Jornada Semanal
Gustavo Ogarrio
Con la muerte de Vicente
Leñero se comienza a cerrar el primer ciclo de afirmación crítica,
política e informativa del periodismo contemporáneo en México. Los
largos y opacos años del nacionalismo revolucionario no se pueden
comprender ya sin el filtro de una generación de periodistas y
escritores que, con las estrategias de la literatura, ejercieron un
periodismo político de amplios poderes críticos y que ayudaron a
modificar la definición histórica del Estado mexicano de la postguerra.
Un Estado con despóticas facultades “metanarrativas”, que lo mismo
“silenciaba” que compraba voluntades periodísticas y que, al mismo
tiempo, transformaba en cultura nacional los rituales de su creciente
poder de corrupción y simulación.
En un texto de difícil definición periodística por
su complejidad narrativa, titulado “La cargada” y que forma parte de su
libro Periodismo de emergencia, Vicente Leñero reivindica
para el mismo periodismo el derecho a novelar: “Se tiene derecho a
suponer, a imaginar, a novelar. / Imaginemos:/ Son las primeras horas
de la tarde de un lunes veintidós de septiembre, año de gracia del
señor ministro…” Leñero utiliza los poderes de la ficción para
completar la comprensión alegórica de la impenetrable coraza del poder
político que le toca vivir y padecer. Es el año de 1975, el tiempo
previo al “destape” de José López Portillo como candidato del pri a la
Presidencia, los estertores nacionalistas de un país que está a punto de
romper su estado de gracia autoritario con la reforma política de
1977, pero que sobrevivirá también por la fuerza semiótica de sus
comportamientos abiertamente antidemocráticos: “–Que entre la cargada.”
Leñero lee los labios del régimen y de paso describe la intimidad,
todavía sin la mediación del espectáculo, de una clase política que
domina absolutamente los gestos de la sociedad mexicana: “el mitin que
brota como un sarampión inevitable”, los discursos interminables que
adormecen como una oración a los feligreses del régimen; “pueblo tras
pueblo se repite la ceremonia de la consagración al santo Candidato de
la mirada generosa”.
También en el libro Periodismo de emergencia,
que es una compilación de su obra periodística, Leñero conjuga con
enorme pericia la crónica y la entrevista para presentar a una María
Félix no siempre indomable, a la que casi sin advertir despoja de esa
condición de La Doña, inalcanzable, para humanizar su figura
inflexible, perturbadora, que también resguardaba una “secreta
femineidad”. Además, Leñero es precursor de esa crónica política sobre
el “mundo del espectáculo”; esto se puede encontrar en el peculiar
“diario” enamorado de una fan del cantante español Raphael, que
también le sirve para registrar satíricamente cierta entonación
popular que ya comienza a hacer totalmente suya la semántica
melodramática de la cultura de masas: “¡Hoy volví a ver en persona a mi
amor, querido diario, y lo oí cantar no una ni tres ni cuatro
canciones como en la Alameda, sino veinte, treinta mil! ¡Fui a verlo en
su show de El Patio! ¡Ah, qué experiencia maravillosa! ¡No existen palabras para contarlo! ¡Juro que no existen!”
Leñero informa, investiga, pregunta, conversa,
indaga, pero también imagina. Uno de los momentos culminantes de su obra
está sin duda en Los periodistas. Libro que asume enfáticamente los riesgos de la novelización testimonial, Los periodistas
es otro desafío para las lecturas convencionales que separan
drásticamente periodismo, literatura y política. Leñero relata sin
licencias de ficción “el más duro golpe” al periodismo nacional, por
parte del gobierno de Luis Echeverría, el del 8 de julio de 1976 contra
el diario Excélsior. La nota introductoria de esta novela es
también una lección que nos lleva del periodismo narrativo al ámbito de
una literatura conectada de forma directa con los territorios de la
verdad política, con la incertidumbre siempre viva de “la verdad de la
verdad”: “El episodio, aislado pero elocuente ejemplo de los
enfrentamientos entre el gobierno y la prensa en un régimen político
como el mexicano, es el tema de esta novela. Subrayo desde un
principio el término: novela. Amparado bajo tal género literario y
ejercitando los recursos que le son o le pueden ser característicos he
escrito este libro sin apartarme, pienso, de los imperativos de una
narración periodística. Sin embargo, no he querido recurrir a lo que
algunas corrientes tradicionales se empeñan en dictaminar cuando se
trata de trasladar a la –ficción– un episodio de lo que llamamos vida
real: disfrazar con nombres ficticios y con escenarios deformados los
personajes y escenarios del incidente. Por el contrario, consideré
forzoso sujetarme con rigor textual a los acontecimientos y apoyar con
documentos las peripecias del asunto, porque toda la argumentación
testimonial y novelística depende en grado sumo de hechos verdaderos.”
La figura de Vicente Leñero sin duda pertenece a
este momento de registro informativo y crítico de los excesos
discrecionales del poder político del PRI como partido de Estado durante la segunda mitad del siglo XX,
un poder cuya unidad parecía inquebrantable pero que se volvió
ampliamente cuestionable en parte gracias a este ejercicio periodístico
que se apropiaba sin pudor de las “técnicas” de la literatura; un
poder político con un feroz aparato de espionaje e intimidación que lo
mismo castigaba y exterminaba selectivamente a los opositores, que
“chayoteaba” o “abofeteaba” a los periodistas. Leñero también
documenta, con sus crónicas, reportajes y entrevistas, las edades
lascivas del viejo PRI: “El pri de antier”, “El PRI
de ayer”; es decir, la transición del déspota Estado benefactor al
neoliberalismo antidemocrático de Carlos Salinas de Gortari. Leñero
narra periodísticamente el encumbramiento corrupto del poder político
del PRI, relata la “vida cotidiana” de su
autoritarismo a través de sus conversaciones y de la amplificación
periodística de sus murmullos, perfila los alcances históricos de su
figura longeva y vil como partido de Estado que engendra, con las
matanzas de Tlatelolco de 1968 y el halconazo de 1971, con el golpe a
Excélsior de 1976, los paradigmas trágicos de su particular “ejercicio
del poder”; los rituales de una clase política que vive de la “armonía”
del absolutismo de partido. Al haber narrado periodísticamente desde
estas perspectivas, Vicente Leñero nos hereda también las claves para
actualizar la descripción alegórica de “El PRI de hoy”: un nuevo PRI
y un sistema político unificado otra vez bajo su mando, en su fase
neoliberal más destructiva, con sus “golpes” mediáticos a favor de una
nueva criminalización de la sociedad mexicana, con su infinita vocación
antidemocrática y represiva, que ya están dejando nuevas marcas de
dolor y espanto en la memoria de todos los mexicanos.
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