sábado, 7 de mayo de 2011

Un escritor y sus fantasmas

7/Mayo/2011
Laberinto
Iván Ríos Gascón

Decía que no hay otra manera de alcanzar la eternidad que ahondando en el instante, ni otra forma de llegar a la universalidad que a través de la propia circunstancia: el hoy y aquí. El pintor Juan Pablo Castel, su más célebre personaje, se volvió perpetuo en la insensatez del crimen: sorprendida, horrorizada, María Iribarne preguntó: “¿Qué vas a hacer, Juan Pablo?” “Tengo que matarte, María. Me has dejado solo”. Agarra los cabellos de ella con la mano izquierda y clava el cuchillo en su pecho.

El túnel subraya la negrura. María aprieta las mandíbulas, cierra los ojos, y Juan Pablo saca el filo sanguinolento. La mirada proyecta una agonía humilde y dolorosa, él vuelve a hincar la daga en el pecho y en el vientre. El túnel es más y más oscuro. Ese túnel profundo y solitario, la caverna que se agranda dentro de su cuerpo. Juan Pablo Castel, como Mersault de El extranjero de Albert Camus, se sumerge en el limbo de la perplejidad, mientras el mundo gira en su vacuidad y patético hermetismo…

Decía que el habitante cosmopolita de Buenos Aires es indiferente y apátrida, un hombre que vive ahí como se vive en un hotel. Sobre héroes y tumbas: formación, decadencia, informe sobre ciegos. La distancia (o desapego) es el hilo narrativo que sintetiza la historia de los Vidal Olmos, una estirpe trágica. La exaltación de la soledad y de la muerte, la línea casi invisible entre el bien y el mal o quizá la explicación de que ambos polos son lo mismo, que la virtud y el vicio configuran la célula esencial de la condición humana…

Decía que una autobiografía es inevitablemente mentirosa. Abbadon el exterminador, reminiscencia histórica, memoria personal. Autor protagonista, lector despreocupado, fabulador escéptico de una eternidad, también, fincada en el instante. Luces, sombras, fragmentos de otros seres imaginativos o insignificantes, donde la ideología es el espectro del tiempo perdido en el sueño, la ilusión, el paroxismo. Decía que los hombres escriben ficciones porque están encarnados, porque son imperfectos. Un Dios no escribe novelas…

Decía lo que decían los otros y sacaba conclusiones: “Decía Donne que nadie duerme en la carreta que lo conduce al patíbulo, y que sin embargo todos dormimos desde la matriz hasta la sepultura, o no estamos enteramente despiertos.

“Una de las misiones de la gran literatura: despertar al hombre que viaja hacia el patíbulo”.

Ernesto Sabato decía, siempre decía, que el gran tema de la literatura ya no era la aventura del hombre hacia la conquista del mundo externo sino la aventura del hombre que explora los abismos y oquedades de su propia alma. Sabato decía, como dicen los fantasmas, que un CREADOR (así, en mayúsculas) es un hombre que en algo “perfectamente” conocido encuentra aspectos desconocidos. Pero, sobre todo, es un exagerado.

¿En verdad exagerado?... Imposible no darle la razón, no aplaudir su magnífica elocuencia, cuando dijo que “si en cualquier lugar del mundo es duro sufrir el destino del artista, aquí es doblemente duro, porque además sufrimos el angustioso destino de hombre latinoamericano”. Anatema por partida doble, anatema poliforme. Metafísico, irredento, cognitivo, filosófico, cultural, existencial. Ni más ni menos…

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