Laberinto
Gabriel Bernal Granados
Leer poesía
reúne notas, artículos y ensayos breves escritos a lo largo de
veintitrés años. El libro (en la edición de El Colegio Nacional, Ensayos sobre poesía, 1993) comienza con una declaración de principios. ¿Cómo leer poesía?
Zaid declara que la única forma válida de hacerlo, al menos para un
lector y un escritor como él, se encuentra en el gusto. Uno lee poesía
por gusto, y ésta es la sola justificación que ampara la vigilia del
crítico, que busca y encuentra respuestas en la poesía de sus
contemporáneos. Y en algunos poetas que no lo son en sentido estricto.
Como Alfonso Reyes, a quien Zaid le dedica una página admirable.
Podríamos decir que el libro empieza con Reyes y termina con Paz. Entre
estos dos polos oscila la historia de la poesía mexicana contemporánea
que ensaya Zaid en las páginas de su libro. En medio, se encuentran
juicios, no siempre ventajosos, sobre Tomás Segovia, Eduardo Lizalde,
Marco Antonio Montes de Oca, Juan Almela, Rubén Bonífaz Nuño, Jaime
Sabines, Rosario Castellanos, José Carlos Becerra, José Emilio Pacheco,
Homero Aridjis, Francisco Cervantes, Isabel Fraire, Juan Rulfo, Salvador
Elizondo y Jorge Ibargüengoitia, que no son poetas propiamente dicho,
pero que Zaid incluye en su retrato de familia (no hay que olvidar que
la primera edición de Leer poesía, en los Cuadernos de Joaquín Mortiz, se publicó en 1972.)
Hay
un poeta español, Luis Cernuda, a quien Zaid considera un poeta crítico
en su poesía, en su forma de vivir y en un libro de prosa, Poesía y literatura.
Si el método crítico de Cernuda se encuentra en la hondura humana de su
conversación escrita, el de Zaid se encontraría en una alianza difícil
de hallar en la historia de una literatura como la nuestra: lucidez y
honestidad, independencia de medios económicos y una claridad cada vez
mayor en el estilo, son las marcas de los ensayos de Zaid sobre el
espinoso tema de la poesía. Sus adhesiones, sobre todo en los casos de
Paz y de Reyes, nunca son totales. Sus juicios, por más laudatorios que
resulten al final, parten de una reserva. Reyes no lo convence como
poeta, pero lo convence y lo rinde el experimento consumado en su obra
de universalizar lo nacional mexicano. En el caso de Paz, uno
sospecharía que más que una admiración irrestricta, lo que vinculó a
estos dos escritores en vida fue una polémica, matizada en una serie de
artículos en los que Zaid cumple con la función de relativizar los
juicios del autor de “Piedra de sol”. En Paz, Zaid reconoce a un
heredero de una tradición que comienza (o recomienza,
porque Nezahualcóyotl y Sor Juana son sus modelos) con el programa de
Gutiérrez Nájera de los entrecruzamientos y el cosmopolitismo de Reyes y
los Contemporáneos. Convertir la conversación que supone un poema, un
ensayo, un cuento, una novela, e incluso una revista o una editorial, en
un desplazamiento: del conformismo de la periferia a la exigencia del
centro.
Leer poesía
parece escrito desde la conciencia de que las letras mexicanas pasaban
por un buen momento, donde los extremos se habían resuelto finalmente en
una centralidad que contaba con precedentes notables en su pasado
remoto. (El libro llega a su fin con un artículo sobre el premio Nobel a
Octavio Paz, titulado "Los suecos lo proclaman".) Sin embargo, ese buen
momento parece, asimismo, ir de la mano de la certidumbre de que el
país se aproximaba a un umbral de bienestar económico que nunca llegó, o
que terminó transformándose en incertidumbre y miseria. (Una
consideración que propondría, más que una enmienda, una proyección
distinta; una historia aún por escribirse.)
Así
las cosas, ¿cómo leer poesía? Tal y como propone Zaid: sin coartadas,
visitando los textos, recreando la propia sensibilidad y la propia
inteligencia en uno de los actos más sencillos y complejos del mundo, el
acto de leer. De ahí la aparente simpleza del título, que oculta,
detrás de un infinitivo, la continuidad asistemática de un gerundio.
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