Febrero/2015
Tierra Adentro
Carlos Velázquez
La historia de México está anegada de injusticias. Y el
campo de la literatura no se encuentra exento. Una de sus ingratitudes
manifiestas reside en por qué no se valora en nuestro país a Fernando
del Paso con la misma veneración que se otorga a otras figuras
nacionales o latinoamericanas. Un grupo nada despreciable de críticos,
académicos, escritores y lectores, coinciden en lo mismo: Del Paso
compite por el puesto de ser considerado el mejor escritor de la cultura
mexicana. Para quien esto escribe, no existe duda. El
corpus de su obra se ubica en un Olimpo al que sólo son convidados
Pedro Páramo, de Juan Rulfo, y
Al filo del agua,
de Agustín Yáñez, dicho esto sin ánimo de convocar polémica y con
perdón de los que se encuentren en desacuerdo. Sin embargo, permea el
sentimiento generalizado de que Del Paso debería circular más, ser más
leído, más reverenciado, debido a que las referencias del mexicano
promedio son Carlos Fuentes o García Márquez (un extranjero) como
algunos de los máximos exponentes de las letras hispanas.
Ante lo anterior surge la siguiente pregunta: ¿por qué la obra de Del
Paso no ha recibido la importancia que merece? Razones se antojan
varias. Pero antes de enunciarlas es pertinente detenerse en un elemento
un tanto maléfico que viene emparejado con la reservada popularidad de
los textos de Del Paso: el éxito. Si medimos el éxito de un autor porque
es citado en telenovelas de Televisa, como es el caso de García
Márquez, entonces Del Paso lo ha eludido. Pero si consideramos estos
tres fragmentos de la obra de Del Paso:
Era
Era un hombre.
Era un hombre de cabello encarrujado y entrecano. Tenía
cuántos años. Treinta y cinco, cincuenta. Cincuenta y cuatro trenes
salen todos los días de la vieja estación de Buenavista y yo los cuento
como cuento sus años. (José Trigo, 1966)
La ciencia de la medicina fue un fantasma que habitó, toda la vida, en el corazón de Palinuro. (Palinuro de México, 1977)
Yo soy María Carlota Amelia Victoria Clementina Leopoldina,
Princesa de la Nada y del Vacío, Soberana de la Espuma y de los Sueños,
Reina de la Quimera y del Olvido, Emperatriz de la Mentira: hoy vino el
mensajero a traerme noticias del Imperio, y me dijo que Carlos Lindbergh
está cruzando el Atlántico en un pájaro de acero para llevarme de
regreso a México. (Noticias del Imperio, 1986)
podemos formularnos la interrogante válida de que si en esto no
consiste el éxito, entonces en qué consiste. El oficio de la literatura
no garantiza la pertenencia al mercado editorial. Afirmo esto sin afán
fatalista. Ahí están los demasiados volúmenes que se publican de textos
que no obedecen a los géneros literarios. Aquí interviene uno de los
malentendidos que se ha pronunciado alrededor de la obra de Del Paso. El
acceso a su producción jamás ha sido vedado. Así lo confirman las
constantes reediciones de
José Trigo en Siglo XXI y las estupendas ediciones conmemorativas del FCE tanto de
Palinuro de México
en 2013 como de Noticias del Imperio en 2012. Del Paso no ha encarnado
nunca una posición marginal, ni deliberada ni accidental. Resulta
incuestionable que siempre ha formado parte del mercado.
Pero persiste la cuestión de por qué la obra no disfruta de la misma
notoriedad que la de otros autores menores. Y aquí interviene otro de
los malentendidos creados a partir de la trilogía de novelas que
escribió. Un estigma que no es exclusivo de Del Paso. Contra el que se
ven obligadas a luchar todas las obras de largo aliento. La supuesta
inaccesibilidad que se le atribuye per se a las obras voluminosas. Pero
es una inexactitud. Lector entrenado o no, quien se acerque a, por
ejemplo,
Palinuro de México, encontrará al narrador oral más
grande de nuestra tradición. Y también al más ambicioso. Otro de los
factores por los cuales es probable que exista cierto distanciamiento
con su trabajo puede radicar en su presumido barroquismo. Súmenle otro
equívoco. Se da por sentado que el oficio narrativo de Del Paso está
emparentado con el barroquismo tropical. Pero la correspondencia, si es
que existe, es mínima. Un paralelismo a interpretar, por las dimensiones
entre ambas obras, sería
Paradiso (1966), de José Lezama Lima. Más apropiado para el caso de
Palinuro de México que para
José Trigo, aunque no descabellado para el segundo por su intención de remodernizar la novela moderna.
El barroquismo latinoamericano es oscuro y un tanto ajeno al lector
mexicano. Un oscurantismo que no acusa orfandad. Proviene de James
Joyce. Es achacado a sus problemas de glaucoma, que tornaban un tanto
confusos algunos pasajes de
Ulises (1922). Como el arranque
mismo. “Solemne, el rollizo Buck Mulligan avanzó desde la salida de la
escalera, llevando un cuenco de espuma de jabón, y encima, cruzados, un
espejo y una navaja”. No hace falta consultar el original. Baste
advertir los aprietos a los que se enfrenta el traductor. Ese
oscurantismo fue legado a los narradores latinoamericanos hijos de
Joyce.
Pero en México ese fenómeno no se produjo. Del Paso es el escritor en
lengua española más alejado del barroquismo mágico. Se encuentra más
cercano de
El mundo alucinante (1969) de Reinaldo Arenas que
del boom latinoamericano. Quizá Del Paso corrió con la mala suerte que
ha aquejado a algunas de las literaturas. Que en un afán académico o
histórico por definirlas se les etiqueta de manera apresurada. Es
debatible si el trabajo de Del Paso se ubica dentro de la categoría de
lo barroco. En caso de obedecer a esta corriente, lo perpetra alejado
por completo del espectro tropical. En todo caso inauguró el barroco
mexicano. Pero la premisa posfechada no le rinde justica. El barroquismo
no alcanza a explicar en toda su complejidad y profundidad la
experiencia narrativa emprendida por Del Paso. Encasillar su producción
en una etiqueta inexacta no ha conseguido sino entorpecer su
divulgación.
El tercer elemento que podría fungir como un impedimento para la
masificación de Del Paso es el romance empedernido de su obra con la
historia. Aunque en los círculos académicos el cotejo de la obra de Del
Paso con lo que Borges denomina “lo histó ricamente comprobable y lo
simbólicamente verdadero” se ataca con recurrencia, se malentiende la
relación de Del Paso con la historia. Extenderse en este punto ocuparía
un ensayo entero por deshilvanarse. Baste apuntar que en el
enfrentamiento Historia
vs. Literatura, siempre resultará
ganadora la literatura. Porque la novela es, antes que todo, una
suplantación de la historia. La novela no sólo es el género literario
por excelencia, sino que es además la verdadera voz de la historia. A
nadie interesa ahora certificar que la emperatriz Carlota no es la fiel
reproducción que aparece en
Noticias del Imperio. Asumimos como
original a la Carlota de la novela. No experimentamos la necesidad de
consultar el relato oficial para corroborar que se trata de ella. Y
nadie podría considerar siquiera que Carlota pudiera habitar otra lengua
que no fuera la de sus desquiciados monólogos.
La literatura existe no para desdecir la Historia, sino para
reelaborarla. Lo que supone un desafío más grave de Del Paso para un
país como éste, de instituciones y sus entelequias, de costumbres y
hábitos, de traición y desmemoria. Por ello la literatura de Del Paso ha
sido poco apreciada por este país. Pero esa desidia ha comenzado a
revertirse.
POLIFÓNICO DE MÉXICO
Distintas generaciones de críticos se han puesto de acuerdo para designar a
Palinuro de México
como la obra maestra de Del Paso. Este juicio resulta discutible. Por
su estructura, su ambición, el manejo de la historia, la humanización de
sus personajes,
José Trigo debiera ser favorecida por la
academia como la mejor novela de su autor. Ningún escritor mexicano ha
debutado con una novela de tal magnitud. Sin embargo, el puesto lo ocupa
su segundo libro. Pero desde la imparcialidad es complicado decantarse
por una. Y equilibran el
corpus novelístico de su autor. Del Paso no se desbocó. Como Joyce, que tras
Ulises abandonó toda noción de campo semántico en
Finnegans Wake (1939). Leopoldo Marechal sólo tuvo
Adán Buenosayres (1948), Laurence Sterne a
La vida y opiniones del caballero Tristram Shandy (1760), pero Del Paso tuvo una trilogía.
Palinuro de México despierta una sensibilidad y una empatía
que no comparten las otras novelas. No con la misma intensidad. En
principio porque retrata una época bastante dolorosa en la historia de
la nación: la del movimiento del 68. No quiero decir que la lucha
ferrocarrilera, la guerra cristera o la dominación francesa lo sean
menos. Sin embargo, es la tragedia más fresca la que se impone siempre.
Pero sobre todo porque al tratarse de una autobiografía en clave, Del
Paso predice, de manera sutil, el
boom de la no-ficción que
experimentamos en la actualidad. Y si Del Paso no la publicó como un
testimonio es por su deuda con la historia. Esa en la que se empeñó
desde sus inicios por tributar.
De entre las distintas promociones de narradores que establecieron un
puente con Del Paso se encuentra Carlos Fuentes. Pese a que en su
momento Fuentes fue objeto de un reconocimiento al que nunca accedió Del
Paso, a pesar de ganar el Premio FERNANDO DEL PASO 21 Internacional
Rómulo Gallegos en 1982, la novelización de la historia por parte de
Fuentes caducó en menos de dos décadas. Su esfuerzo por representar el
sentir del ser nacional dejó de representar a la siguiente generación de
mexicanos. En este sentido Del Paso siempre fue un paso adelante.
Trabajó exclusivamente con materia atemporal. José Trigo, Eduviges,
Carlota, Palinuro y Estefanía habían cortado por completo todo nexo con
el presente al momento de encaminarse a la ficción. No así la ciudad de
México de
La región más transparente (1958) o el Artemio Cruz de
La muerte de Artemio Cruz (1962). El tributo de la era moderna al caudillismo.
Pese a la estima que provoca,
Palinuro de México no es la novela más procurada de Del Paso. Es
Noticias del Imperio.
Pero trátese de cualquiera de las tres, en todas ellas encontramos un
rasgo unificador: un fanatismo por la minuciosidad. En el lenguaje: que
crea una polifonía de voces. Es tal la virtud del oído de Del Paso que
su reinvención del habla no se agota. No conoce el tope. Siempre
descubre un camino para continuar. Un fanatismo por la minuciosidad
estructural. Que va desde los saltos temporales de la guerra cristera a
la lucha ferrocarrilera, a la no-ficción planteada por la autobiografía
que acompaña a la tragedia estudiantil de 1968, a ahora sí, agotar el
siglo XX para volver al XIX y dar su versión de los hechos de una mujer
enloquecida y enamorada o enamorada y enloquecida en el principio del
fin. Un fanatismo de la minuciosidad por la forma, que va de la
estructura de saltos temporales al desarrollo de la plasticidad de la
prolijidad de la biografía a darle rienda suelta al flujo de conciencia.
Treinta y siete años, tres novelas.
OCHENTA AÑOS DE FERNANDO DEL PASO
Es probable que no atendamos a su tradición, ni ellos a la nuestra,
pero la literatura argentina cuenta con un autor como Del Paso. Alberto
Laiseca nació en 1941 y es autor de
Los sorias (1998). Una
novela de más de mil trescientas páginas. Ambos comparten haber dedicado
prolongados momentos de su vida a la conformación de novelas extensas.
Son los dos últimos grandes monstruos de la novela después del
boom.
Este 2015, Del Paso cumple ochenta años de vida. Y no existe otra forma
posible de calificarlo que como un dechado de lecturas. Lo afirman las
instrucciones para escribir
Noticias del Imperio que enumera Vicente Quirarte en su ensayo “Amor, historia y actores en
Noticias del Imperio”.
Un largo conteo de lecturas, tanto de vida como de textos que tuvo que
perpetrar Del Paso para escribir su biografía apócrifa de la emperatriz
Carlota. Y si sumamos sus estudios del movimiento ferrocarrilero y la
investigación de la medicina concluiremos que se trata de un dechado de
lecturas. Fernando del Paso es y fue novelista, poeta, cuentista,
periodista, ensayista, dramaturgo, pintor, embajador, director de la
biblioteca Octavio Paz, pero sobre todo ha sido un lector.
En 2008 viajé a Nuevo Laredo, Tamaulipas. En esa época atravesaba por mi segunda lectura de
José Trigo.
Y como es natural estaba emocionado hasta lo indecible. Y me hacía la
misma pregunta que se plantea al principio de este texto. Por qué razón
la gente no se acerca más a la obra de Del Paso. Me invitaron a conocer
Estación Palabra. Un espacio dedicado al fomento de la literatura. Me
desconcertó hondamente que el sitio llevara el nombre de Gabriel García
Márquez. No por una querella personal con el colombiano. Lo primero que
me vino a la mente fue la pregunta, por qué este lugar no fue nombrado
Fernando del Paso. Me entristeció el profundo desconocimiento que las
instituciones tienen de la historia de nuestra literatura. Exterioricé
mi opinión y me gané el repudio general. Pasé dos día horribles en Nuevo
Laredo. La gente del medio literario me dedicaba miradas con una mezcla
de odio y condescendencia. Probablemente se me tomó por un ignorante.
Una tarde caminando por la colonia Roma de la ciudad de México
descubrí en el número 150 de la calle de Orizaba, una construcción que
ostenta una placa con la leyenda “El primero de abril de 1935 nació en
esta casa el escritor mexicano Fernando del Paso”. Desde ese día siempre
que se presenta la ocasión de pasar por afuera del inmueble me detengo a
contemplar la placa. Con unas ganas incontenibles de hincarme. Sé que
sonará un poco cursi, pero invariablemente se me acelera el corazón. Me
sudan las manos. Es lo más cerca que he estado de Del Paso. No tuve la
oportunidad de verlo en la fil. Me estremece esa leyenda. Me parece
inconcebible que tras los muros que resguardan la placa haya venido a
este mundo Del Paso y yo esté de pie frente a ellos. El hombre que este
año cumple ocho décadas. El lector. El autor de
Palinuro de México.