Laberinto
Luis Xavier López Farjeat
¿A quién le importa la cultura en este país? Seguramente a
muchas personas: los fines de semana suelen transitar por las librerías más
conocidas un número nada despreciable de gente interesada en mirar libros (no
se diga en la Feria
del Libro de Minería o en la FIL
en Guadalajara); los domingos es difícil visitar museos y contemplar en
silencio y con tranquilidad las obras que en ellos se exhiben; las filas para
entrar a las muestras y festivales de cine son con frecuencia equiparables a
los estrenos de alguna película infantil; las salas de conciertos rara vez
tienen poca gente. Pero esto no significa que haya abundante interés en la
cultura. En realidad, el sector de la población involucrado es insignificante
si se tiene en cuenta el número de mexicanos. Ello explica que, a pesar de que
a un puñado de ciudadanos les importa, el nivel cultural y educativo sigue
siendo vergonzoso.
Por generaciones, la formación cultural en México ha sido
deficiente. Las humanidades suelen ser tratadas desde el colegio como un
añadido fastidioso, sin ninguna utilidad, y se les enseña a los estudiantes que
lo prioritario es la adquisición de habilidades para destacar en el mundo
productivo. En consecuencia, somos un país habituado al descrédito de la
cultura. En las escuelas, las clases de historia y literatura, y no se diga de
educación musical, son más bien mediocres. Muchos perciben que, en general, la
cultura es tratada de un modo un tanto marginal, cualquiera que sea el gobierno
en turno. No puede decirse, en efecto, que el fomento y la creación de
políticas funcionales en este rubro, sean y hayan sido prioridad. La situación
de la cultura no es mejor ahora que hace treinta o cuarenta años. La presencia
de Gabriel Zaid, siempre atento a este tema, ha sido fundamental para
comprender los numerosos desaciertos —y uno que otro acierto— de los distintos
funcionarios y organismos —públicos y privados— que toman decisiones relevantes
en esta materia. La falta de políticas efectivas y bien planteadas ha sido tal,
como lo ha denunciado tantas veces Zaid, que la cultura ha pasado al olvido y
hemos llegado a un punto en el se ha vuelto necesario explicar, “aunque sea
bochornoso, (…) lo que antes era obvio: la importancia de la cultura” (Zaid
2013: 31).
El panorama se vuelve más sombrío si se tiene en cuenta que
el desinterés en aquélla se da en las instituciones educativas, desde la
primaria hasta las universidades, y se da, también, en las propias
instituciones gubernamentales destinadas a promoverla. En Dinero para la
cultura, la compilación más reciente de artículos de Gabriel Zaid (Debate,
2013), se describe perfectamente la situación. Se trata de 69 capítulos
compuestos a partir de 101 artículos publicados entre 1971 y 2013 en distintas
revistas, periódicos y suplementos. Como es costumbre, la mente analítica de
Zaid revisa minuciosamente el modo en que la cultura ha sido administrada. A lo
largo de estas páginas se discute la problemática acerca de quién debería
financiarla, se critican las políticas fallidas de gobiernos tanto del PRI como
del PAN, se demanda claridad en los premios literarios, se explica por qué los
programas de fomento a la lectura han fallado, por qué las instituciones
educativas han marginado a la cultura, por qué el periodismo cultural ha ido en
picada, cómo ha sido que la dirección del Fondo de Cultura Económica se ha
vuelto un capricho presidencial; se incluye también la revisión de las
políticas relacionadas con el mercado del libro y las librerías, el fracaso de
los programas de apertura de bibliotecas (sin libros), la estandarización de
los libros de texto, el despilfarro de los tirajes excesivos, la cultura y el
fisco; también se reúnen artículos en los que se habla de la cultura en la
radio y la televisión.
Zaid es un crítico severo. Si hubiese que decir, en pocas
palabras, de qué trata este libro, podría responderse que de los ‘usos, abusos
y fracasos de la administración cultural en México’. Hay que decir, sin
embargo, que junto a las críticas también aparecen las propuestas altamente
valiosas que desde siempre han sido esenciales a los artículos de Zaid: con
gran inteligencia y sentido común, alega a favor de un fondo para las artes, de
una administración (inteligente y sensata, claro) de la cultura, del
renacimiento de los verdaderos editores, de una “cultura libre” que realmente
incida en el desarrollo democrático del país. ¿Por qué importa la cultura? Zaid
ofrece varias respuestas a lo largo de los artículos que componen el libro.
Importa porque es a través de ella que las personas adquieren mayor conciencia
individual, social e histórica; porque así cultivan su inteligencia, su
sensibilidad y sus emociones; porque crecen en libertad y poco a poco se
vuelven capaces de comprenderse a sí mismas, su entorno, su comunidad, y a la
condición humana en general.
Coincido con buena parte de los planteamientos de Gabriel Zaid. Una
constante a lo largo de sus artículos es la tendencia a des–institucionalizar
la cultura, a evitar en la medida de lo posible los controles gubernamentales o
los monopolios de algunos organismos privados que han convertido algunas
manifestaciones literarias y artísticas mediocres en productos lucrativos. En
general, encuentro en su postura una tensión sumamente interesante: por una
parte, es un libertario, partidario de una “cultura libre” —anárquica,
fragmentada, diversa, dispersa, dice, y, ¿por qué no?, añadiría,
des–profesionalizada y des–institucionalizada; por otra parte, es un libertario
moderado que no pretende derribar todo control institucional. Es, por decirlo
claramente, un liberal que propone políticas culturales bien planteadas pero
que ejerzan controles mínimos. La cultura es algo vivo; la administración
burocrática y excesiva ha acelerado su deceso.
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