Jornada Semanal
Ana Garccía Bergua
La primera reseña de Los recuerdos del porvenir salió muy poco después de publicada la también primera y gran novela de Elena Garro por Joaquín Mortiz. La firmaba Emmanuel Carballo en La cultura en México de Siempre!, el 5 de febrero de 1963 y una parte decía así:
“Elena Garro realiza una hazaña en la literatura
mexicana, pues consigue pensar el tiempo junto con el espacio, al
concretar la existencia de sus entes de ficción yertos en su destino de
magia, premonición, reflejo, sueño y leyenda. Esta es la primera,
pasmosa, novela que publica Elena Garro.”
Tiene algo de mágico el hecho de encontrarnos
ahora, cincuenta años después, corroborando estas palabras. Quizá, si
viviéramos en el universo de esta novela extraordinaria, nuestra
celebración habría sido una prefiguración desde que fue escrita, un
recuerdo adelantado en el tiempo. Y es que en Los recuerdos del porvenir
el flujo de la prosa provoca una suerte de milagro. Al igual que en
Rulfo, la historia crece y se derrama hacia los distintos planos de la
realidad, formando una burbuja de tiempo condensado. Desde luego que se
hermana con Pedro Páramo en esta especie de alquimia
lingüística,y también con la tragedia clásica: hay un destino que se
conoce y cuyo cumplimiento se sufre, se espera y se recuerda por
adelantado.
Pero ¿qué decir de Los recuerdos del porvenir
que no se haya dicho ya, sin aludir además a la figura muy
controversial de Elena Garro, en cuya vida parece haberse cebado un raro
demonio que puso a jugar recursos de la imaginación en la dura cancha
de la realidad? La novela recrea un episodio posible de la guerra
cristera en el pueblo de Ixtepec –sucedáneo de Iguala, donde la
escritora pasó una parte de su vida–, tomado por el siniestro general
villista Francisco Rosas y sus subalternos, aliados con lo que queda de
la burguesía porfirista del lugar, a la que ayudan a apropiarse de las
tierras matando campesinos. Rosas, sin embargo, es un personaje
perdido en sus propios laberintos: “Era el tiempo de la revolución,
pero él no buscaba lo que buscaban sus compañeros villistas, sino la
nostalgia de algo ardiente y perfecto en qué perderse.”
La Revolución no trastoca aquí el antiguo orden
de cosas –y Garro cuestiona si en verdad lo hizo en alguna parte–,
pero pone a girar elementos extraños en el paisaje de un pueblo
estratificado con su sacristán, su doctor, su boticario (que es poeta y
se llama Tomás Segovia), su loco, sus prostitutas, las eternas
señoritas y las sempiternas viudas, solteronas y beatas. En efecto, el
factor explosivo de esa vida que transcurre entre silencios y
cadáveres de campesinos colgados de los árboles, es la presencia de
las queridas de los militares en el hotel del pueblo, especialmente la
del general Rosas, la bellísima y esquiva Julia, por cuya hermosura y
desapego vive penando. La presencia de aquellas mujeres en Ixtepec
crea una especie de burbuja detonadora de rebeliones y huidas, pues se
trata de mujeres al margen de todo juicio y lugar: ni prostitutas, ni
beatas; quizá amadas inmóviles, princesas robadas y recluidas, cuya
belleza las redime y las aísla a la vez.
Y es que Los recuerdos del porvenir es,
me parece, una novela de huidas, de escapes: la huida de Julia con el
poeta Felipe Hurtado que se puede interpretar como una huida literal,
mágica, o una muerte metaforizada –es admirable la parte en la que la
prosa manifiesta su piedad y salva a los amantes condenados–; la huida
del cura y el sacristán, la de todos los asesinados por el general
Rosas que parecieran dejarlo siempre con las manos vacías, aferrado
nada más a sus “palabras como a la única realidad en aquel pueblo
irreal que había terminado por convertirlo a él también en un fantasma.”
La gran profundidad de la novela está, además,
en el dibujo de sus personajes y en sus dualidades: la fiesta que le
organizan al general, la exigencia de ser sacrificado por parte de
Nicolás Moncada, el absurdo amor de su hermana Isabel, regalos todos
envenenados que lo destruyen y que forman parte de un armamento
religioso en el que Elena Garro creyó toda su vida y que está en la
base de la guerra cristera.
Los recuerdos del porvenir es como esa
Julia a la que general sigue persiguiendo aun cuando la mantenga
encerrada en su habitación. Perfecta e inaprensible, detenida en la
memoria, su lectura nos sigue deslumbrando. Como dicen sus páginas,
basta “un esfuerzo, un querer ver, para leer en el tiempo la historia
del tiempo”.
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