Jornada Semanal
Era yo muy joven cuando conversé por vez primera con Alí Chumacero (1918-2010). Lo entrevisté varias veces; la última, el 21 de septiembre de 2009. Me recibió gracias a la generosa gestión de su hijo Luis, a pesar de que ya no tenía muchas ganas de entrevistas.
Alí poseía la virtud de anular la diferencia generacional, y le daba a uno la confianza de tutearlo y siempre lo hacía sin que se sintiera en ello la concesión de falsa modestia de los pedantes que se quieren sentir democráticos por corrección política. Alí lo hacía con la mayor naturalidad, porque esa era su forma de ser. Huía del lugar común de actuar como Poeta todo el tiempo. Esa pose nunca la tuvo. De ahí que Paz dijera que era el poeta mexicano más intelectual y a la vez más antiintelectual.
Sus poemas ceñidos, exactos, perfectos, pero su personalidad, jamás contenida, nunca impostada; con la sonrisa, la risa y la brillante ocurrencia en todo momento. Se reía de la pose de los poetas y lo hacía con gran sentido del humor, mucha imaginación y un profundo conocimiento de la realidad.
Estoy seguro de que el genial Gombrowicz, que odiaba la pose de los poetas, lo hubiera admirado, ya que afirmaba que “incluso la religión muere desde el momento en que se convierte en un rito”. “¿Monjes los poetas?”, se preguntaba Gombrowicz, e inmediatamente sentenciaba: “Realmente, sacrificamos con demasiada facilidad en estos altares [de la grandilocuencia poética] la autenticidad y la importancia de nuestra existencia.”
Lo que le molestaba a Gombrowicz eran los rituales y los escenarios teatrales y el “error de estilo” (como cualquier otra falsedad) del “comportamiento poético”: esa elevación que les hace perder a los poetas la tierra firme bajo sus pies, y elevarse como globos hinchados repitiendo ellos mismos, y creyéndoselo: “¡Ah, la palabra del Poeta, la misión del Poeta y el alma del Poeta!”
Contra todo eso, que nunca practicó Alí Chumacero, se abalanza Gombrowicz en su libelo Contra los poetas. Muchos poetas lo odian por ello; no yo, desde luego, que siempre lo celebro, ni poetas terrenos como Hugo Gutiérrez Vega y Alí Chumacero que siempre lo reivindican con –como dijera Gabriel Zaid– la poesía en la práctica.
La poesía en la práctica de Alí siempre fue un ejercicio natural y real; jamás un ritual vacío o una elevación en el globo de la petulancia. Hablaba en prosa, no en verso, y estaba siempre con los pies en la tierra, y era capaz de poner en lenguaje coloquial algunos de sus mejores y más simbólicos poemas, para la mejor comprensión del profano; algo que nunca se permiten los Poetas Petulantes, porque suponen que si lo hacen le quitan la Magia a su Palabra. “¡Pendejadas!”, decía Alí y soltaba la franca carcajada.
Fue así como me habló, en la última entrevista que le grabé, de su mejor poema: el más decantado, el más entrañable y el más profundo, el más intelectual y, a la vez, el más antiintelectual. Con estas palabras lo recuerdo y lo evoco con admiración: “El ‘Responso del peregrino’, que considero mi mejor poema, está dividido en tres partes que corresponden a tres momentos sucesivos de la creación poética. En la primera, hablo de la Virgen de Lourdes. Mi mujer, que ya murió, se llamaba Lourdes. Cuando escribí el poema, ella era mi novia, y el poema evoca a Lourdes confundiendo, y fundiendo, las dos personas: la Virgen de Lourdes y mi próxima esposa. Por eso escribo: ‘Elegida entre todas las mujeres,/ al ángelus te anuncias pastora de esplendores’, y luego digo: ‘Oh, cítara del alma, armónica al pesar,/ del luto hermana: aíslas en tu efigie/ el vértigo camino de Damasco/ y sobre el aire dejas la orla del perdón.’ En la segunda parte hago un juego con la vida misma de los hombres casados con la mujer que aman, el nacimiento de los hijos y el paso de los años hasta llegar a la muerte. La muerte era, claro, la mía, en la idea de que ocurriría antes que la de Lourdes. El destino descifró mi misterio y me hizo sobrevivir, muchos años, a mi mujer, pero ahí se hace una evocación de lo que sería mi muerte y la presencia, al lado de mis restos, de los seres queridos. Finalmente, en la tercera parte hice una presentación de la posición de mi mujer, que era creyente en Dios, y la mía, que no es la de un ser muy creyente. Ahí se miran las dos posiciones, una frente a otra, pidiéndole yo a ella que rece por mí, que ruegue por este pecador, diciéndole que, en el fondo, soy un hombre bueno. Lo primero es absolutamente cierto y lo segundo a lo mejor también es verdad.”
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