sábado, 6 de julio de 2013

Usos y abusos culturales en México

6/Julio/2013
Laberinto
Luis Xavier López Farjeat

¿A quién le importa la cultura en este país? Seguramente a muchas personas: los fines de semana suelen transitar por las librerías más conocidas un número nada despreciable de gente interesada en mirar libros (no se diga en la Feria del Libro de Minería o en la FIL en Guadalajara); los domingos es difícil visitar museos y contemplar en silencio y con tranquilidad las obras que en ellos se exhiben; las filas para entrar a las muestras y festivales de cine son con frecuencia equiparables a los estrenos de alguna película infantil; las salas de conciertos rara vez tienen poca gente. Pero esto no significa que haya abundante interés en la cultura. En realidad, el sector de la población involucrado es insignificante si se tiene en cuenta el número de mexicanos. Ello explica que, a pesar de que a un puñado de ciudadanos les importa, el nivel cultural y educativo sigue siendo vergonzoso.
Por generaciones, la formación cultural en México ha sido deficiente. Las humanidades suelen ser tratadas desde el colegio como un añadido fastidioso, sin ninguna utilidad, y se les enseña a los estudiantes que lo prioritario es la adquisición de habilidades para destacar en el mundo productivo. En consecuencia, somos un país habituado al descrédito de la cultura. En las escuelas, las clases de historia y literatura, y no se diga de educación musical, son más bien mediocres. Muchos perciben que, en general, la cultura es tratada de un modo un tanto marginal, cualquiera que sea el gobierno en turno. No puede decirse, en efecto, que el fomento y la creación de políticas funcionales en este rubro, sean y hayan sido prioridad. La situación de la cultura no es mejor ahora que hace treinta o cuarenta años. La presencia de Gabriel Zaid, siempre atento a este tema, ha sido fundamental para comprender los numerosos desaciertos —y uno que otro acierto— de los distintos funcionarios y organismos —públicos y privados— que toman decisiones relevantes en esta materia. La falta de políticas efectivas y bien planteadas ha sido tal, como lo ha denunciado tantas veces Zaid, que la cultura ha pasado al olvido y hemos llegado a un punto en el se ha vuelto necesario explicar, “aunque sea bochornoso, (…) lo que antes era obvio: la importancia de la cultura” (Zaid 2013: 31).
El panorama se vuelve más sombrío si se tiene en cuenta que el desinterés en aquélla se da en las instituciones educativas, desde la primaria hasta las universidades, y se da, también, en las propias instituciones gubernamentales destinadas a promoverla. En Dinero para la cultura, la compilación más reciente de artículos de Gabriel Zaid (Debate, 2013), se describe perfectamente la situación. Se trata de 69 capítulos compuestos a partir de 101 artículos publicados entre 1971 y 2013 en distintas revistas, periódicos y suplementos. Como es costumbre, la mente analítica de Zaid revisa minuciosamente el modo en que la cultura ha sido administrada. A lo largo de estas páginas se discute la problemática acerca de quién debería financiarla, se critican las políticas fallidas de gobiernos tanto del PRI como del PAN, se demanda claridad en los premios literarios, se explica por qué los programas de fomento a la lectura han fallado, por qué las instituciones educativas han marginado a la cultura, por qué el periodismo cultural ha ido en picada, cómo ha sido que la dirección del Fondo de Cultura Económica se ha vuelto un capricho presidencial; se incluye también la revisión de las políticas relacionadas con el mercado del libro y las librerías, el fracaso de los programas de apertura de bibliotecas (sin libros), la estandarización de los libros de texto, el despilfarro de los tirajes excesivos, la cultura y el fisco; también se reúnen artículos en los que se habla de la cultura en la radio y la televisión.
Zaid es un crítico severo. Si hubiese que decir, en pocas palabras, de qué trata este libro, podría responderse que de los ‘usos, abusos y fracasos de la administración cultural en México’. Hay que decir, sin embargo, que junto a las críticas también aparecen las propuestas altamente valiosas que desde siempre han sido esenciales a los artículos de Zaid: con gran inteligencia y sentido común, alega a favor de un fondo para las artes, de una administración (inteligente y sensata, claro) de la cultura, del renacimiento de los verdaderos editores, de una “cultura libre” que realmente incida en el desarrollo democrático del país. ¿Por qué importa la cultura? Zaid ofrece varias respuestas a lo largo de los artículos que componen el libro. Importa porque es a través de ella que las personas adquieren mayor conciencia individual, social e histórica; porque así cultivan su inteligencia, su sensibilidad y sus emociones; porque crecen en libertad y poco a poco se vuelven capaces de comprenderse a sí mismas, su entorno, su comunidad, y a la condición humana en general.
Coincido con buena parte de los planteamientos de Gabriel Zaid. Una constante a lo largo de sus artículos es la tendencia a des–institucionalizar la cultura, a evitar en la medida de lo posible los controles gubernamentales o los monopolios de algunos organismos privados que han convertido algunas manifestaciones literarias y artísticas mediocres en productos lucrativos. En general, encuentro en su postura una tensión sumamente interesante: por una parte, es un libertario, partidario de una “cultura libre” —anárquica, fragmentada, diversa, dispersa, dice, y, ¿por qué no?, añadiría, des–profesionalizada y des–institucionalizada; por otra parte, es un libertario moderado que no pretende derribar todo control institucional. Es, por decirlo claramente, un liberal que propone políticas culturales bien planteadas pero que ejerzan controles mínimos. La cultura es algo vivo; la administración burocrática y excesiva ha acelerado su deceso.

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