Laberinto
Rogelio Guedea
En la Presentación a Ómnibus de poesía mexicana, Gabriel Zaid afirma lapidariamente: “toda antología es caduca. Leer, inevitablemente, es leer con los ojos de la poesía de nuestro tiempo. La nueva poesía que se escriba, si es nueva de verdad, va a darnos otros ojos, otros registros de sensibilidad, otras expectativas de lectura, y así otra perspectiva antológica”. Zaid publicó su Ómnibus de poesía mexicana en 1971, cinco años después de otra antología emblemática: Poesía en movimiento, cuyos compiladores fueron Octavio Paz, Alí Chumacero, Homero Aridjis y José Emilio Pacheco, éste último compañero de generación de Zaid. ¿Inspiraría a Zaid la antología de Poesía en movimiento? Había ya una tradición antológica importante. En 1928, Jorge Cuesta publicó su también clásica Antología de la poesía mexicana moderna. En 1940, el estridentista Manuel Maples Arce, en riña con el grupo Contemporáneos, publicó una antología con el mismo título de la de Cuesta. Un año después, sale a la luz otro parteaguas: Laurel, compilada por dos mexicanos (Xavier Villaurrutia y Octavio Paz) y dos españoles (Emilio Prados y Juan Gil–Albert), y que fuera modelo para Poesía en movimiento, que une a dos generaciones distintas (aunque no a dos nacionalidades). La polémica que desató hace ya una década la declaración del propio José Emilio Pacheco en cuanto a suspender la reedición de Poesía en movimiento por considerarla ya “poesía inmóvil”, corrobora lo afirmado por Zaid. ¿Cómo, pues, podría valorarse Ómnibus de poesía mexicana en el contexto actual? ¿Sigue siendo, después de más de cuarenta años, una muestra “viva” de la poesía mexicana? Los criterios de selección de Omnibus… son distintos a los seguidos por el resto de las antologías mencionadas. Zaid catapulta no solo la tradición escrita sino, sobre todo, la oral, siempre a la deriva de las prosodias hegemónicas, abarcando poesía anónima, refranes, oraciones, conjuros, poesía social y política, corridos y canciones. Porque la selección es “de poemas y tipos de poesía, tanto o más que de poetas”. Zaid, lo confiesa en su Presentación, pensó en el lector, aunque ello equivaliera —a su juicio— a no darle “justicia a los autores”. A esto atribuye su rescate de Celedonio Junco de la Vega, de quien antologa “A un pajarillo”, poema que “se deja releer”. Sin embargo, si bien la selección de Zaid es más abarcadora (hunde sus raíces en el universo poético prehispánico y en las corrientes poéticas adyacentes ya referidas) con respecto a poetas contemporáneos no ofrece ningún hallazgo. Lo que hace Zaid es (casi) trasladar la lista de los autores incluidos en Poesía en movimiento a su lista, y así formar el último apartado de su antología: “Cinco: Contemporáneos”. ¿Por qué Zaid seguiría la misma ruta de Poesía en movimiento? ¿Coincidencia o subordinación estética? En cualquier caso, Zaid alentó —para bien o para mal— el canon trazado por los antologadores de Poesía en movimiento (con Octavio Paz al frente), y no marcó ningún nuevo rumbo en las líneas escriturales posteriores. En este sentido la antología de Zaid es, ahora, discutible, no así el hecho de haberle dado rostro y voz a muchas prosodias que antologías más elitistas (como la misma Poesía en movimiento) marginaron. Actualmente, el caudillismo estético de Paz (al que pertenece Zaid) está moribundo, lo que obliga a realizar de verdad una relectura crítica (justamente como la que pide Zaid en su antología) de la tradición poética mexicana. De llevarse a cabo, seguro nos pondrá en la mano muchos poemas tapiados por el olvido y una significativa cantidad de nombres que no hemos escuchado ni por equivocación. A ver quién se siente tentado por el desafío.
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