domingo, 12 de mayo de 2013

La novela como género: ¿declive o renacimiento?

8/Mayo/2013
Babelia
Winston Manrique Sabogal

El desarrollo continuo y exponencial de las tecnologías transforma el mundo tal y como lo conocemos constantemente. Ante esta influencia, preguntamos a una veintena de escritores españoles y latinoamericanos por sus opiniones respecto al futuro de la literatura y, más concretamente, de la novela a través de tres preguntas: 1 ¿Qué es una novela hoy en medio del cambio de paradigma tecnológico? ¿Se conserva su esencia?; 2 ¿Cuál es el estado de la novela como género en la actualidad? ¿Está en fase de extinción?; 3 Cree que las tecnologías emergentes y soportes de lectura son una amenaza para la novela?

YOLANDA ARROYO PIZARRO (Puerto Rico)

1- Creo que el cambio viene, pero no es ahora. Aún existen arduos defensores/lectores/escritores del género que lucharán porque permanezca. Pero una década más y me anticipo a decir que la evolución es inminente.
2- No pienso en su extinción, mas sí en su cambio. Cada vez nos encontramos con una mayor cantidad de lectores que se rehúsan a adquirir/leer novelas de extensión extendida. Prefieren el hiperrealismo, la escena activa, el microrrelato, el micro- capítulo. Además, se va privilegiando cada vez más el texto multilingüe, una novela que en tiempo real pueda ser leída por más de un lector multi-idiomático. El escritor tiene ante sí una lucha por defender el género de si mismo, es decir, tiene que entretener mientras compite con una infinidad de otras distracciones y ello obligará el cambio novelar.
3- Creo que estos nuevos soportes modificarán la manera de novelar, y aquellos que se vayan haciendo expertos en la materia, serán los escritores que sobrevivirán y sobresaldrán en esa nueva manera de escribir. Ya sucedió antes cuando la longitud de la novela fue modificada por los lectores modernos. Ya nadie lee novelas de 400 o más páginas.

PABLO CASACUBERTA (Uruguay)

1- Primero que nada, hay que establecer que la novela como la conocemos es en sí misma el resultado de un cambio tecnológico, la imprenta. Más que cambiar estructuralmente, hoy la novela ha pasado a estar inserta en un panorama muy denso de intercambio de información y de estímulos visuales. Por lo que es probable que, cada vez más, la novela se vea rodeada de elementos subsidiarios y multimediáticos, como entrevistas, adaptaciones audiovisuales o exploraciones gráficas de su contenido, de tal forma que el texto en si mismo se tome como el punto de partida para una serie de ampliaciones hipertextuales. En buena medida este proceso ha venido desarrollándose por décadas, pero internet ha puesto al lector en una posición de explorador con acceso inmediato a ese "mundo ampliado" del libro, una tarea que antes era exclusivamente bibliográfica y que demandaba una lenta y concentrada investigación.
2- La novela ha sobrevivido no sólo por su insustituible demanda de colaboración con el lector en la construcción de un mundo ficcional, sino también por su capacidad de asimilar e incorporar innumerables gramáticas de otros géneros, valiéndose de códigos del cine, de la radionovela, de la televisión, del diario personal, del blog. No podemos evaluar la salud de la novela actual en función de su parecido con Madame Bovary o con Rojo y Negro, sino en virtud de la vigencia de un modelo de interacción. La novela sigue suponiendo un autor que invita al lector a generar en complicidad un mundo en común, del cual el texto apenas aporta unas pautas muy generales, que deben ser convertidas en escenas y personajes de carne y hueso mediante un sostenido esfuerzo de lectura. Esa dinámica no ha cambiado, y no parece ser pasible de ser sustituida por otras formas más pasivas de figuración, pues es en esa comunión entre autor y lector que se sustenta la existencia misma del género. El desarrollo del cine y de la televisión coinciden con una explosión de la novela, no con una merma, y todo parece indicar que ese proceso seguirá vigente. Algunas tecnologías, como la rueda o la silla, han cambiado bastante poco desde su invención, pues satisfacen y definen en forma simple una necesidad primaria. Me siento tentado a pensar que la novela pertenece a ese género de invenciones.
3- En el mundo se publican entre dos y tres millones de títulos por año. El volumen de lo publicado en las últimas décadas no ha decrecido sustancialmente. Eso no quiere decir mucho, porque podría estar ocurriendo que el consumo de libros se mantenga estable pero su lectura efectiva decrezca. Sin embargo, considero al libro no como un soporte material sino como un proceso. El proceso de lectura. En qué plataforma material y tecnológica tome lugar ese proceso debería preocuparnos sólo cuando notemos que las personas están dejando de leer en absoluto. Por el momento las estadísticas sugieren que se leen menos libros, pero más información en pantalla. Ese cambio podría interpretarse de varias maneras. Por una parte, podría considerarse que sólo ha cambiado el  formato. Pero hay que tomar en cuenta que cada plataforma tiene una modalidad de atención distinta, y que lo que seguramente esté ocurriendo es que la lectura de pantalla se refiera mayormente a piezas breves, noticias y comentarios. Es decir, que la disposición a leer sea menor en el sentido absoluto. De ser así, la novela irá convirtiéndose en un producto marginal, destinado a ser consumido por cierta élite intelectual. Lo que acaso no resulte muy distinto al lugar que ocupaba en la primera mitad del siglo XX. Sería una pena que eso ocurriera. En otro escenario posible, el libro electrónico acaso realmente conquiste al público, generando un modelo de lector que lleva todos sus libros consigo todo el tiempo, y que sea capaz de generar innumerables vínculos intertextuales. Es demasiado temprano para descartar un desarrollo de esa naturaleza. Mientras la historia elucida esa disyuntiva, el énfasis no debería estar en la difusión del libro como objeto, sino del acto de leer, pues es en todo caso la merma en la lectura lo que debería estarnos preocupando.

OLIVERIO COELHO (Argentina)

1- La novela conserva su esencia y cualquier pensamiento apocalíptico al respecto es coyuntural. El cambio de paradigma tecnológico puede modificar el modo de leer, pero es prematuro pensar que pueda cambiar, ahora, el modo de escribir novelas. Creo que sigue habiendo grandes relatos. Es más probable que cierta vuelta a la narración más ambiciosa operada en series como Mad men, Breaking bad, Six feet under- intervenga en el imaginario de los escritores e incida en el futuro de la novela. No extinguiendo la novela, sino dándole un nuevo horizonte narrativo que la devuelve a su origen totalizador: género capaz de hilar, bajo el espesor de una voz, vidas, familias, sociedades, procesos históricos, distopías.
3- Si existe una crisis en la novela, es previa a las nuevas tecnologías. Podríamos hablar de un agotamiento formal y de una especie de apatía de algunos escritores contemporáneos por asumir riesgos o encontrar historias potentes, y ni siquiera esto es generalizable, porque siguen escribiéndose grandes novelas y siguen apareciendo escrituras singulares. Por otra parte las nuevas tecnologías y soportes de lectura no hacen más que redefinir el panorama y podríamos ver en ellas un complemento para la literatura: volverla más accesible y cómoda. Habrá gente en el futuro -u hoy- que, aunque no tenga espacio para bibliotecas en sus micro hogares, si tendrá el deseo de leer, y de alguna manera los nuevos soportes de lecturas vienen a ofrecer una solución, una mágica síntesis.

JUAN DAVID CORREA (Colombia)

1- La novela nunca ha sido un género estático. Es más, su definición está precisamente en su heterodoxia y diversidad de enfoques. Que ahora quepan cosas del mundo virtual no quiere decir que estemos ante el abismo, sino todo lo contrario: estamos asistiendo quizás a uno de las decenas de cambios que el género ha tenido en la modernidad: si en el Quijote cabían las novelas pastoriles, la burla a las novelas de caballería, los refranes populares, hoy los chats, la inmediatez, y los recursos de esta época pueden hacerlo sin escándalo.
2- Lo dudo: hoy se venden más novelas que antes. No es la novela la que está en crisis, es el mundo. Echarle la culpa es cuando menos temerario. Creo que las nuevas tecnologías no acabaran con la novela pues nunca, al decir de Monsiváis, ha sido un género masivo. No se puede poner a competir una cosa con la otra. Los lectores de novelas, que somos pocos, pero seguimos existiendo, prevaleceremos por muchas redes sociales, chats, videos, películas y demás nuevas tecnologías que estén al servicio de la humanidad.

JUNOT DÍAZ (estadounidense de origen dominicano)

¿Hay un agotamiento o crisis de la novela como género literario? ¿A qué se debe esta mirada apocalíptica? ¿Acaso las nuevas tecnologías son una amenaza para la novela? Siempre hay una crisis con la novela y la novela sigue marchando. Creo que el arte despierta en mucha gente una especie de incertidumbre. Yo veo la novela como un virus feroz. No somos capaces de matarla. Cada vez que creemos que la entendemos cambia de forma y sobrevive.

AGUSTÍN FERNÁNDEZ MALLO (España)

1- 3- Empecemos por aclarar que desde que las sociedades tienen memoria y canon, todo producto cultural nuevo se da cuando algún componente de la cultura profana se introduce en el ámbito de la “cultura valorizada”, operándose entre ambas un intercambio de valores. Sin ese intercambio de valores no hay avance cultural. El nuevo producto es después absorbido por la cultura valorizada y pasa a la tradición y al canon. Y así sucesivamente.
La obra hecha exclusivamente a través de elementos profanos se queda en ese ámbito y no produce cambios sociales ni hace avanzar a una sociedad –es lo que comúnmente llamamos “moda”-. De la misma manera, una obra hecha  exclusivamente a través de elementos de alta cultura no produce tampoco cambios en la sociedad –es lo que llamamos erudición-. Ambas prácticas son autistas.
Además, ocurre -y esto también es tan antiguo como las artes-, que toda generación de escritores ya consolidados cree que la historia se termina con ellos, y toda generación emergente cree que es ella quien lo renueva todo. Y en parte es verdad. Algo se extingue para que otra cosa emerja. Pero también algo permanece constante en esa transformación –de lo contrario estaríamos hablando de magia o quimérica metamorfosis-, y lo que permanece constante es la capacidad de contar y entender la contemporaneidad a través del pensamiento, es decir, a través de las palabras. Naturalmente la manera de mostrase hoy todo eso es diferente a hace 50, incluso 20 años. Nadie escribe hoy como hace 50 años, y ni falta que hace. Nadie hace hoy música como hace 100 años, y ni falta que hace. Todo eso ya está en el ADN cultural, incorporado queramos o no. Lo que está en crisis, pues, es un modelo de novela, pero no el género novela. Y digo que está en crisis porque es cierto que la novela ha pasado de ser un arte hegemónico a una manifestación cultural que no posee la capacidad de transformar la sociedad en su conjunto. A lo sumo, mueve algo individualmente, en el lector, pero no es capaz de crear grandes relatos sociales. Esos grandes relatos sociales quedan hoy reservados para el cine, la arquitectura, la música, las ciencias y los sistemas digitales en Red. De cualquier manera, eso no me disgusta especialmente, yo escribo para mí, para investigar mi poética, y creo que eso debería bastarle a cualquiera. Cada época tiene su propio ecosistema –que incluye a todo a todo lo que del pasado se ha trasmitido al presente-, y el creador lo que hace es generar pensamiento con las herramientas que ese entorno le brinda. Sólo eso. Si no, no es creador.
Respecto a las nuevas tecnologías, el campo es enorme. Las tablet, por ejemplo, dan la oportunidad al escritor de crear a través de la palabra, del vídeo, del sonido, convirtiéndose así la obra en un artefacto aún por definir y el escritor en una especie de “compositor” que maneja de manera creativa diferentes lenguajes. En ese campo aún estamos en las cuevas de Altamira, y creo que es lo que tendrá más expansión para generar relatos que expliquen de alguna manera el mundo. Eso sí, reivindico el derecho de cualquiera a crear historias de la manera en que le dé la gana: con ordenador, en papiro o con un cincel sobre una piedra.

NONA FERNÁNDEZ (Chile)

1- 2- 3- Cree que las tecnologías emergentes y soportes de lectura son una amenaza para la novela? La novela es un monstruo vivo, alerta, con las antenas abiertas. Muta, se replantea, se reorganiza, avanza y retrocede, está en constante movimiento. Nunca va a desaparecer porque como buen artefacto artístico se alimenta de su tiempo, de su época, por lo tanto debe contenerlos con todo sus replanteamientos. La novela ha demostrado a lo largo de su vida que es capaz de nutrirse del mundo audiovisual, del mundo virtual, de todos los mundos posibles, porque esa es su principal virtud, la de adaptarse y sacarle provecho y luz a su entorno. La novela no le tiene miedo a las plataformas virtuales, no le tiene miedo a los cambios porque se alimenta de ellos, son los autores los temerosos. Un escritor debiera, lo mismo que la novela, estar a la altura de su época. La novela tiene tantas formas que aún desconocemos, que eso la hace profundamente seductora. Como creador, ¿cómo no querer descubrir hasta dónde pueden llegar sus límites? ¿Tiene límites la novela?

WENDY GUERRA (Cuba)

1- Escribo desde otro mundo y siento que en esto somos la excepción. Vivo en Cuba, ese lugar en el que leer una novela es el único modo de comunicarse con la vida real. Entender un personaje es descubrir cómo vive el resto del mundo, nosotros estamos en otro estado, para los cubanos de la isla leer una novela es vivir la vida de los otros. Esa ha sido la esencia de la literatura en estos años. Como casi nadie tiene internet y en nuestras librerías raramente se editan novelas contemporáneas, traerlas y hacerlas circular es un lujo, los amigos hacen cola para leer las novelas de Roncagliolo, Jorge Volpi, Alejandro Zambra.
2- En la medida que existan sociedades cerradas donde la información no fluya con facilidad, una  novela pasa como asentamiento reciente de la historia cotidiana, es para los cubanos oro molido que sirve como ventana para entender cómo se come, se ama, se viste y se respira en el resto de occidente. Una novela escrita ayer en México o Barcelona es un plano secuencia sin corte de lo que puede pasar en Cuba dentro de cinco años. Leer una novela es identificarnos con nuestra próxima sinopsis de vida. Como ves la novela sigue siendo eterna, sobre todos para los que vivimos en desventaja con los medios.
3- Escribo novelas que son diarios de vida, en ellas hago diluir la verdad con la ficción. Este es el único modo de hacerme entender desde una sociedad socialista en extinción. Es por eso que veo los medios como parte importante (aun prohibida) de su circulación. Si estos diarios de vida de una cubana se trasmitieran en vivo por las nuevas tecnologías, la visión interactiva que tengo de la novela sanaría la sensación de encierro que trasmito en mi escritura diaria.
La novela no ha muerto, ha variado con la llegada de este tipo de narrativa que hacemos varios de los autores contemporáneos que, sin querer, imprimimos estilos de supervivencia, y con ellos vamos creando otras estructuras, partiendo del ideal romántico de novela y sus variaciones. Mientras exista una historia que contar o un dolor que sanar, habrá novela, aceptemos todos los soportes que la hagan viajar, perdurar en planos complejos como el mío. Una buena novela es una ventana al mundo y aun puede cambiar la vida de un cubano.

GUSTAVO GUERRERO (Venezuela)

1- La novela nunca ha tenido una esencia ni ha sido un género normativo y eso es justamente lo que le ha permitido transformarse a través del tiempo y adaptarse a las distintas épocas y públicos. Además, ha sido uno de los géneros modernos cuya apertura ha favorecido la integración de las formas narrativas de la cultura popular (lo sentimental, fantástico, lo policiaco, etc.) y ha hecho visibles así a otros grupos sociales ampliando las representaciones que una sociedad se da de sí misma. No creo que, de un día para otro, vaya a dejar de cumplir este papel estético, político y democrático. Lo que ha cambiado es que hoy el libro y la escritura ya no ocupan el centro de nuestra cultura y que la novela, como los demás géneros literarios, está aprendiendo a convivir con otras modalidades de expresión en un nuevo paisaje tecnológico y multimedia. Tengo la impresión de que, para nuestras últimas hornadas literarias, esta convivencia con la tecnología multimedia no constituye un verdadero problema. Hay sin duda algo generacional en esto, pues el problema no se plantea sino cuando se tiene una visión mas tradicional y reificada de la poesía o la novela.
2- No lo creo. Es un género mutante, siempre lo ha sido. Solo que tiene que hacer el duelo de su centralidad y aprender a sobrevivir, como la poesía, en un espacio multimedia y donde las fronteras entre la literatura y los otros modos de representación se han hecho cada vez mas porosas. A mi modo de ver, su presente y su futuro, si se entiende por ello la capacidad de renovación del género, pasa por la doble perspectiva de un recentramiento sobre los poderes propios de la escritura y un dialogo con otros medios. Lo uno por lo otro, lo uno con lo otro. Las dos cosas están estrechamente relacionadas, por supuesto.
3- Obviamente, no. Aunque progresa lentamente en Europa, la difusión, del libro digital no cesa de crecer. Y también la oferta multimedia vinculada a las tabletas. Con ello estamos entrando en un tiempo distinto porque un soporte es siempre algo más que un soporte: es una nueva sensibilidad y la fuente de nuevos modos de lectura, como lo decía Walter Benjamin. Es temprano aun para saber cómo los géneros literarios van a incorporar estos cambios. Pero no es tarde para plantearse la pregunta y tratar de responderla. En todo caso, me parece más interesante que volver otra vez al tópico de la muerte de la novela y la crisis de la cultura contemporánea.

RAFAEL GUMUCIO (Chile)

1- 2- 3- Creo que Goytisolo tiene toda la razón y está absolutamente equivocado. Es evidente que la novela no es Europa no está en el centro del debate intelectual y moral. La novela, como la canción de protesta o el rock n rol se ha convertido en una época de la vida, algo que se consume con hambre de los quince a los treinta, pero que deja de ser un tema importante para los mayores de treinta años. No es así en el todo el mundo. En china, en Sudáfrica, en estados unidos, en América  Latina (en algunos países más que en otro) en los suburbios de inmigrante de Londres, París y Nueva York la novela es aún la forma principal de contar la historia. La lista de los más reciente premios nobeles- casi todos ellos novelistas en activo--prueba el punto. Coeetze, Pamuk, Naipaul, Muller, Mo Yan, Vargas Llosa. Viejas glorias, talentos discutibles pero que en general vienen a representar literaturas vivas en que, para bien o para mal se escriben novelas.
¿Por qué en Sudáfrica, en China, en Turquia y ya no en París? ¿Por qué los jamaicanos, los pakistaníes en Londres y no los ingleses? La razón creo que tiene que ver con la naturaleza misma de la novela. La novela es un arte funambulesco. Se parece a caminar sobre la cuerda floja. Para que esta caminata tenga sentido tiene la cuerda que estar lo suficientemente tensa. En un extremo de la cuerda están las leyendas que contaban los padres, los mitos del pueblo, la épica oral, en otro extremo están los informes sociológicos, las tesis universitarias, el discurso culto. La novela cuenta el camino entre uno y otro que emprende lo que por naturaleza han quedado excluido de estos dos mundos. Judíos en nueva york, normando en Paríss (en el siglo XIX). Necesita así comunidades en duda, necesita sujetos en tránsito. Esos sujetos, la clase media que viaja del mito al informe, se encuentra cuestionada, puesta en duda, absolutamente disgregada. La novela que produce, las de Goytisolo por ejemplo, retratan esa perplejidad. En medio de la cuerda floja esa clase media europea que creyó en una serie de seguridades que caducaron de pronto, se ha puesto a mirar el vacio bajo sus pies. El resultado es una sensación de vértigo infinito.

MARTÍN KOHAN (Argentina)

1- 2- 3- Confieso que, si de impacto tecnológico se trata, no soy la persona más indicada para pronunciarse. Leo libros en papel. Y los escribo en papel también, no uso la computadora. No es que milite contra la tecnología, lo que me parecería estúpido, sólo sigo mis gustos personales; y mis gustos son tocar el papel en el que leo, escribir a mano lo que escribo.
Si hay un género que se alimenta de sus propias puestas en crisis, en lugar de languidecer por ellas, es la novela. Convertirse en otra cosa es a mí entender un signo de vigencia, no de agotamiento.

LINA MERUANE (Chile)

1- 2- 3- Esta pregunta --se acaba o no se acaba la novela-- parte de una premisa apocalíptica, instalada por intelectuales que insisten en mirar hacia el pasado en busca de refugio o de modelo. Pienso en el discurso derrotista de Vargas Llosa sobre la cultura actual, y en este planteamiento acaso también agobiado por las supuestas precariedades de la escritura actual. Contestar a esta pregunta sería caer en las trampas de este discurso sin salida, sería confirmar o permitir que nos domine un pensamiento sin imaginación de presente, que surge enmarcado por un modo especifico y fijo de pensar el género, uno que no comprende que la escritura es como el lenguaje: fluido,  adaptable, fruto de su tiempo. Pienso que hay que resistirse a estos discursos --se acabó, o se  acabará y cuándo y a quién culparemos de su acabamiento-- a través de la acción de una escritura fresca y de la reflexión sobre un tiempo que nos desafía éticamente. Que se acabe o no la novela no es, a mi juicio, importante; importa, más bien, la posible continuidad de espacios creativos y de escrituras que piensen y sobre todo desafíen el mundo que nos toca.

JAVIER MONTES (España)

1- 3- Lo que está en juego aquí no es exactamente algo relativamente poco importante como la supervivencia de la Novela como forma, sino algo mucho más profundo, y quizá incluso a nivel neurológico: la capacidad de los nativos digitales para el acto de atención exclusiva y prolongada en el tiempo que supone la lectura de textos extensos, con argumentos complejos, digresiones, referencias cruzadas, evocaciones puramente imaginarias, descripciones verbales, etcétera.
En este sentido, los que nos hemos formado durante la infancia y adolescencia en un mundo analógico de lecturas, escritura y libros "tradicionales", por mucho que nos hayamos habituado a las nuevas tecnologías, estamos separados por una brecha casi fisiológica de quienes ya nacieron en un mundo donde la adquisición de información y conocimientos fue desde el principio predominantemente digital y "por pantalla interpuesta".
Y la gente de mi edad somos el "furgón de cola": nacimos justo en la brecha que separa ambos mundos. Somos jóvenes (más o menos) pero en realidad "viejos" en un sentido digital. Quizá a mis 35 años tengo más en común (ojo, solo en ese sentido) con una persona de 70 que con una de 18 o 20 años.
Sobre este asunto recomiendo mucho la lectura de "Superficiales", de Nicholas Carr, que no es un libro "contra" las nuevas tecnologías, sino un estudio de como esas tecnologías afectan a la formación y el funcionamiento y los mecanismos de aprendizaje de nuestro cerebro. Está por ver si los nativos digitales que ahora van alcanzado la edad adulta mantendrán en el futuro los hábitos de escritura o lectura "tradicionales": lo veremos en los próximos veinte o treinta años (si llegamos vivos).

GUADALUPE NETTEL (México)

1- 2- 3- Mi generación ha visto tantos fines de tantas cosas que no creemos en lo más mínimo en el final de algo. El mundo va cambiando y la novela se va adaptando. Otra cosa es que haya tipos de novela que se escriban menos pero surgen otras formas y no por ello dejan de ser Novelas.

EDMUNDO PAZ SOLDÁN (Bolivia)

1- 2- 3- Vivimos en una ecología de medios en la que la novela no ocupa un lugar central, pero no creo que eso signifique su muerte ni mucho menos. Más bien, creo que su estado marginal le da mucha más libertad para hacer todo tipo de exploraciones formales y temáticas. La novela como género se ha mostrado muy capaz de sobrevivir al entrar en diálogo con los principales medios de su momento histórico. Hace más de un siglo los apocalípticos decían que con la llegada del cine se acababa la novela, pero la llegada del cine fue uno de los factores para la renovación novelística de principios del siglo XX. Lo que tenemos que hacer hoy es enfrentarnos a las nuevas tecnologías, dialogar con ellas, apropiarnos de algunas de sus estrategias narrativas, ver qué nos sirve y a la vez seguir profundizando en todo aquello que la novela puede hacer mejor que otros géneros.

JOSÉ PÉREZ REYES (Paraguay)

1- 2- 3- Siempre habrá un camino más para recorrer, una ciudad en la que dar más vueltas y vueltas, y entonces el movimiento resulta incesante, cada época imprime velocidad según sus impulsos pero la novela no podría llegar a su fin, en todo caso se habla del fin de la novela como si fuera un “tema”, también recurrente, pero el supuesto tono apocalíptico ya no causa alarma, siempre habrá alguna obra que cause curiosidad o asombro.
Siempre habrá un mundo entre real y ficticio que construir entre lectores. Aparecerán nuevos formatos y se irán ampliando con recursos multimediáticos que amplíen la exploración entre líneas que una novela pueda sugerir.
La novela surgió en períodos de cambio y se adaptó a otros cambios a lo largo del tiempo, eso está en su esencia misma. Todo confluye en la novela, es como un gran delta.

PILAR QUINTANA (Colombia)

1- Me parece muy difícil hablar de una esencia de la novela porque es un género que lo admite casi todo. Pero si por novela queremos entender la novela total, creo que hoy en día hay autores que las están haciendo. Algunas de Murakami o Bret Easton Ellis, por ejemplo, tienen ese sabor. Están construidas como las novelas decimonónicas, son grandes novelas, quieren abarcar el mundo y contarlo todo, desde el detalle del vestuario de un personaje hasta lo que mueve a la sociedad. Pero, por otro lado, son completamente contemporáneas y originales. Están llenas de referencias pop, tienen monstruos y coquetean con la ciencia ficción o el fantasy. Esto me parece muy interesante, muy novela del siglo XXI.
2- No sé cuántas veces he leído y oído decir, en ensayos, artículos y eventos literarios, que la novela no tiene futuro, que la novela es una especie en vías de extinción, que la novela se acabó, que las novelas de antes, esas sí, eran novelas. Lo decían en el siglo pasado y lo decían en el antepasado. ¡Y nunca han dejado de escribirse novelas! Hoy en día se escriben novelas buenas y malas, como en todas las épocas. Lo que creo es que tendemos a pensar que las de antes eran mejores porque las que permanecen y consiguen llegar hasta nuestros días son las mejores de su época. En cambio las otras, las no tan buenas, las mediocres y las malas, que siempre son las más, se van olvidando y perdiendo en el tiempo. A nosotros, en nuestro tiempo, nos abruma la cantidad de novelas mediocres que aparecen porque están presentes, porque este es su tiempo.
Pero en cien o doscientos años, cuando el tiempo ya haya hecho su selección natural y solo queden las novelas buenas de hoy, tal vez haya quien diga que en el siglo XXI sí se escribían novelas de verdad y que es ahora que el género se está extinguiendo.
3-  Todo lo contrario. Más bien creo que las nuevas tecnologías están abriendo y democratizando el mercado editorial. Gracias al Kindle y al Internet he podido leer novelas que no se consiguen en mi país y leer a autores que no son tan conocidos en nuestro medio. He pagado menos por novelas que en papel salen muy caras y he conseguido muchas gratis (y no solo las clásicas). He sabido de autores rechazados por las editoriales que se han publicado a ellos mismos y están vendiendo bien, abriendo nuevos mercados y publicando novelas de género que a veces no les interesan a las editoriales tradicionales, pero sí a ciertos públicos. En suma, me parece que ahora hay más oferta, que hay para todos los gustos y que más gente tiene acceso a la lectura.

MAYRA SANTOS FEBRES (Puerto Rico)

1- Una novela es una novela y, la verdad, siempre que un escritor empieza a definir un género literario en el que cree que escribe, termina haciendo un pegote terrible. Sin embargo, tiene que hacerlo para profundizar su propio entendimiento de práctica literaria y transferir sus reflexiones a la especie. Pero es un intento incompleto por la naturaleza misma del ejercicio. Los géneros literarios son meras clasificaciones o taxonomías que no definen del todo ni la naturaleza ni de la práctica literaria. Así como Montaigne definió un ensayo como un género de reflexión "abierta, sin forma, etc" para hablar de eso que el pretendía escribir, así muchos han intentado definir una novela. Terminan diciendo que es un género de ficción, de gran amplitud, escrito en prosa, donde caben todos los otros géneros literarios, lo cual es una definición bastante difusa; la reconstruccieon de un mundo, la crónica íntima de un pueblo y cosas por el estilo, que temrinan siendo generalizaciones, algunas bastante geniales, pero superables. Creo que de eso se trata, de seguir instigando el diálogo que profundiza acerca de una práctica humana a los que muchos nos sentimos llamados y descubrir su misterio. Nunca lo haremos del todo. Cualquier contribució- y más la de un escritor como Juan Goytisolo, es más que bienvenida.
Las definiciones y redefinición aumentan al diálogo y al conocimiento de lo que hasta ahora vemos que es una novela, pero no puede definir su esencia porque esta muta a lo largo del tiempo y del espacio.
En cuanto a los cambios que pueda sufrir la novela de cara al nuevo paradigma tecnológico- esta discusión ya la tuvimos en la especie y la tenemos cada vez que ocurre un descubrimiento tecnológico- que va a desaparecer la literatura (novela, poesía, o eso que llamamos "calidad literaria) con la llegada de la imprenta, las computadoras y ahora el internet; es decir con la apertura del acceso de más gente a producir eso que llamamos "Literatura". De que algo va a cambiar, algo cambiará; pero cada tanto se nos olvida que la tecnología es un medio, no un fin en sí mismo. Es un instrumento que nos hace más fácil y más feliz la vida a muchos escritores del planeta.
Y bueno, si desaparece eso que llamamos "novela" a cambio de que más gente tenga acceso al conocimiento, a los libros, al Saber, pues que desaparezca. Ya nos inventaremos otra cosa que la suplante.
2- La novela no está en fase de extinción, sobretodo en países, culturas y desde perspectivas que anteriormente se han visto como minoritarias o inclusive como incapaces de gestar literatura. Las mujeres estamos escribiendo más novelas, de maneras diferentes, de larga o corta extensión, ganando más premios literarios. Lo mismo los gays, los caribeños y demás hispanoparlantes negros; todos revolucionando lo que se entendía como novela, no por el uso de tecnología, sino por la inclusión de nuestros saberes, experiencias y sensibilidades estéticas divergentes en el desarrollo y práctica del arte de escribir novelas. No, definitivamente, la novela está vivita y pujante, al menos en este lado del mundo creativo.

KIRMEN URIBE (España)

1- 2- 3- Siempre he desconfiado de las lecturas apocalípticas. Mi padre cuenta que cuando era joven, su abuelo le decía que tuviese mucho cuidado en la calle, con "esos carros sin caballos". "El mundo se ha vuelto peligroso", le decía. Parece ser que cada persona asocia con lo que él ha conocido lo bueno, y desconfía de lo que vendrá después. Me viene a la mente el maravilloso libro de Stefan Zweig El mundo de ayer donde cuenta cómo se ha caído el mundo que él ha conocido. Zweig pensó que todo había acabado y se suicidó. Pero el mundo sigue girando.
Soy consciente del momento en que vivimos. Sé que estamos viviendo un momento difícil, la venta de novelas ha caído en picado, están cerrando librerías, las obras que más se venden no son siempre las de más calidad. Creo que está cambiando la manera de leer y por consiguiente, la de escribir. Vivimos a una velocidad de vértigo que nos dificulta detener el tiempo y disfrutarlo, por ejemplo, leyendo una novela. Pero también es verdad que mi generación lee mucho más que la de mi padre, que no tenía casi acceso a la cultura.
Quiero creer que con las dificultades que está viviendo la industria editorial, o el mero cambio de soporte no acarrearán la desaparición de la novela (aunque parece ser que haya corporaciones empeñadas en ello). El poder siempre crea un contrapoder, dijo Foucault, y los escritores sabrán sacar cabeza en esta nueva situación. Dos botones de muestra: mi editora en Japón me decía que con el libro electrónico han ganado en lectores, que nunca ha habido tantos lectores en Japón. Están los de papel y están los digitales. En EEUU, aunque grandes cadenas como Borders han caído, están surgiendo muchas casi orgánicamente nuevas librerías, pequeñas librerías literarias que cuidan al detalle al lector.
Al mismo tiempo, considero que la forma misma de la novela cambiará. Cambió con la aparición del periodismo, de cine, de la televisión y está cambiando con las nuevas tecnologías. Se están creando nuevas formas de novela. Cuando se publicó Manhattan Transfer de John Dos Passos, una obra inspirada en el montaje cinematográfico, hubo un crítico que la calificó como "una explosión en una cloaca". Pero a mucha gente de su generación le pareció una obra maestra. Ya dijo Bajtin que la novela incorpora aquellos cambios que se dan en la sociedad, que está muy atenta a toda transformación y su reflejo en la cultura popular.
No, la novela no desaparecerá, cambiará pero seguirá viva, porque no hay mejor manera para reflejar la complejidad del pensamiento y las emociones humanas. La novela cuenta aquello que no hemos vivido, completa la realidad, y además, lo hace de una manera muy plural. Cambiará de forma, cambiará el soporte, los lectores cambiarán, pero la novela seguirá viva.

JUAN GABRIEL VÁSQUEZ (Colombia)

2- Creo que la novela seria, para usar términos que son más bien atajos, ocupa hoy un lugar menos central que hace unas décadas. Creo que ha sido ligeramente desplazada a los márgenes de la sociedad. Pero decir que está desapareciendo o en vías de extinción sólo puede ser ignorancia o pereza o narcisismo: los lectores hemos compartido el comienzo del siglo con Austerlitz, 2666, El atlas de las nubes, Tu rostro mañana, Las benévolas, Anatomía de un instante y muchas más. No, la novela está muy viva. El grito sobre la muerte de la novela suele más bien referirse a la muerte creativa del que lo profiere, y suele también esconder el desespero de no haber logrado lo que se quería. Espero que no sea el caso de Goytisolo.
3- Soy más bien escéptico frente a las nuevas tecnologías, y sí creo que ciertos lectores de ficción, entre los que me cuento, tienen una relación con la página de papel que es muy difícil explicar a los demás. Además creo que tiene razón Umberto Eco cuando nos recuerda que el libro nació perfecto: como la rueda, es en esencia inmejorable. El libro electrónico tiene muchas ventajas, pero también muchos problemas, y en su auge presente hay mucho de superchería y de consumismo. Pero nada de eso le importa a la novela, que es una invención inseparable de una cierta concepción humanista del mundo. Si la novela se acaba, será porque algo se nos ha muerto por dentro, no porque se lea en un Kindle.



 


Rubén Bonifaz Nuño y la poesía*

12/Mayo/2013
Jornada Semanal
Marco Antonio Campos

Borges dijo muy A menudo que sabía desde niño que su destino sería literario; Octavio Paz escribió en uno de sus últimos ensayos: “Desde mi adolescencia he escrito poemas y no he cesado de escribirlos. Quise ser poeta y nada más”; Rubén Bonifaz Nuño, sin embargo, dudó demasiado, aun de joven, y sólo comprendió que se consagraría a la poesía cuando al promediar la década de los cuarenta empezó a ganar los entonces prestigiosos Juegos Florales de Aguascalientes, y sobre todo, luego de que Agustín Yáñez escribiera una magnífica página en su elogio. Desde entonces, la poesía fue para Bonifaz Nuño viento y luz, ola y espiga, y le dio tal vez la única libertad en una vida donde no cesaron de perseguirlo las obligaciones. Ya en el amor o en el desamor, el sol central de su poesía fue la mujer, la cual es sujeto y objetivo final de gran parte de los versos que escribió. Las saetas enviadas por la mujer cayeron en su corazón desde que la llamada del canto resonó en su alma. ¿Para cuántos jóvenes que empezaban a redactar sus primeros versos no fue la lectura de El manto y la corona su biografía amorosa de adolescencia y cuántos no aprendieron de memoria el poema “Amiga a la que amo, no envejezcas”? Pero Bonifaz también cantó en diversos libros a los desheredados de la tierra, a la figura de Simón Bolívar, al sueño del sueño que representó la vida diaria en el México antiguo, a sus desdichas personales, a la muerte –a la que no se cansó una y otra vez de provocar–, en fin, la poesía fue para él una vía, quizá la principal, de conocimiento del mundo.
Para Bonifaz el canto era lo más alto musicalmente a lo que podía aspirarse en la escritura de la poesía. En base a inusitados juegos de sílabas y acentos creó en sus versos una música verbal extraordinaria que envuelve en un vértigo. Como César Vallejo, como Claudio Rodríguez, como Juan Gelman, muchas veces los juegos rítmicos y el viento de la música creaban dos o más sentidos donde en apariencia había una construcción ilógica. Si en el México antiguo las ciudades se fundaban sobre el canto, Bonifaz en el canto fundó la ciudad de su obra.
Bonifaz Nuño vivió entre nosotros y vivirá en las generaciones sucesivas con el alto nombre de Poeta.
*Leído el 4 de abril en el homenaje póstumo a Rubén Bonifaz Nuño
en la sala Nezahualcóyotl de la UNAM.

Carlos Fuentes: El origen de la región más transparente

12/Mayo/2013
El Universal
Yanet Aguilar Sosa

Cuando Carlos Fuentes obtuvo la beca del Centro Mexicano de Escritores (CEM), entre 1956 y 1957, tenía apenas 28 años pero ya había publicado un libro de cuentos, Los días enmascarados -que salió justo el día que cumplió 26 años, el 11 de noviembre de 1954-; también había publicado una gran cantidad de “cuentos dispersos en revistas, ensayos y crítica”. El que accedió a la beca en esa institución donde Juan Rulfo terminó de escribir Pedro Páramo y El llano en llamas, y donde Juan García Ponce le puso punto final a La casa en la playa, ya era un escritor potente.
A esa edad, Carlos Fuentes tenía muy claro el proyecto de su novela La región más transparente del aire, que publicó en 1958 con un título más breve: La región más transparente; y tenía aún más clara su pretensión de convertirse en un importante narrador: “Mis intereses se localizan fundamentalmente en el campo de la creación literaria: novela y cuento”. Aspiraba muy alto, a escribir la novela nunca escrita en México.
A un año de su muerte –ocurrida el 15 de mayo de 2012–, revisamos sus dos expedientes en el Centro Mexicano de Escritores; allí, entre notas periodísticas que dan cuenta de su ascenso como gran intelectual mexicano, y numerosas entrevistas en los principales diarios y revistas de circulación nacional, está la carta de motivos para obtener la beca, redactada a máquina, la acompañan dos cuartillas apretadas con su historia biográfica y bibliográfica, y el plan de trabajo de La región más transparente del aire en 29 capítulos, así como dos medias cuartillas escritas a mano sobre la misma novela, y el convenio firmado entre Carlos Fuentes y el CME.
En la solicitud de beca, fechada el 20 de junio de 1956, hay datos que llaman la atención: pone como fecha de nacimiento el 11 de noviembre de 1929 –la real es 1928-; cita la recepción de Los días enmascarados de Emmanuel Carballo y Alí Chumacero para sustentarse como escritor, e incluye una petición de carácter totalmente personal: “La beca que me permito solicitar es, hasta diciembre de 1956, la de soltero. Como el día 6 de enero habré de contraer matrimonio, le ruego al honorable Comité de Becas considerar la posibilidad, en caso de que me favorezcan con la beca, de que a partir de enero de 1957 se me adjudique la beca correspondiente a casados”.
Sus aspiraciones eran sumamente ambiciosas, se propuso escribir una enorme novela, la protagonizada por Ixca Cienfuegos: “En ella, busco la expresión de una serie de temas hasta la fecha casi vírgenes en nuestras letras: la ciudad de México, la creación de una clase media urbana de una alta burguesía en la postrevolución, la vida de diversos grupos sociales, el intelectual, el de la clase alta, en el de los aventureros ‘internacionales’ desde el nuevo marco social y el contrapunto de la vida popular de la ciudad. El choque de estos elementos y lo que tal choque nos revela de la conciencia mexicana son, a la vez, mis temas, mis propósitos”.
Fuentes antes de Fuentes
Los años formativos del escritor mexicano son sumamente creativos, tal como lo constatan Jorge Volpi, quien organizó el “Congreso Internacional Carlos Fuentes. 80 años” y ha revisado el archivo que el escritor vendió en 1995 a la Universidad de Princeton; Georgina García Gutiérrez, estudiosa de Fuentes; y, Julio Ortega, crítico literario peruano que en 1996 escribió el Retrato de Carlos Fuentes.
La investigadora del Instituto de Investigaciones Filológicas de la UNAM, quien publicó el libro colectivo La región más transparente en el siglo XXI, asegura que en la época del CME Fuentes era un joven entusiasta, con inquietudes intelectuales y gran vitalidad. “Era una figura que se convirtió muy pronto en líder, siempre tenía posibilidad de vinculación con el extranjero, recuperación de las tradiciones mexicanas en su literatura. Desde joven tenía esa gran personalidad que conocemos”, dice.
Jorge Volpi revisó la etapa joven de Fuentes en el archivo personal del escritor que consta de 125 metros lineales. Ese acervo que está en una bóveda especial de la Biblioteca de la Universidad de Princeton contiene cuadernos, manuscritos, libros, guiones, discursos, entrevistas, fotografías y correspondencia en la única caja cerrada y que se abrirá el 14 de mayo de 2014, como lo dispuso el escritor.
“El joven Fuentes, que cada vez es más el Fuentes dicharachero, pachanguero y bailador, el atleta de la palabra, y los papeles de fines de los cuarenta se multiplican en su archivo. Escribe lánguidos poemas amorosos, calaveritas a sus amigos y conocidos, artículos sobre la situación política del país y del mundo, crónicas de sociales (que firmaba como POPOFF) y decenas de cuadernos con anécdotas, ideas y relatos. La constante vuelve a ser su aguda mirada social, el bisturí con el que disecciona a esa sociedad malevolente que lo acoge con idénticas mezclas de entusiasmo y de recelo”, dice Volpi en su artículo “El alquimista y el atleta. Un retrato del Fuentes adolescente”, que proporcionó a este diario.
Tras su muerte se han publicado tres libros póstumos: Personas, Federico en su balcón y La novela y la vida, que aún no circula, allí se reúnen cinco de sus discursos: el de su ingreso a El Colegio Nacional en 1972; cuando recibió el Premio Rómulo Gallegos; el de una edición de los Premios Ortega y Gasset, el de la apertura del Tercer Congreso Internacional de la Lengua Española en 2004 y el del 1 de mayo en Buenos Aires, días antes de su muerte y que da título al libro.
Pero vendrán más libros, se espera Literatura y cine con semblanzas de divas, y Julio Ortega está terminando un volumen sobre la obra narrativa de Fuentes y dictará para otoño el curso “Carlos Fuentes y la nueva narrativa mexicana”. Ortega cuenta que Silvia Lemus, viuda del escritor, ha estado poniendo en orden los numerosos papeles de Carlos de los últimos años. “Todavía no aparece la novela colombiana, fuera de unas páginas. Yo espero que el formidable sistema de Bibliotecas de la Ciudadela logre construir un archivo de la memoria de la escritura mexicana, donde los estudiantes puedan conocer mejor la complejidad y hondura de sus escritores. Podrían tener copias de los archivos de Princeton, por ejemplo, y un mecanismo que favorezca la adquisición de otros archivos. Es un momento propicio”.
Julio Ortega concluye: “Nos estamos perdiendo su demanda de libertad. Fuentes fue un desafío para todos sus amigos y lectores. He pensado que esperaba que fuéramos capaces de asumir los riesgos de pensar libremente, fuera de los partidos, las instituciones, las ideologías, el descreimiento, la ambición de poder y la violencia mutua. Ese optimismo civilizado es su herencia”.

Carlos Fuentes, un año despues

11/Mayo/2013
Laberinto


Dos cenas
Carlos Franz
Una semana antes de morir, Carlos Fuentes estuvo cenando en mi casa, en Santiago de Chile. Mi mujer se desvivió ante la posibilidad de retribuir tantas atenciones anteriores de Fuentes: en Madrid, en México, en Aix–en–Provence, entre otras. Por eso se esmeró en presentar una mesa bonita y en preparar una comida escogida. Dispuso un mantel largo, copas de cristal, contrató a un camarero.
Carlos y Silvia llegaron muy puntuales y elegantes, como siempre. Después de unos aperitivos con pisco sour y mariscos, pasamos a la mesa. La conversación mezcló, sin aparentes fisuras, la literatura universal y la política contemporánea. Era parte del estilo inimitable de Fuentes su habilidad para conectar Guerra y Paz, de Tolstoi, con la guerra contra el narco en México, por ejemplo, haciendo patente que una podía iluminar a la otra. Fuentes tenía esa capacidad de hacer actual la tradición y enlazarla con la acción contemporánea.
Sus dedos finos, culminados en uñas largas, de mandarín, manejaban los cubiertos con delicadeza, pinchando y cortando la carne frugalmente. Se lo veía pálido y cansado. Envejecido desde la última vez que nos vimos. Venía de un viaje de seis semanas, nos contó, por cinco países. A último minuto, estando en Buenos Ares, había decidido agregar esta sexta parada, en Chile. Aun así se sentaba muy recto en su silla y, mostrando sus perfectos modales, animaba con bríos y gentileza la conversación, siempre demasiado veloz, de sus amigos chilenos invitados a la cena. Esos modales suyos eran una parte necesaria de su manera de ver y encarnar la cultura, como fuerza civilizadora.
Por mi parte, yo lo escuchaba hablar y lo miraba comer, más bien en silencio. Me preguntaba de dónde sacaba Fuentes esa energía a sus 83 años. Y también experimentaba esa curiosa sensación de déjà vu, de ya haber visto antes esa escena. ¿Pero dónde?
Al fin lo recordé. En su ensayo titulado “Cómo empecé a escribir”, Carlos Fuentes narró su encuentro con Thomas Mann, en Suiza, en 1950. Fuentes tenía solo 22 años y unos amigos suyos lo habían invitado a cenar en un lujoso restaurante, que flotaba sobre una balsa en el lago de Zurich. Era una cálida noche de verano y el joven notó que en la mesa vecina cenaba un señor septuagenario. Mudo de admiración reconoció a Mann. Así lo describe: “Era un hombre tieso y elegante, vestido con un traje cruzado blanco e inmaculadas camisa y corbata. Sus largos y delicados dedos cortaban el faisán frío casi con exquisitez. Pero incluso comiendo me pareció indoblegable, con una espalda recta y un porte militar. Su envejecido rostro mostraba una ‘creciente fatiga’, pero el orgullo con el cual sus labios y mandíbulas se cerraban buscaba desesperadamente esconder el hecho, mientras sus ojos titilaban con su ‘fogosa fantasía’. […] Thomas Mann se las había arreglado para, a partir de su soledad, encontrar esa afinidad ‘entre el destino personal del autor y aquel de sus contemporáneos en general’.”
Ahora que escribo esto, temo que se vaya a creer que yo he inventado esa postrera semejanza, incluso física, entre Fuentes y Mann, con la impune fantasía que se nos atribuye a los novelistas. Pero no, más bien fue Fuentes el que asumió como un deber esa similitud. Y luego tuvo el coraje y la energía para ser fiel a ella, prácticamente hasta el día de su muerte.
Carlos Fuentes representó, para Hispanoamérica, lo que Thomas Mann llegó a representar para Europa: un hombre universal, en el cual se sintetizó la cultura de su época. Esa enorme y acaso imposible tarea exigía una voluntad titánica. Voluntad que, sin embargo, solo se justificaba si se ejercía con gracia, con ligereza, como si no pesara.
Cuando nos levantamos de la mesa Fuentes aún se dio tiempo para examinar mi biblioteca. Decir unas cuantas gentilezas sobre mis libros favoritos. Esconder cualquier urgencia por partir, a pesar del notorio cansancio. Al día siguiente me llegó una amable nota, enviada desde su hotel, agradeciendo la cena. Dos días más tarde, preocupado de que no me hubieran remitido su nota, me llamó desde México para decirme lo mismo. Cinco días después había muerto.

La elegancia de Fuentes
Santiago Gamboa
Sigo creyendo que la muerte de Carlos Fuentes, hace ahora un año, fue otro de esos episodios suyos marcados por el estilo y la elegancia. Haber vivido 85 años sin deterioro físico notable y un día morirse casi sin sufrir, aparte del momento de la muerte (supongo que será con dolor, pero es una suposición, nunca lo he vivido) me parece una suerte increíble. Firmaría desde ya por algo así, incluso con diez años menos de saldo. ¿Cómo será la propia muerte? Dijo Petrarca: “Un bel morir tutta una vita onora”.
Conocí poco a Fuentes, más o menos desde el 2008, pero en esos años fue amable y generoso y pude hablar con él de mil temas. ¿Le pregunté por la muerte? Recuerdo haber hablado con él sobre las muertes prematuras de escritores, y que él dijo que un escritor, en el fondo, nunca moría prematuramente así muriera de 20 años, pues si moría como escritor es porque había concluido su trabajo, y que a veces la muerte se encargaba de completar el ciclo.
Pero este no fue su caso: él sí pudo concluir su obra, darle un sentido global e insertarla en el tiempo y en la Historia, organizarla y rebautizarla con el nombre de “La edad del tiempo”, haciendo que cada novela fuera pieza de una maquinaria relojera más grande. Supongo que esto es el resultado de algo bastante obvio y es que en la literatura no existe el retiro por edad, ningún escritor se jubila y por lo tanto sigue y sigue reflexionando sobre su propio trabajo, el presente y el pasado de su trabajo. Incluso, por qué no, sobre el futuro.
Con los avances de la medicina y la ciencia la situación de longevidad será cada vez más visible y los escritores vivirán más. Esto podría llegar a ser algo monstruoso. ¿Se imaginan que Balzac estuviera vivo aún, con 202 años recién cumplidos? Calculo que habría podido escribir 75 mil páginas más, lo que sería francamente enloquecedor, y además sería considerado de la misma “generación” de Victor Hugo y Stendhal, y puede que también de la de Dostoievski, “la generación del siglo XIX”, pues la longevidad tiende a acercar las fechas.
Visto así, la muerte es una mano que detiene con suavidad a otra mano que escribe, y esto es razonable. Más razonable aún cuando el autor, como fue el caso de Fuentes, logra organizar su obra y darle un rumbo en medio de la nada, para que perdure en un sentido y orden específico y no a la deriva, como le sucede a tantos libros. Esto de la nada, en literatura, es también extraño. Cuando escribo me asalta la idea de que las novelas, todas, ya están acabadas en alguna parte, y que uno lo que hace es “traerlas” a la realidad del lenguaje y la imaginación. Pero entonces, ¿qué pasará con las novelas de Fuentes que no escribió ni escribirá?, ¿se quedarán flotando en esa especie de nada o magma esencial? Creo recordar que una vez Fuentes opinó al respecto, algo así como: “El mundo de lo no escrito siempre será más grande, abismalmente mayor que el de lo escrito”. Esto nos permite pensar que “La edad del tiempo” podría haber llegado a tener 100 mil páginas si la longevidad de Fuentes le hubiera dado más oportunidades. ¿Y por qué no un millón de páginas? Acá entraríamos, como con Balzac, al terreno algo monstruoso del virtuosismo infinito. Pero no fue así, pues con su proverbial elegancia, Fuentes llegó hasta un punto y luego, pudorosamente, se retiró, para que hoy podamos recordarlo.

El canon inclusivo

11/Mayo/2013
Laberinto
Julio Ortega

Borges postuló que todo gran escritor inventa a sus precursores. Esto es, una obra mayor levanta una nueva genealogía literaria. No se trata de influencias ni de modelos dominantes, sino de algo más creativo y dinámico: nuestros escritores favoritos nos reordenan la biblioteca. Borges, por ejemplo, nos remite a De Qincey y Kafka. García Márquez a Rabelais y la Crónica de Indias. Carlos Fuentes al Quijote, a Balzac, a la narrativa gótica. Para proseguir la provocación borgeana, he propusto considerar no la historia sino el futuro: cada escritor mayor inventa a sus lectores. En el siempre cambiante espacio de la lectura, hoy las genealogías se nos han hecho melancólicas: más que las raíces nos importan los próximos frutos. La lectura nos renueva.
Quizá por eso, porque en la literatura siempre todo está por hacerse, es que nos obsesiona la construcción de un canon, las listas de autores y libros favoritos, las antologías y muestras proliferantes, los concursos fugaces y los premios multiplicados. Carlos Fuentes debe haber sido de los primeros escritores que asumió la construcción de un canon como una apuesta por el porvenir literario. No para afirmar una lista en contra de otra sino porque Fuentes ha sido el primer escritor nuestro que entendió que la literatura no es solo histórica ni solamente actual: es, sobre todo, venidera. Por eso, le importaron tanto las voces del relevo, las ramificaciones intrincadas que produjo la nueva novela latinoamericana. Como buen escritor moderno, creía que las mejores obras se están escribiendo ahora mismo.
Fuentes se debía a sus lectores, y se pasó la vida abriendo camino en la lectura, espacio en la proyección internacional de nuestra novela, y emancipación creativa gracias a la superación de las letras nacionales, esos cánones modestos y obligatorios.
Me ha sorprendido descubrir que Fuentes, sin embargo, no se dedicó a cultivar un solo canon, ni siquiera el del “boom” de la novela latinoamericana. Se rebelaba periódicamente contra el panteón dominante de los escritores localísimos que, incapaces de ganar un concurso, denigraban la competencia y cultivaban la clientela. Me ha parecido descubrir que cada tanto, más pronto que tarde, Fuentes ampliaba su canon de narradores con nuevos y diversos autores, ensayando en el campo de la lectura, algo deportivamente, nuevos ordenamientos, conjuntos de voces distintas, que  sumaban  una cierta representatividad tentativa de lenguas, tiempos, formas, reescrituras y, sobre todo, innovación.
Esos ensayos de cánones permanentemente revisados son siempre inclusivos. Son catálogos no del tamaño de lo real, sino breves, desprejuiciados y casi celebratorios. Pocas cosas le apasionaban más que descubrir a un nuevo escritor. Me atribuía haberlos leído a todos, pero me sorprendía con un nuevo entusiasmo suyo. Juntos organizamos varias sumas de escritores de América Latina y España para foros en Madrid, México, El Escorial, y los coloquios en mi universidad, donde fue profesor visitante los últimos 15 años de su vida. Cuando pienso en el trabajo que Fuentes me ha dado, me doy cuenta que no fue menor el que yo le di a él.
El primer canon que Fuentes nos propuso es La nueva novela hispanoamericana (1969), un verdadero manifiesto del escenario del “boom,” que incluye a sus gestores (Borges, Carpentier), a sus protagonistas (Cortázar, Vargas Llosa, García Márquez) y, en la otra orilla de la lengua, a Juan Goytisolo. El epígrafe es revelador: “mitologías sin nombre, anuncio de nuestro porvenir.” La nueva novela, en efecto, se desarrolló en nuestra lectura como una biografía incluyente. Bajo el impulso del cambio, que lo excedía, Fuentes a fines de ese mismo año dio a conocer, en Excélsior, otro canon, que demostraba que él era ya un escritor creado por la biografía de lo nuevo. Ese texto suyo, se titula:
“Mis novelas de los sesentas,” y lleva como subtítulo una enmienda irónica: “selección personal y arbitraria de Carlos Fuentes.”
Es un balance de novelas preferidas en áreas lingüísticas, y constituye una verdadera Biblioteca Fuentes. Transcribo el AREA IBÉRICA:
Rayuela de Julio Cortázar.
Gran sertón: veredas de Joao Guimaraes Rosa.
Cien años de soledad de Gabriel García Márquez.
El siglo de las luces de Alejo Carpentier.
La ciudad y los perros y La casa verde de Mario Vargas Llosa.
El astillero y Juntacadáveres de Juan Carlos Onetti.
Tres tristes tigres de Guillermo Cabrera Infante.
De donde son los cantantes de Severo Sarduy.
Paradiso de José Lezama Lima.
Gazapo de Gustavo Sainz.
El lugar sin límites de José Donoso.
De perfil de José Agustín.
Señas de identidad de Juan Goytisolo.
Tiempo de silencio de Luis Martín Santos.
Los albañiles de Vicente Leñero.
La traición de Rita Hayworth de Manuel Puig.
Morirás lejos de José Emilio Pacheco.
Muerte por agua de Julieta Campos.
La atención que Fuentes arriesga con los más jóvenes declara su filiación por las promesas de lo nuevo. Las primeras novelas de Sainz y Agustín, es cierto, parecían entonces desencadenar las voces más recientes con la formalidad del riesgo y la frescura de una juventud que empezaba a ocupar los espacios de mediación urbana, entre ellos la novela. Morirás lejos, de Pacheco, reconstruía un evento crucial de la historia de la violencia moderna, solo que lo hacía sumando en ella el linaje de la matanza como un modelo histórico condenado a repetirse implacablemente.
Después, al calor de la época, Fuentes ensayó nuevos ordenamientos, incluyendo siempre otras voces de distintos países. En su última compilación de ensayos, La gran novela latinoamericana, ya no se trata de un canon sino de un balance sumario de notas refundidas. Pero aun en ese panorama expositivo es posible recuperar la curiosidad de Fuentes por los frutos del tiempo, que son ya parte de nuestra biblioteca.
Si no me equivoco, dividió su espacio de lectura en varias constelaciones: Argentina  (seguía con devoción las obras de Sylvia Iparraguirre, Martín Caparrós,  y Matilde Sánchez); Chile (exploraba con gusto, entre los autores recientes, las obras de Arturo Fontaine, Carlos Franz y Sergio Missana); Colombia (prefería las novelas de Santiago Gamboa y Juan Gabriel Vásquez); Puerto Rico (leyó a Luis Rafael Sánchez y a Rosario Ferré). De Brasil leía a Nélida Piñon y de Nicaragua a Sergio Ramírez, con quienes tuvo una gozosa complicidad. De Perú, valoró las novelas de Alfredo Bryce Echenique. No repetiré lo mucho que ha dicho sobre escritores mexicanos, pero recuerdo ahora su estima de la prosa de Alejandro Rossi y Sergio Pitol; la atención que le dedicó a las novelas de Fernando del Paso, Federico Reyes Heroles e Ignacio Solares, tentado por la libertad con que representaron los delirios de la feroz historia mexicana. Tuvo una admiración alegre por Carlos Monsiváis, y una admiración afectiva por José Emilio Pacheco. Apreciaba la prosa artística de Hernán Lara Zavala, Carmen Boullosa y Cristina Rivera Garza. Se sintió renovado con la lectura de Jorge Volpi, Ignacio Padilla, Pedro Ángel Palou y Xavier Velasco. Fue dolorosamente fiel a sus primeras amistades literarias: no cesó de dar batalla por la mejor difusión de José Donoso, y siempre lamentó que Salvador Elizondo, su admirado amigo de juventud, siguiera siendo tan poco conocido.
En la vasta república de las letras, Carlos Fuentes imaginó un mundo de la inteligencia  fraterna, menos encarnizado y más inclusivo.

Memorias de periodistas

11/Mayo/2013
Laberinto
Braulio Peralta

El periodismo es subjetivo. Lo aprende uno con los años. Las aristas de la información son sinuosas. Bastaría con revisar la historia de  diarios y revistas para analizar los enfoques periodísticos de cada uno sobre cualesquier acontecimiento. Lo peor, cuando hay uniformidad en la noticia, entonces esa “objetividad” en realidad es orden gubernamental o de la iniciativa privada. Los directores de medios de comunicación lo saben mejor que nosotros. ¿Por eso se cuidan de escribir memorias sin censura?
Desde que empecé el oficio de editor me propuse publicar biografías de periodistas. Edité libros de gente como Manuel Becerra Acosta (el periodismo moderno con la creación del unomásuno), Miguel Ángel Granados Chapa (el columnista necesario y neural en la conformación de diarios como La Jornada), Carlos Marín (la otra historia a la versión oficial de la revista Proceso, y lo que siga de Milenio), y un libro que compendia a los periodistas fundamentales que crearon un estilo y forma de reportear: La vieja guardia. Protagonistas del periodismo mexicano, de José Luis Martínez S.  
Una historia del periodismo con sus protagonistas, es una deuda de quienes se dedican a la comunicación. Líderes del periodismo, muy cerca del poder. No libros al estilo de Vivir, de Julio Scherer; sí Los periodistas, de Vicente Leñero, sobre el golpe a Excélsior —aunque ahora hay versiones contradictorias, según Raymundo Riva Palacio. Libros con menos ego, mejor, detalles de la historia y el periodismo del país y las formas de gobernar y corromper conciencias (ojalá un gran periodista escriba esa historia que debe Julio Scherer García.)
Otro gran protagonista es Jacobo Zabludovsky, que esperemos cuente la verdad interna de Televisa y los sucesos de México, en el movimiento estudiantil del 68, entre muchos asuntos (al periodista no le gustó lo redactado mediante entrevistas por Enrique Serna para Clío, y ahora, esperemos, concluya sus memorias. ¿Será el valiente que diga su verdad?).
Los periodistas son renuentes a ocuparse de su relación en torno al poder. Las memorias de las que fui editor son una aproximación a lo más cercano a la realidad de diarios y revistas de México sobre sus formas de comunicar. No se atrevieron los periodistas a desentrañar, a poner en apuros a sus biografiados. Como si no fueran de carne y hueso, como si fueran de mármol. Conocemos sus iras en las salas de redacción, sus censuras, sus pros y contras. Libros así, como el realizado por Gonzalo N. Santos, Memorias, se los debe el periodismo mexicano.
No conocemos, por ejemplo, cómo termina la vida periodística de Enrique Ramírez y Ramírez —de rodillas al priismo con ayuda de Socorro Díaz—, del diario El Día. O la transacción de El Financiero —diario canónico sobre noticias del mundo de la economía—, antigua propiedad de Rogelio Cárdenas, que vendió a otro (¿de quién es en realidad?). Saber la verdad periodística es, también, periodismo.

LITERATURA MEXICANA HOY: ¿GENERACION O NUBE?

11/Mayo/2013
Laberinto
Heriberto Yépez

Aquí critiqué la idea de “generación” de Tryno Maldonado (y otros) para nombrar a la “mejor” narrativa mexicana hoy. Tryno respondió en Emeequis(29-4-2013).
Dice que mi réplica lo hizo replantear “la validez o pertinencia del concepto de generación” y agrega “es Pablo Raphael quien... se anima a ir más allá y... proponer un concepto alternativo al de generación. Lo llama nubes”.
Por “nubes” alude a una “fragmentación [que] hace imposible que se produzcan escuelas o tendencias. El individualismo hace que se multipliquen los gustos”.
Tryno remata su texto retomando la idea de “generación”. Cita a Ortega y Gasset —teórico por excelencia de “generación”— para alegar que “aquello que ejemplifica la solvencia del concepto de generación es que exista una identidad de tendencias... aun en un ámbito... de divergencias”. Dice que por eso peleamos.
“Generación Inexistente”, le llama. ¿Generación-Nube?
Difiero. Muchos ni pertenecemos a la “generación inexistente” ni a una “nube”.
Tryno y Raphael descuidan que “generación” no es el único modo en que un escritor pertenece a algo. Daré el caso del norte, que tanto antipatiza.
Si leemos muchos libros de escritores norteños de los últimos 30 años, es audible que se comunican con literatura colindante, música popular o caló binacional.
Pero quizá se desdeña la validez de identificarse con algo que no sea una pulcra foto con escritores de Ciudad de México.
Se olvida que hay obras que son un diálogo con lo regional y, en general, afinidades ajenas a “generaciones”.
Quizá hay voces literarias que conversan con jornaleros, colonias, migrantes, transporte público, largas filas para cruzar al otro lado, vecinos, paisanos.
En mi caso sería tan falso decir que pertenezco a una “generación” literaria nacional como decir que no pertenezco a nada. Pertenezco a la frontera. Esa frontera no es una “nube” —un Archipiélago ultravioleta de Soledades virtuales—; es una historia enraizada y bracera. Una colectividad viva, ilegal.
Y hay muchas otras autorías que hoy no creen necesario ni identificarse con la “República de las Letras” ni con “nubes” sino que se saben parte, por ejemplo, de la cultura chicana o la zapoteca.
No todos, claro. Muchos sólo se sienten parte del Club de la Ironía Por Encima de Todo. O parte de la “literatura a secas”. Cool por ell@s.
Otros nos sabemos parte de una cultura concreta, a veces pegada a un territorio, a veces a una migración. Conectados no a una élite literata sino a un rancho o urbe, tierra o lengua, pueblo o cruce.
Reconozcamos estas pertenencias. A quienes no tienen los ojos puestos en La Literatura sino el texto enredado con hablas, tribus o lugares.
No queremos sentirnos “cosmopolitas” ni nos quita el sueño ser acusados de “costumbristas”.
No somos “generaciones”. No somos “nubes”. Somos un nosotros. Y somos un chingo.

viernes, 10 de mayo de 2013

Una generación inexistente (II)

29/Abril/2013
emeequis
Tryno Maldonado

“La mía se trata de una generación que
apenas se lee y que se insulta muchísimo”
Pablo Raphael

En su columna semanal del diario Milenio, Heriberto Yépez abordó y amplió el tema de mi anterior entrega: el grupo de narradores mexicanos que nacimos a partir de 1970. Aquí puede leerse. El texto de Heriberto coincidió con mi lectura en días recientes de otro autor que ha abordado con mayor amplitud el tema: Pablo Raphael, en su ensayo La fábrica del lenguaje, S.A. Se trata de dos visiones distintas, a veces divergentes y hasta opuestas. Pero ambas, a su modo, igualmente provocadoras e interesantes. Veamos.
Estoy de acuerdo desde hace tiempo con muchos de los argumentos de Heriberto respecto a éste y otros temas. En otros no tanto. Pero en concreto, su lectura esta vez me ha hecho replantearme la idea central de todo este asunto: la validez o pertinencia del concepto de generación del que yo había partido desde que coordiné la antología Grandes hits, Vol. 1 como editor de Almadía en 2008. Pienso ahora que tal vez valdría la pena arrancar un nuevo ejercicio prescindiendo o generando un nuevo concepto (o una nueva forma de leer retando al canon) para abordar la obra de estos y otros autores.
Es verdad que la noción de “generación” es insuficiente o inoperante para tratar de explicar a los más recientes autores y autoras mexicanos. De inicio porque la propia idea de generación es excluyente y elitista, como nuestra propia literatura. Aunque en mi anterior texto afirmo que ésta es una generación sin jerarquías ni patriarcas, para Heriberto mi propia elección del concepto es de por sí contradictoria. Pretender dar orden a un grupo de individuos que toman la estafeta dentro de una tradición ya implica tácitamente un orden vetusto, vertical y jerárquico que busca revalidar ese mismo coto y mecanismos de poder. Cierto. Y hay que reconocer también que pensar en términos de generaciones es muy cómodo, perezoso. Pero es que hasta hoy, nuestros críticos no han hecho su trabajo más allá de reforzar y privilegiar muchas veces los viejos usos y costumbres de una élite que antes solía llamarse la República de las Letras. Excluir. Tender alianzas. Paradójicamente, hemos sido los propios autores de esta no-generación quienes, bien que mal, hemos tomado el toro por los cuernos. Pero valdría la pena cuestionarnos la forma en que elegimos-excluimos nuestras lecturas-afinidades y cómo y por qué es que leemos lo que leemos al momento de elaborar listas y antologías.
El concepto de generación suele aplicarse dentro de estructuras sociales relativamente estáticas y patriarcales, gerontocráticas. Funciona para describir cómo los miembros menores van asumiendo los roles y el poder de los mayores, cómo van reproduciendo las estructuras sociales y las relaciones de poder. Cuando aparece un fenómeno inédito dentro de esas estructuras, es normal que se le excluya por sistema, que cause fricción, que incomode, que los individuos involucrados lo nieguen y hasta muestren posturas encontradas.
Tanto Heriberto Yépez (Tijuana, 1975) como Pablo Raphael (Colima, 1970) —igual que muchos de los autores de esta no-generación— son reacios a identificarse como colectividad dentro de aquel viejo concepto de generación gassetiano. Es comprensible. Es Pablo Raphael quien, a partir de la figura retórica del oxímoron para describir la naturaleza contradictoria de estos autores y autoras, se anima a ir más allá y se aventura a proponer un concepto alternativo al de generación. Lo llama nubes.
El modelo de Bohr para describir el comportamiento de las partículas atómicas tanto como el concepto de nube de electrones, contemplan movimiento, inestabilidad, atracción, afinidad, fricciones, centro, márgenes. Un símil más o menos adecuado para describir lo que sucede con este grupo de nuevos autores. Dice Pablo:
“Las nubes son una masa visible, se forman de partículas independientes, las nubes migran, mutan y desaparecen, flotan. (…) Las nubes tienen una relación directa con lo que sucede abajo pero en apariencia son independientes. (…) En mi generación, ya lo dice la Wikipedia, existen nubes demasiado gruesas o densas para que la luz las atraviese. El pensamiento de nuestras nubes es un pensamiento contradictorio. La fragmentación hace imposible que se produzcan escuelas o tendencias. El individualismo hace que se multipliquen los gustos”.
A partir de una serie de cuestionarios que nos hiciera a varios autores de esta no-generación, Pablo Raphael publicó un artículo para la revista catalana Quimera en 2007. Con el tiempo, el texto creció hasta convertirse en el libro La fábrica del lenguaje, S.A. (Anagrama, 2011). Además del argumento de lo contradictorio de la no-generación de la que escribe Pablo (llamada a lo largo del libro indistintamente Generación Inexistente vía Jaime Mesa o Generación Atari vía mi novela Temporada de caza para el león negro), esgrime la tesis aún más controvertible de que, en su gran mayoría, a los que se refiere en dicho ensayo son/somos “autores neoliberales”. No estoy de acuerdo, pero Pablo, provocador, va desgranando así sus argumentos:
“El neoliberalismo apostaba por la descentralización y desde entonces la periferia fue reclamando su espacio. (…) El neoliberalismo creía en las libertades individuales por encima del bienestar social y desde entonces el menú literario es tan amplio como una carta de McDonald’s. Se acabaron las corrientes y los estilos compartidos. (…) El neoliberalismo cala hondamente en los apologistas del resentimiento. Es su objeto odiado, el grito de batalla al que dirigen todo el enojo, pero también es su sitio de confort. (…) El neoliberalismo simula maquetas. Hace confortable la protesta, se moviliza siempre que sea en el espacio de la red, en el activismo online, en la militancia de café, en la pasividad de quien apuesta a que todo permanezca, para que la queja eterna también perdure. (…) Somos neoliberales muy a nuestro pesar. Por eso quizá la idea de generación se puede sustituir poco a poco por la idea de ‘nubes’”.
Pero hay algo que ni a Heriberto ni a Pablo, a pesar de discrepar a la hora de abordar el tema, se les escapa al criticar el elitismo del viejo molde de la antes llamada República de las Letras y de esta no-generación: nuestros nuevos escritores son en, su gran mayoría, niños privilegiados. Criados y educados en el centro. Autores que han heredado o creado alianzas de poder. Blancos. Criollos. Varones en buen porcentaje. Hijos de inmigrantes. Con capitales simbólicos, pecuniarios y culturales. “La República de las Letras exilia a los indios de México”, dice Pablo Raphael. Pero no sólo a los indios, sino a todas las “incontables autorías que no pertenecen a los círculos sociales prestigiados”, dice Heriberto. Es una “República de las Letras numéricamente reducida, reconocible, centralizada vía alianzas y, sobre todo, exclusiones. Literatura élite.” Y agrega: “El centro y lo nacional son fantasmas. Pero los grupos dominantes usan el poder institucional y sombra del pasado para mantener la ilusión de una ‘literatura nacional’ simulada por mezcla de penúltimas Autoridades Republicanas y una nueva ‘generación’ de ‘relevo’ en poesía, narrativa y crítica. Para conseguir la ilusión de la legitimidad de esa transmisión de poderes, hoy se hacen reseñas, listas, panoramas, colecciones, dossiers o antologías para persuadir a los lectores de ese nuevo mapa selecto.”
Ortega y Gasset afirma que aquello que mejor ejemplifica la solvencia del concepto de generación es que exista una identidad de tendencias respecto a estos temas, aun en un ámbito tan amplio de divergencias: “Entre sí se pelearán unos contra otros precisamente sobre sus temas y se sentirán antípodas. No habría, en efecto, medio de poner paz sobre la precedencia del todo y las partes, y sin embargo (los debates de los opuestos contemporáneos serán) dos formas de sentir una idea completamente nueva en la historia del pensamiento”.
Que sea éste el pretexto no sólo para comenzar a leernos, sino para leernos de manera crítica.