domingo, 20 de junio de 2010

Carlos Monsiváis: el cronista

20/Junio/2010
El Universal
Sara Sefchovich

Carlos Monsiváis se dedicó a cronicar cómo viven las gentes, cómo se divierten, cómo se organizan y luchan, qué leen, miran y oyen, cuáles son sus ídolos. La suya era una mirada intelectual y emocional, tenía la voluntad de recoger lo que pasa y de construir un panorama de lo que es México y lo que son los mexicanos. Con él aprendimos a escuchar a Pedro Infante y a leer a Octavio Paz, a ver a Raúl Velasco en la televisión y a bailar en los antros. En sus crónicas estaba “la patria” con todo y líderes charros que la acompañan, políticos que la habitan, ricos que la despojan, escritores que la relatan, militantes que la quisieron salvar y que fueron encarcelados y asesinados. Con él conocimos también a quienes ejercían la democracia desde abajo y sin pedir permiso, a los que se enfrentaban al poder, el país de las colonias populares, de los obreros y estudiantes.

La suya fue una descripción, pero también una acusación: el verdadero fondo de los problemas son los sindicatos corruptos, los sueldos de hambre, las transas, “el desastre social que anticipa a la furia geológica”, las mentiras, la inexistencia de leyes que protejan, la falta de alternativas, el despojo, la represión. Y aquí “no se admite en método Rashomon”: no hay ninguna justificación posible a la negligencia y la voracidad, a la corrupción y el autoritarismo.

Monsiváis estuvo de modo inequívoco con los oprimidos y explotados y consideró que siempre la razón está de su lado. El mexicano no es esa criatura del descuido, el relajo, el fatalismo y la ineptitud que nos han querido hacer creer, sino el resultado de un capitalismo voraz y depredador.

Obsesionado con el crecimiento demográfico, afirmó que “el ámbito de las multiplicaciones reta al infinito y despoja de sentido a las profecías, obstinadamente minimiza todas las pretensiones triunfalistas”. México es demasiada gente, y toda con un único afán: consumir. Monsiváis siguió a la gente cuando iba al cine, a las fiestas, a los conciertos, a las manifestaciones, a los antros y a las universidades, la estudió por todos sus costados, en su pasado y en su presente, espió a los mexicanos cuando festejan el Día de las Madres o el de la Independencia, cuando dicen groserías y lloran con los mariachis, cuando aplauden y cuando votan, cuando hablan en los mítines y conversan en las cantinas, cuando ven televisión. ¡No se podía hacer nada en este país sin que viniera Monsiváis a sociologizar!

Monsiváis deletreó la sensibilidad colectiva, mostró a la sociedad en movimiento, amplió los límites de lo que se consideraba cultura, cronicó un amplio espectro de hechos, individuos, grupos, acontecimientos y procesos. Y todo eso libre de todo vestigio de oficialismo, de interpretaciones previas y cristalizadas y de moralina, con una prosa que transformó la manera de escribir y de pensar en México. ¿Qué fue antes, el lugar común o la frase del Monsi?

Él nos enseñó a mirar, a leer, a pensar, nos rompió los esquemas y los límites, nos abrió a nuevos temas y, sobre todo, nos quitó esa solemnidad pesada a que tan afectos hemos sido. Elaboró un estilo propio absolutamente original y único, tan complejo que ni siquiera ha podido tener imitadores. Octavio Paz afirmó por eso que Monsiváis “es un género en sí mismo”.

Se fue el amigo que lo sabía todo, el que escribió sobre cine y sobre pintura, sobre novela y poesía, sobre ideas y tendencias culturales, sobre política y los políticos, el arte y la literatura, los artistas y los literatos, el de las miradas totalizadoras imprescindibles para entender a México, el que estuvo en todas partes, dando conferencias y asistiendo a conciertos, en asambleas de jóvenes y en eventos académicos, en cenas en las casas de sus amigos y en los antros y las calles de la ciudad. Alegre, irónico, divertido, enojado, deprimido, siempre atentísimo mirando y oyendo todo, absorbiendo y pensando, explicando.

Hoy el dolor me oprime, los mexicanos perdimos a un gran sabio y a un defensor de las mejores causas, y yo perdí a un amigo muy querido y a un lúcido maestro.

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