lunes, 29 de abril de 2013

Bolaño, el atracador de libros

28/Abril/2013
Milenio
José González Méndez

Al otro lado del teléfono, el actor, poeta y diplomático Hugo Gutiérrez Vega afila un pequeño ajuste de cuentas contra Roberto Bolaño. No olvida que en Los detectives salvajes, la novela que lo lanzó a las grandes ligas de la literatura, el chileno lo llama cabrón.
“Más vale cabrón, que pendejo”, dice unos días después en su cubículo de La Jornada Semanal, donde habla sobre el escritor que hoy cumpliría 60 años.
Gutiérrez Vega es un ser enorme. Como actor fue cura, marido cornudo y criatura cervantina, pero bien puede pasar por luchador romano o pensador griego por su barba prolija. Hoy, sin embargo, no lleva túnica, sino una impecable guayabera blanca.
Mientras busca la página en que Bolaño acuñó la afrenta, considera que en realidad es un “elogio”. En el habla mexicana, ser cabrón es ser abusivo, caradura, pero por esos raros dobleces que tiene la lengua también es sinónimo de audaz, atrevido, chingón.
Para entonces el poeta ha encontrado el párrafo y lee:
“Una vez robé una escultura de la Casa del Lago (dice Piel Divina, uno de los personajes de la novela). El director, el cabrón de Hugo Gutiérrez Vega, dijo que había sido un real visceralista. Belano (Bolaño) dijo que imposible. Se debió poner colorado de vergüenza. Pero me defendió, dijo que imposible, aunque sin saber que había sido yo”.
El pasaje es real, pero incompleto. El grupo de Bolaño no solo robó la escultura, sino una máquina de escribir. El incidente ocurrió en 1976, cuando Gutiérrez Vega era director de la Casa del Lago, el espacio cultural que tiene la UNAM en el Bosque de Chapultepec.
“Los Infrarrealistas vinieron a verme para pedirme un aula. Se las di. Ahí comían y a veces dormían. Por entonces fueron contratados para dos recitales de poesía, pero pagaron esa hospitalidad robando cosas”, señala.
Los infras eran un grupo de jóvenes greñudos, aspirantes a poetas, que iban de un lado a otro reventando recitales y lecturas de escritores como Octavio Paz, una estrategia guerrillera de golpear al objetivo y retirarse.
La Casa de Lago vivía un periodo de esplendor y su director participaba entonces en la obra Robert ce soir, la historia de una mujer que recibe en el baño a sus amantes imaginarios y en la que el público se convierte de pronto en voyeurista, porque la trama solo puede seguirse por una ranura.
La puesta en escena disparó la alarma de las “buenas conciencias” dentro y fuera de la UNAM, y el rector Guillermo Soberón llamó a Gutiérrez Vega.
–Hugo, creo que han armado un escándalo.
–No sé por qué, señor rector.
–Me dicen que la protagonista sale semidesnuda.
–No está semidesnuda, señor, está desnuda.
–Pero hay un momento en que un enano entra al baño de la señora.
–Hasta ahí vamos bien.
–¡Pero me dicen que abre las piernas!
–Seguimos en lo correcto.
–¡Y que el enano le pone un anillo en el clítoris!
–Sí, señor, pero casi nunca le atina…
Puestas frente a frente las propuestas artísticas de la época, reflexiona Gutiérrez Vega, los infras eran “unos niños de pecho”.
Ya está: para un cabrón, cabrón y medio, como decimos en México.
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El café La Habana (café Quito en Los detectives salvajes) también formó parte de la geografía de Bolaño en México. Ahí se fraguó el viaje de los realvisceralistas a Sonora en busca de la poeta Cesárea Tinajero y ahí se vio por última vez al chileno Arturo Belano antes de que su trashumancia lo llevara a Barcelona.
A principios del siglo pasado el inmueble fue una tienda de maquinaria agrícola e industrial, y se convirtió en cafetería hasta 1952. Parece extraño, pero ningún cubano participó en la fundación, aunque su primer propietario fue un español desembarcado de La Habana.
Ricardo Mendoza —75 años, voz nasal— es representante legal del negocio desde 2003, pero cliente leal desde hace 40 años. En algún momento debió cruzarse con Bolaño en este espacio donde todos los días se sirve o se vende el equivalente a 4 mil 500 tazas de café.
Abundan, sí, las historias fantásticas. Algunos comensales juran que Fidel Castro y el Che Guevara planearon aquí la Revolución Cubana. Otros aseguran que Bolaño se lió a golpes con Octavio Paz y luego trasladaron su disputa a la poesía. Los más despistados piensan que Roberto Bolaño es hijo de Roberto Gómez Bolaños, Chespirito. ¡Chanfle!
Lo cierto es que el café La Habana fue por siempre punto de encuentro de periodistas. En algún tiempo hubo en un kilómetro a la redonda hasta cinco periódicos nacionales (hoy son tres, incluido MILENIO), dos estaciones de radio y una televisora.
—Luego llegaron los intelectuales. Después los artistas y los deportistas, atraídos por los reporteros, en busca de entrevistas gratuitas —dice Ricardo.
Hoy funge de antesala de la Secretaría de Gobernación, la oficina gubernamental más importante en México después de la Presidencia de la República. Entre una y otra hay 100 metros de distancia. Muchos políticos pasan por aquí antes de acudir a la dependencia para idear un país que no termina de nacer.
En un artículo titulado publicado en España, Bolaño cuenta que en un pueblo de Barcelona hay una pastelería cuyo propietario era el poeta Foix de Sarrià. A modo de homenaje, los familiares colocaron en la entrada del negocio un busto del escritor catalán.
En el café La Habana también hay vestigios de Bolaño. En una placa develada el año pasado se leen nombres de visitantes distinguidos. Ahí están Octavio Paz, Fidel Castro, Ernesto Che Guevara, Gabriel García Márquez, Jesús Martínez Palillo, Renato Leduc y Roberto Bolaño, el chileno que siempre pedía café con leche.
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¿Qué agregar de Bolaño? Vino de Chile en 1968, a los 15 años. Fue líder de los infras. Quiso suicidarse por una decepción amorosa. Se quedó sin dientes muy joven. Convirtió el robo de libros en arte. Su mejor amigo fue el poeta mexicano Mario Santiago Papasquiaro.
En 1977 emigró a Barcelona. Fue vigilante de camping, lavaplatos y estibador de barcos. Adoraba el arroz, porque a veces no tenía más que comer. Vivió en Gerona, donde una calle lleva su nombre, al igual que un salón de la biblioteca pública de Blanes.
Fue un escritor casi desconocido hasta 1998, cuando publicó Los detectives salvajes. Con esa obra ganó los premios Herralde y Rómulo Gallegos en 1999. Sedujo a la crítica estadunidense. Susan Sontag era su fan. Patti Smith le dedica canciones en sus conciertos.
Murió el 15 de julio de 2003, a los 50 años. Necesitaba un trasplante de hígado por una deficiencia inmunológica. Es el latino que más vende en Estados Unidos. Se convirtió en lo que más odiaba: un escritor de éxito.
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La biografía literaria de Bolaño está en sus libros. Su pensamiento y sus ideas están en sus artículos y entrevistas. Pero su perfil íntimo, sus secretos los conocen solo sus amigos. La escritora, poeta y dramaturga Carmen Boullosa sabe de esto.
Identificó a Bolaño como líder de los infras, hace más de 30 años, pero se conocieron hasta 2000 en Viena durante un foro sobre el exilio. Al igual que Enrique Vila-Matas, Juan Villoro y Rodrigo Fresán, Boullosa fue una interlocutora privilegiada del chileno.
Más aún, posee una correspondencia abundante con el Bolaño de los últimos años, con el escritor enfermo, pero rabiosamente mordaz. En alguna carta o correo, el chileno confiesa a Boullosa, por ejemplo, que Carlos Fuentes no era un escritor.
¿Te lo contó?
Lo escribió en los mensajes que me mandaba. No le tenía respeto a Fuentes como escritor.
¿Cuál era su argumento?
Como escritor y figura pública era problemático. Tiene libros rescatables, pero en los últimos años no había nada que leer de él. Fuentes dejó de tener ángel hace mucho tiempo. Le faltaba llama a su literatura. Ya era más tarea que verdad.
Por esa misma correspondencia, Boullosa supo que Bolaño dejó a Carmen Pérez de Vega, su pareja sentimental al momento de morir, el disco original de la novela 2666, algo que contradice la versión de “los herederos” (su esposa, Carolina López, principalmente).
En una nota que abre esa obra monumental de más de mil páginas, “los herederos” aclaran: “Roberto dejó instrucciones de que su novela 2666 se publicara dividida en cinco libros”, uno cada año. Su objetivo, decían, era “proteger económicamente a su familia”.
Precisan que la decisión fue comunicada días antes de su muerte por el propio Bolaño a Jorge Herralde, su editor en Anagrama. Sin embargo, la correspondencia de Boullosa dice algo distinto:
“Todo mundo sabe que Bolaño tenía otro amor. A ella (Carmen Pérez de Vega) le dejó el disco de los seis-seis-seis, pero torpemente lo cedió. Es una persona que tiene problemas económicos y que pudo aprovecharse para vivir de los derechos de autor si hubiera querido, porque fue su compañera sentimental siete años, no dos, como se dice.”
¿A ella le dejó el disco de 2666?
Sí. Ella se quedó con ese último libro. En realidad se quedó con dos (el otro es El gaucho insufrible). En disco se los dio a ella y Carmen se los entregó a Herralde.
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Han pasado 10 años desde la muerte de Bolaño, un tiempo prudente para saber si su literatura ha envejecido, si sigue teniendo el mismo peso literario, más allá de la bruma que dejó su muerte temprana y convertirse en autor best seller.
Bolaño es Bolaño, dice el escritor Jorge Volpi en respuesta a un cuestionario enviado por correo electrónico. Es decir, no es Borges, no es Cortázar, no es García Márquez, sino su heredero. No los ha copiado, y eso es importante; tiene una obra distinta, propia, con un peso específico único.
¿Qué lugar ocupa Bolaño en la literatura latinoamericana?
Bolaño es el último escritor latinoamericano. Es decir, es el último que responde directamente a la tradición latinoamericana. Por su sensibilidad y su idea de lo político, es lo contrario a la generación del boom, pero al mismo tiempo es heredero de la gran novela latinoamericana encarnada por esos escritores.
¿Bolaño es el post-boom?
El post-boom se aplica a la generación inmediatamente posterior al boom. Bolaño era más joven y empezó a publicar sus grandes libros más tarde. Es más bien un mutante entre el boom y las generaciones más jóvenes, las nacidas en los sesenta y setenta, para quienes se convirtió en un modelo.
¿Qué lugar ocupan Los detectives salvajes y 2666 en la literatura del continente?
Son una continuación de Rayuela o Cien años de soledad, es decir, forman parte de la gran tradición de la literatura latinoamericana. Pero también son, como las obras de García Márquez, Vargas Llosa o Fuentes, herederas de la gran tradición de novela total que se encuentra en Thomas Mann, Marcel Proust, James Joyce o William Faulkner.
Juan Villoro ha dicho que 2666 es una de las primeras novelas sobre la literatura o la realidad global del siglo XXI, “una novela total, no solo por los temas, sino por la sensación de trabajar en muchos lugares al mismo tiempo”.
Enrique Vila-Matas considera que Los detectives salvajes es “un carpetazo histórico y genial a Rayuela”. Para el crítico Christopher Domínguez Michael, es “la más persuasiva de las novelas mexicanas de los último años”, pero escrita por un chileno.
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A cuadro para la televisión chilena, Bolaño —cejas enormes, lentes gigantes, cigarro sempiterno— suelta una confesión que no debe hacerle gracia a los empresarios editoriales: “robar libros no es delito”.
Lo dice un profesional del hurto, alguien que a su paso por México convirtió esa actividad en arte. En la Librería de Cristal, de avenida Juárez (DF), Bolaño robó a los 23 años Afrodita y Las canciones de Bilitis, de Pierre Louÿs; El hipócrita feliz, de Max Beerbohm, y decenas de libros más de Rulfo, Arreola, Amado Nervo, Alfonso Reyes, Gilberto Owen, Renato Leduc...
“Pasé de ser un ladrón de libros a ser un atracador de libros”, dice el escritor en un artículo publicado en el Diario de Gerona. Hasta que un día lo atraparon. Fue en la librería El Sótano, que también estaba frente a la Alameda.
“Mi detención fue ignominiosa. Amenazaron con expulsarme de México, con darme una madriza. Al final me dejaron libre, no sin antes apropiarse de todos los libros que llevaba, entre ellos La caída, de Albert Camus, aunque ninguno lo había robado ahí.”
La Librería de Cristal ya no existe. El Sótano sí, pero en otro local. El sismo de 1985 dañó la estructura del edificio San Antonio, en el número 64 de avenida Juárez, que albergó a la librería desde 1966. En esa esquina está hoy el hotel Sheraton.
Más de una década después El Sótano regresó a la Alameda, ahora al número 20. Hoy es una cadena nacional de 12 tiendas, incluidas siete en el DF, que ofrece 100 mil títulos.
Manuel Mavil Ramírez, sobrino del fundador de la librería, Manuel López Gallo, asegura que hoy sería imposible que Bolaño robara libros. Las cámaras de circuito cerrado y las etiquetas magnéticas colocadas en cada ejemplar hacen casi imposible el hurto.
Bolaño pudo robar libros gracias al modelo aplicado por El Sótano, que consistía en eliminar los mostradores y permitir a los lectores tocar, hojear y oler los libros. López Gallo murió el pasado 15 de abril. “Negocio donde no se roba no es negocio”, decía.
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Bolaño sigue a cuadro. Durante más de una hora ha hablado de poesía, de exilio, de Chile, de Efraín Huerta, de la hija de éste, Thelma, con la que tuvo un brevísimo romance, y de Octavio Paz, al que reconoce como un “gran poeta”, pese a su odio juvenil. También ha criticado a los “malos copiones, a los que simplemente plagian”.
De hecho, consideraba “escribidores”, no escritores, a autores como Isabel Allende, Marcela Serrano, Antonio Skármeta, Ángeles Mastretta o Arturo Pérez-Reverte.
“Son meras cajas de resonancia de las técnicas y temáticas habituales con las que las editoriales atraen a las masas lectoras hacia la mesa de novedades. No hay que confundir el hit parade con la literatura”, escribió otro artículo para el Diario de Gerona.
“Un escribidor es alguien que no asume riesgos, que repite esquemas narrativos archisabidos y solo se preocupa de redactar una historia sin entender que la literatura, como cualquier disciplina artística, debe tener diversos niveles de juego estético.
“Dios bendiga a los hijos tarados de García Márquez y a los hijos tarados de Octavio Paz. Dios bendiga los campos de concentración para homosexuales de Fidel Castro y (…) el castellano que utiliza Hugo Chávez, que huele a mierda y es mierda.” Todos somos “responsables de esos alumbramientos”.
Según Carmen Boullosa, quien vive en Nueva York desde hace 10 años, Bolaño ya es el escritor latinoamericano que más vende en Estados Unidos, como antes lo fue García Márquez.
“Abusé del sexo, pero nunca contraje una enfermedad venérea. Abusé de la lectura, pero nunca quise ser un autor de éxito.”
El atracador de libros en voz propia.

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