Laberinto
José Luis Martínez
Huberto Batis, el legendario director
del suplemento cultural sábado, cumple 80 años. En su casa, con
su compañera Patricia González como testigo, habla de sus problemas de salud,
de sábado, de su carácter explosivo, de su permanente magisterio.
Tiene una memoria extraordinaria y un implacable sentido del humor.
¿Qué significa para usted llegar a los 80
años?
Significa algo que yo no quise entender
cuando los viejos me lo decían. Cuando Fernando Benítez, José de la Colina y yo
empezábamos a hacer sábado, Benítez tenía 70 años y nos decía que
ya estaba cansado, que la vejez era una maldición —yo lo veía ágil, sano, y no
entendía. Yo llegué a los 70 entero, también ágil, todavía no se me
manifestaban las enfermedades, pero de los 70 a los 80 comenzaron a incubarse
cosas espantosas. De repente me dijeron que tenía cáncer, y ahí comenzó mi
declive.
En estos años también deja la dirección
de sábado.
El unomásuno lo compraron
Manuel Alonso y su hijo Manuel Alonso Coratella con el dinero de la campaña
presidencial de Francisco Labastida —Vicente Fox le decía La Vestida—.
Alonso me invitaba a comer a los mejores lugares y decía que el periódico era
muy bueno y el suplemento lo mejor de todo. Pero cuando Labastida pierde las
elecciones, comenzó a decir que el periódico era una porquería y el suplemento
diez porquerías. Con gran intemperancia comenzó a correr a la gente,
reporteros, fotógrafos, funcionarios. Cuando corrió al director Luis Gutiérrez,
me di cuenta que seguía yo.
Un día me llamó y me dijo: “Tu
suplemento es un asco”. “¿Por qué?”, le pregunté. “Por todo” —me respondió. “Por
el lenguaje, los temas, la pornografía, las fotografías”. “El mundo entero dice
que está muy bien”, le contesté.
El siguiente número me lo envió lleno de
marcas, de círculos rojos. Tachó una caricatura de Eko diciendo que era impublicable.
Los textos de algunos articulistas le parecían cochinadas. Me comentó que como
yo seguía terco con mis temas e ilustraciones, me iba a censurar. Después me
enteré, me lo dijo Guillermo Fadanelli, que ya había un director suplente y que
era Mauricio Montiel, quien había hecho un suplemento en Guadalajara.
Pero usted renunció al sábado.
Quisieron imponerme un formato, todo
fúnebre y no acepté. Le dije a Manuel Alonso Coratella: “Tú crees que me voy a
permitir hacer un suplemento así, te vas al carajo”. Entonces vino una calma
chicha, pero ya todos me veían como un condenado a muerte. Un día, me llamaron
a la oficina de Alonso en la calle de Florencia, frente al Ángel; me dijeron:
“Aquí hay un sobre cerrado con una cantidad para que no hagas escándalo y te
vayas amistosamente”. No acepté. Faltaban unos meses para que acabara el siglo
y les dije: “No me voy hasta que termine el siglo XX, quiero cerrarlo, quiero
mi liquidación conforme a la ley y reservarme el derecho a explicar las causas
de mi despido”. Me dijeron que sí, pero me propusieron que escribiera mi
renuncia y que ellos la iban a guardar hasta que finalizara el año. La escribí,
argumentando motivos de salud, y al otro día la publicaron, anunciando el
nombramiento de Montiel. Sin embargo, como él no podía viajar de inmediato al
Distrito Federal, estuve todavía varios meses en el periódico y mantuve sábado
a todo dar, publicando todo lo que nos daba la gana.
Hay quienes
critican de manera muy fuerte sábado, porque junto a materiales
extraordinarios se publicaban cosas lamentables. ¿Cuál es su opinión al
respecto?
Que tienen razón. Roberto Vallarino lo
decía también. Entre otras cosas, nosotros encontramos un filón de escritores
muy jóvenes, algunos muy malos, que tenían el valor de la realidad, de la
verdad. No tenían cuidado ni tapujos de nada, no estaban haciendo carrera
porque todos eran sidosos y estaban condenados a muerte. Entre ellos se
encontraban el hermano de Julián Pastor y José Rafael Calva, que estaba en
Nueva York y escribía de música. En ese tiempo empezamos a publicar fotos de
homosexuales en el teatro. Por ejemplo, a un tipo besándole la nalga a otro en
una escena. Eso me lo puso Alonso circulado de rojo, diciéndome que qué era esa
porquería.
¿Se considera un provocador?
Yo no buscaba provocar.
Pero lo hacía…
Bueno, mis colaboradores tuvieron de
repente un libertinaje. La libertad se convirtió en libertinaje y empezaron a
escribir cosas bastante absurdas.
No ha habido otro suplemento cultural
que tenga la presencia de sábado. Mucha gente que compraba el unomásuno
se quedaba con el suplemento y tiraba lo demás.
Exacto, así era. Yo hacía muchas giras
por la provincia, me invitaban a hablar de sábado y tenía llenos
completos, gente que quería saber cómo lográbamos hacerlo y quiénes eran los
escritores que estaban detrás de los nombres de Xavier Velasco, Enrique Serna,
Guillermo Fadanelli, Manuel Aceves…
Por otra parte, por su carácter muchos
le tenían miedo.
Llegaba alguien a sábado y
le preguntaba: “¿Qué traes ahí?” “Traigo unos poemas”. Yo agarraba sus hojas y
las tiraba al suelo. “¡Más poemas! ¡Me quieren matar! ¡Me van a ahogar de
mierda!” Después levantaba las hojas y le decía: “Los voy a leer, voy a ver si
son publicables o no. Pero te voy a enseñar: todos estos cajones están llenos
de poemas, entonces en un siglo no se podrán publicar los tuyos, así que
despídete de ellos, nunca te va a tocar, no compres el periódico porque no vas
a salir.
Hay una foto que yo truqueé, en la que
alzo una máquina de escribir y estoy a punto de arrojársela al pintor Marco
Lamoyi. La publicamos y la gente decía “qué cinismo, publicar una foto así del
director de un suplemento cultural tirándole la máquina de escribir a un
colaborador”.
¿Cómo escritor, se
siente satisfecho?
No hice lo que quería
hacer. Comencé haciendo Índices de El Renacimiento (UNAM, 1963),
una investigación académica, con rigor, me costó diez años y es mi mejor libro.
Pero si tú me preguntas si cambiaría todo lo demás por cinco libros como ése,
no.
¿Está contento
con lo que ha hecho?
Estoy muy contento con lo que viví y se vivió.
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