ciudad enorme, Roberto Bolaño comprendió que iba a ser escritor y desde ese momento trabajó incansablemente hasta conseguirlo. A los 15 años dejó para siempre el colegio. De ahí en adelante se dedicó a vagar por las calles, a robar libros y a leer. Y fue durante esa travesía urbana que Bolaño se empapó del DF. Tan intensamente que buena parte de su obra se ha inspirado en esa experiencia”.

Esa es una verdad clara para Bolaño y para los estudiosos de su obra como Montserrat Madariaga, la periodista chilena que es autora de Bolaño Infra. 1975-1977. Los años que inspiraron Los detectives salvajes” asegura en entrevista vía correo electrónico con EL UNIVERSAL que “la etapa en que Bolaño vivió en México fue crucial para su formación como escritor”.

Dice: “fue en el DF, según los testimonios que conocemos, con 15 años, donde se convierte en un lector voraz, y será allí también donde comienza su búsqueda de los jóvenes poetas iconoclastas que luego reuniría bajo el nombre de infrarrealistas. A pesar de que Bolaño mismo en su adultez fue severo con su pasado infra, tachando de capricho de juventud las ideas sobre lo literario que en ese periodo defiende, la ética y la estética como una sola cosa, principalmente, son las mismas que lo llevan a escribir hasta el último minuto a pesar de su grave estado de salud”.

Sus primeros textos

Las primeras publicaciones de Roberto Bolaño fueron en  revistas, como Plural y Punto de partida. En esta última, como premio por obtener el tercer lugar del certamen al que convocaba esa publicación universitaria; Bolaño se alzó con el premio con su poema “Overol blanco y otros poemas”, en la edición 49-50 de noviembre de 1976.

Al año siguiente, en la edición 51-52 de Punto de partida, con fecha de enero de 1977, justo el mes en que se va a España, Roberto Bolaño publica “Reinventar el amor y otros poemas” que obtuvo el segundo lugar en otro de los concursos. Ese fue al mismo tiempo el primer libro que publicó en su vida, Reinventar el amor, una plaquette que le editó Juan Pascoe en su taller Martín Pescador.

Raúl Silva recuerda: “Fue una plaquette que publicó con Pascoe y que venía en un sobre color manila que traía una serigrafía en la portada, era una obra de Carla Rippey, que estuvo muy cerca del movimiento infrarrealista, ella no fue infrarrealista pero estuvo en las primeras reuniones en casa de Bruno Montané, en el centro de la ciudad de México”.

El periodista afirma que “Overol blanco y otros poemas” son textos muy poco conocidos; lo mismo que el libro Pájaro de calor, ocho poetas infrarrealistas, en cuyo prólogo Juan Cervera dice que en el año 2000 y tantos, cinco de ellos eran famosos poeta. Raúl dice que “lo dijo como algo muy aventurado, no había obra detrás, pues eran muchachos que apenas estaban empezando a publicar”.

La realidad es que Roberto Bolaño, aún con su timidez, fue el escritor que logró encausar las publicaciones de él y de sus compañeros. Así como impulsó que Mario Santiago Papasquiaro, su gran amigo mexicano, con el que inició el Infrarrealismo, publicará en Punto de partida,  logró que juntos hicieran una antología con las traducciones del poeta y novelista beat Richard Brautigan en el número 61 de la revista Plural, de octubre de 1976.

Los infrarrealistas publicaron en Plural  en una época en la que Octavio Paz había dejado la dirección de la revista indignado contra el “golpe a Excélsior”. Fue entonces cuando esa revista estuvo dirigida por Roberto Rodríguez Baños con un comité editorial en el que estaban Jaime Labastida y Eraclio Zepeda. Raúl Silva dice que de alguna forma fue considerada una publicación esquirol. El hecho de que los infraerrealistas se hubieran involucrado en esas publicaciones fue visto por algunos como un acto de oportunismo, aun dentro del mismo infrarrealismo, entre ellos José Rosas Ribeyro.

“Sé que publicaron también en el periódico El Día, es un material que no ha sido rastreado. Bolaño también publicó con Mario Santiago en  Cambio, una revista que se publicó en los años 75 y 76, que tenía en su comité editorial a Pedro Orgambide, José Revueltas y Julio Cortázar. Ahí vienen algunas reseñas de Bolaño muy duras; hay una reseña en particular en la que él hace una crítica muy fuerte a José Emilio Pacheco”, afirma Raúl Silva.

Fue él quien se dio a la tarea en 2006 de dedicar un número especial de la audio video revista Nomedites al movimiento infrarrealista; en él se reunió una buena cantidad de las publicaciones del infrarrealismo; incluye facsimilares de las publicaciones infras, entre ellas “Correspondencia infra” y “Pájaro de calor”, también incluye el facsimilar del libro de Bolaño Reinventar el amor. Todo esto viene en formato virtual, en disco compacto, y trae un pequeño librito en el que hay un poema de Mario Santiago y un texto de José Rosas Ribeyro.

Siempre México

Montserrat Madariaga ha investigado los años infras de Roberto Bolaño y llegado a la conclusión de que el ambiente de finales de los 60 y principios de los 70 “ayudó al joven poeta a buscar a sus pares. Por ejemplo, a José Peguero, uno de los poetas infras, lo reclutó en la entrada la Casa del Lago, donde el vate Alejandro Aura dictaba su taller. Por otro lado, el ambiente era de total desconfianza con las autoridades, de rabia y dolor por el episodio en la plaza de las Tres Culturas… Bolaño no militaba pero creía fervientemente, al igual que los vanguardistas de los años 20, en la revolución por medio de la poesía; como Rimbaud, quería cambiar la realidad con poemas. Los escritores mexicanos que él vio como ejemplos fueron Efraín Huerta y José Revueltas. También los primeros vanguardistas, los estridentistas. Fue cercano, además, a Miguel Donoso Pareja”.

México está en la literatura y en el alma de poeta de Roberto Bolaño. Allí está la gran novela que lo internacionalizó, Los detectives salvajes; están además varios de sus cuentos contenidos en Llamadas telefónicas, Putas asesinas; en su novelita Amuleto, en la reunión que hicieron de sus ensayos, artículos y discursos: El secreto del mal.

“En su literatura vienen muchas huellas del Bolaño que estuvo aquí en México; creo que la conexión con México es mucho muy grande, presente en toda su obra, es algo evidente en una ciudad imaginaria que corresponde a la real”, asegura Raúl Silva.

Montserrat Madariaga dice no saber para dónde va la fuerza Bolaño: “En Estados Unidos se está leyendo mucho; en Iberoamérica sin duda es uno de los mayores referentes actuales de la literatura. Es el autor que logró romper con la sombra del boom, el que vino a enunciar una nueva forma de hacer literatura. Creo que aún se está estudiando de qué se trata y para dónde irá bajo su influencia”.

La realidad es que en México Roberto Bolaño encontró a amigos y se formó como escritor, tal como lo recordó Juan Pascoe en una entrevista con el periodista chileno Felipe Ossandón: “Cualquiera que lea las cartas que me envió, lo entendería cabalmente: aquéllas no son cartas personales, son las cartas literarias de un joven escritor en la composición de una nueva obra, comunicaciones para el futuro. Todo el mundo era para él ‘carnada’ para su sensibilidad literaria. Todos corríamos el peligro de aparecer luego en alguna obra suya. Todos éramos actores en su escenario”.

Bolaño, el antidivo por excelencia

13/Julio/2013
Confabulario
Yaneth Aguílar Sosa


Antes de conocerlo personalmente, el célebre editor español Jorge Herralde ya se había dejado seducir por la obra narrativa de Roberto Bolaño cuando el chileno presentó a concurso su libro La literatura nazi en América, que finalmente Anagrama no publicó, pero gestó la amistad.

En entrevista con EL UNIVERSAL, vía correo electrónico desde Santiago de Chile, donde se encuentra para participar en el homenaje para el autor de Los detectives salvajes2666 y Putas asesinas, Herralde rememora cómo fichó a Bolaño para Anagrama; habla de su amistad, así como del paso por México y los últimos proyectos literarios del narrador y poeta que murió a los 50 años.

-¿Antes de Los detectives salvajes había leído a Bolaño? ¿Cómo fue su primer encuentro?

-Había leído en manuscrito La literatura nazi en América, que presentó a nuestro premio de novela en el verano de 1995: la leí, me gustó mucho, pero antes de la reunión del jurado me escribió y me dijo que acababa de contratarla con otra editorial. No sabía nada de su vida ni de sus premios ni de los rechazos editoriales de sus novelas, por lo que me sorprendió desagradablemente. Le escribí invitándole a pasar por Anagrama cuando viniese a Barcelona y así lo hizo a las pocas semanas.

Me dijo que había enviado simultáneamente el manuscrito a varias editoriales para ganar tiempo, pero que él se sentía literariamente vinculado al sello que publicaba a Perec, Nabokov, Pitol, Pombo, Marías, Vila-Matas, Villoro, Alan Pauls. Estuvimos horas hablando y me envió al poco tiempo una extraordinaria novela breve, Estrella distante, que me pareció una joya. La publiqué en 1996, con magnífica acogida por parte de los críticos literarios más sagaces, le siguió en 1997 el libro de cuentos Llamadas telefónicas. Es decir, había leído una novela breve, un libro de cuentos y un singular artefacto: La literatura nazi en América que estaba en la estela de Borges, Marcel Schwob y J. Rodolfo Wilcock.

-¿Cuáles fueron los primeros comentarios de usted y del jurado ante Los detectives salvajes?

Aunque en las distancias cortas, como las tres mencionadas, el talento de Bolaño destacaba ya esplendorosamente, Los detectives salvajes supuso un salto cualitativo y un nivel de ambición asombrosos. Estábamos todos convencidos de que nos hallábamos ante una obra maestra y un escritor llamado a perdurar.

-¿Cómo califica la etapa de Bolaño en México?

-México fue la etapa de formación de Bolaño como poeta. Y como poeta se definió a sí mismo durante muchos años. Sólo a raíz del nacimiento de su adorado hijo Lautaro se decidió a escribir novelas, para que no sufriera penurias económicas. Decisión de un optimismo militante ya que el tipo de literatura que quería escribir no parecía destinada a tener muchos lectores. Pero finalmente Roberto tuvo razón: su decisión no sólo fue un gran acierto literario sino que tuvo una gran difusión en lengua española y en otros países, en especial en el muy difícil mercado de Estados Unidos. Posiblemente 2666 y Cien años de soledad hayan sido los dos mayores fenómenos hispanos de ventas en ese país, en el ámbito de la gran literatura.

-¿Cómo fue la relación que sostuvo con Bolaño? ¿Cercanos hasta el último día de su vida y hasta su última novela?

-Tuve una sólida amistad, complicidad literaria y desde luego dedicación editorial hasta su muerte. Roberto era un fetichista de las listas, como su muy admirado Georges Perec, él quería ingresar lo antes posible en la lista de los escritores con más de 10 libros publicados en Anagrama. Se afanó en publicar un libro por año (dos en una ocasión), la mayoría inéditos y un par de rescates. Hoy tiene 19 títulos en el catálogo. La última tarde que lo vi, en la editorial, me dejó un disquete con los textos de El gaucho insufrible, listo para publicar, y me habló largamente de 2666. Al día siguiente, por un inesperado agravamiento de su estado de salud tuvo que ingresar en el hospital Vall d’Hebron, en el que falleció poco después.

-¿Cómo fue el Bolaño que conoció a finales de 1998 con respecto al escritor de renombre internacional de 2003?

-Pues diría que muy similar. Era el antidivo por excelencia. Y su pasión fundamental era escribir, escribir y escribir. Y leer muchísimo con una voracidad impresionante. Y ver televisión y cine y charlar por teléfono con sus amigos. Y adoraba a sus hijos.

-¿Murió siendo un escritor con muchas historias que contar? ¿Hoy en día se sigue leyendo mucho a Bolaño y hay lectores en otras lenguas que lo están descubriendo?

-Estaba obsesionado con 2666, a la que había dedicado tantas energías. Por otra parte, de acuerdo con el dictamen de Ignacio Echevarría, la obra toda de Bolaño estaba gobernada por “la poética de la inconclusión”. Es decir que pertenece, con todos los honores, al club de grandes novelas “inacabadas” de la literatura universal como Bouvard et Pécuchet o El hombre sin atributos, entre otras catedrales narrativas.

-¿Cómo están las ventas hoy de Bolaño? ¿A cuántos idiomas se ha traducido su obra?

-Los libros de Bolaño se han ido convirtiendo, inesperadamente, en best sellers y/o long sellers. Los más vendidos, con gran diferencia, son Los detectives salvajes, con ventas cercanas a los 200 mil ejemplares, y 2666 ha superado los 120 mil, seguidos por Estrella distante. Sus obras se reimprimen con regularidad en España y en países de América Latina. Desde 1966 hasta 2008, en los que Anagrama se ocupó de sus derechos de traducción, (desde entonces se encarga la agencia Wylie) se realizaron más de 50 contratos en las mejores editoriales internacionales como Christian Bourgois en Francia, Hanser y Antje Kunstmann en Alemania, Sellerio y Adelphi en Italia, Harvill en Gran Bretaña, Meulenhoff en Holanda, New Directions y Farrar, Straus and Giroux en Estado Unidos o Companhia das Letras en Brasil, entre otras.

Pero tras la explosión norteamericana con Los detectives salvajes y sobre todo con 2666, publicadas ambas por Farrar, Straus and Giroux, en 2007 y 2008 respectivamente, se produjo un efecto “contagioso” que incrementó tanto sus ventas como el número de traducciones.

Arte inspirado en Bolaño

13/Julio/2013
Confabulario 
Sonia Sierra Echeverry


La obra de Roberto Bolaño ha abierto puertas hacia nuevas obras y lenguajes, más allá del territorio de la literatura.

En 2011 las galerías Kurimanzutto y Regen Projects, del DF y Los Ángeles, se plantearon hacer una exposición donde un grupo de artistas creara arte en torno de Bolaño o se incluyeran obras ya creadas y provistas de referencias a esa literatura del escritor chileno. Se buscó que lo pedagógico e ilustrativo no tuvieran lugar ahí.

Como a cualquier lector, a artistas y curadores la obra de Bolaño les provoca muy distintas sensaciones. Patti Smith presentó en esa exposición la secuencia “Roberto Bolaño’s Chair”, fotografías de la silla del escritor que ella captó en un viaje a su casa en Blanes, España. Atrás de esa fotografía no sólo hubo un largo y profundo viaje; esa idea recoge todo un pensamiento vinculado a la historia de Smith, una de las grandes figuras de la música y la cultura popular.

Para la cantante como para otros artistas, la poesía y la filosofía de Bolaño son determinantes y desde ese cruce han nacido nuevas obras de arte. En entrevista con El País de España en 2010, Smith habló sobre Bolaño y sobre el arte: “Al final la verdad se halla en la obra, la esencia corpórea del artista. No se deteriora. El hombre no puede juzgarla. Porque el arte alude a Dios y, en última instancia, le pertenece”.

José Kuri, codirector de Kurimanzutto y también curador, cuenta que Patti Smith es una gran admiradora de Bolaño, de toda su obra, en especial de la poética. “Hizo un peregrinaje a las afueras de Barcelona para buscar a la familia de Bolaño, a Lautaro su hijo, a la viuda, y conocer cómo era su vida en México, todo lo hizo con una fascinación y un seguimiento increíble. Fue a su casa, tomó fotografías y capturó ese retrato en ausencia. Es la imagen de Bolaño, pero en su ausencia; es un acto poético”.

Kuri encuentra que la obra de Bolaño es muy rica visualmente. “La novela de Bolaño Los detectives salvajes se conecta con las ideas de entropía de Robert Smithson (uno de los fundadores del Land Art), esta inercia de la energía de la que habla Smithson, por ejemplo de el Hotel Palenque que se convierte en ruina en su propia construcción, eso me parece muy interesante en las novelas de Bolaño”.

Al mismo tiempo, el curador encuentra que Los detectives salvajes es la gran novela de la ciudad de México en los últimos 50 años. “No encuentro una novela que describa mejor la dinámica de la ciudad, las claves de su esencia, a pesar de que él estuvo del 68 al 75 en México, es increíble cómo la captura de memoria y cómo es perfectamente actual”.

Que la obra de un escritor abra un diálogo y dé pie a nuevos lenguajes es lo que le pasó el artista Carlos Amorales con uno de los relatos de Bolaño.

En aquella exposición presentó una pieza que tiene el mismo nombre del cuento del chileno, “Vagabundo en Francia y Bélgica”, del libro Putas asesinas; la pieza se llevó recientemente a la muestra Germinal de Amorales en el Museo Tamayo, y ha sido un punto de partida de otras obras.

Amorales recuerda que fue una lectura desde la cual trabajó y aprendió en torno de otros lenguajes. Creador desde hace varios años de un “archivo líquido”, la pieza “Vagabundo…” lleva al espectador a un recorrido que en muchos sentidos es paralelo al del personaje de ese cuento de Roberto Bolaño.

“Fue un texto para entrar en la discusión sobre lenguajes; traduzco el texto que habla de búsqueda artística entre poesía e imagen. Lo que hago es una obra que es como el primer plano, la matriz de otras”.

En la lectura de Estrella distante –justamente así se llamó la exposición- Amorales encontró fuertes revelaciones y se situó ante problemáticas, cosa que a menudo despierta la literatura de Bolaño. “Abrió un panorama para mí, crecí siempre con la idea de que el intelectual viene de la izquierda y él ahí lo pone como alguien de derecha. Eso fue fuerte, me creó una problemática. Esa constante provocación de Bolaño es la que permite reflexionar”.

La relación entre ética y arte, temas como el lenguaje, la nostalgia, la revolución, el romanticismo, la juventud, los ideales, el fracaso, esa idea de hacer las cosas a pesar de la adversidad, de volver a intentarlo, fueron motivos, ideas, guiños en otras de las obras. Sin embargo, muchas de aquellas piezas de 27 artistas no mostraban una relación directa, porque la idea más bien era generar desdoblamientos o expandir la percepción de la obra.

“El carácter, la vitalidad, la energía en cuanto a cómo vivir y pasársela bien en el sentido de hacer, pensar, trabajar” son lo que más le atrajo a Jonathan Hernández de Bolaño.

Para una de las obras que presentó, de su archivo Vulnerabilia, Hernández seleccionó una serie de fotos de la prensa: “Hice un apartado de fotos de muertos cubiertos, en relación al papel de la fotografía como la toma de un momento en un paisaje. No fue un vínculo literal con 2666, sí es un espejo de la realidad, pero al mismo tiempo genera su propia ficción”. Hernández creó además un Nocturno de México, a partir de Nocturno de Chile de Bolaño: “El punto de partida fue la moneda de 20 pesos que apareció hace unos años con la imagen de Octavio Paz, fue un juego entre el valor de la representación y la representación del valor. Bolaño por un lado respetaba el trabajo de Paz, de su poesía, pero atacaba la figura pública”.

Daniel Guzmán, lector de Bolaño desde hace muchos años, a quien ha descrito como un “Julio Cortázar revisitado”, dio vida hace cinco años a un video que se llama El secreto del mal, que viene de un cuento de Bolaño sobre la aparición de zombis mexicanos en Los Ángeles. El cuento sucede en esa ciudad estadounidense y lo relata Bolaño como una especie de pesadilla que soñó. Guzmán retomó la idea: “hay dos personajes, un poeta y un revolucionario, que tienen una discusión acerca de la idea de un cambio social”.

A Daniel Guzmán, Roberto Bolaño le habla de cosas como nostalgia, revolución, romanticismo, ser joven y tener ideales, luchar por los ideales, buscar realizarlos, fracasar pero aun así seguir luchando.

“Roberto Bolaño es un poco como un Julio Cortázar revisitado, la cuestión del ánimo, de la esperanza, de estar haciendo las cosas a pesar de que sientas que está la adversidad encima. Me gusta eso de Bolaño, de intentar cumplir sus propias expectativas, ya no digamos las de una generación sino sus ideales, el amor por la poesía, por la vida, por su hijo”.

Las grandes obras pasan una prueba a partir de lecturas que siguen generando, así lo cree José Kuri. “La literatura de Roberto Bolaño es de una riqueza, de una multiplicidad de lecturas que apenas está comenzando. Fue muy grato abrir esta ventanita y ver todo el potencial que tiene, apenas está comenzando”.

¿Poesía eres tú?

14/Julio/2013
Jornada Semanal
Juan Domingo Argüelles

¿Qué es poesía? Si prescindimos de Bécquer y de su famoso lugar común (“Poesía eres tú”), la definición de “poesía” que da el diccionario es de una vaguedad escalofriante:  “Manifestación de la belleza o del sentimiento estético por medio de la palabra, en verso o en prosa”.

Los definidores pueden atreverse a muchas cosas, pero en el caso de la poesía ni siquiera los grandes poetas se atreven a definirla. Es célebre la respuesta que le dio Federico García Lorca a Gerardo Diego, al referirse a su poética:  “Pero, ¿qué voy a decir yo de la poesía? ¿Qué voy a decir de esas nubes, de ese cielo? Mirar, mirar, mirarlas, mirarle y nada más. Comprenderás que un poeta no puede decir nada de la poesía. Eso déjaselo a los críticos y profesores. Pero ni tú ni yo ni ningún poeta sabemos lo que es la poesía. Aquí está: mira. Yo tengo el fuego en mis manos. Yo lo entiendo y trabajo con él perfectamente, pero no puedo hablar de él sin literatura. Yo comprendo todas las poéticas; podría hablar de ellas si no cambiara de opinión cada cinco minutos. No sé. Puede que algún día me guste la poesía mala muchísimo, como me gusta (nos gusta) hoy la música mala con locura. Quemaré el Partenón por la noche para empezar a levantarlo por la mañana y no terminarlo nunca.”

Ni el mismo Roman Jakobson –uno de los mayores investigadores teóricos de la poética y de lo poético– se atreve a dar una definición concluyente. De manera más que sensata, se pregunta y responde: “¿Qué es poesía? Si queremos definir esta noción, debemos oponerle lo que no es poesía. Pero decir lo que la poesía no es, no es hoy tan sencillo. La frontera que separa la obra poética de lo que no es obra poética es más inestable que la frontera de los territorios administrativos de China.” Otro teórico de la poética, Tzvetan Tódorov, ha dicho que es imposible o al menos insensato ofrecer “una definición pragmática de la poesía”.
Podría pensarse que la solución es dejar lo general e ir a lo particular y, entonces, definir no ya la “poesía” sino el “poema”. Pero tampoco es tan simple. Decir que un poema es “un artefacto verbal, en verso o en prosa, a través del cual se expresa una emoción”, es francamente no decir nada, porque esto puede aplicarse a cualquier texto. Seguir hablando de “manifestación de la belleza”, como lo hacen los diccionarios y las enciclopedias, puede ser sólo revelador de que los lexicógrafos no leen –ni comprenden– la poesía actual.

Mucha gente (a pesar de que hay diversas formas de leer) no sabe leer poesía porque no ha aprendido a distinguirla. En un conocido epigrama (“Prosa y poesía”), Eduardo Lizalde sitúa el problema con implacable sarcasmo: “La prosa es bella/ –dicen los lectores–./ La poesía es tediosa:/ no hay en ella argumento./ Eso quiere decir que los lectores/ tampoco entienden la prosa.”

En su Diccionario –cada vez más blandengue–, la Real Academia Española define lo poético como aquello que manifiesta o expresa en alto grado las cualidades propias de la poesía, en especial las de la lírica: idealidad, espiritualidad y belleza. Pero José Emilio Pacheco seguirá teniendo razón (en su “Disertación sobre la consonancia”):  “Aunque a veces parezca por la sonoridad del castellano/ que todavía los versos andan de acuerdo con la métrica;/ aunque parta de ella y la atesore y la saquee,/ lo mejor que se ha escrito en el medio siglo último/ poco tiene en común con La Poesía, llamada así/ por académicos y preceptistas de otro tiempo./ Entonces debe plantearse a la asamblea una redefinición/ que amplíe los límites (si aún existen límites),/ algún vocablo menos frecuentado por el invencible desafío de los clásicos./ Un nombre, cualquier término (se aceptan sugerencias)/ que evite las sorpresas y cóleras de quienes/ –tan razonablemente– leen un poema y dicen:/ ‘Esto ya no es poesía’.”

La sabia ironía de Pacheco encuentra eco en Luis Jorge Boone (Monclova, Coahuila, 1977), quien, en “La incertidumbre de llamarte poema”, expresa: “El nombre de las cosas debería cambiar/ según el ánimo de quien las mira./ Palabras camaleón/ adecuadas al humor que nunca es el mismo./[...] La noche es principio,/ fin, casa,/ corredor con puertas cerradas,/ llave que no abre./ Y justo en este instante/ no pueden llamarme de forma alguna:/ estoy en espera de quien sepa nombrarme”.
Tal como afirma Boone, la poesía cambia según el ánimo de quien la lee, pero también según el lector: el tipo de lector que no siempre es el mismo, que nunca ha sido el mismo. A cada tiempo corresponde su poesía y su lectura. Y mucha es la poesía que está en espera de quien sepa nombrarla y comprenderla.

El porvenir de los recuerdos…

14/Julio/2013
Jornada Semanal
Ana Garccía Bergua

La primera reseña de Los recuerdos del porvenir salió muy poco después de publicada la también primera y gran novela de Elena Garro por Joaquín Mortiz. La firmaba Emmanuel Carballo en La cultura en México de Siempre!, el 5 de febrero de 1963 y una parte decía así:
“Elena Garro realiza una hazaña en la literatura mexicana, pues consigue pensar el tiempo junto con el espacio, al concretar la existencia de sus entes de ficción yertos en su destino de magia, premonición, reflejo, sueño y leyenda. Esta es la primera, pasmosa, novela que publica Elena Garro.”
Tiene algo de mágico el hecho de encontrarnos ahora, cincuenta años después, corroborando estas palabras. Quizá, si viviéramos en el universo de esta novela extraordinaria, nuestra celebración habría sido una prefiguración desde que fue escrita, un recuerdo adelantado en el tiempo. Y es que en Los recuerdos del porvenir el flujo de la prosa provoca una suerte de milagro. Al igual que en Rulfo, la historia crece y se derrama hacia los distintos planos de la realidad, formando una burbuja de tiempo condensado. Desde luego que se hermana con Pedro Páramo en esta especie de alquimia lingüística,y también con la tragedia clásica: hay un destino que se conoce y cuyo cumplimiento se sufre, se espera y se recuerda por adelantado.
Pero ¿qué decir de Los recuerdos del porvenir que no se haya dicho ya, sin aludir además a la figura muy controversial de Elena Garro, en cuya vida parece haberse cebado un raro demonio que puso a jugar recursos de la imaginación en la dura cancha de la realidad? La novela recrea un episodio posible de la guerra cristera en el pueblo de Ixtepec –sucedáneo de Iguala, donde la escritora pasó una parte de su vida–, tomado por el siniestro general villista Francisco Rosas y sus subalternos, aliados con lo que queda de la burguesía porfirista del lugar, a la que ayudan a apropiarse de las tierras matando campesinos. Rosas, sin embargo, es un personaje perdido en sus propios laberintos: “Era el tiempo de la revolución, pero él no buscaba lo que buscaban sus compañeros villistas, sino la nostalgia de algo ardiente y perfecto en qué perderse.”
La Revolución no trastoca aquí el antiguo orden de cosas –y Garro cuestiona si en verdad lo hizo en alguna parte–, pero pone a girar elementos extraños en el paisaje de un pueblo estratificado con su sacristán, su doctor, su boticario (que es poeta y se llama Tomás Segovia), su loco, sus prostitutas, las eternas señoritas y las sempiternas viudas, solteronas y beatas. En efecto, el factor explosivo de esa vida que transcurre entre silencios y cadáveres de campesinos colgados de los árboles, es la presencia de las queridas de los militares en el hotel del pueblo, especialmente la del general Rosas, la bellísima y esquiva Julia, por cuya hermosura y desapego vive penando. La presencia de aquellas mujeres en Ixtepec crea una especie de burbuja detonadora de rebeliones y huidas, pues se trata de mujeres al margen de todo juicio y lugar: ni prostitutas, ni beatas; quizá amadas inmóviles, princesas robadas y recluidas, cuya belleza las redime y las aísla a la vez.
Y es que Los recuerdos del porvenir es, me parece, una novela de huidas, de escapes: la huida de Julia con el poeta Felipe Hurtado que se puede interpretar como una huida literal, mágica, o una muerte metaforizada –es admirable la parte en la que la prosa manifiesta su piedad y salva a los amantes condenados–; la huida del cura y el sacristán, la de todos los asesinados por el general Rosas que parecieran dejarlo siempre con las manos vacías, aferrado nada más a sus “palabras como a la única realidad en aquel pueblo irreal que había terminado por convertirlo a él también en un fantasma.”
La gran profundidad de la novela está, además, en el dibujo de sus personajes y en sus dualidades: la fiesta que le organizan al general, la exigencia de ser sacrificado por parte de Nicolás Moncada, el absurdo amor de su hermana Isabel, regalos todos envenenados que lo destruyen y que forman parte de un armamento religioso en el que Elena Garro creyó toda su vida y que está en la base de la guerra cristera. 
Los recuerdos del porvenir es como esa Julia a la que general sigue persiguiendo aun cuando la mantenga encerrada en su habitación. Perfecta e inaprensible, detenida en la memoria, su lectura nos sigue deslumbrando. Como dicen sus páginas, basta “un esfuerzo, un querer ver, para leer en el tiempo la historia del tiempo”.

El sortilegio de las palabras

13/Julio/2013
Laberinto
Marco Antonio Campos

A 50 años de la publicación de una de las novelas canónicas de la literatura mexicana, presentamos una acuciosa relectura de la epopeya de la transición revolucionaria, religiosa, social y cultural de la nación. 


En un periodo de ocho años se publicaron en México al menos tres novelas mayores que tienen como fondo la vida de un pueblo y que han resistido hasta hoy —que seguirán resistiendo— el vendaval de los años: Pedro Páramo (1955), La feria (1963) y Los recuerdos del porvenir (1963). Ninguna ha corrido internacionalmente con tanta fortuna como la primera.
Narradora de primerísima línea, autora de una obra de teatro apegadamente realista y de gran energía dramática (Felipe Ángeles), de misteriosos y mágicos cuentos (La semana de colores), de una novela perfecta en su conjunto y línea por línea (Los recuerdos del porvenir), de unas memorias vivaces y chispeantes (España 1937), quizá en buena medida la mala o marchitada lectura de la obra de Elena Garro, pese a sus ardientes defensores, se deba ante todo a causas extra literarias: sus denuncias, no exentas de inútiles calumnias, contra intelectuales, artistas y escritores mexicanos en el mes de octubre de 1968, de las que hasta donde sé nunca se retractó, o no del todo, por lo que en amplia medida nunca pudo arrancarse el sambenito de delatora, o peor, de traidora; el autoexilio de veinte años que les causó, a ella y a su hija (Helena), una tragedia personal irreparable; la obsesión negativa contra su ex marido Octavio Paz a quien no dejó de ver en los lustros finales como un enemigo en múltiples direcciones, y de quien se volvió hasta el final su Némesis, pero de quien reconoció asimismo altas cualidades intelectuales y artísticas, y por último, sus delirios persecutorios que le hacían querer luchar contra molinos de viento donde ni siquiera había. Luego de las dos décadas de autoexilio, cuando uno lee lo que dice, cuando uno ve en su rostro en las fotografías finales las devastaciones de la derrota, acaba sintiendo, contra lo que ella hubiera querido, piedad, pena, ternura.
¿Elena se dio cuenta que sus enemigos no eran los intelectuales ni Octavio Paz sino ella misma? No sé. En una carta dirigida a Emmanuel Carballo desde Madrid el 29 de marzo de 1980, se autocataloga en la categoría de No Persona, es decir es nadie, no es. ¿Pero quién o quiénes son los culpables? Los otros, sobre todo los intelectuales, quienes han logrado que las “No Personas carezcan de honor, de talento, de fiabilidad, de sentimientos y de necesidades físicas. A la No Persona se le insulta, se le despoja de manuscritos, que más tarde se publican deformados  en otros países y firmado por alguna Persona.” Nos resulta difícil leer sin tristeza líneas como éstas de la Garro (la cita es más larga) por lo que uno siente ante su aislamiento y delirio de persecución. Pasados más de treinta años de haber dicho esto ¿quién, al menos uno o una, le robó un manuscrito y dónde y cuándo lo publicó?
De una inteligencia y talento privilegiados dejó para siempre varias obras inmarchitables, muy en especial Los recuerdos del porvenir. Alucinante, estremecedora, es una novela que leemos en vilo a lo largo de sus 300 páginas, y la cual crea de continuo, como dirían Bourneuf y Ouellet, una “sed de maravillas” (L’univers du roman, París, 1972).
Se ha documentado la honda huella que tuvo en varias vías el Pedro Páramo de Juan Rulfo en la novela; yo diría que es mucho más notable en la primera de las dos partes en la cual se divide, pero no afecta en nada la singularidad y grandeza de la ficción. Una, por ejemplo, es la idea de un pueblo dominado por un hombre hecho casi de manera íntegra para el Mal: de un lado, un cacique (Pedro Páramo), y del otro, un joven general callista (Francisco Rosas), a quienes los habitantes de Comala o de Ixtepec los ven como los mayores causantes de todas sus desgracias; ambos sufren hasta el límite la historia de un amor imposible por mujeres con quienes conviven pero que no dejan de recordar a otro: una, al ex marido que no volverá, la otra, al forastero que llega al pueblo y se acaba llevándosela; si Pedro Páramo ve a Susana San Juan como “una mujer que no era de este mundo”, para el general Francisco Rosas la bellísima Julia Andrade representó de continuo un resplandor hiriente. Asimismo algunas evocaciones poéticas de Francisco Rosas por Julia tienen el tono de lejanía y tristeza de aquellas de Pedro Páramo por Susana. Técnicamente en ambas novelas lo oral y lo poético se unen admirablemente para crear la fabulación y creemos hallar también a Rulfo en algunas descripciones paisajísticas.
Igual que Comala, Ixtepec es un pueblo síntesis de varios pueblos, en su caso, del sur y el sureste de México. Se entiende que Ixtepec es un pueblo del trópico, con “un sol que enloquece”, el cual podría suponerse que es el municipio oaxaqueño de la geografía real, pero en una carta a Emmanuel Carballo desde Madrid en 1980, Elena Garro aclara que al redactar la primera versión de la novela en 1953 en Berna, Suiza, lo pensó y lo hizo “como un homenaje a Iguala [Guerrero], a mi infancia y a aquellos personajes que admiré tanto” (Protagonistas de la literatura mexicana, Alfaguara, pág. 514).
El calor opresivo y sofocante del trópico en el que los que los habitantes se hunden corre parejo con la atmósfera política que sufren cotidianamente.
Como el caso de Comala en Pedro Páramo o como el de Zapotlán en La feria, Ixtepec puede considerarse en una víael personaje central, salvo que el pueblo en Los recuerdos del porvenir —como Emmanuel Carballo lo definiría con precisión en la página 519 de sus Protagonistas—, es el “personaje narrador inanimado”. En abstracto o utilizando hábilmente las voces de los moradores, Ixtepec cuenta las desdichas continuas y las escasas alegrías de sus pobladores, es decir, gracias a esas voces asistimos a los hechos en el Hotel Jardín, en la iglesia, en el curato, en el atrio de los almendros, en la plaza de armas cubierta de tamarindos, en los portales del centro, en la calle del Correo —donde moran las familias bien—, en las trancas de Cocula —donde se ahorcan a los indios con el fin de quitarles sus tierras—, en el cementerio —donde al final se dan los fusilamientos—, en las lejanas minas de Tetela… En la relación de los hechos conviven imágenes y escenas de un realismo estremecedor con imágenes y escenas de realismo mágico. El pueblo es testigo y memoria, voz única y coro, el cual muchos años después relata lo que sufrió en la Revolución a causa de zapatistas y carrancistas, y en el decenio de los veinte por los destacamentos del ejército federal de Álvaro Obregón y Plutarco Elías Calles. Humillado y ofendido, Ixtepec no recordará en el porvenir un solo día de dicha y libertad. Un periodo presidencial peor que otro, pero el peor de todos resultará el de Calles (1924–1928). Eran tan sanguinarios los militares bajo el mando de Rosas que los moradores echaban de menos a los zapatistas. “Al menos eran del sur”, decía Elvira Montúfar sin ironía.
Dividida en dos, la primera parte de la obra, entre diversas historias que se bordan en el telar narrativo, tiene como nudo central el triángulo de Rosas, Hurtado y Julia; en la segunda, el momento prominente es la fiesta de la noche septembrina de 1927, en la que el pueblo quiere “homenajear” al general Francisco Rosas, noche que servirá para encender en el pueblo la primera hoguera de la rebelión cristera contra los militares que ahogan al pueblo, pero que a fin de cuentas será una trampa en la que ellos mismos caerán por una indiscreción y un “soplo”. La noche de la fiesta quedará para siempre en el imaginario de Ixtepec como la cifra y la imagen de la rebelión derrotada. Quizá ese momento, ese fuego mínimo que hubo en la fiesta fue, junto a las representaciones teatrales en casa de don Joaquín y doña Matilde, ideadas por Felipe Hurtado antes de su partida, los únicos relámpagos cuando las familias bien del pueblo vieron y vivieron la breve luz de la ilusión.
Hartos los habitantes de la crueldad de los militares, nada resume mejor la pretendida rebelión del pueblo que la respuesta del joven Nicolás Moncada durante el juicio sumario del 5 de octubre de 1927: “Sí, señor, soy ‘cristero’ y quería unirme a los alzados de Jalisco. Mi difunto hermano y yo compramos las armas”. La noche de la fiesta, un grupo de gentes, entre las que se contaban el padre Beltrán, Nicolás y Juan Moncada esperaban reunirse con el general cristero Abacuc, el cual es probablemente (H)abacuc Román, ex general zapatista, que operaba, como escribe Jean Meyer en La cristiada, en Morelos, pero también en estados del centro de la república. ¿De qué acusaron a los condenados, es decir, a don Joaquín, al doctor Arístides Arrieta, al padre Beltrán, a Nicolás Moncada, al alcalde Juan Cariño y a la beata Charito? Entre otros cargos, de traición a la patria, pero como murmuraba la sapiencia del pueblo: “¿Qué traición y qué patria? La patria de esos días llevaba el nombre doble de Obregón–Calles.” Hasta el último instante del juicio el pueblo creyó que el general cristero Abacuc entraría a salvar a los condenados.
¿Novela cristera? En toda la segunda parte hay un claro apego al movimiento; sin embargo también la novela puede dividirse en otras tres grandes historias: una, como la triste vida diaria de Ixtepec, otra, como la desdichada historia de la familia Moncada, y una tercera, como el triángulo ominoso y fatídico Francisco Rosas–Julia Andrade–Felipe Hurtado. Una historia no puede prescindir de la otra. Simpatizante a ultranza de los indios y los campesinos, la autora declaró a Carlos Landeros algo que nos explicaría mucho sobre el asunto cristero: “Yo soy agrarista guadalupana, porque soy muy católica. Devota del Arvcángel San Gabriel y de la Virgen de Guadalupe, patrona de los indios”1. No en balde tuvo desde niña un odio indomable por la pareja Calles–Obregón y los militares que persiguieron a la iglesia católica y robaban y mataban a los indios. El héroe de la niña Garro fue el Padre Pro y su detestado enemigo Plutarco Elías Calles. Sin embargo la devota de la  Virgen y del Árcángel no llegaba a bien a darse cuenta que en su corazón pleiteaban íntimamente Jesucristo y el Demonio, algo que hay asimismo en varios personajes de sus ficciones, en especial en Isabel Moncada (Los recuerdos del porvenir) y en Laura (“La culpa es de los tlaxcaltecas”).
Si hay algo que signe las historias a lo largo de las páginas es la preeminencia del Mal, o aún más, el triunfo del Mal, aun en algunas ocasiones contra la voluntad de los protagonistas que no lo quisieran haber llevado a la práctica. En este caso lo representan ante todo el joven general norteño Francisco Rosas, pero aún más aviesa y graníticamente su segundo, el coronel Justo Corona, y entre los civiles, Rodolfo Goribar, joven arrimado a las faldas de la madre, pero de una avidez ilímite de riqueza y de sangre, quien para vengarse de lo que les robó a su familia los zapatistas, hace ahorcar por sus matones tabasqueños a los indios con el fin adueñarse de sus tierras. Rosas y Goribar no tienen necesidad de “licenciados zopilotes”; las leyes las decide Rosas y las aprovecha el otro. No solo Goribar; desde la llegada de Rosas se multiplican en una cotidiana imagen alucinante los ahorcados y los fusilados, todo lo cual culmina con la matanza en el atrio, cuando el pueblo se rebela contra las leyes anticlericales de Calles, de cierre de iglesias y suspensión de cultos, y con los fusilamientos de los instigadores y autores de esa rebelión disparatada y sin futuro el 5 de octubre de 1927. Los símbolos militares de Ixtepec son el fusil y la cuerda para ahorcar. No en balde se afirma de esos años: “El tiempo era la sombra de Francisco Rosas”. Para el mal y la gloria del Mal Rosas fue el hombre que cambió la historia de Ixtepec. No solo él: en todo momento los militares son vistos por los moradores como la vertiente espinosa y siniestra que no les deja llevar una vida libre y pacífica. El Ixtepec otrora próspero, el cual era muy visitado y con un comercio importante —así lo recuerda el dueño del Hotel Jardín vuelto prostíbulo (Pepe Ocampo)—, se vuelve aislado, pobre, fantasmal. “¿Te acuerdas del tiempo cuando no teníamos miedo?”, dice doña Carmen a su esposo, el doctor Arístides Arrieta, al saber descubierta la incipiente hierba verde de la rebelión. Pero la integridad del Mal no es absoluta en Rosas; a diferencia de Corona, puede quebrarse, mostrar el costado débil, como cuando se derrumba ante la pérdida de Julia o al ceder ante Isabel para salvar del fusilamiento a su hermano Nicolás, pero el azar, aun en este caso, favorece de nuevo al hado funesto. El derrumbe de Rosas es absoluto luego de los fusilamientos del 5 de octubre de 1927. En los meses posteriores —supondríamos marzo o abril de 1928— “Francisco Rosas dejó de ser lo que había sido; borracho y sin afeitar, ya no buscaba a nadie. Una tarde se fue en un tren militar con sus soldados y sus ayudantes y nunca más supimos de él”. Elena Garro sabía muy bien que los hombres inútiles y los crueles pueden también ser unos sentimentales.
La otra figura del Mal, quien tenía en el rostro la viva escritura del demonio —al menos así la ve el pueblo—, es Isabel Moncada, la cual acaso, o al menos para mí, es la figura más atrayente de la novela, y hace recordar en su temperamento ferozmente destructivo y autolesivo a la Alejandra de Sobre héroes y tumbas, solo que Isabel se convierte en piedra y Alejandra en cenizas. El pueblo le quedaba pequeño —la ahogaba— pero nunca supo huir de él. Por su  naturaleza o por el mero gusto de la degradación, la llamativa Isabel Moncada, una muchacha de hermosos 19 años, es en el juego de su sexualidad la representación del desafío y la trasgresión. Isabel y su hermano Nicolás tienen desde niños una atracción incestuosa, y al final, a la primera insinuación de Rosas luego de salir de la aciaga fiesta, se acaba yendo a acostar con él, cuando su hermano Juan acaba de ser muerto por los soldados del general (no lo sabía) y su hermano Nicolás aprehendido. Los días que conviven juntos en el Hotel Jardín, Rosas se da cuenta de su terrible e inútil error que cometió al llevársela: Isabel lo arrastra en la caída a los rápidos del río. Contrariamente, por su rebeldía pura y su cercanía de fuego con Dios, su hermano Nicolás acaba siendo visto por el pueblo como un héroe.
¿Pero quién era Julia Andrade? ¿De dónde venía? ¿Adónde se fue con Felipe Hurtado? Nadie logró en el pueblo responder las preguntas. Solo sabemos que era como una música extraña que fascinaba a todos y envidiaban y admiraban todas. Si nos atenemos a lo dicho por la misma Elena Garro a Emmanuel Carballo físicamente la modelo del personaje fue una tía de ella, Julieta, “la belleza de la familia, alta y fina como la Julia de Los recuerdos”. Rubia, quieta, suave de piel, indiferente a casi todo, Julia, donde pasaba, dejaba a su paso un olor a vainilla. “Las costumbres, su manera de hablar, de caminar y mirar a los hombres, todo era distinto en Julia”. Cuando aparecía en los días de la serenata la plaza “se llenaba de luces y de voces”, pero al mismo tiempo, por la tarea de demolición diaria que causaba Rosas, buena parte de la gente la veía tan culpable como el mismo general del infortunio y la tristeza del pueblo.
¿Pero quién era Felipe Hurtado? ¿De dónde venía? ¿Adónde huyó con Julia? Nadie logró tampoco en el pueblo responder a aquellas preguntas. Cierto, Hurtado le contesta al alcalde chiflado (Juan Cariño) que venía de Ciudad de México, pero nadie llegó a enterarse si eso era real o no, y si su nombre y apellidos lo eran también. Solo se sabe que era alto, probablemente de buena apariencia, de fácil risa, que en momentos de pesadumbre gustaba de leer en las afueras de Ixtepec, que habló solo dos veces con Julia (el día cuando llegó y la noche rara y mágica cuando se fugaron), y quien  le dio una ilusión a esa gente sin ilusión montando los ensayos de una obra de teatro en el pabellón de la casa de don Nicolás y doña Matilde, obra que nunca llegó a estrenarse. Como Julia, era distinto en ese mundo. Aun si queda en el porvenir de la memoria colectiva ni Julia ni él vuelven a aparecer en la otra mitad de la novela. En el corazón del recuerdo del lector queda más hondamente la imagen del gran amor de ambos que sus caracteres.
Si bien las figuras más grabables son Francisco Rosas, Julia Andrade, Felipe Hurtado e Isabel y Nicolás Moncada (coincido con Emmanuel Carballo), hallamos asimismo representativamente en la novela: familias bien venidas a menos, la mayoría católicas a ultranza, algunas ferozmente racistas y clasistas, de las cuales las más destacadas son los Moncada (los padres Martín y Ana y los hijos Nicolás, Juan e Isabel), don Joaquín y su esposa Matilde (donde se hospeda Felipe Hurtado hasta su insólita desaparición), la viuda Elvira Montúfar y su hija Conchita, los Goribar (Dolores y su hijo Rodolfo), y, por último, el doctor Arístides Arrieta y su mujer Carmen. Son visibles asimismo personajes-tipo, como el deschavetado y querible alcalde Juan Cariño, el cura Beltrán, el diácono don Roque, el dueño del hotel-prostíbulo Pepe Ocampo, el boticario Segovia, el cantinero Pando, las beatas Dorotea y Charito. En otro orden, se hallan la matrona Luchi, que regentea en el Hotel Jardín a las mal llamadas prostitutas (Julia, Luisa, Antonia, la Taconcitos, Rosa y Rafaela), lugar que en momentos parece ser o es notoriamente el centro político, militar y sexual de Ixtepec: en él moran el alcalde lúcidamente ido y es donde pasan las noches los militares de más alta graduación, encabezados por Francisco Rosas. En el nivel más bajo están los indios, que aparecen casi siempre, salvo excepciones, como una masa amorfa, y son afrentados por las buenas familias (sobre todo por la viuda Montúfar y el boticario Segovia), como raza vil e inferior. Por raro o insólito que pueda parecer, en ese ambiente hostil y oscuro varias de las “cuscas” o “güilas”, en especial Julia, por algún tiempo, llegan a ser los puntos luminosos. ¿Pero la mayoría eran realmente prostitutas? Decididamente no. Eran las queridas de los militares que las raptaron. Ni cobraban ni se acostaban con otros. Incluso una (Luisa), que en vez de lengua tenía alacranes, había dejado a su familia por irse con el capitán Cruz, ayudante de Rosas. Más allá de eso, todavía hay un copioso número de borrosos protagonistas incidentales.
En la novela son maravillosos los juegos plurales del tiempo y de las diversas memorias. Ya hablamos del tiempo lineal histórico que le toca vivir al pueblo: el zapatismo, el carrancismo, el obregonismo, pero sobre todo el callismo. Pero hay otros tiempos, según sea el personaje, en que se augura no lo que sucederá, sino se recuerda lo que sucedió en el porvenir; u otros, que viven tiempos no vividos, como quien en el pueblo húmedo y caluroso de donde nunca salió recuerda la nieve y olores ignorados; u otros, quienes se hallan en el tiempo circular repitiendo lo que ya acaeció en Ixtepec; u otros que se encuentran a menudo en un presente quieto y sucumben “presos en ese instante detenido”; u otros, como los indios, cuyo tiempo es el de callar, y el cual es tan antiguo que no podría encontrársele.
En la novela hay buen número de momentos mágicos, sobre todo dos, de los que el lector puede decidir si, por lo increíbles, deja o continúa la lectura: uno, cuando una noche de pronto el tiempo queda íntegramente fijo, el reloj no avanza, y Felipe Hurtado y Julia desaparecen, ante el pasmo de todos los pobladores de Ixtepec y de los militares que rodean la casa de don Joaquín y doña Matilde para atraparlo, y solo se sabe después que se les vio en las afueras huyendo en un mismo caballo cuando en el mismo momento era de día; el otro, cuando Isabel Moncada, después de fusilado su hermano Nicolás, en el último desafío desesperado de su corazón irreparablemente envenenado, quiere alcanzar a Francisco Rosas pero se convierte en piedra. El lector decidirá qué interpretación simbólica, si la hay, quiere dar a cada uno de estos momentos.
Se ha hablado de esta novela como precursora o perteneciente al realismo mágico, lo cual es el mismo que Alejo Carpentier definió en el prólogo de El reino de este mundo en 1949 como lo real maravilloso. Quizá en esto los dos grandes antecedentes de la novela y los primeros cuentos de Elena Garro sean Pedro Páramo y la narrativa de Carpentier. Nadie que haya leído Los recuerdos del porvenir olvidará las muchas emociones que le dejó, ni olvidará, para decirlo con una cuña de Paul Valéry, el “sortilegio de las palabras”. No solo eso: una vez terminada la novela puede volver a leérsela inmediatamente, y luego de nuevo, sin que pierda su aire de encantamiento. “No se da en esa década —observa José María Espinasa— una obra con tanta riqueza visual, con tanta gama en sus colores y diversidad en sus tonos”2. Es una de las cinco o seis novelas mayores mexicanas del siglo XX.
“Elena Garro fue un ser lleno de contradicciones y enigmas. Para ella no hubo medias tintas. Elena es un icono, un mito, con un talento enorme”, escribe Elena Poniatowska en el artículo “Una biografía sobre Elena Garro”3. Y añade: “Con su muerte no ha crecido su leyenda”; también es verdad que eso no importa ante la admirable obra que legó.

Elsa Cross: el mapa del amor y sus senderos

14/Julio/2013
Jornada Semanal
Antonio Valle

Sólo escuchar el nombre de Elsa Cross me despertaba sensaciones extraordinarias. La poesía de la legendaria poeta zen –como algún crítico deslumbrado la describió en la década de los setentas–, me conducía por territorios ilimitados donde podía ver algunos de sus sueños más terribles y hermosos. Con sus libros fui ensamblando un mapa que crecía año tras año. Era una cartografía secreta que visitaba con la felicidad de quien explora un libro de viajes. Desde entonces he leído con fervor su poesía oscura con resonancias románticas y medievales; he visto las misteriosas estampas que traía de sus viajes por Mesoamérica y he escuchado sus cantos poderosos para invocar al Ser. Cuando a fines del siglo pasado apareció su breve antología: De lejos viene, de lejos va llegando, me pregunté quién sería el misterioso personaje que se insinuaba en esa colección. En El arco y la lira Octavio Paz asegura que la poesía es un diálogo con la ausencia. Seguramente la invención de la que hablaba Paz venía cabalgando por el mismo sendero que anunciaba la poeta.

Poesía: arqueología de la vida
Recientemente, el Fondo de Cultura Económica publicó el volumen de su Poesía completa. La edición consta de veintinueve libros escritos entre 1964 y 2012. Es importante mencionar que la doctora Cross es una autoridad en estudios de religiones comparadas, su obra como traductora es substancial y sus ensayos y poemas son considerados clásicos. No obstante su erudición, en realidad no es difícil acercarse a sus intuiciones, sensaciones y pensamientos más profundos. La manera más sencilla es hacer contacto visual y auditivo, y sin más, fluir con el ritmo de sus versos. Si bien algunos de sus poemas aluden a hechos de carácter histórico –naufragios, revueltas y combates– también suelen aparecer santuarios y territorios fabulosos. Destiempo es un libro de estampas preciosas en el que Elsa incluyó el poema “Bajo un sauce”: “y el sauce te canta y te enamora”; composición que ilumina un epígrafe de Matsuo Basho, legendario maestro de haikú. Es curioso observar las siguientes coincidencias: como el gran poeta japonés, Elsa Cross se gana la vida dando clases. Como Elsa; Basho solía olvidarse de la academia y los intelectuales para ir al encuentro de la naturaleza; además, ambos poetas solían, y suelen todavía, solfear apoyados en “oleadas de silencio”. De aquel lado, en Japón se hacen recorridos por los senderos que hizo Basho en el siglo XVII; de este lado, en 2012 conocimos los relieves geográficos y espirituales que Elsa recorrió en su libro Escalas, donde se soltaron las amarras para: “Zarpar// en el sonido de la palabra Taormina”. (“Taormina”). Las edades perdidas es otra pieza que mezcla la historia del arte con el oficio de juglar. El poema llega a donde las edades perdidas “dejaron testimonio// entre el polvo que borró los caminos.” Junto a otros libros de Elsa Cross, esta obra confirma uno de los hallazgos más felices de Odysseas Elytis: “La poesía es la verdadera arqueología de la vida.” Poesía completa, de Elsa Cross, es un libro tan vasto y con destinos tan diversos, que es imposible recorrerlo todo en el mismo viaje; por su complejidad será objeto de innumerables estudios. Aquí menciono sólo algunas de sus obras con los que reflexiono en torno a tres temas precisos.
La acústica: Dionisos-Orfeo
En el ensayo “Nietzsche y la academia” que Elsa escribió para el coloquio Cien años sin Nietzsche, al analizar El origen de la tragedia –libro provocador del filósofo alemán– la poeta explicaba cómo el éxtasis dionisíaco produce un corte con el sentido de la realidad y con la percepción lineal del tiempo. Esa incisión provocaría una “experiencia extática” que explicaría algunas situaciones extraordinarias, por ejemplo, la aparición de la música en la tragedia dionisíaca, o el estado de gracia desde el que parecen crear algunos poetas iluminados y también oscuros. Octavio Paz pensaba que, en efecto, “magos y poetas, a diferencia de filósofos, técnicos y sabios, extraen sus poderes de sí mismos”. El poeta y el místico dionisíaco, una vez que alcanzan estar afuera de sí, buscan un tiempo y un espacio intensamente personal que propicie un nuevo comienzo –un trance– de música –poesía. Elsa Cross lo define de esta manera: “La experiencia del éxtasis dionisíaco […] abre la percepción hacia lo discontinuo, lo simultáneo, lo recurrente, y también hacia ese absoluto, sea totalidad o sea vacío, que lo fusiona todo en ese retorno a lo Uno primordial.”
Naxos
Diez años antes de que en 1964 apareciera Naxos, el primer libro de poemas de Elsa Cross, Octavio Paz precisaba que el poema “no es sino ritmo, marea que va y viene.” En este sentido Naxos forma parte de un sistema de mareas con los que Elsa ha producido miríadas de cantos profanos y sagrados. En Naxos Elsa sella, como si dibujara un mudra, la alianza espiritual que la llevará a cumplir con una vida ofrecida a la poesía. Es interesante recordar que Teseo, rey mítico de Atenas, una vez que acaba con el Minotauro, abandona Naxos para consumar una tarea de carácter civil; a diferencia de Ariadna, quien luego de allanar el paso del héroe por el laberinto, cumple con su destino sagrado. Naxos es una balada analógica a la elaboración del duelo de Ariadna y su consiguiente comunión con Dionisos. Veinte años más tarde Elsa escribe Bacantes, poema cuyo tema es el carnaval donde algunos personajes experimentan fenómenos paranormales en busca de éxtasis y trascendencia. Sensual y divertido, Bacantes nos ofrece algunas claves que nos permiten descubrir su génesis mexicano.
Poemas y cantos de raíz órfica
Mediante un acto de confesión abismal, en “La dama de la torre”, la protagonista hace un ajuste de cuentas radical con el pasado para allanar su porvenir. “Nigredo”, por ejemplo, es un poema escrito en un tono casi fantástico donde la poeta recibirá algunos símbolos que le permitirán emplear su gracia como visionaria: “Hoy se me dan los aros del saltimbanqui// la daga del asesino y los libros sagrados del profeta.” “Amor el más oscuro”, es un poema transgresor y romántico de largo aliento. Poesía que se abre paso entre anatemas e imágenes insólitas: “Maldigo desde ahora// tu cuerpo cerrándome el abismo.” La poeta busca que el verso sacie su sed de infinito y la religue nuevamente con la vida. “La dama de la torre” y “Amor el más oscuro”, son dos poemas letales, cuyos versos se deslizan entre ruinas afectivas y existenciales. Ambos poemas ahondan en el tema de la elaboración del duelo en Naxos. Estos cantos forman parte de los más altos registros del dolor femenino en la poesía mexicana.
El ser y el corazón de India
Pasaje de fuego es un libro de transición y encuentro con la divinidad en una de sus vertientes abismales. Proceso místico de purificación donde se perciben y aceptan las decisiones irracionales de los dioses. Poema que esta vez religa a la poeta con el absoluto: “Oh vórtice ciego de la noche// perpetuando el lentísimo asombro del ser// ante su nacimiento…” El siguiente verso expresa el poder ígneo que ha alcanzado la poeta: “…sílaba ardiente// semilla // diamante // grieta de luz // Corona tocada por el rayo.” Pasaje de fuego es un libro de culto a la poesía misma que hará posible la creación de otros libros donde Elsa Cross se instalará amorosamente en el corazón de India: Baniano, libro escrito bajo el influjo de maestros espirituales del linaje Siddha Yoga; Canto malabar, colección de asombros que parecen cantados por una médium: “Y en lo oculto de lo oculto// en el fondo más secreto// veo sin parpadear la cifra que se aclara.// Mi ser se pierde en ti// y en la raíz de tu nombre se libera.” Visiones del niño Ram, pequeño libro elaborado con estampas imaginarias y milagrosas que el santo Bhagaván Nityananda vivió en su infancia: “Duermes// y en tus labios cerrados// se juntan los dos mundos”; Singladuras (Poemas desde la India), libro que, entre la intuición y los sentidos, desdobla la idea misma de la existencia: “adivinamos otras vidas latiendo en las de ahora”.
El ser y el canto
Recientemente, Elsa comentó que su poesía, “más que un decir, con frecuencia ha sido un escuchar”. Ante tan extraña declaración, sobre todo viniendo de una poeta, es importante hacer las siguientes reflexiones. Todos sabemos que no puede cantar quien no tiene un buen oído. Para oír se precisa guardar silencio. La sordera produce ruido, es reflejo de la farfulla interior; a diferencia del silencio, que es consustancial al canto y a la música, fuentes prístinas donde la voz se funde en el poema. Elsa Cross también ha dicho: “Mi poesía se inscribe en una larga tradición de poetas ligados al ser y al canto.” En efecto, algunos poemas de Elsa parecen recuperar ecos y resonancias muy antiguas. Tal vez algo parecido experimentaron los antiguos fervorosos del dios trémulo en el Eleusis. En el extremo opuesto, digamos de retorno hacia el este del paraíso, la poeta fluye en la misma sustancia donde alguna vez cantaron Krishna y Arjuna, Buda y los monjes del Tíbet, Rilke y Novalis, Heidegger, Basho y Nietzsche, por supuesto. Según se vea, o se escuche, las múltiples interpretaciones que propicia el ser y el canto, el vacío y el silencio, no pueden ser propiedad de nadie, son, eso sí, de quien sabe escuchar para afinarse.
Jaguar: la matrika shakti, cantos y flores
Mesoamérica es otra de las grandes pasiones de Elsa Cross. Tanto su geografía como diversos aspectos mitológicos y estéticos han inspirado ese gran libro, work in progress, llamado Jaguar (1985-1994-¿?), que como un animal vivo sigue creciendo sensual y poderoso: “Eres sol en lo oscuro.// Eres guerrero.” La matrika shakti es un término sánscrito que designa al proceso de la génesis y evolución del lenguaje. Gracias a su poder musical, las palabras fluyen entre diques que contienen y regulan el paso de la energía que se transformará en fonema, ideograma, lenguaje pensado o escrito y en verso cantado. Este proceso recuerda al concepto náhuatl, in cuícatl in xóchitl –cantos y flores–, binomio inseparable que designa a la poesía, donde la belleza de las flores, seres de diversidad y gracia infinita, representan el aspecto visual de la poesía. Gracias al poder de la matrika shakti –de los cantos y flores– se establece el diálogo con la ausencia que mencionaba Octavio Paz. “Soy la oscuridad donde apareces.” dice Elsa en Jaguar, metáfora donde la poeta es la sustancia misma para la revelación de algo tan íntimo y sensual como el ritmo del animal sagrado. El verso: “De lejos viene,// de lejos va llegando”, en realidad es otra metáfora de algo tan portentoso y cercano como nuestro propio aliento.
Crisis de lo espiritual en el mundo y poesía
No se requiere una formación extraordinaria para reconocer los ardides de la mercadotecnia política, cultural y religiosa. Durante los últimos cien años presenciamos el ocaso de valores humanos entra­ñables. Mientras se extinguían diversas culturas y especies con las que compartíamos el planeta, el resto permaneció inconsciente disipando. Al mismo tiempo que arrasaban bosques enteros para imprimir toneladas de prosa innecesaria, un hedonismo nihilista y decadente se introducía en regiones que no habían sido tan infelices. Ya desde el siglo XIX Rimbaud nos había alertado: “Esclavos, no maldigáis la vida, la verdadera vida está en otra parte.” La poesía de Elsa Cross, “savia azulada”; puede ser uno de los hilos que iluminen nuestro paso por el dédalo en llamas. Si acaso alguien llegara a la arena central del laberinto y fuera capaz de ver de frente a su propio Minotauro, quizás tendría la verdadera vida que Ariadna –y el médium de Ardennes– soñaron para nosotros, ¿los cautivos?
Sol nocturno de la poesía
Como en el arte de contemplar que se practicaba en Mesoamérica, una madrugada me encontraba cerca y junto a una de sus visiones: “Desaparece el pozo,// desapareces tú, desaparezco yo. Sólo queda la noche// en pleno día.” (Visiones del niño Ram) Cuando el sol nocturno iluminó la encrucijada, abrí de nuevo el libro de libros al azar (Poesía completa). Entonces escuché los mantras de mi maestra más querida: “... silenciosos como crecidas súbitas.// Niño jaguar, // en tus ojos se entrecierra la noche” (Jaguar.)

sábado, 13 de julio de 2013

¿Qué queda de rayuela?

13/Julio/2013
Laberinto
Heriberto Yépez

Rayuela de Julio Cortázar cumple medio siglo como clásico. ¿Por cuánto tiempo?

Rayuela reunió cualidades anheladas en una novela latinoamericana. Mitad nacional–periférica, mitad europea–canónica —libro de identidad—, dio al lector pertenencia a la cultura alta: gran literatura, música y ciudad.

Rayuela sofisticó el placer estético que lectores ya habían conocido por Darío, Neruda, Lorca, Vallejo, Lezama y, claro, Borges.

Muchos se identifican con Oliveira, Traveler o con los tics de Morelli —alter ego hiperintelectual— o con la mujer mágica, boba, surrealizada, La Maga.

Es un libro que conversa y teoriza con el lector. Despliega historias, mundos y es una estructura novedosa, un libro–objeto.

Rayuela está escrita en prosa poética y flujo conceptual que invita que el lector rehaga el sentido. “La técnica consistía en citarse vagamente en un barrio a cierta hora”. Es una novela de texto abierto, desde el orden de sus capítulos hasta su significado frase por frase.

Envejeció, no obstante, su idea de lo femenino. Hoy Rayuela parece la más misógina del boom. Pero su prestigio es tanto que Los detectives salvajes repitió la fórmula.

Y la mujer fantasmal, sacrificial o metafísica da forma incluso a la narrativa femenina posmoderna hoy.

Cortázar no inventó esta figura femenina; la llevó a un alto nivel estilístico. Pero ya identificamos esa misoginia y la retórica romántica como problemas ¿aislados? de Rayuela.

Pero nos sigue agradando su tejido y esa prosa cortazariana, que cuenta y filosofa qué es lo Real.

Los narradores no atreven ya esta clase de novela total del boom; novela de gran arte, reflexión y política revolucionaria.

Hoy muchas novelas latinoamericanas y españolas que aspiran a ser innovadoras se parecen a los llamados “capítulos prescindibles” de Rayuela. Fragmentos de inteligencia satelital a la trama novelesca principal.

Y casi toda la escritura experimental asemeja las instrucciones de Rayuela, el llamado “Tablero de dirección”.

Todavía somos variantes de esta novela–cruz cristiana, reconfigurable. Rayuela es el vía crucis hecho travieso juego culto.

Rayuela será un clásico por mucho tiempo, ya que es reinventable, iniciática y de un autor genial que convirtió a Poe, Quiroga y Macedonio en una obra más compleja que Nadja de Breton y más elegante que On the Road de Kerouac.

De tanta complejidad, ni siquiera Cortázar intentó superarla.

Los gremios especialistas en hacer literatura compartimos sus ideales —buscar lo sublime literario— pero hemos renunciado a hacerla.

Rayuela es una ideología que adoramos. Pero no es una práctica escritural viva.

Las ideologías sobreviven a las prácticas que las encarnaron. Rayuela es una estrella candente que, lentamente, se convierte en ruinas. 

Para unos, ruinas sagradas; para otros, imperiales.