Laberinto
Un lector escoge temas pero se queda leyendo por lo emotivo. Pensemos en ese primer momento en que un libro llama nuestra atención.
¿Qué dicen de los mexicanos los libros más vendidos?
Veamos los best-sellers en 2009: El hombre en busca de sentido de Viktor Frankl; Casi nunca de Daniel Sada; No más infartos de Louis J. Ignarro; Qué hacer con su niño con lesión cerebral de Glenn Doman; México profundo: Una civilización negada de Guillermo Bonfil Batalla; Yo, la peor de Mónica Lavín y Si yo fuera presidente de Jenaro Villamil, según Notimex.
Olvidémonos de su tema real. Atendamos sus puros títulos, lo que hace que personas los elijan entre decenas de libros a la vista. ¿Qué tienen en común estos títulos?
Todos ellos están ubicados entre la experiencia de pérdida-dolor-condena y esperanza-deseo-sueño. Cada uno de esos títulos es un perfecto retrato (o epitafio) del actual mexicano.
Estos títulos de best-sellers en México retratan secretamente “los sentimientos de la nación” (ironía incluida). Son cifras, síntesis, símbolos o fraseologías de su situación existencial.
Podría ser que un libro cuyo título retrata ese imaginario aumenta significativamente su oportunidad —sin importar su calidad— de volverse un éxito de mercado.
Pongamos a prueba esta tesis, recorriendo el top ten de best-sellers según librería Gandhi en 2010: El sueño del celta de Vargas Llosa; Comer, rezar, amar de Elizabeth L. Gilbert; Los señores del narco de Anabel Hernández; Arrebatos carnales II: las pasiones que consumieron a los protagonistas de la historia de México de Francisco Martín Moreno; ¡Basta de historias! La obsesión latinoamericana con el pasado y la clave del futuro de Andrés Oppenheimer; Correr o morir de James Dashner; El laberinto de la soledad de Octavio Paz; Yo no vengo a decir un discurso de Gabriel García Márquez; Guía de placeres para mujeres de Fortuna Dichi y Arrebatos carnales I de F. M. Moreno.
Fuera de dos o tres, el 2010 sigue el patrón de 2009; los “libros de cabecera” describen y confirman una identidad generalizada, su zeitgeist. Son “atractivos”: autorretratos populares.
Un lector se siente atraído a una portada o título por factores psicológicos. La coartada es el tema; la razón honda, una identificación psicoemocional.
Lo que “somos” y lo que “no somos”: lo que queremos.
Si un libro simboliza un hueco de su personalidad, el lector lo toma. Los libros son anhelos. Todos somos Madame Bovary.
Leer un libro es intentar integrar una parte perdida, ilusionada. Por eso la autoayuda vende tanto: atiende directamente lo que impulsa al humano al libro en general: conocerse.
Para el inconsciente, un libro es un álter ego.
Los best-sellers son los álter egos más comunes en una cultura: su éxito inicia porque sus títulos describen quiénes fantaseamos ser por dentro.
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