Jornada Semanal
Juan Domingo Argüelles
¿Qué es poesía? Si prescindimos de Bécquer y de su famoso lugar común (“Poesía eres tú”), la definición de “poesía” que da el diccionario es de una vaguedad escalofriante: “Manifestación de la belleza o del sentimiento estético por medio de la palabra, en verso o en prosa”.
Los definidores pueden atreverse a muchas cosas,
pero en el caso de la poesía ni siquiera los grandes poetas se atreven
a definirla. Es célebre la respuesta que le dio Federico García Lorca a
Gerardo Diego, al referirse a su poética: “Pero, ¿qué voy a decir yo
de la poesía? ¿Qué voy a decir de esas nubes, de ese cielo? Mirar,
mirar, mirarlas, mirarle y nada más. Comprenderás que un poeta no puede
decir nada de la poesía. Eso déjaselo a los críticos y profesores.
Pero ni tú ni yo ni ningún poeta sabemos lo que es la poesía. Aquí está:
mira. Yo tengo el fuego en mis manos. Yo lo entiendo y trabajo con él
perfectamente, pero no puedo hablar de él sin literatura. Yo comprendo
todas las poéticas; podría hablar de ellas si no cambiara de opinión
cada cinco minutos. No sé. Puede que algún día me guste la poesía mala
muchísimo, como me gusta (nos gusta) hoy la música mala con locura.
Quemaré el Partenón por la noche para empezar a levantarlo por la
mañana y no terminarlo nunca.”
Ni el mismo Roman Jakobson –uno de los mayores
investigadores teóricos de la poética y de lo poético– se atreve a dar
una definición concluyente. De manera más que sensata, se pregunta y
responde: “¿Qué es poesía? Si queremos definir esta noción, debemos
oponerle lo que no es poesía. Pero decir lo que la poesía no es, no es
hoy tan sencillo. La frontera que separa la obra poética de lo que no
es obra poética es más inestable que la frontera de los territorios
administrativos de China.” Otro teórico de la poética, Tzvetan Tódorov,
ha dicho que es imposible o al menos insensato ofrecer “una
definición pragmática de la poesía”.
Podría pensarse que la solución es dejar lo general e
ir a lo particular y, entonces, definir no ya la “poesía” sino el
“poema”. Pero tampoco es tan simple. Decir que un poema es “un
artefacto verbal, en verso o en prosa, a través del cual se expresa una
emoción”, es francamente no decir nada, porque esto puede aplicarse a
cualquier texto. Seguir hablando de “manifestación de la belleza”, como
lo hacen los diccionarios y las enciclopedias, puede ser sólo
revelador de que los lexicógrafos no leen –ni comprenden– la poesía
actual.
Mucha gente (a pesar de que hay diversas formas
de leer) no sabe leer poesía porque no ha aprendido a distinguirla. En
un conocido epigrama (“Prosa y poesía”), Eduardo Lizalde sitúa el
problema con implacable sarcasmo: “La prosa es bella/ –dicen los
lectores–./ La poesía es tediosa:/ no hay en ella argumento./ Eso
quiere decir que los lectores/ tampoco entienden la prosa.”
En su Diccionario –cada vez más
blandengue–, la Real Academia Española define lo poético como aquello
que manifiesta o expresa en alto grado las cualidades propias de la
poesía, en especial las de la lírica: idealidad, espiritualidad y
belleza. Pero José Emilio Pacheco seguirá teniendo razón (en su
“Disertación sobre la consonancia”): “Aunque a veces parezca por la
sonoridad del castellano/ que todavía los versos andan de acuerdo con
la métrica;/ aunque parta de ella y la atesore y la saquee,/ lo mejor
que se ha escrito en el medio siglo último/ poco tiene en común con La
Poesía, llamada así/ por académicos y preceptistas de otro tiempo./
Entonces debe plantearse a la asamblea una redefinición/ que amplíe los
límites (si aún existen límites),/ algún vocablo menos frecuentado por
el invencible desafío de los clásicos./ Un nombre, cualquier término (se
aceptan sugerencias)/ que evite las sorpresas y cóleras de quienes/
–tan razonablemente– leen un poema y dicen:/ ‘Esto ya no es poesía’.”
La sabia ironía de Pacheco encuentra eco en
Luis Jorge Boone (Monclova, Coahuila, 1977), quien, en “La incertidumbre
de llamarte poema”, expresa: “El nombre de las cosas debería cambiar/
según el ánimo de quien las mira./ Palabras camaleón/ adecuadas al
humor que nunca es el mismo./[...] La noche es principio,/ fin, casa,/
corredor con puertas cerradas,/ llave que no abre./ Y justo en este
instante/ no pueden llamarme de forma alguna:/ estoy en espera de quien
sepa nombrarme”.
Tal como afirma Boone, la poesía cambia según el
ánimo de quien la lee, pero también según el lector: el tipo de lector
que no siempre es el mismo, que nunca ha sido el mismo. A cada tiempo
corresponde su poesía y su lectura. Y mucha es la poesía que está en
espera de quien sepa nombrarla y comprenderla.
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