domingo, 14 de febrero de 2010

La sonrisa de Esther

13/2/2010
Suplemento Laberinto
Geney Beltrán Félix

En dos horas saldré rumbo al Panteón Israelita. Desde el lunes, incluso antes de recibir la invitación por celular, empecé a escribir estas cuartillas, en mi mente. Pero a la hora del teclado, una y otra vez he venido sintiendo que no es esto lo que quiero, debería, podría decir de Esther. O que todo será poco. Escribí un párrafo:

Una escritora (1941-2010) muere. Hablamos luego entonces de su vida: viajes, lecturas, hijos, alumnos, amoríos y pasiones (la mitología, el teatro, las gemas, el tarot, la astrología, uf: las religiones comparadas, la acupuntura, y siempre el viaje, y en el centro de todo la escritura). ¿Cómo? ¿Disminuirlo todo a un puñado de cuartillas? ¿Rebajar la vida a sólo un orden de palabras? ¿Y qué importancia tiene la vida de un escritor que ya no vive acá? Quiero decir: ¿qué le dirá a quien no la conoció y tal vez tampoco siquiera la ha leído? ¿Para qué un testimonio de amistad y mentorazgo, si lo que hace que los críticos hablen de ella no es la amistad ni el mentorazgo ante pocas o muchas generaciones: sino su escritura?

Hasta ahí el comienzo. Luego venía este párrafo, el elogio que al todavíanolector de sus libros le parecerá sospechoso, exagerado.

Sin embargo, cómo hablar de sus libros. Así, tan de repente. Decir que Esther Seligson es una estilista mayor de la prosa en lengua castellana. Que su obra narrativa un día será puesta al lado de las páginas de Virginia Woolf o Yourcenar o la Lispector. O afirmar que La morada en el tiempo es una de las proezas secretas que ha parido la novela en Hispanoamérica: todo esto, ¿qué? Basta leer cualquier relato de Toda la luz para percatarse: ahí la lengua española entrega capa tras capa de tensión y hondura intimista, una expresividad profunda, cargada de matices y resonancias que va desbordándose hasta obligarnos a ese detenerse que se traduce en: Nadie escribe así. Regresemos, leamos de nueva cuenta este párrafo, esta página, este libro, y los sentidos se concentran al máximo gracias a una escritura ficcional que convoca los sueños, el mito, la emoción, la memoria. No sólo los hechos, no sólo el narrar un incidente tras otro, si no lo que viene después en la sensibilidad del personaje, lo que se suma, a la manera de un eco paciente, en su psique: no lo que sucede (no lo que pasa), sino lo que permanece.

Pero (me dije): no hablar de sus libros, no ahora.

Hablar de su generosidad. Que era impaciente y arbitraria, sí. Que era iconoclasta, detodocriticona, también. Pero era una persona cálida, valiente y sobre todo generosa hasta la ingenuidad. Conocí a Esther Seligson en julio de 2005, cuando entré a trabajar en el Fondo de Cultura Económica como editor de literatura. Era su viaje anual a México, vivía en Jerusalem. Al año siguiente, en junio de 2006, fue a la editorial, hablamos.

—¿Y es bueno el libro?

—Ajá —le dije.

—¿Tienes una copia? ¿Me pasas una copia?

El autor de ese manuscrito era becario en la Fundación para las Letras Mexicanas, donde ella esas breves semanas daba un curso sobre Los versos satánicos. Esther había apenas visto dos o tres veces en clase al joven autor. Yo no entendía: ¿quería leer su libro? ¿Una escritora de su talla, interesada por ver cómo escriben los nuevos, los desconocidos y jóvenes? Cool. E inusitado.

—Si me gusta, te escribo una notita apoyando que lo publiquen, como dictamen. Si no me gusta, nadie sabe, nadie supo.

Le di el libro. Era miércoles. El lunes me habló:

—Pues es bueno, ¿eh? Salvo algunas cositas que, si me autorizas, le sugeriré que corrija. ¿Puedo decirle?

Me mandó un texto de una cuartilla hablando favorablemente de La noche caníbal. Este súbito aval, tan generoso y enfático, del libro de un muy joven escritor, Luis Jorge Boone, sirvió de mucho (de todo) a la hora de los comités editoriales.

Ésa, entre muchas, sería una estampa de su generosidad. Yo le debo interminables horas de conversación, por teléfono o en persona, cara a cara o en grupo, en su departamento de la calle Liverpool —donde siempre en sus tertulias nos ofrecía té, café turco, galletitas, dulces, chocolates—, en algún restaurante de la colonia Juárez o la zona rosa. Cada charla con ella era poco menos que una cátedra. Su capacidad para establecer relaciones luminosas entre distintos temas, su gran curiosidad intelectual, su genuino interés por vérselas frente a un interlocutor, no sólo ante un alumno, hacían de sus palabras un hilo continuo de revelaciones y sugerencias. Me regaló libro tras libro, así, liberalmente. Tuvo la liviandad de nombrarme su “agente literario”, de tolerarme como editor de su última obra publicada. Sobre todo, le debo un conocimiento trascendente del que apenas empiezo a tener noción: hizo mi carta astral y descubrió un Mercurio inaspectado en la casa de Escorpión, a algunos grados de un Júpiter igualmente encerrado, aunque él a disgusto, en esa profundidades, a partir de lo cual dieron inicio las informales lecciones de astrología. Es decir, me adoptó como “aprendiz de brujo”. Pues para ella, como para Steiner, una vida no examinada no valía la pena ser vivida: de ahí su introspección permanente, como la astrología moderna, con su enfoque en la psicología traspersonal, fomenta, exige. ¿Y para qué la introspección? Ella tenía la confianza de que la vida, por lo menos la propia, puede ser cambiada, y sólo así puede vivírsela más intensamente. Como ella lo hizo. Se fue serena, en paz. Gina Ogarrio estaba a su izquierda, yo le tenía tomada la mano derecha; cuando sobrevino el paro, su mano se tensó, luego la fue levantando, como extendiéndosela a la Diosa Madre, y después la posó sobre su pecho.

Pero (y no habría de disculparme por cifrar esta emoción) si algo recordaré de ella es su sonrisa. La sonrisa pícara de niña de ocho años cuando se sentaba en el suelo a jugar con mi hija Andrea, de ocho años. O la sonrisa burlona de cuando, hasta la semana pasada, me ponía agujas (era también médico acupunturista) en el pie esguinzado, burlándose de mis muecas de supuesto dolor. La sonrisa de Esther. La sonrisa.

Siete autoras y sus entrañables novelas de amor

14/02/2010
Periódico Milenio
Mary Carmen Ambriz

¿Cuál es la novela de amor más entrañable? ¿Quiénes son los protagonistas de las historias de amor que disfrutan leer? ¿Por qué sienten predilección por esos héroes o heroínas? Siete escritoras hablan de cómo ha sido su encuentro (o desencuentro) con la literatura romántica. Cada una de ellas ha abordado el tema del amor (ya sea en el narrativa o en la poesía), y ahora dan su punto de vista como lectoras. Como podrá verse, algunas de ellas comparten la visión de Jorge Luis Borges cuando reflexiona en su poesía, “loado sea el amor en el que no hay poseedor ni poseída, pero los dos se entregan”.

Rosa Beltrán

Madame Bovary para mí sigue siendo la novela maestra de las historias de amor. Las escritas antes de ella (La Celestina, La nueva Eloísa, etcétera.) y las que vinieron después. Me interesan los personajes creados por Flaubert porque son auténticos, sin saberlo, y también auténticas parodias de sí mismos, aunque esto sólo lo sabe el lector; porque su nivel de cursilería (Emma, Leon), de mezquindad (Rodolphe), de pusilanimidad (Charles) no afecta la capacidad que tienen de conmovernos y de hacernos sentir que somos, en parte, cada uno de ellos.

Carmen Boullosa

La cartuja de Parma, de Stendhal, es sin duda mi predilecta. El amor que ella, la Sanseverina, siente por Fabricio, es para mí entrañable. Su generosidad, su inteligencia, y su ceguera: no se da cuenta de cómo la está usando Fabricio. Los dos personajes, por complejos, por stendhalianos, son mis protagonistas amorosos predilectos.

Ana Clavel

Antes de enero de 2010 habría mencionado otras novelas que son y no son novelas de amor, pero que igual me resultan entrañables: Rojo y negro, Lolita, Narciso y Goldmundo, Drácula, El maestro y Margarita, Rayuela. Sin embargo, con el año nuevo llegó a mis manos un ejemplar de El museo de la inocencia, de Orhan Pamuk, y quedé deslumbrada. Pensé que era como el tratado de Stendhal sobre el amor hecho novela. Se habla del fetichismo-coleccionismo como principio organizador y reparador de la existencia, del amor como veneno y suplicio, del amor salvajemente sexual, del amor como obsesión neurótica, y del amor como salvación y éxtasis. Además está el toque maestro de Pamuk para incluirse como escritor-narrador en la propia ficción al final de la historia. La novela misma como museo de la huella amorosa: la memoria. Entrañabilísima...

Margo Glantz

Victory, de Joseph Conrad. Porque los personajes están destinados de antemano a fracasar y su amor me produce, por ello mismo, una sensación dulzona de tragedia y añoranza.

Alicia García Bergua

No tengo una novela de amor favorita, pero me gusta mucho La montaña mágica, de Thomas Mann, y la extraña relación que se da entre Harns Carstop y Claudia Chauchat, la mujer rusa que siempre da portazos cuando entra al restaurante del hospital, una relación amorosa que ninguno de los personajes se da chance de vivir y que es muy de nuestra época porque la gente tiene quizá la idea de que su libertad es mayor y la vida es más larga, y pues no.

Mónica Lavín

Lo bello y lo triste, de Kawabata. La combinación de pasión y templanza, elegancia y silencio, duelo y reverencia de la relación de los amantes, alrededor de quienes los demás y sus destinos giran, me parece fascinante.

Margarita Peña

Bajo el volcán, de Malcolm Lowry. Aunque no es una novela de amor “stricto sensu”, sino una novela existencial, el amor es un elemento nodal, junto con el alcohol. Ejemplifica claramente un tipo de relación amorosa “ni contigo ni sin ti”: pasión y guerra, presencia y ausencia, el choque de contrarios y la fusión inevitable y deseada. El entorno a veces paradisiaco, a veces dantesco y karmático de Cuaunáhuac, se vuelve arte que rescata a la novela de un simple recuento de sordideces. Es a un tiempo grandiosa y tierna, desesperada y nostálgica. En cuanto a los personajes, Yvonne y el Cónsul están absolutamente enajenados en un amor que el alcoholismo, los conflictos y el mal fario vuelven imposible. Me gustan porque son personajes de tragedia griega: sin redención, como éstos, pero sin estridencias, totalmente humanos. Lowry, como Proust y Cervantes, en gran medida se autorretrataba, partía de su nutrida experiencia personal. Esta veracidad vuelve a Yvonne y el Cónsul (signados por la fatalidad), una de las grandes parejas de amantes de la literatura moderna.


sábado, 13 de febrero de 2010

El filósofo mexicano vivo más importante

13-02-2010
Suplemento Laberinto
Heriberto Yépez

No hay duda de que los filósofos mexicanos muertos más relevantes son Samuel Ramos y José Vasconcelos. ¿Pero quién es el filósofo mexicano vivo más notorio?

La filosofía en México no ha tenido fortuna. Ni el pensamiento indígena ni el colonial preponderaron la innovación conceptual, dilucidar la diferencia específica entre un concepto y otro, tarea propia del filósofo.

El marxismo aquí tuvo buena recepción no sólo por la desigualdad social sino, sobre todo, por lo que tiene de acusador, resentido, dogmático, evangélico y doctrinario. El marxismo mexicano es cripto-catolicismo.

El intelectual nacional raramente conceptualiza. Y las instituciones filosóficas no han perdido su Sumo Respeto al Libro y al Apellido, ¡parafrasear el concepto heredado!

Filosofar es transgredir la Idea previa. Uno se hace filósofo para expatriarse.

Vuelvo: ¿quién es el filósofo mexicano vivo más importante?

Manuel de Landa, nacido en 1952 y en 1975 ya arraigado en Nueva York.

Es significativo que su currículum omita su pasado mexicano y, en su lugar, hable —mitificándolo— de su origen en el cine experimental (fuera de circulación).

Su obra la escribe en inglés. Sus dos libros más reconocidos son War in the age of intelligent machines (1991) y A thousand years of nonlinear history (1997), que lo ubicaron en el panorama filosófico global sin que México se enterara.

Dos obras recientes son Intensive science and virtual philosophy (2002) y A new philosophy of society: assemblage theory and social complexity (2006).

¿Por qué digo que De Landa es mexicano? Porque es deleuziano.

Una parte de su carrera depende de la clarificación y aplicación de ideas del filósofo francés Gilles Deleuze. A pesar, pues, de ser filósofoinventor de explicaciones— se subordina a otro.

Sin embargo, a pesar de ser mexicano, crea énfasis o giros propios, como su insistencia en lo “no-lineal” y la idea de que existe un umbral en que la realidad material se auto-organiza (desde el clima hasta internet).

¡Él mismo es un ejemplo de la morfología no-lineal! Visto desde la historia del pensamiento mexicano, De Landa se formó desprendiéndose y fugándose de su “tradición” nativa;
se desmexicanizó migrando a otro contexto de discusión y otra lengua, abandonando el viejo sistema para auto-organizarse habiendo cruzado cierto nivel de complejidad de referencias, información y problemas.

De Landa es el primer filósofo post-mexicano. Su caso es apasionante porque señala, precisamente, el límite en que un filósofo nacido en México decide salir de la esfera patria y, empero, preservar una marca de la tradición intelectual del país en que nació. De Landa cambió a México por Deleuze.

De Landa es simultáneamente un filósofo (un innovador) y un mexicano (un seguidor).

La filosofía mexicana del siglo XXI ya es deleuziana.


'La sociedad no merece periodistas valientes': Federico Campbell

13 de Febrero de 2010
Periódico Noroeste
Claudia Beltrán

En México, es un absurdo hacer reportajes sobre el narcotráfico, y todo por una razón: la sociedad no merece a periodistas valientes.
"¿Por qué me parece absurdo?, porque vivimos en una sociedad que no se merece a estos periodistas, es una sociedad que los deja solos, es un gobierno al que no le importa que maten periodistas", enfatizó Federico Campbell.
En una reunión con reporteros, convocada por la Universidad Autónoma de Sinaloa, el escritor y periodista detalló que es válido escribir sobre este tema, pero no en México, debido que el Estado no protege a sus ciudadanos.
Es absurdo, reiteró, que periodistas se pongan a indagar secretos del narco, y delatarlos, es un suicidio.
Federico Campbell detalló que el periodista de Tijuana, Jesús Blancornelas, quien ya murió, fue dejado solo, abandonado.
"Lo dejaron solito en un búnker, rodeado de 12 soldados como escoltas y a la sociedad de Tijuana le valió que Blancornelas fuera agredido en un atentado, y no le importó para nada el trabajo, la trayectoria, la vida, ni al Gobierno mexicano, ni al Gobierno de Baja California, ni a la sociedad tijuanense".
Hace unos días, recordó, en Tijuana vio unas imágenes de su sepelio, en el cual estaban los familiares y unos cuantos amigos.
"No había las multitudes que hubo cuando mataron al 'Gato' Félix en Tijuana; a los tijuanenses les valió el trabajo de él".
Cuestionó la pasividad del estado.
"El Estado no protege a sus ciudadanos, no le importa lo que les suceda a los periodistas, y la sociedad es absolutamente indiferente, esa es mi opinión, a lo mejor muy pesimista, y a lo mejor es muy contraria a lo que sería una concepción romántica, heroica del periodismo".
El mejor "blindaje" para el periodista, es no escribir estas historias.
"Hay una cosa muy cierta también, que la gente del narcotráfico, la gente de la delincuencia no suele ser gente muy ilustrada, y entonces, justamente por su bajo nivel intelectual, interpretan de otra manera los hechos periodísticos".
Actúan de esa manera, cuando a veces en México, importantes medios de comunicación con circulación nacional, publican información en primera plana y no pasa nada.
"Vivimos un periodismo sin consecuencias, eso es lo terrible del periodismo mexicano, se puede publicar el reportaje más valioso en la primera página de Reforma, Jornada o la revista Proceso, y no pasa nada, el Ministerio Público no actúa".

El periodismo
- ¿Cómo ve el periodismo que se practica, va acorde con las exigencias de la sociedad?
- El periodismo bueno se hace en muchos periódicos tanto en el DF como en los estados, pero en muchos periódicos de los estados el nivel es muy bajo, es muy frecuente la presencia de periodistas muy mal preparados, casi siempre no transcriben bien lo que uno dice, lo ponen a decir cosas que uno no dijo, y a veces lo meten en problemas a uno, a mí me ha sucedido últimamente con 2 ó 3 veces, y me muero de la vergüenza.

- ¿En Sinaloa le ha pasado?
- No, en México. En Proceso aparecí diciendo unas cosas que nunca hubiera dicho yo en público, en fin.

- ¿Por qué esta falta de preparación en el reportero?
- Es falta de escuela, falta de lecturas.

Consideró que un periodista debe formarse en un cierto campo del saber: economía, el derecho, historia.
"Los historiadores se vuelven muy buenos periodistas, qué curioso, ¿verdad?, no es raro, porque trabajan con información del pasado y saben investigar, documentos, y todo, muchos de los grandes editorialistas de nuestro País, de nuestra historia, han sido historiadores, como Daniel Cosío Villegas, Gastón García Cantú, Lorenzo Meyer, Enrique Krauze, Héctor Aguilar Camín, Luis González, fíjese, los mejores editorialistas de los periódicos son gente de formación histórica".

- ¿Cuál sería el desafío, los retos del periodismo?
- No sé, tratar de decir la verdad. Yo creo que en nuestro tiempo, yo creo que en toda sociedad, en todos los tiempos se hablan tres lenguas. En México se hablan tres lenguas: una, es la lengua de los jóvenes; la otra, es la lengua de la gente de mediana edad; y la otra es, la lengua de los viejos.
Por ejemplo, los jóvenes dicen: inicia, en lugar de empieza; dicen, evento, en lugar de acto; los jóvenes dicen café expreso y los viejos decimos café express; los de mediana edad, dicen reto, los viejos no usamos la palabra reto, desafío.

- ¿Cuando se habla de periodismo en México, se debe poner en la mesa de discusión el tema de la corrupción periodística?
- Yo creo que la corrupción periodística en México ha bajado muchísimo en las últimas generaciones; todavía en los años 80 existía la cosa de darles sobre con dinero a los periodistas, esto ha bajado muchísimo, desde la época de (Carlos) Salinas, hay otras maneras.

"El gran sistema de corrupción en México en relación a la prensa son los sueldos altos, un locutor de radio, no gana menos de 500 mil pesos mensuales, (Joaquín) López Dóriga gana más de un millón de pesos al mes, ¿ustedes sabían eso?, entonces, cuando usted tiene ese sueldo, López Dóriga no puede tener una opinión que moleste a Emilio Azcárraga, ni Emilio Azcárraga tendría ahí a un locutor que tuviera distintas ideas e intereses a los suyos, ¿no?, es lógico, entonces el locutor para conservar su sueldo necesita adaptarse a cierta verdad de su empresa y defender los intereses de su empresa".
"Cuando tú ganas más de 500 mil pesos mensuales, al cabo de unos pocos años, cambia tu modo de vivir, de pensar, porque la existencia, determina la conciencia, o sea, la clase social determina la conciencia".

- ¿Cree que la mayoría de los reporteros están comprometidos socialmente hablando?
- No, no, y sí hay reporteros que se apiadan mucho a los políticos, al Presidente, por ejemplo, en la época de Salinas hubo por ahí dos o tres periodistas que se hicieron ricos, compraron casa, dándole por su lado al Presidente Salinas.



"¿Por qué me parece absurdo?, porque vivimos en una sociedad que no se merece a estos periodistas, es una sociedad que los deja solos, es un gobierno al que no le importa que maten periodistas".

"El Estado no protege a sus ciudadanos, no le importa lo que les suceda a los periodistas, y la sociedad es absolutamente indiferente, esa es mi opinión, a lo mejor muy pesimista, y a lo mejor es muy contraria a lo que sería una concepción romántica, heroica del periodismo".

"Hay una cosa muy cierta también, que la gente del narcotráfico, la gente de la delincuencia no suele ser gente muy ilustrada, y entonces, justamente por su bajo nivel intelectual, interpretan de otra manera los hechos periodísticos".

jueves, 11 de febrero de 2010

Libros en tecnicolor

30/01/2010
El País
Javier Rodríguez

Como una mosca en un vaso de leche. En un océano de escritores vestidos de lino y blanco caribe, Guillermo Fadanelli aterrizó ayer en Cartagena de Indias ataviado rigurosamente de negro y con una gorra (negra) calada hasta las cejas. Si sólo verlo ya daba calor, escucharlo lo que daba era escalofríos: tan rotundo y descarnado como sus libros, el escritor mexicano recordó sus inicios en el vídeo underground ("video-basura", en sus palabras) bajo la "sana" influencia de John Waters: "Cuanto peores eran los actores y más te acercabas al ridículo, más cerca estabas de alcanzar algo trascendente".

"Dios siempre se equivoca. Ésa es su única virtud", dice el autor de Compraré un rifle, que dice también que él, sin ser Dios, no hace otra cosa que equivocarse. Por eso prefiere refugiarse en la literatura ("Una soledad llena de ruido", afirmó citando a Bohumil Habral. "Una masturbación continuada ante el ordenador", añadió citándose a sí mismo) y desentenderse de las adaptaciones que han hecho de sus novelas y relatos. Además, no le importa que el director "destruya" sus libros: "Lo único que pido en el contrato es que me dejen salir una noche con la primera actriz". De hecho, Fadanelli está convencido de que la mejor novela es la que no puede ser llevada al cine: "Se lleva la anécdota, pero la novela no es la anécdota, es el lenguaje".

"El cine es la literatura por otros medios", había dicho el día anterior Fernando Trueba en la multitudinaria inauguración del V Festival Hay de Cartagena de Indias, en el que ayer además proyectó El baile de la victoria, basada en una novela del chileno Antonio Skármeta. Con 11 versiones en distinto formato por todo el mundo, el festival se instaló en Nairobi el año pasado y esta primavera lo hará en Beirut. El de Cartagena empezó el jueves con aire de película. En parte por la fama sobrevenida que el llamado séptimo arte regaló a algunos de sus protagonistas de relumbrón -Ian McEwan (Expiación) y Michael Ondaatje (El paciente inglés)- y en parte por la bigamia como narradores o como espectadores de otros muchos de sus participantes -Manuel Gutiérrez Aragón, Fernando Trueba, Sergio Cabrera o el mismo Fadanelli-.

Pero en el Hay las únicas armas de los escritores son las palabras. Tienen 45 minutos para hacer pensar, entretener o convencer a un público que ha pagado por abarrotar cada sala. Y funciona. Màrius Serra, autor de Quieto y "verbívoro", encandiló a los asistentes a su taller (gratuito) sobre juegos de palabras. Difícilmente una sola imagen podrá dar cuenta de la obsesión que puede invadir la mente de un niño encandilado con el descubrimiento de que "reconocer", "sé verla al revés" o "la ruta natural" son palíndromos, es decir, que pueden leerse de izquierda a derecha y viceversa.

Tal vez por eso, por el valor imbatible de las palabras sin mayores ilustraciones, las esperanzas (y los ahorros) de los cartageneros están puestas para las sesiones que faltan en escritores como Paolo Giordano o Mario Vargas Llosa, que actuará dos días ante la gran demanda de entradas, y en periodistas curtidos en mil desgracias como Jon Lee Anderson, al que se espera directamente desde Haití. O en historiadores como Simon Schama, biógrafo de Rembrandt, catedrático de Columbia al que no se le caen los anillos de la erudición por colaborar con la BBC como divulgador y capaz de introducir un rigurosísimo análisis sobre el estado de la enseñanza de su disciplina con una escena que parece un chiste. Tuvo lugar en un seminario en Harvard, durante un examen oral a un estudiante del último curso que se arriesgaba a suspender. Cuando el profesor plantea la pregunta -"Compare la experiencia italiana de la I Guerra Mundial con la de la II"- el pánico asalta al estudiante, que responde: "¿Quiere decir que hubo dos?".


lunes, 8 de febrero de 2010

Arte

08-02-2010
El Universal
Guillermo Fadanelli

El arte crea objetos que antes no estaban en el mundo y estos no necesariamente tienen que ser objetos materiales. Las definiciones de arte, como todas las que se refieren a una abstracción, son diversas y se oponen entre sí. Tales definiciones aparecen casi siempre justo cuando el crimen ya ha sido cometido. Arte es una palabra que incomoda en estos tiempos de querella contra lo trascendente. “Somos más hijos de nuestro tiempo que de nuestros padres”, escribió Guy Debord. Ha planteado Gilles Deleuze que todo concepto posee una historia, es amorfo y se alimenta de digresiones. Más que un argumento o una proposición es un punto de encuentro. No existen conceptos simples, sino composiciones que varían de acuerdo a la proximidad de sus elementos. “El artista crea libre de todo encargo y no se deja medir por los patrones comunes de la moral pública” y es justo esta característica la que “funda su independencia y le confiere socialmente los rasgos de un marginado”. (Hans-Georg Gadamer). Tal concepción sobre lo que es o representa un artista en la actualidad tiene sus raíces en una tradición romántica del arte en la cual el instinto lúdico se potencia en el instinto de la forma y la materia. ¿Es sensato insistir en el carácter romántico de un artista cuando su rechazo a encarnar en una entidad histórica o en un héroe de la sensibilidad es evidente?

Octavio Paz afirmó que la modernidad es la aceleración del tiempo histórico. Lo creo y no me parece extraño que un exceso de velocidad nos haya conducido a esa desintegración del sentido histórico que se conoce hoy como posmodernidad y cuyo concepto puede construirse desde la reflexión y la lectura de autores como Vattimo, Habermas, Baudrillard, Derrida, Zizek y Lyotard entre muchos otros. En sus libros, Jean-François Lyotard anuncia el ocaso de los grandes relatos sobre los que el occidente europeo ha construido sus valores humanistas. El filósofo francés se concentra en los enunciados que usamos para expresar nuestros juicios e ideas y coincide en que actualmente es posible establecer distintos juegos de lenguaje: se puede hablar de verdad a niveles locales o de juegos particulares, se puede traicionar la lógica de un discurso inventando e introduciendo en él giros o palabras nuevas, pero lo que según Lyotard es cada vez más dudoso, el hacer derivar todos nuestros actos y palabras de una lógica universal (un metarrelato). Es decir: nadie tiene razón. Incluso la ciencia positiva, al estar sostenida por un conjunto de enunciados que adquieren su legitimidad de un proyecto expuesto como discurso, no puede aspirar a valer universalmente (y si lo hace, es porque ha abandonado la complejidad del conocimiento para constituirse en un juego más, cuya legitimidad la da la misma ciencia: un solipsismo). No sistemas continentales sino islas, ni tampoco masas rígidas de pensamiento sino nubes de formas improbables, eso es lo que nos plantea Lyotard en sus libros.

El romanticismo es enfermedad y el clasicismo es salud, opinaba Goethe en el ocaso de su vida. No vivió lo suficiente para presenciar cómo el tiempo transformaría la noción de enfermedad en un bien o en una virtud de las artes. La vocación por quebrantar las normas, la confianza en la intuición individual, la fascinación por lo primitivo o auténtico y el cultivo de la ironía como un arma para desbaratar la solemnidad clásica, fueron características del movimiento romántico que hace más de dos siglos impregnó las artes en Alemania e Inglaterra y sembró el terreno para el florecimiento de las vanguardias actuales. La inclinación a desestimar las vanguardias modernas por considerarlas demasiado unidas a lo histórico y la decisión de explorar e inventar nuevos caminos en el arte es una actitud esencialmente romántica. La deconstrucción y la diseminación de sentido son los últimos residuos del arte vanguardista que, cansado de lo humano y de la visión homogénea y unidireccional de la historia, se aproxima a convertirse en una ciencia más que no requiere de la pasión humana ni de las epopeyas heroicas (artistas malditos o visionarios, revistas alternativas, contracultura) para sentar las bases de su propio crecimiento.


sábado, 6 de febrero de 2010

Sor Juana: monja y lesbiana

06-02- 2010
Suplemento Laberinto
Heriberto Yépez

La mayor poeta que tiene México es Sor Juana, monja y lesbiana.

Juana Inés de la Cruz versó su amor, que algunos prefieren llamar platónico y otros sáfico, con tal de no decir directamente amor lésbico, Eros entre mujeres, que se gozan y excitan una a otra y se aman con corazón y mente.

La mujer de la que Sor Juana se enamoró fue María Luisa Manrique de Lara, la hermosa condesa de Paredes.

El tema de la vida sexual de Sor Juana sigue molestando porque vivimos en un país machista, es decir, temeroso de sí mismo y de los otros, herido de intolerancia.

Octavio Paz en su Sor Juana Inés de la Cruz o las trampas de la fe anota que la condesa “estaba casada con un marido mediocre y, a juzgar por el retrato que conocemos, más bien enteco e insignificante”. Su matrimonio era una fachada triste.

Sor Juana, en cambio, era profunda, inteligente, desafiante, en suma, atractiva.

“Ni la vida religiosa ni la matrimonial, ni la liturgia conventual ni las ceremonias palaciegas, ofrecían a Juana Inés y a María Luisa satisfacciones emocionales o sentimentales”, dice Paz, que describe el modo en que la monja y la condesa se amaban en secreto para no despertar la rabia de la Iglesia Católica de la Nueva España.

El propio Paz es tímido en su comentario. Pareciera tener miedo de hablarlo abiertamente. Esquiva palabras. Digrede abstracciones filosáficas, perdón, filosóficas.

Aunque la sabe lesbiana, la vuelve asexuada. Paz también aprisionó a Sor Juana.

Cuando ha sido desafiante, la literatura mexicana —el contrario del futbol o la economía— ha sido de primer mundo. Esa literatura mexicana, estimados lectores, la hicieron, en buena medida, personas no heterosexuales, como Xavier Villaurrutia, Jorge Cuesta o Salvador Novo.

Sor Juana, por otro lado, no fue la única poeta que pasó por convento y era diversa.

También la poeta mística Concha Urquiza ejerció su derecho a vivir el erotismo a su gusto.

“Al olor de tus huertos atraída”, escribe Urquiza, “del vino de tus pechos embriagada” en 1937.

La exitosa novela Los detectives salvajes de Roberto Bolaño se basa en Urquiza para el personaje de Cesárea Tinajero, como ya lo hacía Arqueles Vela.

Los personajes del libro tampoco pudieron dar con ella. Eran misóginos. En el fondo, sólo querían imaginar a la Mujer Eterna para despreciar a la mujer concreta.

Los detectives es otro intento fallido de entender el gran secreto de la cultura mexicana: sus protagonistas han sido otros y otras.

Los detectives salvajes son otra versión más de los Niños Héroes, los muchachitos machitos, los muy hombrecititos.

Si Sor Juana y la condesa de Paredes viviesen hoy, los detectives salvajes de la PGR buscarían negarles el
derecho a casarse.

Hoy, de nuevo, Concha Urquiza huiría lejos del machismo hueco.


Lecciones de periodismo

06-02- 2010
Suplemento Laberinto
Víctor Núñez Jaime

Gabriel García Márquez recibió la noticia de la muerte de Tomás Eloy Martínez en Cartagena de Indias, Colombia, en donde decenas de escritores se reunieron para hablar de literatura en el Hay Festival. “Era un buen cuate. Un periodista formidable, el mejor de todos nosotros. Sabemos que existe la muerte, conocemos por donde viene; ella se empeña en tumbarnos, pero yo me sigo rebelando ante ese fantasma que viene, escoge a un hombre y lo mata”, le confió la noche del pasado domingo 31 de enero al escritor Juan Cruz.

En noviembre de 1994, García Márquez invitó a Tomás Eloy Martínez a participar en el proyecto de la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano (FNPI). Martínez, uno de los grandes maestros del oficio, se integró pronto al modelo pedagógico de la Fundación: hacer talleres en el que un grupo de jóvenes periodistas intercambiaran experiencias con los veteranos, como se hacía antes en las redacciones, en los cafés, en las cantinas.

Tomás Eloy había comenzado a escribir en la adolescencia en La Gaceta de Tucumán, la ciudad donde nació. Ahí aprendió a dominar el lenguaje periodístico con ética y responsabilidad. Pero le pareció que entonces “la imaginación estaba prohibida” y prefirió abrazar el llamado Nuevo Periodismo (mucho antes de que se le pusiera esa etiqueta en Estados Unidos): “Yo aprendí periodismo dándome cuenta de que narrar una sola realidad era empobrecedor, que la realidad no era una, sino muchas, y que la verdad cambiaba de mirada a mirada y de lector a lector. Intenté salir pronto de un lenguaje apresado en la pirámide invertida y las cinco w y abracé el periodismo que representaba, por ejemplo, Hiroshima, de John Hersey, un reportero que llegó a esa ciudad pocos días después del bombardeo y que te metía realmente allí”. Y, desde entonces, transmitió un “eco informativo” diferente al que el público estaba acostumbrado. En la década de los 70 lo amenazó la organización terrorista argentina Triple A y se exilió en Caracas, Venezuela, donde fundó El Diario. Más tarde, en 1991, creó Siglo XXI en Guadalajara, Jalisco. Y luego el suplemento “Primer Plano” de Página 12 en Buenos Aires. Posteriormente tuvo un papel central en la FNPI y comenzó a compartir su experiencia y conocimientos con las nuevas generaciones de periodistas.

Al año siguiente presentó su ponencia Periodismo y narración: desafíos para el siglo XXI en la asamblea de la Sociedad Interamericana de Prensa. Ahí recordó las claves para presentarle historias a los lectores que ya han visto y escuchado las noticias en los medios electrónicos. “El problema se resuelve a través de la narración. (…) Cuando leemos que hubo cien mil víctimas en un maremoto de Bangladesh, el dato nos asombra pero no nos conmueve. Si leyéramos, en cambio, la tragedia de una mujer que ha quedado sola en el mundo después del maremoto y siguiéramos paso a paso la historia de sus pérdidas, sabríamos todo lo que hay que saber sobre ese maremoto y todo lo que hay que saber sobre el azar y sobre las desgracias involuntarias y repentinas. (…) Cuando un diario se vende menos no es porque la televisión o internet le han ganado de mano, sino porque el modo como los diarios dan la noticia es menos atractivo”.

En agosto de 2004 una veintena de jóvenes reporteros se reunió con él en Santiago de Chile para descubrir las posibilidades narrativas del periodismo. Les recalcó que sólo contando historias los medios escritos podrán conservar su público y atraer más. Que el hallazgo de un caso particular puede ejemplificar una situación general. Pero también que, a la hora de contar, “el punto de vista es muy importante. Por ejemplo: puedes contar el derrumbe de las Torres Gemelas desde la perspectiva de la tragedia de los 3 mil muertos, y de la violación al imperio americano. O puedes contarlo como lo hizo Susan Sontag: desde el heroísmo de los suicidas musulmanes que tienen el coraje para meterse en un avión norteamericano y atentar contra el imperio en defensa de sus ideas. Dos modos de ver una misma realidad: de un lado o del otro de la historia. Pero, aparentemente, los dos son objetivos para algunos”.

Además de algunos talleres, dirigió la colección de libros que la FNPI publica en alianza con el Fondo de Cultura Económica. Se trata de una colección de enseñanzas de periodismo de profesionales como Daniel Santoro o Javier Darío Restrepo. El primero fue de Ryszard Kapuscinski y el más reciente de Miguel Ángel Bastenier. “Son libros —dijo— al alcance de los periodistas y de los lectores interesados en la compleja trama de talento, riesgo, investigación y conciencia que se mueve detrás de la escritura de la noticia más simple”.

Tomás Eloy Martínez hacía periodismo con los recursos de la literatura y literatura con los recursos del periodismo. Jamás concibió alguno de sus textos sin investigación y narración. Hacía novelas, crónicas y reportajes con la misma libertad narrativa. En las primeras creaba otras realidades, pero jamás en los segundos. Porque, aclaraba, “el periodista tiene la obligación de ser fiel a la verdad, a los lectores y a sí mismo. El escritor, en cambio, sólo tiene que ser fiel a sí mismo”. Para él, la narración periodística consistía simplemente en organizar el cúmulo de información en un riguroso y atractivo relato. Así estructuró todos sus libros y reportajes que se han distinguido por la fuerza de su lenguaje. La pasión de Trelew, por ejemplo, es la dura y escalofriante crónica sobre la matanza de los guerrilleros detenidos en una base militar de Trelew y los consecuentes horrores de la dictadura argentina. Lugar común la muerte es una compilación de perfiles de escritores hispanoamericanos en donde demostró su astucia para tejer la vida, el carácter y la obra de cada autor.

Sólo dejó de escribir tres semanas antes de morir, cuando publicó su último artículo, dedicado a la narcocultura, en el periódico La Nación, donde hace más de una década era “periodista de fin de semana”. Antes opinó, también, sobre el periodismo online: “Por un lado, hay una libertad necesaria para escribir y para expresarse con soltura. Por el otro, el anonimato de los posteos abre el camino a una peligrosa impunidad”.

En junio de 2005, para celebrar los 10 años de creación de la FNPI, varios maestros se reunieron en la Universidad Jorge Tadeo Lozano de Bogotá. Cada uno ofreció su respuesta a la pregunta que los convocaba: “¿Hacia dónde va el periodismo?” Tomás Eloy Martínez habló entonces acerca de la reticencia de los editores latinoamericanos a integrar historias en los diarios en su afán por “competir con la televisión e internet, lo que me parece suicida, publicando píldoras de información ya digeridas u ordenando infografías para explicar cualquier cosa como si tuvieran terror de que los lectores lean”. Pero al final centró su discurso en “el valor y la importancia que tiene la defensa del nombre propio” de los periodistas. Contó que en 1961, cuando se hacía cargo de las críticas cinematográficas del diario La Nación, sus textos combativos generaron resentimientos entre la gente de la industria. Un día, una importante distribuidora de películas estadunidenses decidió retirar su publicidad del periódico. Entonces uno de sus jefes lo llamó a su despacho:

—Usted sabe que es un empleado.

—Por supuesto.

—Y como empleado tiene que hacer lo que se le mande.

—Por supuesto. Por eso recibo un salario quincenal.

—Entonces, a partir de ahora, se le indicará lo que tiene que escribir sobre cada película.

—Con todo gusto. Pero si es así espero que retiren mi firma.

—Ah, eso no. Si retiramos su firma parecería que el diario lo está censurando.

—Entonces no puedo hacer lo que usted me pide. Mi trabajo está en venta, mi firma no.

Y con esta anécdota desencadenó el decálogo que rigió todo su trabajo como periodista:

1. El único patrimonio del periodista es su buen nombre.

2. Hay que defender ante los editores el tiempo que cada quien necesita para escribir un buen texto.

3. Hay que defender el espacio que necesita un buen texto contra la dictadura de los diagramadores y contra las fotografías que cumplen sólo una función decorativa.

4. Una foto que sirva sólo como ilustración y no añada nada al texto no pertenece al periodismo.

5. Hay que trabajar en equipo. Una redacción es un laboratorio en el que todos deben compartir sus hallazgos y sus fracasos.

6. No hay que escribir ni una sola palabra de la que no se esté seguro, ni dar una sola información de la que no se tenga plena certeza.

7. Hay que trabajar con los archivos siempre a mano.

8. Evitar el riesgo de servir como vehículo de los intereses de grupos públicos o privados. Un periodista que publica todos los boletines de prensa que le dan, sin verificarlos, debe cambiar de profesión y dedicarse a ser mensajero.

9. Nunca hay que ponerse a narrar si no se está seguro de que se puede hacer con claridad.

10. Recordar siempre que el periodismo es, ante todo, un acto de servicio. El periodismo es ponerse en el lugar del otro, comprender lo otro. Y, a veces, ser otro.