domingo, 21 de abril de 2013

Evodio Escalante y los estridentistas

21/Abril/2013
Jornada Semanal
Marco Antonio Campos

Debo decir, con algún orgullo, que en uno de los primeros libros colectivos de las ediciones de Punto de Partida de la UNAM, donde yo trabajaba entonces como redactor, Evodio Escalante participó con su primer poemario (Crónicas de viaje). Publicaron también en ese tomo Luis de Tavira, José de Jesús Sampedro y José Joaquín Blanco. Era 1975. Escalante nació como poeta y creí entonces que sólo iba a ser poeta. En 1979, sin embargo, nos sorprendió a todos como ensayista con un libro hondamente maduro (José Revueltas: una literatura del lado moridor). Desde entonces su coterráneo José Revueltas ha sido para él una figura tutelar y no lo ha abandonado nunca. Tengo la impresión de que, por un lado, Revueltas lo llevó también a la filosofía, en especial a la lectura de Hegel y Marx, y por el otro, su labor docente lo condujo a los estructuralistas, a quienes, confieso mis limitaciones, cuando los leo me viene un bostezo tras otro.
Como crítico de poesía, Evodio Escalante ha estado entre dos columnas: tradición y vanguardia. Si nos atenemos a México, las columnas las hallaríamos en dos extremos: el grupo de Contemporáneos y el grupo de los estridentistas, es decir, entre el estudio exhaustivo del poema reflexivo (“Muerte sin fin” y “Canto a un dios mineral”) y las andanadas novedosas.
Una cosa no niega a la otra. Si bien en conjunto los Contemporáneos hicieron una obra superior, los estridentistas redactaron asimismo obras notables que han sido desdeñadas por cerca de noventa años, las cuales Luis Mario Schneider, pero sobre todo Evodio Escalante, han recuperado plausiblemente poniéndolas en el lugar justo. Pensemos en las lúdicas y extrañas novelas del guatemalteco Arqueles Vela (La señorita etcétera, El café de Nadie) y de Xavier Icaza (Panchito Chapopote), la poesía desbordante en imágenes audaces de Manuel Maples Arce y el irreverente ensayo collage de Germán List Arzubide (El movimiento estridentista). Las novelas antes citadas, escritas a base de fragmentos que se hilan y se deshilan, y el ensayo collage de List, se leen con una sonrisa cómplice y una continua delicia. Escalante ha estudiado la poesía y la prosa del grupo y nos ha hecho ver sus novedades y bellezas. Téngase en cuenta que quienes los escribieron eran jóvenes precoces de entre los veinte y los treinta años de edad, y que estos libros, además de encanto, contenían algo que no abundaba entre los jóvenes del grupo de Contemporáneos: un delicioso sentido del humor. Podrá oponerse que Salvador Novo lo tuvo, y es cierto, pero el suyo era un humor sangriento, de quien arranca con una frase o un poema un trozo de carne al enemigo… y con alguna frecuencia del amigo. Más: en cuestión de vanguardia novelística, el jovencísimo Arqueles Vela se adelanta a todos en 1922 con La señorita etcétera. No menos graciosos eran los estridentistas a la hora de redactar sus manifiestos y gritar lemas como: “Chopin a la silla eléctrica” o “Muera el cura Hidalgo” o, sobre todo: “Los que no estén de acuerdo con nosotros se los comerán los zopilotes.” Aun Maples Arce, no sé si con vanidad o humor, o con ambas cosas, subtituló “Urbe” de esta manera: “Super poema bolchevique en cinco cantos.” “Urbe” es el poema por excelencia no sólo de él sino del grupo, y cada vez que lo leemos no deja de cautivarnos su imaginativa novedad. Está de más decir que Manuel Maples Arce (1898-1981), además de fundador y cabeza, fue el mejor poeta de este grupo con grupo. Sus principales compañeros poetas en la aventura y el viaje relampagueantes en aquellos años veinte fueron el poblano Germán List Arzubide (1898-1998), el potosino Salvador Gallardo Dávalos (1893-1981) y el veracruzano Miguel Aguillón Guzmán (1898-1995). Curiosamente los cuatro murieron entre los ochenta y los cien años de edad.
En su libro Elevación y caída del estridentismo, que versa sobre esta vanguardia, la más visible de México como grupo en el siglo anterior, Evodio Escalante demuestra que las descalificaciones que hacían algunos miembros de los Contemporáneos desde los años veinte a sus integrantes se han repetido como cantilena o tabarra –palabras más, palabras menos– hasta nuestros días, ya por mala fe, ya por ignorancia, ya por pereza.
Escalante cita de Saúl Yurkiévich las dos suertes de vanguardias primordiales que hubo en el siglo XX, incluyendo a sus seguidores: la modernólatra (futurismo, surrealismo) y apocalíptica o pesimista (Trilce y podríamos añadir libros de Paul Celan y Juan Gelman). De los estridentistas, tomando de ambas, Escalante refiere que se trató de una vanguardia híbrida. Los entonces jovencísimos estridentistas buscaron, sobre todo Maples Arce, y muy especialmente en “Urbe”, aun a veces de manera estentórea y facilona, unir cosmopolitismo y nacionalismo, la Revolución rusa y la Revolución mexicana, una visión esperanzadora de México con otra próxima a la desesperación, la individualidad desaforada con un fervor por la izquierda social. Escalante anota que en “Urbe”, como nunca en la poesía mexicana, la ciudad –revolucionaria, insurrecta– se vuelve tema y personaje. Es no sólo una ciudad variada sino total. Los cinco cantos del poema son momentos del día: mañana, mediodía, tarde, noche, amanecer. En poquísimas líneas, Octavio Paz, en 1966, en el prólogo de Poesía en movimiento, como nadie antes ni después, resumió con resplandor meridiano la lírica de Maples Arce: “El nombre [de estridentismo] fue poco afortunado y el movimiento duró poco. Pero Maples Arce nos ha dejado algunos poemas que me impresionan por la velocidad de lenguaje, la pasión y el valiente descaro de las imágenes. Imposible desdeñarlo, como fue la moda hasta hace poco. En la Antología de Jorge Cuesta se le reprochaba su romanticismo. La crítica revela cierta miopía: Apollinaire y Mayakovsky fueron románticos y el surrealismo se declaró continuador del romanticismo.”
Lo más encomiable de Escalante en su libro Elevación y caída del estridentismo, así como en sus largos y minuciosos ensayos acerca de las novelas de Arqueles Vela y la revista representativa del grupo (Irradiador) es la revaloración del grupo con una lectura objetiva y justa. Después de sus trabajos no pueden leerse del mismo modo a los estridentistas.
A lo largo de los años he admirado de Evodio Escalante una inteligencia alerta y una sensibilidad abierta a lo nuevo –si bien se ha dejado engañar en ocasiones por el falso canto de las sirenas creyendo en novedades como estatuas de aire que caen pronto de pedestales demasiado frágiles. Escalante ha dado vida con cierta frecuencia, con sus artículos impetuosos y sus polémicas de fuego, a un mundo y un mundillo literarios que gustan de enmielarse en los elogios o regodearse en el fango de los insultos y las descalificaciones.
Pero más allá de eso, por casi cuarenta años no he dejado de admirar su lucidez, aun en las ásperas discrepancias. Lo vuelvo a ver, como si fuera ahora, un mediodía de 1973, cuando lo conocí en el décimo piso de Rectoría de la UNAM, en las oficinas de Punto de Partida. Me dio entonces la impresión de un joven reservado, tímido, receloso, pero pronto reveló su espíritu iconoclasta, y pronto asimismo, gracias en buena medida a la inolvidable Eugenia Revueltas, se dio entre los dos una amistad que ha permanecido entrañable, inalterable.

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