sábado, 25 de enero de 2014

Gabriel Zaid: La claridad furiosa

25/Enero/2013
Laberinto
Víctor Manuel Mendiola

Es inquietante ver cómo, entre los nuevos lectores y en las miríadas de los jóvenes pretendientes de la literatura mexicana actual, un poeta tan singular, tan exacto, tan revelador como Gabriel Zaid casi no cuenta o de plano es visto como un obstáculo.

Si pensamos en lo que ocurría hace veinte años, podríamos observar una inversión de valores. En ese tiempo, los poetas imprescindibles eran evidentes y Zaid era uno de ellos. Qué rápido cambian las cosas. Este hecho es parte del “efecto Octavio Paz”, es decir, de la inevitable reacción negativa a la obra enorme y a la figura polémica, incómoda, del autor de “Piedra de sol” y El mono gramático, pero también es una secuela del trabajo de zapa en contra de la tradición de la poesía mexicana, realizado por los poetas jipis a la Ginsberg, con sus morrales y overoles —Eduardo Lizalde los caracterizó brutalmente—, y por los poetas “neobarrocos”, espantasuegras y sectarios de las pulsiones borrosas. También es un resultado del dominio creciente de una estética populista en el terreno de todas las artes, donde lo que importa es el derecho a crear, a discurrir de cualquier modo, a encarecer lo que parece espontáneo y a dar por bueno lo que suena sucio, grueso, ininteligible y novedoso. Tanto los poetas seguidores de la ayahuasca, por un lado, y del “lenguaje”, por el otro, como los valedores de un arte abierto, sin historia, despojado de oficio y carente de reflexión encuentran inactual, manso y alicaído el largo y sinuoso desarrollo crítico de la poesía mexicana y, en este caso, de la poesía de Gabriel Zaid.

La lírica mexicana, desde sus remotos y contradictorios orígenes —incomprensibles para las formas de creación de cuenta corta— hasta las originales sincronizaciones del siglo XX, pasando por en medio de los experimentos del modernismo, admite toda clase de abordajes, pero reducirla a una forma pacífica y simple revela, además de una lectura ñoña, incapacidad para aproximarse a su profundo carácter devorador. En este contexto, la obra de Gabriel Zaid es un punto de gravedad insoslayable y turbador.

Reloj de sol, compendio de la poesía de Zaid, engaña y desconcierta por su ligereza, por su aparente visibilidad, por su lectura fácil y rápida. Sin embargo, esconde una densidad creciente, que solo es accesible en una lectura bien armada y en momentos excepcionales de comprensión. Y en esos instantes aparece lo que Zaid llamó la claridad furiosa y desparece toda ilusión de menudencia y comodidad. Muchos de los textos de Zaid tienen una composición sintética, porque él ha eliminado, sin perder la fluidez, todo lo accesorio. ¿Cuántos autores son capaces de esta reducción? Muchos, si es falsa. Pocos, si es álgebra. Sus poemas son una mezcla crispada de pensamientos físicos e intuiciones intangibles. En el poema “Prueba de Arquímedes” nos deja boquiabiertos esa manera de construir: “Si te hundiera en una tina,/ vería el volumen que desplazas./ Si te colgara de un pie,/ hasta qué punto eres un bulto.// Estoy perplejo porque eres./ Porque eres eso, eso y más que eso.” En Zaid vive transformado el cubofuturismo que ensayó, en forma provocadora y maravillosamente reaccionaria, Pellicer. No hay vuelos y aeroplanos, pero sí automóviles y música brasileña. Y como en Pellicer, pero de una forma muy distinta, el amor y el misterio anudan y desanudan el mundo.


Gabriel Zaid es un poeta de otros tiempos. Para otros tiempos. Definitivamente, no para estos días malos de hoy, días aturrullados, cómplices, facilones.

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