lunes, 12 de diciembre de 2011

Reflexiones sobre una polémica

Diciembre/2011
Cuadrivio
Pável Granados

Se admira a Juan Rulfo. Se lee a Juan Rulfo. Se comenta a Juan Rulfo. Quizá sea incluso una obligación. Para que no quede inmóvil como una piedra y se desmorone. Porque la vitalidad de su prosa tiene mucho que ver con las nuevas lecturas. Y porque la voracidad de la lectura se engolosina con una prosa de un ritmo hipnótico. Por las reminiscencias misteriosas de su léxico y los elementos misteriosos de sus recursos poéticos. Juan José Arreola decía que Pedro Páramo puede ser leído como un poema. Un poema sinfónico de voces cercanas y lejanas. Voces que incluso parecen provenir de la tragedia griega. García Márquez siempre ha estado convencido de que Rulfo es un Esquilo moderno. García Márquez, el novelista que ha tenido el cuidado de no revelar las fuentes de su máxima novela, con esta única excepción: nunca ha negado la huella de Rulfo en su prosa. Ni lo puede negar, son prosas hermanadas, ritmos que quedan resonando luego de cada lectura. Se puede comentar, sí, pero hasta cierto punto; hay libertad, pero no tanta. Puede pasar lo que a Daniel Rodríguez Barrón, que luego de publicar su texto «Confiar en la palabra» (La Gaceta del Fondo del Fondo de Cultura, diciembre de 2010) recibió una carta de la Fundación Rulfo para desautorizar sus conjeturas en torno a la escritura de Pedro Páramo.

Se puede conjeturar sobre escritura de La Ilíada, de Don Quijote e incluso de de la Biblia. Pero de preferencia no de Rulfo. Se ha dicho tanto que para qué ir contra la versión canónica, ésa que se debe citar: Fundación Rulfo, libro dos, versículo seis. ¡Tantas habladurías, a dónde nos llevarían si todas son irrisorias! Sin embargo, el ensayista Leopoldo Lezama, a finales de 2006, buscó la opinión de las personas que tuvieron en sus manos los manuscritos de Pedro Páramo y que vieron el proceso de su escritura desde los talleres del Centro Mexicano de Escritores. No sé si ésas sean las «historias irrisorias» a las que se refiere la carta de la Fundación Rulfo. Los autores consultados por Lezama, los que tal vez merezcan esa sonrisa indulgente, son: Alí Chumacero, Antonio Alatorre, Emmanuel Carballo y Samuel Gordon. En tanto que Chumacero y Carballo aceptaron una entrevista, Alatorre y Gordon enviaron un texto. Son testimonios de peso, testimonios que no deberían ser desestimados, testimonios que demuestran que el tema de la escritura de Pedro Páramo no está agotado.

Una bonita carta intimidatoria

El 6 de enero de 2011, Víctor Jiménez dirigió una carta a Joaquín Diez-Canedo, Director del Fondo de Cultura Económica en la que se pregunta: «¿Repetir una mentira tiene alguna utilidad?» ¿A qué mentira se refiere? A la historia que dice que Arreola trabajó junto con Rulfo durante tres días en la edición de Pedro Páramo. Una historia que, por otra parte, el autor de Confabulario confirmó en una entrevista a Vicente Leñero, pocos días después de la muerte de Rulfo:

«Estábamos en Nazas, a cuadra y media del Fondo de Cultura… de sábado a lunes salió Pedro Páramo por fin, porque no iba a salir nunca. Lo que yo me atribuyo no me lo atribuyo: es la historia verdadera: cuando logré decidir a Juan de que Pedro Páramo se publicara como era, fragmentariamente. Y sobre una mesa enorme, entre los dos nos pusimos a acomodar los montones de cuartillas… Dios existe. Yo creo en Dios. ¡Esa tarde existió! Y yo no tengo más mérito que haberle dicho a un amigo: Mira, ya no aplaces más: Pedro Páramo es así» (Vicente Leñero, ¿Te acuerdas de Rulfo, Juan José Arreola? Entrevista en un acto. Universidad de Guadalajara-Proceso, 1987).

Víctor Jiménez, director de La Fundación, le escribe a Diez-Canedo: «Sobre este cuento hay otras versiones: en alguna de ellas Alatorre se deslinda por completo de un papel activo (afirmó que fue sólo Arreola quien “acomodó” los fragmentos de la novela), recordando que en esa época él no trabajaba en el Fondo. Por ello me permito preguntar a usted si usted sabe que Arreola lo hiciera en aquellos tiempos».

Es claro que Jiménez no quiere polemizar con Rodríguez Barrón, así que lanza una pregunta retórica a Diez-Canedo: «Le pregunto a usted si usted sabe si Arreola trabajaba en el Fondo entonces». Una pregunta cuya respuesta no ayuda en nada: Arreola no necesitaba trabajar en el Fondo para ayudar a su amigo Rulfo a trabajar en su novela. Pero yo me pregunto si esta pregunta no será un reclamo velado al director del Fondo por garantizar la libertar de crítica en La Gaceta. ¿Está preguntando por qué en el Fondo se puede publicar libremente una opinión acerca de Pedro Páramo?

Más adelante, Jiménez afirma que en la época en que «algunos ya hacían circular la leyenda de la “colaboración” de Arreola, [pocos sabían] que en 1954 Rulfo había publicado anticipos sustanciales de la novela en tres revistas literarias». Llama la atención que uno de esos fragmentos sustanciales se haya publicado con el título de «Un cuento» (Las Letras Patrias, enero de 1954), lo que quiere decir que en ese momento Rulfo aún no definía si se trataba de un cuento o de un fragmento de novela. Es decir que el argumento de la Fundación más bien revela que no existía en Rulfo la certeza de estar haciendo una novela por lo menos hasta enero de 1954… ¿O usted señor director del Fondo, usted tiene noticias de que haya sido diferente? (para seguir en el estilo de la retórica del licenciado Jiménez).

Pero el director de la Fundación afirma que estuvo sentado frente a Arreola, en una comida, cuando Jorge Ruffielli le preguntó al autor de La feria qué había de cierto en «la anécdota de su intervención en el “acomodo” de los fragmentos de la novela de Rulfo». Arreola le respondió: «No, yo no tuve nada que ver en eso, nada absolutamente». (Quizás Arreola intuía la retórica que utiliza él en sus desmentidos el director de la Fundación.) Lo curioso es que habiendo dos versiones distintas de la misma persona –a quien Jiménez le concede autoridad– sólo toma en cuenta la que le conviene a su argumentación e ignora la otra.

El autor de la carta aclaratoria se pregunta si La Gaceta del Fondo «puede publicar cualquier cosa que alguien afirme sólo porque el autor comparta la idea de que algo que se ha repetido es, únicamente por eso, una verdad inconmovible». La respuesta es simple: sí. Porque de eso depende la libertad de la crítica. La crítica literaria está (o debería estar) por encima de este tipo de intentos de coartarla. Finalmente, el autor declara que el fin de esta carta es: «interrumpir, al menos en ese acreditado medio, una cadena compuesta por una misma mentira repetida mil veces que no es excesivo ver tras ello la inquietante idea de que eso tiene una utilidad».

La inquietante idea: la libertad de opinar sobre el proceso de escritura de Pedro Páramo cuando ya la Fundación ha dicho su última palabra al respecto.

La inquietante idea

La grandilocuencia de los «defensores» del genio de Rulfo tiene un fin muy preciso: limitar y descalificar. Los críticos no pueden ir por ahí, repitiendo ideas falsas para volverlas ciertas, quién sabe qué intereses ocultos se escondan detrás. Cuando el silogismo de la verdad es tan sencillo y lógico: Rulfo es genio, el genio es autosuficiente, por lo tanto los que difunden «el cuento» de la colaboración de Arreola no merecen ser publicados en La Gaceta del Fondo.

Leopoldo Lezama editó en diciembre de 2006 una revista para la cual pidió colaboraciones de Antonio Alatorre, Beatriz Espejo, Emmanuel Carballo, Alí Chumacero, Huberto Batis, Samuel Gordon, Federico Patán y Ana Mari Gomís. Lo entrevisto ahora para preguntarle sus opiniones en torno a las discusiones que se han dado desde hace seis años entre los lectores de Rulfo y la Fundación.

Es evidente que la Fundación Rulfo se ha enfrentado con varios sectores intelectuales. ¿Cuándo crees que comenzó esto?

—Comenzó en 2005, cuando le otorgan a Tomás Segovia el Premio de Literatura Latinoamericana y del Caribe 2005. En esa ocasión, el premiado hizo la siguiente declaración: «Creo que es el tipo de escritor que tiene el puro don; es decir, es un escritor misterioso, nadie sabe por qué Rulfo tenía ese talento, porque en otros escritores uno puede rastrear el trabajo, la cultura, las influencias, incluso la biografía. Pero Rulfo es un puro milagro, nadie sabe por qué tiene ese talento. No tuvo una vida muy deslumbrante, no fue un gran estudioso ni un gran conocedor. Él, simplemente, nació con el don».

«No comparto la idea de que Rulfo sea hombre sin cultura, de “puro talento” y un autor milagroso. Porque Rulfo tenía una importante obra crítica. Alí Chumacero me dijo que cuando Rulfo entró a la Academia de la Lengua escribió un ensayo muy importante sobre la obra de José Gorostiza, un ensayo que por otra parte se encuentra olvidado. Lo mismo ocurre con otro texto sobre la novelística europea que escribió en 1965. Ese texto es un balance país por país de la novela en Europa. Más bien, creo que Rulfo no tenía el interés por la crítica literaria profesional. Tampoco quería ser un teórico. Sí era, en cambio, un hombre muy culto.

«Interpreto las palabras de Segovia como un elogio en el sentido de que Rulfo era más un autor de genio que un erudito. Pero la reacción de la familia de Rulfo se me hizo desmedida e injusta y completamente fuera de lugar. Estaban inaugurando un comportamiento intolerante frente a toda opinión que no le gustara lo que se decía de Rulfo. De ahí comenzaron una serie de descalificaciones.

«Al mismo tiempo que se ofendieron con Segovia, decidieron quitar el nombre de Rulfo al premio, argumentando que se había convertido en un botín de grupúsculos. En realidad, el nombre de Rulfo era un elogio a Rulfo: que autores importantes en el mundo recibieran una distinción con el nombre de Rulfo era un halago para el jalisciense y para los premiados.

¿Y esta actitud ha tenido consecuencias para la interpretación de la obra?

—Por supuesto. Porque se ha excluido y juzgado a los estudiosos que dicen algo acerca de la Fundación y los críticos que la rodean no quieren escuchar. Se ha criticado a Juan Antonio Ascencio por su biografía donde habla de las influencias rusas, de su alcoholismo (cosa que la Fundación también ha negado), de su velorio… Pero fundamentalmente, han velado dos temas importantísimos: las influencias literarias (de las cuales Rulfo no hablaba mucho) y el proceso de escritura de la novela.

¿Rulfo no hablaba de sus influencias literarias?

—Era hermético al respecto. Daba datos falsos: decía que no había leído a Faulkner, pero Alatorre decía que lo vio leyendo a la obra de este autor desde que vivían en Jalisco. No conocíamos muchas de las influencias de Rulfo hasta que escuchamos a sus contemporáneos hablar de los libros que lo veían leer en los años cuarenta y cincuenta. Autores como Jean Giono, Edgar Lee Masters, Ramuz, Boris Pilniak, María Luis Bombal, Panait Istrati, Selma Lagerlöff… son autores que han rastreado los críticos pero sólo hasta fechas muy recientes se ha comenzado a estudiar. Fíjate, Arreola menciona un autor casi desconocido: Marcel Aymé, el autor de La yegua verde. Arreola dice que es de las fuentes más importantes para Pedro Páramo.

¿Tú crees que tener fuentes o influencias es un descrédito para los autores?

—Es la idea desvencijada de la «originalidad pura», del talento del autor iluminado. ¡Shakespeare sería entonces un autor de segunda porque tomó sus argumentos de historias antiguas! ¿O el Ulises de Joyce es menos por partir de la Odisea? Por otra parte, es la idea que Rulfo quiso dejar a la posteridad. Él mismo declaró que una voz le dictó la novela y que no pudo parar hasta terminarla. Según él se tardó cuatro meses en hacerla. Obviamente fue un proceso mucho más largo.

«La Fundación tiene la lista autorizada de influencias».

¿La Fundación toma como un insulto que se diga que Rulfo tuvo influencias? ¿Como si dijera que Rulfo se fusiló a María Luisa Bombal, por ejemplo?

—Es el caso de La amortajada. A mí dijo Emmanuel Carballo que cuando Rulfo estaba escribiendo Pedro Páramo en el Centro Mexicano de Escritores, él (Carballo) corregía pruebas en el FCE. Leyendo un libro de Enrique Anderson Imbert se dio cuenta de que lo que estaba haciendo Rulfo (el monólogo de una muerta, hablando desde la tumba) lo había hecho en 1930 María Luisa Bombal en La amortajada. Cuando Carballo le señala esto a Rulfo, éste aprovecha la Semana Santa de 1954 para cambiar completamente el argumento, porque el personaje principal de la novela era Susana San Juan. Arreola en una entrevista que le hace Leñero coincide con que la protagonista de la novela era la novia de Pedro Páramo. Incluso cita pasajes de memoria… Esto es un dato importantísimo… Es un dato que la Fundación ha pasado por alto.

¿Y no puede ser que Rulfo ya conociera La amortajada y se hiciera el sorprendido cuando Carballo notó el parecido?

—Carballo dice que no. Que no fue plagio, que Rulfo no conocía y que incluso fueron juntos a buscar la novela al centro. Pero José Bianco, en un homenaje a María Luisa Bombal, afirma que Rulfo le dijo que La amortajada había sido una de sus novelas favoritas de juventud.

¿Pero no hizo lo mismo con Faulkner, que dijo que no lo había leído?

—Bueno, Rulfo no quería dar pistas acerca de sus influencias más directas.

¿Y tú crees que decir que el hecho de que Arreola haya ayudado a Rulfo a la organización final de la novela demerita el talento de su autor?

—Por supuesto que no. Finalmente él escribió la novela. Lo que se le adjudica a Arreola es el haberle ayudado a ordenar una serie de fragmentos. Porque Arreola mismo recuerda que Rulfo quería darle un orden cronológico a la novela. Es como decir que Eliot es menos autor de La tierra baldía porque Ezra Pound se lo leyó y se lo editó… Nadie negaría el talento de Eliot. Además, hay que recordar con esa misma técnica fragmentaria, Arreola escribió La feria en 1961; lo cual demuestra que tenía un gran dominio para ordenar una novela por estratos.

«Es absurdo pensar que el genio talento es un ente autónomo, que está fuera de la corrección de estilo, fuera de la edición, de los comentarios de los amigos… Esto es deshumanizar a un autor: pensar que un escritor no tiene errores, no duda, no puede pedir ayuda. O que a causa de su talento, no puede ser ayudado. Eso no pasa con ningún autor del mundo.

«La Fundación hace de Rulfo un hombre mezquino, incapaz de pedir opinión a un amigo: “No le voy a pedir ayuda porque entonces me va a quitar la gloria de escribir yo solo”. Eso sí es rebajar a Rulfo».

Cuando entrevistaste a las personas que estuvieron cerca de Rulfo en la concepción de la obra, en su trabajo y en su edición, ¿supiste datos nuevos?

—Claro que sí. En principio, sus comentarios me revelaron un corpus de autores que por lo menos a mí me eran desconocidos. Y leyéndolos encontré en efecto muchas coincidencias. Por ejemplo, Giono, en El canto del mundo para mí significó el descubrimiento de una de las fuentes innegables del estilo poético de Rulfo. Juan Antonio Ascencio afirma que tiene un cuadernito con frases de Giono que se encuentran en las obras de Rulfo. Eso no le quita nada al talento de Rulfo. Es como decir que sor Juana era mala poeta porque tenía la absoluta influencia de Góngora.

Acerca del «cuento» de que Arreola ayudó a Rulfo, ¿qué opinas?

—Opino que es una hipótesis con fundamentos. En primer lugar, porque lo afirma Arreola. Y porque lo sostiene Alí Chumacero. Él me dijo: «Arreola se juntó con Rulfo, y me lo contó aquí, en el Fondo de Cultura, y me dijo que habían visto la novela, la habían manejado entre los dos, para armarla debidamente, para hacer que funcionara y que caminara. Porque como estaba hecha en corrientes, en estratos diferentes, había que ver cómo intercalarlos a fin de que fuera efectiva. Yo creo que lo lograron muy bien».

¿Y qué se puede deducir del estudio de los originales?

—Si quieres tomar todo lo anterior como rumor, que se quede como rumor. Sin embargo, Samuel Gordon, crítico muy respetado por la Fundación, en 2001, tuvo la oportunidad de estudiar los dos manuscritos: el que Rulfo entregó al Centro Mexicano de Escritores (con el título de «Los murmullos») y el entregado al FCE. Gordon descubre en este último marcas de separación y creación de espacios, que son nada menos las que separan las secuencias o las unen. No se puede saber quién las hizo, si Rulfo o un editor. Otro descubrimiento de Gordon es que este texto tiene varias paginaciones diferentes. Lo cual quiere decir (cito a Gordon) que «por lo menos existieron, en el manuscrito del FCE entre tres y cinco intentos de reorganización macroestructural, seguramente no debidos a Rulfo, según la lección que arroja el homólogo del Centro Mexicano». Eso quiere decir que la estructura que conocemos de la novela no estaba en el original que entregó al Centro Mexicano de Escritores. Gordon afirma que muchos cambios fueron hechos por el equipo del Fondo, en donde puede ser que ya no intervino Rulfo. Debo decir que Gordon analizó los originales que le proporcionó la familia del escritor.

«Todo esto nos lleva a pensar, con bases y no en rumores, que sí pudo haber un ordenamiento de Pedro Páramo fuera del control de Rulfo. Pero me interesa subrayar que independientemente de que haya sido ayudado o no, lo que perjudica a Rulfo es que se quiera monopolizar la discusión en torno a su persona y su obra. Que se desautoricen este tipo de análisis, que son igual de serios que los que pudiera hacer cualquier crítico cercano a la Fundación».

¿Y el talento de Rulfo se ve en la estructura de la novela o en el estilo literario?

—La pregunta es muy interesante porque si, por ejemplo, leyéramos Pedro Páramo en un orden distinto, si la novela comenzara con el episodio de Juan Preciado narrando desde la tumba, etcétera, la novela en un sentido tiene la misma intensidad literaria. Porque yo creo que lo más importante en la escritura de Rulfo no es el orden secuencial de sus fragmentos, sino su profundo estilo poético. Aunque ciertamente el orden ayuda a la efectividad de la narración.

«Mi teoría es que Rulfo tenía fragmentos. Que le faltaba un orden que lo convenciera. Creo que influyó la prisa por cumplir con el Centro Mexicano de Escritores (que daba becas por un año) y que, por decirlo de algún modo, Pedro Páramo fue una novela en la que tuvo que apresurarse.

Finalmente, ¿es grave la postura de censurar este tipo de acercamientos?

—Claro que es grave. Perjudican a Rulfo porque Pedro Páramo deja de ser una obra abierta a interpretaciones en la cual puedes encontrar la huella de autores magníficos, de estilos diversos, el manejo genial de una tradición literaria y prácticamente desconocida en nuestra lengua; para convertirlo en una tumba de oro, intocable. Te dan una licencia para analizarla, siempre y cuando antes digas qué vas a concluir. Y lo más importante de esta charla es defender la idea de que la crítica literaria debe de ser libre y no sujeta al arbitrio de los parámetros que un grupo quiere imponer. Rulfo es patrimonio de todos, de sus lectores que, con el paso del tiempo, seguirán descubriendo a uno de los mayores genios de la literatura universal.

domingo, 11 de diciembre de 2011

Tomás Segovia, la lección del deseo

11/Diciembre/2011
Jornada Semanal
Javier Sicilia

El 7 de noviembre, un día antes del encuentro que el poeta Eduardo Vázquez nos había concertado, me llegó, como un dolor más, la noticia de la muerte de Tomás Segovia. No sólo se había ido otro de los espíritus que iluminan la oscuridad de nuestra época, sino también uno de mis maestros. No pudo decirme lo que quería decirme, y yo, para mi tristeza, no pude escucharlo, porque si de alguien deseaba escuchar algo sobre lo que el Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad (MPJD) está haciendo, era de él.

Tomás Segovia no era un poeta encerrado, como muchos, en su torre de marfil. Era un poeta del deseo que, a diferencia de Luis Cernuda, creía que se encontraba en la realidad misma. Marcado por el exilio español como orfandad y destierro, la realidad del deseo fue su morada. No sólo lo vivió con una profundidad poco común, sino que lo cantó, lo develó en sus poemas, y a través de él pensó la vida e hizo una de las críticas más profundas al poder y la historia. Tal vez fue Segovia, junto con Octavio Paz y Gabriel Zaid, quien, como poeta, ha develado mejor las traiciones éticas de la política. Sin embargo, fue él, y no Paz, quien recibió una carta pública del subcomandante Marcos; fue también él, cosa que jamás habría hecho Paz, a pesar de sus lúcidas lecciones sobre el papel revolucionario de la poesía, quien, enfermo, empujado en su silla de ruedas por Margarita Capella, llegó, junto con otros poetas, el 8 de mayo a la plancha del Zócalo a recibir al MPJD; fue también él quien a sus ochenta años no dejó como poeta de simpatizar y de interrogarse por lo que la emergencia de los nuevos movimientos sociales dice frente al desmoronamiento del Estado y del Mercado. La profundidad de su deseo lo hizo vivir todo y estar en todo para interrogarlo e iluminar las vertientes éticas de la vida. De allí que su crítica no pueda ser clasificada de manera ideológica. A pesar de que hacía mucho había dejado de verlo, pero no de leerlo, fueron muchas las lecciones que recibí de él en este sentido. Me enseñó el arte de la versificación, los secretos de la traducción y la profundidad de la literatura que permite pensar y amar la realidad en muchos niveles; me enseñó a pensar poéticamente a través de sus versos y reflexivamente a través de sus ensayos; me enseñó la independencia creadora –lo vi construir con sus manos una casa en Tepoztlán y lo escuché tocar espléndidamente la flauta dulce–; me enseñó, por último, el sentido revolucionario que en su marginalidad guardan el poeta y la poesía. Alguna vez, hace muchos años, me dijo: “El romanticismo [por eso su última traducción fue la obra completa de Nerval] no es una escuela, es la temperatura de la poesía. Ningún gran poeta moderno ha escapado del romanticismo.” Los románticos, le dijo en 2005 a Eduardo Vázquez en una entrevista, inauguraron “un cierto historicismo […], el de las vivencias y la experiencia […] Un materialismo que no se interesa por las cosas materiales […] sino por ‘la significación’, por el ‘valor’ de lo que ha sido valioso o deseado […]; eran críticos de la objetividad que hizo perder el genio, por eso se acercan a los lenguajes oscuros, como el religioso o el mágico, al lenguaje de los que han sido proscritos por la razón: los locos, los niños, las mujeres, los salvajes […] La rebeldía romántica es revolucionaria en la medida en que reinventa los lenguajes oscuros”, los de los excluidos, los de las víctimas del poder. Quizá sabía que eso revela el mpjd y quería decírmelo, quería conversar sobre ese misterio de la poesía que se encarna en el espacio político y que es la realidad del deseo, la experiencia humana de la significación.

Me gusta pensar que habríamos hablado de ello. Me gusta pensar también, en medio de mi dolor, que un día, en la luz del deseo del que tanto supo, nos sentaremos, al lado de mi hijo y de todos aquellos que hemos amado, a conversar, y sabremos que el fondo del deseo no era otra cosa que la hermosa experiencia del amor que no dejamos de vivir y de expresar en la historia como el más revolucionario de los actos.

Además opino que hay que respetar los Acuerdos de San Andrés, liberar a todos los zapatistas presos, derruir el Costco-CM del Casino de la Selva, esclarecer los crímenes de las asesinadas de Juárez, sacar a la Minera San Xavier del Cerro de San Pedro, liberar todos los presos de la APPO, hacerle juicio político a Ulises Ruiz, cambiar la estrategia de seguridad y resarcir a las víctimas de la guerra de Calderón.

Una vida honrada y de trabajo

11/Diciembre/2011
Jornada Semanal
Raúl Olvera Mijares

Tomás Segovia, poeta, ensayista y traductor, ha sido uno de esos castellanos nacidos por accidente en Valencia, criado en Francia y formado en México, donde residió con algunas intermitencias desde 1940 hasta su muerte, acaecida el 7 de noviembre de 2011. Entre los premios recibidos figuran el Xavier Villaurrutia (1972), el Magda Donato (1974), el Alfonso x (1982, 1983 y 1984), el Octavio Paz (2000), el Juan Rulfo (2005) y el García Lorca (2008). Entre sus obras pueden destacarse: La luz provisional (1950), El sol y su eco (1960), Figura y secuencias (1979), Cantata a solas (1985), Poética y profética (1986), Otro invierno (2001) y Digo yo (2011).

–¿Cuándo es que surge en usted la vocación poética?

–Hacia los quince años con un profesor que me alentaba empecé a leer. Como todo el mundo, leyendo me vinieron las ganas de escribir. En esa época yo vivía en un medio un poco aislado, el del exilio español. Los autores eran los poetas del veintisiete, especialmente Alberti, García Lorca, la generación del noventa y ocho. Y luego poetas cercanos, como Emilio Prados. Ya un poco después lo descubrí y fue una gran influencia para mí. En una época leí mucho a Saint-John Perse, a Claudel y a Péguy, pues me dijeron que tenía cierto parecido. Me sorprendí mucho, porque no me veía ninguno. Hubo, en realidad, una primera época muy ingenua en que ni siquiera tenía todavía lecturas. Era una poesía muy ingenua la mía por aquellos días, pero con mucho frescor, que ahora me gusta mucho.

–¿Cuál es la generación de poetas a la que usted pertenece?

–Una de mis disidencias, no voluntarias, es que hay una generación española, de gente más o menos de mi edad, a la que no pertenezco. Hay una generación mexicana a la que tampoco pertenezco. No es un mérito, es más bien mi destino. Siempre he estado al margen de todo. Soy marginal a causa de la historia, la guerra mundial y las circunstancias. Tampoco en el exilio quise “identificarme” sino que también dentro del exilio me “desmarqué”. Cuando hicimos la Revista Mexicana de Literatura, en ese grupo estaban García Ponce, Juan Vicente Melo, Jorge Ibargüengoitia, José de la Colina, al final se acercaron también algunos jóvenes como Monsiváis y Huberto Bátiz. La revista existía antes. Cuando entré la dirigía Carlos Fuentes y estuve primero de colaborador, luego de codirector; finalmente, cuando Fuentes la abandonó, hice una nueva época, que dio comienzo hacia 1957.

–¿En qué año conoció usted a Paz y cómo fue su relación con él?

–Paz fue mucho después. Yo lo leía y lo admiraba. Justo cuando entré a la Revista Mexicana de Literatura había estado excluido de la literatura mexicana por un par de años, porque Alfonso Reyes decidió anatematizarme. Me excluyeron durante dos años enteros. Hicieron sin mí la Revista Mexicana de Literatura. Mi generación –por eso digo que yo no tengo generación– era ésa pero yo no estaba. Eran Carlos Fuentes, Jaime García Terrés, Emmanuel Carballo, Fernando Benítez, Tito Monterroso, en fin, era la generación de los cincuenta o bien un poco antes. Escribí un artículo sobre un libro de Reyes que no le gustó y entonces cogió el teléfono. Fue sobre Trayectoria de Goethe. Hizo tres llamadas y yo ya estaba borrado para siempre.

–En sus ensayos, ¿qué temas ha tocado?

–Son casi siempre temas relacionados con el lenguaje y la poesía. He abordado también temas de lingüística. Bueno, la lingüística propiamente dicha no tanto, más bien la lengua. Me interesan los lingüistas porque se meten en esos terrenos. Se ponen a hablar de la lengua como si supieran de verdad qué es. La lengua no es de ellos, es de los poetas. Yo dialogo con los lingüistas.

–De los premios, las becas, los reconocimientos, ¿cuáles son los que le han acarreado mayor satisfacción?

–La beca de creador emérito del Fonca. He obtenido algunos premios, aunque nunca me he presentado a ninguno. Siempre he tenido muchas dudas sobre los premios. No digo que propiamente no deban existir, aunque debería haber muchos menos y con mucho más sentido. Creo que todos estos premios que tenemos hacen mucho más daño que bien a la literatura. No comparto la idea de que los artistas seamos unos desvalidos. Tampoco pienso que los gobiernos tengan obligación de mantenernos. Además no considero que nos haga tanta falta. Un escritor puede hacer mucho. Uno puede trabajar honradamente y desarrollar una obra. Yo me he ganado la vida como mecanógrafo, corrector y traductor. Oímos hablar ahora de la incultura pavorosa que tenemos en nuestra civilización. La pérdida total por parte de la gente de su propia lengua, su propia tradición. En esa situación lamentable es muy fácil tener una visión de la literatura como una especie de competencia. Hay premios que hacen pensar que entre los escritores hay campeones, como entre los futbolistas. Eso deforma por completo la idea. Y como eso está mezclado con los medios masivos, que están podridos y pudren la civilización, creo que los escritores somos a veces demasiado frívolos y tendríamos que tener un poco más de seso. Yo he dicho veinte mil veces: “Si quieren fomentar la literatura –bueno, la cultura, el cine, todo eso– no la van a fomentar dándome una beca y un premio a mí, usen ese dinero para hacer bibliotecas, para educar a la gente.”

–Maestro, finalmente, ¿qué representa para usted la poesía?

–Ah, eso sí que no tiene respuesta. La única respuesta es absolutamente equivocada, que es la que dio Bécquer. Para mí es lo mismo que la vida. Yo no me puedo imaginar vivir sin hacer poesía. No quiero decir que todos los demás tengan que vivir así. Hay muchas maneras de vivir. La mía es la poesía, como para una señora seductora es el amor y el sexo. Ésa es su vida. Bueno, cada poeta tendrá sus ideas. A mí lo que me gustaría es que cuando alguien lee un poema mío tuviera una especie de revelación, que viera algo, no nuevo, pero diferente en la vida. Algo real que no había visto antes.



Tomás Segovia y la plenitud

11/Diciembre/2011
Jornada Semanal
Xabier F. Coronado

Hay poetas para quienes la poesía es una cuestión estética, y otros para quienes es una cuestión vital.
Tomás Segovia

Poco queda por decir ante la merecida avalancha de artículos, comentarios y obituarios elogiosos que se desató desde el pasado 7 de noviembre cuando la noticia de la muerte del poeta Tomás Segovia se extendió por todos los medios de habla hispana. Fue su Anagnórisis final, el reconocimiento general a una actitud positiva y real ante la vida, a una forma de pensamiento que no dejó lugar a dudas.

Se fue el último eslabón de la cadena de escritores y pensadores del exilio republicano español, un drama humano consecuencia de aquel golpe de Estado involutivo que derivó en guerra civil y produjo, además de miles de muertos, una multitud de transterrados, obligados a ocupar un lugar en otra tierra para poder desarrollar sus vidas. De este hecho dramático surgieron cosas nuevas, otras oportunidades en escenarios diferentes. Nadie puede saber qué hubiese sido de todos ellos si las circunstancias traumáticas que marcaron de manera definitiva sus vidas no se hubiesen producido; lo que sí podemos saber y estudiar son las consecuencias, los resultados de ese llamado exilio intelectual. Para muchos de ellos, México se convirtió, por las circunstancias conocidas, en el nuevo hogar, en la tierra prometida donde recuperar la esperanza tras las pérdidas y la frustración sufrida.

Tomás Segovia (Valencia, 1927- México DF, 2011), después de un periplo que pasó por Francia y por Marruecos, llegó a México en la adolescencia y se forjó en su nuevo país con la serenidad del que acepta su destino: “Yo me desmarco del gueto del exilio español: lo que sea, de cada quien.”

La filosofía poética de la vida

La poesía es “vida inmediata”, vida que se expresa de la manera más directa posible
Tomás Segovia

Tomás Segovia hizo de la poesía una filosofía de vida y de su obsesión por la palabra y el lenguaje un arte, manifestado en numerosos textos que nos hechizan con su fuerza vital. Las palabras precisas que laten en el pecho de los amantes al recorrer sus cuerpos apasionados, tienen eco en el reconocimiento de lo propio, en la comprensión de una naturaleza admirada en éxtasis de consciencia, en instantes perpetuos: “El día,/ está tan bello/ que no puede mentir:/ comemos de su luz nuestro pan de verdad” (“Confesión.”)

Tomás Segovia llegó a la vejez en plenitud, con todo el poder que da la certeza de entender, de captar la filosofía de la vida, de llegar a la comprensión al trascender el diálogo con uno mismo y alcanzar la verdad de la existencia. Los sentidos lo mantenían en comunión con la naturaleza, con el ciclo de las estaciones, cuyo recuerdo le llevó de regreso a España para sentir de nuevo el vértigo de las metamorfosis y los renacimientos: “Hoy huele deliciosamente a invierno/...; El verano se adueña de la noche/…”

Porque su poesía es un canto a la vida, Segovia es un vitalista supremo y su pensamiento tiene la imperiosa necesidad de saberse y mostrarse vital, comunicar la verdad revelada es lo que lo convierte en poeta. Para Tomás Segovia la importancia de la poesía radica en ser capaz de transmitir la verdad de la belleza del mundo, de la vida.

En la obra de Tomás Segovia hay una constante búsqueda; rastrea lo vital ante la necesidad de ser libre, en sincero compromiso consigo mismo y con el mundo. Libertad y plenitud como reconciliación y aceptación del destino propio en la marea de lo colectivo para acceder al milagro de ser amado: “De pronto supe que el milagro/ No era amar tanto/ Lo milagroso es ser amado.” (Siempre todavía, 2008).

La palabra como instrumento

La paradoja ha sido siempre un arma privilegiada del pensamiento
Tomás Segovia

Para alcanzar ese propósito, que mezcla el milagro del amor con la plenitud de la naturaleza, Tomás Segovia utilizó “el suelo del lenguaje” en todas sus vertientes. La palabra traza los caminos de la vida, sendas y veredas hechas de versos, de miles de versos que permanecen como huellas y marcan una ruta de contrastes por este mundo dual que habitamos, el “paradojario” que sustenta nuestras vidas.

Quien vive y cuenta con palabras precisas la magia de lo erótico: “Un corazón puedes abrir, y si entro/ con la lengua en la entrada que me tiendes,/ puedo besar tu corazón por dentro”; no se permite dudas; elige la firmeza de la entrega, la suprema promesa de fidelidad a la vida: “Y esta promesa que le hago y que me hago/ De no desertar nunca de este puesto/ Nunca yo por mi lado/ Imprevisible mundo.” Su poesía se nutre de la observación de la vida porque se mantiene siempre atento, al acecho de las revelaciones que se desprenden de la realidad: “Pues sé…/ Que he metido la azarosa mano/ Bajo las ropas de la realidad” (Poesía, 1943-1997. FCE, 1998.)

Para poder compartir esas verdades se tiene la herramienta del lenguaje y se clavan las palabras en los versos para mostrarlas: “Yo creo que el hombre pertenece al lenguaje.” El idioma se convierte en la patria de los escritores que perdieron su tierra y por eso es en la libertad y la sabiduría del lenguaje, en el rigor de la escritura, donde encuentran su origen y su esencia. La escritura en todas sus formas –poesía, ensayo, relato, traducción, etcétera–, es el campo en donde Segovia cumple con la misión suprema de comunicar la verdad de la belleza de la vida, de despertar la conciencia de su existencia sin apropiarse el mensaje porque: “Toda tentativa de apropiárselo lleva a detener su flujo, a coagularlo, a ahogarlo, a matarlo” (“Profesión de fe”, 2008). Y lo logra al brindarnos la palabra precisa que nos permite descubrir lo que se le ha revelado.

Para Segovia la poesía es la raíz del lenguaje y “ese nivel primigenio del lenguaje, yo creo que es el nivel que se expresa en la vida cotidiana”. La palabra como instrumento para contar la realidad diaria: “Di si eran éstas las palabras/ Míralas bien/ Córtalas con cuidado/ Y vamos a guardarlas” (“Dicho a ciegas.”)

Tomás Segovia fue un pensador ubicado y comprometido con la vida, llegó a su plenitud en una vejez digna y activa que le significó el logro de la libertad tantos años perseguida: “A esta edad ya no tengo que demostrar nada. Estoy en paz con la vida. Esa es la libertad.”

Homenaje a José María Pérez Gay

11/Diciembre/2011
La jornada
Elena Poniatowska

Son las cuatro de la madrugada, una hora difícil para despertar. José María Pérez Gay tiene más tendencia al insomnio que al sueño. Cuando no duerme lee a Paul Celan o a Elías Canetti. A las cuatro y media sale de su casa para ir al Zócalo todavía adormecido y entrar al palacio del Departamento del Distrito Federal. Acompaña a Andrés Manuel López Obrador un año y otro y todavía otro, lo escucha, registra lo que ve y lo vuelve pensamiento. Sus ojos bien abiertos, agrandados por el vidrio de sus anteojos, observan a periodistas y cuestionadores.

Cuando López Obrador se retira, Chema, como lo conocemos todos, lo sigue y cierra la puerta. Para él, el candidato de la izquierda tiene una virtud teologal: la honradez.

Conocí a Chema hace años y me pareció un hombre consentido. De él, dos cosas me llamaron la atención, una, que completara una cita que Monsiváis había olvidado, otra, su conmoción por el estallido de gas de San Juanico el 19 de noviembre de 1984, que causó la muerte de 600 personas. Después supe que Chema llora por todas las tragedias, las catástrofes y los genocidios del mundo, como lo afirma su mujer, Lilia Rossbach.

Era difícil prever que ese hombre dedicado a las letras se entregara por completo a una causa y se la jugara por ella. Lilia cuenta cómo en un mitin, en Oaxaca, una mujer que escuchaba a López Obrador vino a preguntarle a Chema: ¿Es usted su papá?, y Chema le respondió: No, es mi amigo del alma. Entonces la mujer le entregó una cajita. “No sé si voy a poder acercarme a él –explicó–. Son las cenizas de mi marido. Su última voluntad fue que se las diera a él”.

A partir de 2004, apoyar a López Obrador era perder amigos, enfrentar críticas, rechazos y comentarios despectivos. Nunca pensé que Pérez Gay tendría esa capacidad de compromiso. Era un hombre demasiado metido en sus libros. Pérez Gay tuvo la firmeza de seguir adelante a pesar de las múltiples situaciones desfavorables. Se mantuvo amarrado al mástil y atravesó los círculos en que no sólo lo cuestionaban, sino lo denostaban. La suya fue una pequeña gran batalla y de las pequeñas batallas, del humilde sólo por hoy salen las transformaciones.

Nuestro país es el de las causas perdidas, ya lo sabemos. También lo supo Pérez Gay, porque como lo dice Jesús Ramírez, las causas perdidas le han hecho más grande el corazón.

Todavía hoy las reuniones con López Obrador se hacen en casa de Chema y de Lilia. Su mesa es un foro, un congreso, un debate, una irrupción de tesis distintas, de puntos de vista encontrados que, sin embargo, propiciados por él y por Lilia, se convierten en diálogo. Muchas decisiones han salido de su casa.

En su casa se fundó el Comité de Intelectuales en Defensa del Petróleo, en la sala de su casa, que bien podría ser una plaza abierta, se conquistó la entereza para mantenerse firmes ante la crítica, la burla y el descrédito; en la sala de su casa se analizó y se condenó la guerra contra el narco. Es una forma equivocada del gobierno para legitimarse frente a la población –dijo Pérez Gay.

Pérez Gay estuvo siempre en el cuarto de guerra. Si López Obrador hubiera sido presidente, habría sido secretario de Relaciones Exteriores en 2006. Tenía experiencia para el puesto. Primero fue cónsul de México en Colonia, luego consejero cultural en París y finalmente embajador de México en Portugal durante la presidencia de Vicente Fox.

Pérez Gay, Chema, es el mayor de cinco hermanos y en su casa le decían Pepe. Lourdes, Alicia, Lupe y el benjamín de la familia, Rafael, levantaban los ojos hacia él porque Chema le lleva a Rafael 14 años. El hermano mayor le enseñó a acercarse a los libros, a volverse crítico y a manejar el lenguaje; lo envolvió en una cauda de palabras. Lo entusiasmó con Rulfo y con Cortázar. Tomado de su mano, el hermano menor, Rafael, leyó a Goethe y a Marcel Proust. Como su padre, era un magnífico conversador y encandiló a otro joven de 16 años, Héctor Aguilar Camín. De estos tres buenos hermanos nació una amistad literaria y una vocación por los textos esenciales.

Con una beca de la Ford Foundation, Chema salió a los 21 años a Berlín. Nunca había viajado y se iba muy lejos. Allá permaneció 16 años, desde los 21 hasta los 37, y como no podía regresar al Distrito Federal, porque no había dinero, escribió cartas que su madre –gran lectora– contestaba. ¡Es difícil imaginar a un joven mexicano de clase media perdido en un pueblito al lado de Berlín, a temperaturas de 20 grados bajo cero, caminando por las calles de una ciudad hecha polvo pero no es difícil adivinar su enamoramiento por una condiscípula de filosofía, hoy médica siquiatra, con quien vivió durante 12 años!

Los alemanes que le han entregado la Gran Cruz de las Artes y las Letras dicen que su alemán es perfecto y por algo ha traducido a Franz Kafka, Thomas Mann y Hans Magnus Enzensberger, entre otros. Sin embargo, lo más importante para él debe haber sido confrontar a una Alemania partida en cuatro: Estados Unidos, Rusia, Francia e Inglaterra, cada uno con su tajada de vencidos y de humillados, cada uno con su pedazo de país degradado.

El muchacho de 21 años descubrió entonces los escombros que deja la guerra. Sus profesores antinazis intentaban explicarse la ruina de su país y conoció a Martin Heidegger, el de Ser y tiempo, el que amó a Hannah Arendt y el que se adhirió a Hitler porque creía que era el destino de Alemania.

A partir de 2006, José María Pérez Gay creció como crecen los hombres que se entregan a una causa.

Hoy, Chema, nuestro amigo, se encuentra sentado en una silla de ruedas. Después de haber escrito con tanta solidaridad sobre Hiroshima y Nagasaki, Auschwitz y Belzec en Polonia, donde en una superficie de tres hectá-reas los nazis mataron a más de 800 mil judíos en nueve meses, después de haber analizado la destrucción de Camboya y la de Chechenia, después de haber descrito a los niños que padecieron la maldición de Chernobyl e informarnos sobre lo que fue el genocidio de un millón de personas en Ruanda, la silla de ruedas debe ser para Chema bien poca cosa y por eso la mirada en sus ojos que se agrandan detrás de sus gafas es de inteligencia. Su mirada siempre me ha llamado la atención no sólo por grandota, sino porque es la de un niño que observa lo que sucede en el mundo y experimenta lo que nunca antes vivió: la lucha social de México, su país a la deriva, su país destrozado por la violencia, su país en que la prohibición de las drogas produce el negocio, su país que ha caído en la cultura de la muerte.

Al entregarse a la causa del amigo, se entregó a la causa del México de López Obrador. y a partir de ese momento creció. Optó por un compromiso humano que incluía al otro aunque ese otro no fuera un gran conversador ni supiera siquiera dónde está Alemania. Lo que te pasa a ti, puede pasarme a mí. Chema entró a otra área de su ser. Se sorprendió a sí mismo al hacer suya la adversidad en la que vive la mayoría de los mexicanos y descubrió lo que significa la palabra resistir. Hoy mismo, aquí sentado, Chema resiste, somos nosotros los que nos hacemos cruces.

Aquí, frente a ustedes tienen a un filósofo y a un gran conocedor de las letras alemanas, pero también tienen ustedes a un amigo fiel que lima asperezas, rivalidades y diferencias. A su lado se yergue una mujer, Lilia Rossbach, ella sí militante. Lilia abre los brazos y sonríe y te dice mi amor, mi cielo, cuánto te amo y te recibe como si nada mejor que verte pudiera sucederle. Estoy segura que si le dijera a Lilia Dame tu casa respondería Ahora mismo subo por las escrituras. Espléndida, llena la atmósfera de palabras y le da un significado a la palabra convivencia. Discípula de Carlos Monsiváis, heredó de su abuelo, Hans Rossbach, una compañía parecida al Texas Instruments de Houston, Rossbach de México. Guillermo Haro, el fundador de la astrofísica moderna en México, iba hasta Iztapalapa, sede de la compañía, y la admiraba por exacta y porque cumplía su palabra.

Aquí están los dos, él y ella que lo fecunda espiritualmente y hace que todos los amigos, los que se fueron, como Bolívar Echeverría o Carlos Monsiváis, o los que están, como Lorenzo Meyer o Jesús Ramírez o Claudia Sheinbaum, giren en torno a una causa: la del México profundo, el México que a todos nos duele.

sábado, 10 de diciembre de 2011

Para qué antipoetas en tiempos aciagos

10/Diciembre/2011
Laberinto
Heriberto Yépez

En Altazor, Huidobro presumió ser “antipoeta y mago”. No era cierto: era demasiado mago para ser antipoeta. Antipoeta y mago fue Neruda. Y Parra sólo lo primero. Y con eso digo todo.

Recién salió el segundo tomo de sus Obras completas & algo †, y ganó el Premio Cervantes. Sin candor o parracidio, urge sopesar a Nicanor Parra.

Neruda demostró que el idioma es tan amplio que se puede ser varios tipos de poeta. El poeta muda de piel cada ciertos libros.

Y no hablaré de Pessoa, porque Parra, entonces, padece tunda.

Parra explotó su nicho. Buen escritor; no gran poeta. Y como antipoeta fue siempre idéntico a sí mismo. Lo más cercano a renovarse fue su poesía visual.

En Parra, se nota el common sense de Chicago y el influjo (confeso) de Chespirito. Fue un demócrata del verso, lo redujo a la gracia más asequible y tanda de prédica chistosa.

Quizá sea ingrato decirlo de un escritor tan disfrutable, pero hoy me sería imposible ponerlo a la misma altura que Neruda.

Parra fue indispensable para desintoxicar la poesía chilena de tantas imágenes de vuelo alto. Y eso nos ocurrió a todos los que nos iniciamos en los libros de Neruda. Después de tanta alucinación, Parra y su vaso de agua fueron frescos.

Pero el agua cansa y nada pesa tanto como la transparencia.

En las sucesiones literarias, suele ocurrir una ley del menor esfuerzo (desproporcionado).

Un rasgo saliente (y novedoso) de un autor es retomado (y exagerado) por sus epígonos, y restándole todo otro elemento más complejo que le acompañó en la fórmula original. Así, de un autor que acomete vistosa ruptura se toma sólo su factor más llamativo, popular o emulable.

De la fórmula de Parra —coloquio paradójico más anticlímax humorístico—, sus seguidores sólo se quedaron con el chanfle.

La poesía latinoamericana —por Parra— se relajó.

De no ser por los neobarrocos post-Lezama —que tampoco fueron filósofos o magos— la poesía de este idioma se hubiera desplomado, y la diferencia entre verso y prosa diluido por completo.

La aportación de Parra fue alcanzar, por vez primera en nuestro idioma, una poesía sin aura. Esa bofetada en pleno onirismo huidobreano-nerudiano fue oxígeno. Y luego simpaticón verso oxigenado.

La irreverencia de la antipoesía, pocas décadas después, deparó género para agradar y sacar aplausos. Por eso muchas de sus obras son discursos, que buscan llana elocuencia y risa entre referencias.

Los textos de Parra se disfrutan fácilmente. Y su condición de persona entrañable ha familiarizado la figura del poeta. Parra es el abuelo bonachón de la vanguardia.

Pero, en el corte de caja, parte del legado parreano es que la barra para que algo sea considerado “poesía” quedó más abajo.

Despidámonos de Parra citándolo: “La poesía pasa – la antipoesía también”.

Después de Troya

10/Diciembre/2011
Laberinto
Armando González Torres

Los clásicos no traicionan, son productos culturales que siempre se pueden presumir como lecturas memorables y permiten quedar bien ante un auditorio. No siempre, sin embargo, se actualizan y debaten sus interpretaciones y aun las construcciones culturales más imponentes llegan a abrigar telarañas. De hecho, los ecos de los clásicos suelen oscilar entre el prestigio congelado de lo edificante y la museística académica y pocas veces se acostumbra interpelarlos en torno a su capacidad para iluminar dilemas del presente. En dos libros recientes, Encuentros heroicos, seis escenas griegas de Carlos García Gual (FCE, 2009) y El desarme de la cultura, una lectura de la Ilíada de Juan Carlos Rodríguez Delgado (Katz, 2010), dos helenistas salen de su zona de confort y se interrogan en torno a la ejemplaridad y vigencia de ciertas escenas clásicas. Ambos aluden a la Ilíada y ambos ponen énfasis en el canto final del poema, cuando un viejo indefenso, Priamo, padre del prócer troyano, Héctor, conmueve al héroe enfurecido y obstinado que es Aquiles y logra la devolución del cadáver de su hijo. La tesis que Rodríguez Delgado apoya con un impresionante aparato erudito señala que la Ilíada no es, como apunta cierta crítica moderna, un patrón mecánico de moldes métricos y valores estereotipados, sino una composición virtuosa en sentido artístico y moral que, a la vez que refleja, también cuestiona los ideales de la sociedad heroica. Los personajes no son marionetas y pese a la ascendencia divina, la presión social o la inercia de la violencia conservan autonomía moral. Por eso, veneran pero también aborrecen la guerra y en muchos de los momentos más conmovedores, como el diálogo de Aquiles y Priamo, cuestionan el papel de la violencia sobre los valores filiales y marcan el triunfo de la compasión sobre la ira y la venganza.

Carlos García Gual, en su libro de recreación de escenas literarias griegas, también se refiere al encuentro de Aquiles y Priamo. Para García Gual, el desenlace de la Ilíada en esta escena es anticlimático con respecto a la lógica guerrera y demuestra la complejidad desde que esta obra trata dilemas humanos permanentes como la oposición entre el deber cívico, el llamado de la sangre y la venganza con la simpatía y la reconciliación. Para García Gual, si bien los dioses intervienen en el arreglo pacífico, el libre albedrío de Aquiles es esencial: la ayuda divina para que el viejo cruce el campamento aqueo es meramente “operativa”, pero el resorte fundamental para des-endurecer su corazón pertenece al propio Aquiles. De modo que, como se desprende de estas dos bellas lecturas de una escena, el tránsito de la venganza a la solidaridad de un personaje enmarcado en la violencia como Aquiles no puede ser mediado por fuerzas externas, sino que responde a una intensa experiencia interna de transformación y sigue siendo una perspectiva ejemplar desde la cual quizá sea posible observar, encarar y conjurar la violencia, después de Troya.


Políticos, proles y lectura

10/Diciembre/2011
Laberinto
Iván Ríos Gascón

Eliot decía que “la cultura no es la mera suma de varias actividades, sino que es un estilo de vida”, pero el estilo del 99% de los políticos mexicanos aborrece las expresiones culturales, menosprecia a la literatura, la plástica, la música, la danza, el teatro y el cine, quizá porque el arte es un fastidio para sus espíritus adictos al relumbrón del canal de las estrellas, las revistas del jet set y las zonas de confort del Twitter o el Facebook, donde es muy fácil disimular el analfabetismo funcional.

El numerazo de Enrique Peña Nieto en la FIL no sólo es un episodio más en las anécdotas de las que surgieron José Luis Borgues o la Rabina Gran Tagora de las lenguas de Vicente Fox y Martha Sahagún, ni del oprobioso expediente de los asambleístas del DF que le endilgaron al maestro José Emilio Pacheco la autoría de Un tranvía llamado deseo y Crónica de una muerte anunciada, sino que se apunta en la execrable tradición del político ignorante, demagogo, acartonado y fraudulento: Peña Nieto pisó la misma sala de la FIL donde estuvieron Vargas Llosa y Herta Müller, para presentar su supuesto libro México. La gran esperanza, que ahora sabemos que no escribió y, mucho menos, ha leído, porque la letra impresa es algo que al candidato presidencial del PRI ni con sangre le entra.

Hay personajes que al intentar eludir el fango se hunden más en el légamo de su miseria (intelectual, por supuesto), sin medir las consecuencias. El dislate de EPN en la FIL estuvo cargado de veneno. ¿Alguien reparó en que al confundir a Carlos Fuentes con Enrique Krauze agravió a ambos intelectuales? ¿Sabrá hoy EPN que existe un libro de Krauze titulado Textos heréticos, cuyo primer capítulo se llama “La comedia mexicana de Carlos Fuentes”, acompañado de un escolio: donde el autor, con malevolencia, intentó manchar el aura inmaculada del creador de Aura?

Ahora bien, si EPN en verdad hubiera leído La silla del águila, el título de la discordia, le habrían sido muy útiles las siguientes líneas: “Hemos vivido con los ojos pelones, sin saber qué hacer con la democracia. De los aztecas al PRI, con esa pelota nunca hemos jugado aquí”. Y sobre todo: “La realpolitik, sabes, es el culo por donde se expele lo que se come —caviar o nopalito, pato à l’orange o taco de nenepil—. Los principios, en cambio, son la cabeza sin ano. Los principios no van al excusado. La realpolitik atasca los inodoros del mundo y en el mundo del poder tal como es, no tienes más remedio que rendirle tributo a la madre naturaleza”.

Hay quienes opinan que un político no requiere entrenamiento literario, los Winston Churchill son excepcionales, irrepetibles, y, por tanto, debemos ser piadosos y dejar los libros para los proles, ese ejército de pobretones invisibles que con su voto entregan cheques en blanco, pero esa idea empeora el de por sí aciago panorama de nuestro tiempo mexicano: en el país donde engendros como Laura Bozzo telemoralizan a la población en horario estelar y la educación pública sigue en manos de Elba Esther Gordillo (y seguirá, ya lo hizo patente el culto Peña Nieto), el perfil intelectual de quien aspire a la presidencia de la República debería catalogarse como un asunto de emergencia nacional, pues no todos seguimos siendo como esos mexicanos de las décadas de 1950 y 1960 que Carlos Fuentes retrató como seres ciertamente bípedos, discutiblemente racionales, mayoritariamente mestizos, obligados a creer en la Revolución Institucional y destinados a vivir y morir en la República Hereditaria que la encarna.