Laberinto
Heriberto Yépez
Una lista de los libros de crítica que han hecho
una aportación clave en Latinoamérica tendría que incluir La ciudad letrada de Ángel Rama, una
crítica al “grupo letrado” que se formó en la Colonia y continúa hasta
nuestros días.
Rama se refería a los religiosos, educadores,
escritores, intelectuales, todos aquellos encargados de manejar la pluma, los
“dueños de la letra”.
Decía Rama: “No solo sirven a un poder, sino que
también son dueños de un poder”. La semana pasada que criticaba la concepción
elitista, “civilizatoria” de Vargas Llosa al contraponer la “Ciudadela de los
Libros” contra la “barbarie”, lancé un guiño de ojo para recordar lo dicho por
Rama y otros sobre la “Ciudad Letrada”.
La “Ciudad Letrada” comenzó en la Colonia y sobrevivió
después de la
Independencia. Su función era mediar entre el poder
gubernamental y el populacho a través de la escritura “leal”. Además, alabar la Bella Forma, por
ejemplo, trazando una división clara entre la escritura y el habla vulgar,
“cuya libertad —anota Rama— identificó con corrupción, ignorancia, barbarismo”.
En México, La
ciudad letrada es una crítica tajante que se gusta olvidar,
descalificar e ignorar. Quizá porque el propio grupo letrado aquí, con toda
pompa, se denomina “República de las Letras”.
Cada vez que escucho o leo esta expresión no
puedo evitar pensar en el libro de Rama, una crítica devastadora como pocas.
Hasta la fecha, y sin que parezca preocuparles
esta continuidad, muchos escritores y escritoras en México continúan la Ciudad Letrada. Digamos,
constantemente defienden la lengua escrita contra el “desorden” del habla
popular, y escriben airadamente contra los intentos de escribir libros que de
algún modo reflejen la miseria y el analfabetismo, porque según esta postura
elitista, colonizada, escribir literariamente debe significar darle la espalda
al “caos”, no mezclar la bella letra con la calle puerca.
Lo peor de esta situación es que entre las
escritoras y los escritores jóvenes es donde actualmente más se siente la
vigencia orgullosa de los valores caducos de la Ciudad Letrada.
Quizá lo que vendrá obligará a una ruptura entre
esta concepción reinante y una concepción más “bárbara”, socialmente
consciente, autocrítica, una literatura ética en México.
Por ahora, sin embargo, esto es una utopía. La Ciudad Letrada se
extiende, y con el regreso del PRI, seguramente, se fortalecerá.
El libro de Rama —no obstante algunos problemas
(creo yo, algunas condescendencias que todavía tuvo con la escritura
literaria)— es un buen testimonio y diagnóstico de un problema vivo. El
problema de si la letra seguirá ignorando y hasta defendiendo la desigualdad y
la mentira embellecida, o si, en algún momento, la letra será parte de un
cambio de modelo social.
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