sábado, 27 de diciembre de 2014

Batis: “Estoy muy contento con lo que he vivido”

27/Diciembre/2014
Laberinto
José Luis Martínez

Huberto Batis, el legendario director del suplemento cultural sábado, cumple 80 años. En su casa, con su compañera Patricia González como testigo, habla de sus problemas de salud, de sábado, de su carácter explosivo, de su permanente magisterio. Tiene una memoria extraordinaria y un implacable sentido del humor.
¿Qué significa para usted llegar a los 80 años?
Significa algo que yo no quise entender cuando los viejos me lo decían. Cuando Fernando Benítez, José de la Colina y yo empezábamos a hacer sábado, Benítez tenía 70 años y nos decía que ya estaba cansado, que la vejez era una maldición —yo lo veía ágil, sano, y no entendía. Yo llegué a los 70 entero, también ágil, todavía no se me manifestaban las enfermedades, pero de los 70 a los 80 comenzaron a incubarse cosas espantosas. De repente me dijeron que tenía cáncer, y ahí comenzó mi declive.
En estos años también deja la dirección de sábado.
El unomásuno lo compraron Manuel Alonso y su hijo Manuel Alonso Coratella con el dinero de la campaña presidencial de Francisco Labastida —Vicente Fox le decía La Vestida—. Alonso me invitaba a comer a los mejores lugares y decía que el periódico era muy bueno y el suplemento lo mejor de todo. Pero cuando Labastida pierde las elecciones, comenzó a decir que el periódico era una porquería y el suplemento diez porquerías. Con gran intemperancia comenzó a correr a la gente, reporteros, fotógrafos, funcionarios. Cuando corrió al director Luis Gutiérrez, me di cuenta que seguía yo.
Un día me llamó y me dijo: “Tu suplemento es un asco”. “¿Por qué?”, le pregunté. “Por todo” —me respondió. “Por el lenguaje, los temas, la pornografía, las fotografías”. “El mundo entero dice que está muy bien”, le contesté.
El siguiente número me lo envió lleno de marcas, de círculos rojos. Tachó una caricatura de Eko diciendo que era impublicable. Los textos de algunos articulistas le parecían cochinadas. Me comentó que como yo seguía terco con mis temas e ilustraciones, me iba a censurar. Después me enteré, me lo dijo Guillermo Fadanelli, que ya había un director suplente y que era Mauricio Montiel, quien había hecho un suplemento en Guadalajara.
Pero usted renunció al sábado.
Quisieron imponerme un formato, todo fúnebre y no acepté. Le dije a Manuel Alonso Coratella: “Tú crees que me voy a permitir hacer un suplemento así, te vas al carajo”. Entonces vino una calma chicha, pero ya todos me veían como un condenado a muerte. Un día, me llamaron a la oficina de Alonso en la calle de Florencia, frente al Ángel; me dijeron: “Aquí hay un sobre cerrado con una cantidad para que no hagas escándalo y te vayas amistosamente”. No acepté. Faltaban unos meses para que acabara el siglo y les dije: “No me voy hasta que termine el siglo XX, quiero cerrarlo, quiero mi liquidación conforme a la ley y reservarme el derecho a explicar las causas de mi despido”. Me dijeron que sí, pero me propusieron que escribiera mi renuncia y que ellos la iban a guardar hasta que finalizara el año. La escribí, argumentando motivos de salud, y al otro día la publicaron, anunciando el nombramiento de Montiel. Sin embargo, como él no podía viajar de inmediato al Distrito Federal, estuve todavía varios meses en el periódico y mantuve sábado a todo dar, publicando todo lo que nos daba la gana.
Hay quienes critican de manera muy fuerte sábado, porque junto a materiales extraordinarios se publicaban cosas lamentables. ¿Cuál es su opinión al respecto?
Que tienen razón. Roberto Vallarino lo decía también. Entre otras cosas, nosotros encontramos un filón de escritores muy jóvenes, algunos muy malos, que tenían el valor de la realidad, de la verdad. No tenían cuidado ni tapujos de nada, no estaban haciendo carrera porque todos eran sidosos y estaban condenados a muerte. Entre ellos se encontraban el hermano de Julián Pastor y José Rafael Calva, que estaba en Nueva York y escribía de música. En ese tiempo empezamos a publicar fotos de homosexuales en el teatro. Por ejemplo, a un tipo besándole la nalga a otro en una escena. Eso me lo puso Alonso circulado de rojo, diciéndome que qué era esa porquería.
¿Se considera un provocador?
Yo no buscaba provocar.
Pero lo hacía…
Bueno, mis colaboradores tuvieron de repente un libertinaje. La libertad se convirtió en libertinaje y empezaron a escribir cosas bastante absurdas.
No ha habido otro suplemento cultural que tenga la presencia de sábado. Mucha gente que compraba el unomásuno se quedaba con el suplemento y tiraba lo demás.
Exacto, así era. Yo hacía muchas giras por la provincia, me invitaban a hablar de sábado y tenía llenos completos, gente que quería saber cómo lográbamos hacerlo y quiénes eran los escritores que estaban detrás de los nombres de Xavier Velasco, Enrique Serna, Guillermo Fadanelli, Manuel Aceves…
Por otra parte, por su carácter muchos le tenían miedo.
Llegaba alguien a sábado y le preguntaba: “¿Qué traes ahí?” “Traigo unos poemas”. Yo agarraba sus hojas y las tiraba al suelo. “¡Más poemas! ¡Me quieren matar! ¡Me van a ahogar de mierda!” Después levantaba las hojas y le decía: “Los voy a leer, voy a ver si son publicables o no. Pero te voy a enseñar: todos estos cajones están llenos de poemas, entonces en un siglo no se podrán publicar los tuyos, así que despídete de ellos, nunca te va a tocar, no compres el periódico porque no vas a salir.
Hay una foto que yo truqueé, en la que alzo una máquina de escribir y estoy a punto de arrojársela al pintor Marco Lamoyi. La publicamos y la gente decía “qué cinismo, publicar una foto así del director de un suplemento cultural tirándole la máquina de escribir a un colaborador”.
¿Cómo escritor, se siente satisfecho?
No hice lo que quería hacer. Comencé haciendo Índices de El Renacimiento (UNAM, 1963), una investigación académica, con rigor, me costó diez años y es mi mejor libro. Pero si tú me preguntas si cambiaría todo lo demás por cinco libros como ése, no.
¿Está contento con lo que ha hecho?

Estoy muy contento con lo que viví y se vivió.

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