Octubre/2014
Nexos
José Antonio Aguilar Rivera
“Son of man,
You cannot say, or guess, for you know only
A heap of broken images, where the sun beats,
And the dead tree gives no shelter, the cricket no relief,
And the dry stone no sound of water.”
—T.S. Eliot,
The Waste Land
¿Qué vive de José Revueltas, luchador incansable, marxista irredento,
epígono de una ilusión? Cuando el escritor murió, en 1976, su funeral
fue apoteósico. Cientos de jóvenes lo acompañaron al Panteón Francés. El
secretario de Educación, Bravo Ahuja, fue abucheado y corrido del
entierro antes de que pudiera terminar su discurso. Una generación de
jóvenes abrazó a Revueltas, como Revueltas la abrazó a ella: con un
entusiasmo que rayaba en la devoción. El escritor pensaba que los
estudiantes eran el único “escape de la conciencia” en un país donde el
Estado monopolizaba el pensamiento.
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Los escritores de “la Onda”, Agustín, Sainz y Manjarrez veían en
Revueltas más que un precursor, un tutor: una figura cabalmente
ejemplar, en lo literario así como en lo político. Sainz escribió en el
prólogo a una de las últimas entrevistas que le hicieron: “para mí, como
para muchos, Revueltas era más que un intelectual de quien se aprendían
ideas en cualquier momento y, si es posible, más que un guía ético y
político”.
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Revueltas, en la cafetería de la Facultad de Filosofía y Letras, miraba
la esperanza de cambio encarnada en esos muchachos, mientras se
cachondeaba con ambos pulgares la piochita de chivo de los últimos años.
Monsiváis lo retrata de cuerpo entero en 1968: “al estallar el
Movimiento Estudiantil, José Revueltas tiene 54 años. Ha vivido todas
las frustraciones políticas, no se ha dejado limitar por ellas y,
rehusándose a distintas coronas de martirologio, aún preserva sus
confianzas inexorables que alterna con visiones desesperanzadas y
agónicas del hombre, ‘ese ser erróneo’”.
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Monsiváis captura admirablemente una de las características más
poderosas de la personalidad de esa especie de santo secular en que se
convirtió Revueltas: el desprendimiento, el desinterés casi de claustro,
del escritor. “Al oírlo y al verlo”, recapitula Monsiváis, “retengo la
sensación —que precisaré mucho después— de alguien que actúa con
absoluta prescindencia de sí, no el ‘desprendimiento cristiano’ sino un
olvido —no hay tiempo— para retener los compromisos con el nombre, la
perspectiva de ser José Revueltas no puede fijarlo estatutuariamente,
fuera de la entidad José Revueltas (ya legendaria) ocurren las cosas que
más le interesan, las asambleas y las reuniones del Consejo Nacional de
Huelga, las manifestaciones y las discusiones fervorosas hasta la
madrugada…”.
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Es el Revueltas que ingresa al Partido Comunista a los 15 años, es
recluido en un reformatorio cuando sus camaradas deciden izar la bandera
roja en el asta bandera del Zócalo el 20 de noviembre, fecha de su
natalicio, y unos años después deportado a las Islas Marías, en dos
ocasiones, para terminar encarcelado por subversivo en 1968 por el
presidente patriota Díaz Ordaz, azote de las conspiraciones comunistas.
Sin embargo, en el centenario de su natalicio su figura ha venido a
menos. Su contemporáneo de generación, Octavio Paz, quien dijera de él
que era uno de los hombres “más puros de México”, ha opacado por
completo su recuerdo. Mientras que las obras completas de Paz se
reeditan, se publican nuevas antologías y aparecen nuevos estudios sobre
el poeta, los libros de Revueltas no se consiguen ya. Casi imposible
adquirir todos los volúmenes de las
Obras completas publicadas
por la editorial Era a mediados de los ochenta. Ni siquiera en las
librerías de viejo. No es la hora, qué duda cabe, del autor de
El luto humano.
En el banquete de las conmemoraciones a Revueltas sólo le han tocado
las migajas, por no hablar de Efraín Huerta, que es todavía más
relegado. No se trata de que los obituaristas oficiales lo hayan
olvidado del todo; los tres nombres figuran en el programa conmemorativo
del Estado mexicano. Se trata de algo más complejo. Por un lado, está
la entronización de Paz como gloria nacional. Una canonización en forma,
que es una amenaza a la vigencia de un autor. Lo es porque amenaza con
reemplazar la crítica con la hagiografía: hacer de Paz una pieza de
museo, una reliquia en la Columna de la Independencia, un nombre en
letras doradas en el Congreso, materia dispuesta para ser venerada, pero
no para ser leída, sobre todo por los más jóvenes. Por otro lado está
la amnesia de quienes llevaron en hombros el ataúd de Revueltas. Sus
herederos, sus hijos putativos, los jóvenes de la generación del 68 (que
ahora rayan los 70 años) que lo exaltaron y lo vitorearon como la
conciencia moral de México, lo han abandonado. O simplemente lo han
olvidado (Monsiváis acusaba entonces que “casi ninguno de quienes ahora
quieren y admiran a Revueltas lo ha leído”). Con Revueltas, parecería,
murió una parte de ellos mismos. En la imaginación de una generación el
escritor murió dos veces: una en 1976 al final del echeverrismo y otra
13 años después, en 1989, cuando se murieron las ilusiones que Revueltas
había profesado toda su vida. Hoy Revueltas es simplemente invisible.
Un fantasma de nuestra imaginación histórica.
Tal vez sea algo ocioso preguntarse qué habría pensado de la caída
del Muro de Berlín. Una parte de él se habría alegrado inmensamente, sin
duda. Hay evidencia de que ya para 1972 había revisado algunas de sus
“confianzas inexorables”. A su hija le escribió: “creo firmemente que la
teoría leninista del partido —así como la teoría del Estado y de la
dictadura proletaria— deben, a la luz de las experiencias de esta
segunda mitad del siglo XX, deben y pueden ser superadas”.
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Pero otra parte de él, la que albergaba la ilusión primigenia de un
mundo nuevo, la que pensaba que el siglo XX sería recordado como el
siglo de la Revolución de Octubre, probablemente se habría sumido en la
más absoluta desesperanza. Una desesperanza que, por otro lado, ya era
dueña de una buena parte de su pensamiento desde hacía décadas. Al final
no se trató, como intuía en 1964, de que hubieran pesado más los
procesos de Moscú, los crímenes del comunismo, que la promesa de la
revolución de 1917, sino de algo todavía más terrible: el rechazo en
masa a la idea misma de una sociedad sin clases, donde el egoísmo fuera
sustituido por la fraternidad. En efecto, en 1971, en su celda en
Lecumberri, celebrando y pensando un aniversario más de la gesta de
octubre, Revueltas todavía creía firmemente en la
promesa de la
revolución bolchevique. Creía en la “verdad del poder soviético
obrero-campesino y su naturaleza esencialmente democrática”, pervertida
por Stalin y sus sucesores. Creía en la necesidad del “rescate de esa
verdad de manos de los epígonos burocráticos” del régimen soviético.
Reconocía a Trotsky, pero sobre todo a Lenin y su “extraordinario
proyecto” democrático que consistía, según Revueltas, en “la dirección
racional-consciente de la historia, uno de los más ambiciosos propósitos
de la humanidad a través de sus más grandes pensadores, desde Platón,
se realiza, primero, en el partido bolchevique, como democracia
cognoscitiva, y después en el poder de los soviets, como democracia en
la sociedad”.
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¿Es hoy Revueltas irremediablemente obsoleto? ¿Apenas el recuerdo
de un tiempo vital ido, rebelde, íntimo, pero erróneo al fin y al cabo?
No hay que darle muchas vueltas: el corazón del proyecto por el cual
luchó y sufrió José Revueltas en el siglo XX fue un error, una
equivocación, como él mismo atisbó en 1964 en su última gran novela,
Los errores.
Son la obra literaria y la vida de Revueltas las que sobreviven.
Sin embargo, buena parte de su obra se compone de ensayos, folletos,
artículos y manifiestos políticos. Sin su vida, sus escritos políticos,
abultadas y sesudas contribuciones a la escolástica marxista,
significarían muy poco. Un páramo dialéctico; estatuillas con valor sólo
para el arqueólogo de las ideas del siglo XX. Su literatura, sin
embargo, está imbricada con sus ideas políticas. Para Revueltas los
elementos centrales de la doctrina marxista eran el análisis de la
sociedad capitalista y “el descubrimiento del hombre como individuo
social y como ser destinado a la libertad, que no es sino la superación
de la necesidad”.
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Por ejemplo, una de sus preocupaciones centrales fue la noción marxista
de la enajenación. Los personajes de las novelas de Revueltas,
ladrones, prostitutas, campesinos miserables, asesinos, están todos
enajenados. En el capitalismo el hombre “para satisfacer sus necesidades
naturales debe enajenarse a la naturaleza mediante el trabajo y
manufactura… pero la depauperación del hombre tan aguda en el
capitalismo no ocurre solamente en el mismo proceso de trabajo, sino en
todas las manifestaciones de la vida humana en la sociedad capitalista”.
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Marx describió los efectos devastadores del dinero en la psique humana,
pues ejercía una influencia cosificadora. Como señala Fuentes Morúa:
“el corazón, los sentimientos sufren el mismo destino que el cuerpo, así
todas las expresiones humanas que no pueden ser sometidas a la férula
monetaria son inútiles… los personajes revueltianos, sobre todo aquellos
descritos mediante su ‘lado moridor’ fueron dotados de rasgos
característicos: egoísmo refinado hasta la perversión, por ejemplo
Maciel en
Los muros de agua o Adán en
El luto humano”.
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En su literatura Revueltas describe la avaricia, el egoísmo y la
codicia, “no sólo en relación al dinero, sino como derivaciones del
poder monetario: la relación entre la codicia pecuniaria y la
posesividad afectiva y emocional”.
10 El usurero en
Los errores es un buen ejemplo de ello.
Revueltas halló la teoría de la enajenación en los escritos
tempranos del joven Marx y en la rica tradición filosófica alemana.
¿Quiere decir esto que algo del marxismo —de la crítica marxista—
sobrevive en la obra de Revueltas? La idea de la dictadura del
proletariado tal vez esté quebrada, pero la aguda crítica del joven Marx
queda. Tal vez sea así, pero lo cierto es que la idea de la alienación
se remonta más atrás de Marx. Más aún, incluso, que a la tradición
idealista de Hegel y Feuerbach. La preocupación por la alienación se
puede rastrear, paradójicamente, hasta el corazón del liberalismo, en
los escritos de Adam Smith en el siglo XVIII. En efecto, Smith advirtió
que la deshumanización de los trabajadores, producida por la división
del trabajo, constituía un grave peligro para la sociedad comercial.
Para Smith, en
La riqueza de las naciones, la destreza del
trabajador en su oficio parecería ser adquirida “a expensas de sus
virtudes intelectuales, sociales y marciales”.
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Smith pensaba que el trabajo repetitivo, mecánico, estupidizaba a los
obreros; los volvía incapaces de concebir ningún sentimiento “generoso,
noble o tierno”.
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A Marx mismo le gustaba citar estos pasajes de Smith y muy
probablemente sean la fuente de su idea de alienación, como señala Meek.
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Paradójicamente, lo que sobrevive de Revueltas es todo aquello que
no es cabalmente marxista. Su visión desencantada, existencialista, de
la vida. Su exaltación del sufrimiento. La visión del hombre como un ser
sin fin ulterior. El año que murió le dijo a Sainz: “yo creo que el
hombre no tiene otro fin último que el de su propia desaparición. La
historia de la humanidad no es sino la historia de tratar de
sobrevivirse la humanidad misma. No es una línea ascendente, sino que es
una línea abrupta, con retrocesos, con avances y retrocesos,
impredecible. El hombre no llega entonces a convertirse sino en su
propia memoria… por eso no doy finalidad a ninguno de mis personajes, ni
finalidad al ser humano como tal”.
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Esta es la cabal negación de la teleología optimista del marxismo.
Revueltas toca, con su literatura, un horror, una vaciedad que no puede
ser conjurada por el poder de la razón ilustrada. Y que resuena una y
otra vez en los ejemplos diarios de degradación humana; de las
atrocidades de los narcotraficantes a las miserias de los inmigrantes
que cruzan el país subidos en una “bestia”, un tren, hacia lo
desconocido.
Y queda el ejemplo de Revueltas. El desprendimiento, su integridad
moral. La entrega a sus ideales fue absoluta, incondicional. “Para mí”,
decía, “la política ha sido una cuestión de dualidad y de personalidad:
el entregarme a una causa que considero justa”. Para el escritor, “si
luchas por la libertad tienes que estar preso, si luchas por alimentos
tienes que sentir hambre”.
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Las prisiones de Revueltas son míticas —del reformatorio a los 15 años a
Lecumberri, pasando por sus dos “estancias de investigación” en las
Islas Marías— aunque lo cierto es que en total no pasó más de cinco años
en la cárcel. Sin embargo, en 1968 se atribuyó todos los delitos que
les imputaban a los líderes del movimiento para evitarles persecución.
El carácter ejemplar de su vida es evidente.
Recordamos a Revueltas por las muchas cosas que hizo: por su
valentía, por su independencia crítica, por la reivindicación de su
derecho a disentir, por su abnegación. Sin embargo, me parece que la
figura de Revueltas es edificante hoy debido, en buena medida, a lo que
el escritor
no hizo. Revueltas era un creyente fiel en la
idea
de la Revolución. A menudo citaba a Marx cuando auguraba que llegaría
el momento en que las armas de la crítica darían paso a la crítica de
las armas. Y celebró, con bombo y platillo, junto con el resto de los
marxistas latinoamericanos, el advenimiento de la revolución cubana.
Escribió uno de los textos más lamentables sobre la muerte del Che en
1967.
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“No hay nada que sea noble y hermoso que pueda ser ajeno al Che”,
escribió Revueltas. Del Che, el verdugo de Castro, pensaba Revueltas,
queda “sobre todo su ternura”, esa “estremecida ternura con la que
invadía el ser de todas las cosas que lo rodeaban”. En efecto, “era en
este tono mayor, a nivel de la tragedia clásica, como el Che asumía la
realidad de la literatura y de la vida, indiscutibles ambas: la
violencia es un mal que el hombre ha de aceptar como necesario y que se
le ha impuesto por las circunstancias zoológicas que aún reviste la
existencia social”. Para todos aquellos que creían en “un mañana
armónico y equilibrado en que el desarrollo de los seres humanos no
encontrará otros obstáculos que aquellos que le depare la naturaleza y
no los que a sí mismo le imponen los antagonismos de clase, la
diferencias nacionales, las distinciones de raza, las intolerancias
religiosas y todas aquellas enajenaciones de lo humano… el hombre que
cree en tal mañana por más lejana que ésta se encuentre… y que consagra
la vida entera a su advenimiento, sabrá siempre descubrir, aun en lo más
recóndito de las tinieblas del presente, los destellos luminosos… de
esa esperanza entrañable. Ese hombre se llamaba Che Guevara y todos los
que son como él se llaman Che Guevara”.
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El Che, pensaba Revueltas, “no amaba la violencia ni la muerte; no las
rehuía tampoco. Las aceptaba como una condena que debe cumplir con
sencillez y sin desplantes”.
A pesar de esta apología abierta de la violencia y la justicia
revolucionarias, del sacrificio del hoy por el “mañana luminoso” que
prometía la revolución, el hecho es que José Revueltas nunca empuñó el
fusil. Tampoco plantó bombas, ni secuestró ni se fue a la sierra a
comenzar la lucha armada. Si lo hubiera hecho, nuestra visión de él
sería completamente distinta. El hecho es que, a pesar de sus
profesiones de fe revolucionaria y guevarista, Revueltas se parecía más a
Gandhi que a Castro. Siempre fue encarcelado por sus ideas, sorprendido
cuando hacía proselitismo político, cuando agitaba, pensaba y escribía.
Revueltas encarna la definición misma del preso de conciencia. No fue
capturado con las armas en la mano, sino con la palabra en la boca y la
pluma en la mano. Fue encarcelado por sus convicciones subversivas, no
por sus acciones. Hay una diferencia crítica entre José Revueltas y el
subcomandante Marcos: su fe redentorista es similar, pero Revueltas
nunca tomó las armas, ni mató a nadie ni tampoco mandó, como Marcos, a
nadie a morir con fusiles de palo en las manos.
Esta conducta no se debió a la cobardía, huelga decir. “He
estado”, afirmaba Revueltas, “en peligro de muerte varias veces, pero
nunca me ha inquietado, es decir, acepto la muerte como cualquier
instante de la vivencia humana”. Si no siguió la vía violenta fue porque
pensaba que esta vía no llevaba, dadas las condiciones del país, a
ningún lado. Era un callejón sin salida. Es esta renuncia, más por
necesidad que por principio, lo que hace que hoy Revueltas sea aún un
ejemplo moral, incluso para quienes no compartimos su credo político.
Aun quienes estamos más lejos de él en sus profesiones de fe, puede
parecernos el epígono más puro de una ilusión. Revueltas, en su
centenario, tiene una ventaja sobre Paz: a él sus fieles lo han dejado a
la vera del camino, libre, para ser sólo un escritor del siglo XX,
mientras que a Paz lo han condenado al mausoleo.
1 Raúl Torres Barrón, “Un partido político de jóvenes, ilusorio”, en Andrea Revueltas y Philippe Cheron (eds.),
Conversaciones con José Revueltas, Era, México, 2001, p. 93.
2 Gustavo Sainz, “Para mí las rejas de la cárcel son las rejas del país y del mundo”,
ibíd., p. 190.
3 Carlos Monsiváis, “José Revueltas. El camarada sol, antiguo y vil”, en
Amor perdido, Era/SEP, México, 1986, p. 121.
4 Ibíd., p. 124.
5 Andrea Revueltas, Rodrigo Martínez y Philippe Cheron, “Prólogo”, en José Revueltas,
Ensayo sobre un proletariado sin cabeza, Era, México, 2013, p. 30.
6 José Revueltas, “Significación actual de la Revolución rusa de octubre”, en José Revueltas,
Dialéctica de la conciencia, Era, México, 1986, pp. 218-229.
7 Magdalena Saldaña, “Uno de los mayores problemas del mexicano es ser acrítico por completo”, en Revueltas y Cheron,
Conversaciones, p.125.
8 Jorge Fuentes Morúa,
José Revueltas. Una biografía intelectual, UAM-Iztapalapa/Miguel Ángel Porrúa, Mexico, 2001, p. 166.
9 Ibíd., p. 170. Véase Evodio Escalante.
10 Ibíd., p. 174.
11 Charles L. Griswold,
Adam Smith and the virtues of Enlightenment, Cambridge University
Press, Cambridge, 1999, p. 292.
12 Adam Smith, “Of the expence of the
institutions for the education of youth”, libro V, capítulo I, parte III, art. 2,
An inquiry into the nature and causes of the wealth of nations, vol. II, Methusen & Co, London, 1776, pp. 267-8.
13 Ronald L. Meek,
Smith, Marx, and after: ten essays in the development of economic thought, Chapman & Hall, London, 1977, p. 14.
14 Gustavo Sainz, “Para mí las rejas de la cárcel son las rejas del país y del mundo”, en Revueltas y Cheron,
Conversaciones, p. 194.
15
Elena Poniatowska, “Si luchas por la libertad tienes que estar preso,
si luchas por alimentos tienes que sentir hambre”, en Revueltas y
Cheron,
Conversaciones, p. 203.
16
José Revueltas, “El Che Guevara o de la confirmación del ser humano en
la esperanza”, Época, núm. 28, 15 de noviembre 1967, pp. 44-77, en José
Revueltas,
Visión del Paricutín (y otras crónicas y reseñas), Era, Mexico, 1983, pp. 175-179.
17 Ibíd., p. 176.