domingo, 21 de abril de 2013

De culto: Cormac McCarthy

20/Abril/2013
Laberinto
Gabriela Solis

En el arte abundan historias de cómo el éxito comercial llega a gente con pocos méritos o con una obra que, más que profundizar, se aprovecha de modas efímeras. Sin embargo, también hay historias como la de Cormac McCarthy, un escritor cuyo compromiso con la literatura redituó en una merecida, aunque no buscada, popularidad. McCarthy se inscribe en esa tradición de literatos que escriben por una evidente vocación y con una emoción que no puede ser falseada, pero que cuando la fama llega a sus manos no saben muy bien qué hacer con ella.
Cormac McCarthy (Rhode Island, 1933) tiene en su haber diez novelas y un par de obras de teatro. Aunque ganó algún premio de escritura en la universidad, McCarthy parecía intuir que terminar o no los estudios no tenía que ver con seguir escribiendo: él escribía con independencia de la situación. Escribía siempre. Dejó la universidad y consiguió trabajo como mecánico. Entonces empezó su primera novela, The Orchard Keeper. Una vez terminada, la envió a la editorial Random House porque “era la única casa editorial que conocía”. Ahí ocurrió una afortunada coincidencia: la de cuando una obra artística se encuentra con unos ojos que saben apreciarla. La novela cayó en manos de Albert Erskine, quien fue por mucho tiempo el editor de William Faulkner. McCarthy comenzó a publicar en 1965, sin mucha preocupación por el éxito comercial pero recibiendo críticas favorables. Se mantenía alejado de los reflectores, viviendo de becas: ganó la de la Academia de Artes y Letras de Estados Unidos, la de la Fundación Rockefeller, la de Guggenheim para la escritura creativa y la Beca MacArthur. Todo ello antes de tener su primer gran éxito editorial, All the Pretty Horses, publicada en 1992. El éxito llegó en forma de 190 mil ejemplares vendidos en los primeros seis meses después de la publicación. Aunque después vinieron más premios y éxito –las ficciones McCarthianas han sido merecedoras de premios como el Pulitzer y también han sido trasladadas a la pantalla grande; “No Country for Old Men” ganó el Oscar a Mejor Película en 2007. McCarthy solo ha dado dos entrevistas en su vida y se sabe bien poco de él: que su novela favorita es Moby Dick, que no le gusta Henry James y que detesta hablar sobre literatura y escritura.
Vale la pena pensar acerca de la cultura de la cual proviene un escritor. El arte estadounidense refleja las dos características que definen a esa nación: son prácticos (hacen) y son pragmáticos (solo vale aquello que funciona). Su literatura, entonces, es precisa, concreta; lenguaje y realidad se moldean uno a otra y la lengua de cada pueblo refleja su modo de entender el mundo. En McCarthy no hay sino diálogo y acción: a las personas se les conoce por lo que dicen, pero sobre todo, por lo que hacen. Es un autor que no presenta juicios morales: describe, con asepsia casi quirúrgica, sucesos atroces, andares perversos. En la buena literatura, el lenguaje siempre está al servicio de la historia. McCarthy cuenta historias sórdidas, de personajes que tienen una ética que no pasa por los valores tradicionales, de hombres que dejan a la suerte de un volado de cara o cruz el matar o no a alguien, de hambreados que se comerían a un niño sin remordimientos. Cormac McCarthy, con su escritura telegráfica y su rechazo a las entrevistas, parece decir que para narrar este mundo apocalíptico lo que se necesita son pocas palabras.

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