sábado, 7 de mayo de 2011

Una vitrina para la tribu

7/Mayo/2011
Laberinto
Armando González Torres

Me llamó la atención ver en el anaquel de una librería, en una misma colección, un conjunto de títulos y autores que van desde La vuelta de tuerca de Henry James y El corazón de las tinieblas de Joseph Conrad hasta Diario de un loco de Lu Hsun, el Ajuste de cuentas y otros relatos de Tibor Déry o Las puertas del paraíso de Jerzy Andrzejewsky. Estos libros forman parte fundamental de mi historia literaria y sentimental (y supongo la de mi generación) y guardan entre ellos un vínculo que podría pasar inadvertido, el traductor. En efecto, Pitol no es sólo el celebre autor de clásicos de la literatura mexicana contemporánea sino que durante décadas fue un casi anónimo traductor capaz, por un lado, de bregar tanto con las lenguas francas de Occidente como con los idiomas más excéntricos y huraños y, por el otro, capaz de sintonizarse con el pulso de los más distintos perfiles narrativos, desde el relato lineal hasta el delirio experimental. La recopilación de muchos de estos esfuerzos de traslación conforman la colección “Sergio Pitol traductor” (de la Universidad Veracruzana y Conaculta), una biblioteca heterogénea, donde lo mismo se encuentran algunos clásicos indiscutibles, que muchos títulos que en ese entonces resultaban auténticas y desafiantes apuestas de gusto. Y es que la traducción, como forma de intercambio intelectual, está mucho más constreñida de lo que se piensa por factores económicos y políticos y no es fácil romper las inercias que imponen las hegemonías editoriales y culturales y promover la naturalización de una tribu de extravagantes provenientes de lejanas y atemorizantes periferias.

Pese a que después de la segunda mitad del siglo XX la República Mundial de las Letras rebasó ampliamente lo occidental, y a que muchos segmentos de la academia norteamericana impulsan una reivindicación (a veces con tufo revanchista) de las culturas y lenguas denominadas periféricas, en muchos espacios sigue operando lo que George Steiner llama el “trauma de Babel”, es decir, la inclinación al monolinguismo producto del miedo a la proliferación de sentidos y confusión de identidades que implicaría la diversidad de lenguas. Frente a estas tendencias a la homogeneización y el aislamiento, el traductor, sobre todo aquel que se aparta de los canales habituales de comercio lingüístico, reivindica la condición políglota y multilingue de la inteligencia y la creación y ejerce la traducción literaria como un acto, a la vez técnico y espiritual, que busca en el texto traducido tanto equivalencias y analogías idiomáticas, como claves vitales y artísticas. No es raro que Pitol haya acompañado la mayoría de sus traducciones con ensayos que, vistos en retrospectiva, constituyen una declaración de simpatía con los autores, un manifiesto estético y una pista sobre su propio itinerario creativo, pues sólo observando la variedad de mundos y lenguas que Pitol se ha apropiado pueden explicarse muchos aspectos de su floración narrativa.

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