Jornada Semanal
Xabier F. Coronado
Ser mujer es hablarle fuerte a la milpa que se extiende de mar a mar.
Elena Poniatowska
No existe una frontera clara entre periodismo y literatura. Cada vez se fusionan más esos territorios disímiles que se entrelazan y confunden. El tema es un debate viejo que se ha ido clarificando con la aparición de una forma de periodismo de autor donde confluyen reporteros y literatos.
Cuando la palabra creativa es la materia que da cuerpo a artículos y ensayos, relatos y reportajes, novelas, crónicas y poemas, todo es literatura. Entonces periodistas, narradores, poetas y ensayistas, todos son escritores. Aunque muchos sean ciudadanos de ambos países, algunos se consideran ubicados de un lado u otro de esa frontera que los une y los separa. Hay periodistas que no se aventuran fuera de sus propias murallas, inhibidos quizá por clasificaciones excluyentes. Lo mismo ocurre con escritores que, maestros en el trabajo de modelar y pulir textos, no frecuentan el reino de las letras cotidianas, tal vez por no poder desenvolverse en un escenario de inmediatez que exige precisión, es decir, escribir sin opción a correcciones posteriores.
Hay literatura en el periodismo y periodismo en la literatura, especialmente cuando hablamos de géneros como la crónica, el reportaje, la biografía o el relato. Literatura y periodismo se corresponden, mantienen relaciones unívocas, se acoplan y el resultado es un género mixto que cumple el objetivo de comunicarse con el lector. Hay literatos que practican el periodismo y reporteros que respiran poesía en sus trabajos. Aunque se podría profundizar desde otras perspectivas –crítica o analítica– sobre las correspondencias entre periodismo y literatura, quizás no merezca la pena. Hay grandes escritores que maduraron en periódicos y revistas: García Márquez, Onetti y Borges, entre otros muchos; y narradores que encuentran en la prensa diaria el espacio que necesitan para publicar textos cargados de literatura.
En las letras mexicanas coexiste una raza heterodoxa de escritores que mezclan periodismo y literatura, que combaten en ambas trincheras. Entre ellos destaca, en nuestra época, la figura de Elena Poniatowska, una autora formada en el periodismo más puro: la entrevista. Sus textos, dotados de oficio adquirido con base en trabajo y experiencia, muestran un estilo peculiar que despliega sus alas literarias para penetrar espacios donde ficción y realidad se funden en un todo, sin fronteras ni diferencias, porque lo único que cuenta es la sucesión de palabras enlazadas por la magia de la creatividad.
Una obra en evolución
La voz propia es, en mucha medida, la voz de otro.
Mijaíl Bajtín
E
lena Poniatowska podría ser, ella misma, sujeto de sus entrevistas y biografías o personaje de sus novelas. Nació en París en 1932, hija del príncipe polaco Jean E. Poniatowski y la aristócrata mexicana Paula Amor. La familia abandonó Europa huyendo del conflicto bélico y se instaló en México cuando Hélène tenía diez años. Tuvo formación católica, parte de ella interna en Pensilvania y Nueva York.
Su inquietud y el interés por conocer mejor la realidad mexicana, la llevaron a relacionarse con el periodismo. Comenzó en Excélsior haciendo entrevistas y pronto llamó la atención su estilo inocente, inquisitivo e impredecible. Poniatowska ejercía de metiche con un modo atrevido y gracioso: “Espéreme, Elena, que soy de chispa retardada y usted me pregunta así nomás a bocajarro”, le dijo abrumado Juan Rulfo. Era el año 1953. Poco después comenzó a escribir para el suplemento del periódico Novedades,México en la Cultura, donde trabajó con Fernando Benítez, maestro en periodismo cultural de una generación de jóvenes escritores. A partir de entonces ha colaborado en publicaciones nacionales y extranjeras; ha sido fundadora de diarios, revistas e instituciones culturales; autora prolífica y laureada; carne de muchos moles en nuestro México contemporáneo. Elena Poniatowska es una de las escritoras más activas y reconocidas, más queridas y criticadas.
Su origen aristocrático, educación, profesionalización en el periodismo e ideario político –cargado de compromiso y solidaridad–, se reflejan en la evolución de su obra literaria. Su primer libro fue un cuento para niños, Lilus Kikus (1954), ilustrado por Leonora Carrington. Una sola vez incursionó en el teatro con una sorprendente sátira sobre los intelectuales que nunca ha sido reeditada, Melés y Teleo (1956). Sus entrevistas y artículos se recogieron bajo el título Todo México, del que van publicados varios tomos. Las crónicas aparecidas en Novedades, ilustradas por Alberto Beltrán, quedaron recopiladas en Todo empezó en domingo (1963). En el trabajo que desarrolla como asistente del antropólogo Oscar Lewis asimila el concepto de “cultura de la pobreza” y se ejercita en la escritura testimonial. Ese aprendizaje le sirve para escribir su primera novela forjada a base de entrevistas: Hasta no verte Jesús mío (1969), retrato literario directo, preciso y fiel de una mujer del pueblo; un texto cargado de naturalidad y realizado con destreza.
En 1971 publica el libro que le daría mayor reconocimiento: La noche de Tlatelolco. Poniatowska aplica una fórmula periodística novedosa, realiza un exhaustivo trabajo de campo y aporta, sin excepción, todas las voces recogidas. La escritora documenta el recuerdo de los que vivieron aquella dramática noche y construye un mosaico de imágenes que forman el retrato completo de un crimen de Estado que, como otros muchos, ha quedado impune en la conciencia histórica del país.
En, Nada nadie. Las voces del temblor (1988), Elena Poniatowska renueva la fórmula ante otro hecho traumático, el terremoto del ’85; la estructura del texto se dimensiona y enriquece con artículos, notas y reportes. Sin abandonar nunca el trabajo periodístico, la autora se va decantando por las biografías noveladas: Tinísima (1992) es uno de los picos, quizás el más alto, de esa sierra de notables títulos, una serie de interesantes textos ficcionales sobre personajes históricos como Las siete cabritas (2000),Leonora (2011) o Dos veces única (2015). Otras novelas, La ‘flor de lis’ (1988), Paseo de la Reforma (1996) yLa piel del cielo (2001) tienen visos autobiográficos. En su obra destaca una pequeña novela epistolar,Querido Diego te ama Quiela (1978), que ha dejado huella en el imaginario cultural mexicano.
Poniatowska siente fascinación por la imagen, escribe textos para acompañar selecciones fotográficas (Soldaderas, 1999) y dedica un libro biográfico a la grabadora y fotógrafa Mariana Yampolski (2001). También publicó varios volúmenes de relatos: De noche vienes (1979), Domingo 7 (1982), Tlapalería(2003); un libro de poesía, Rondas de la niña mala (2008), que ilustró Leonora Carrington; y un buen número de otros títulos, entre ellos algunos de temática social y política (Fuerte es el silencio, 1980; Las Mil y una… la herida de Paulina, 2000; El tren pasa primero, 2006; Amanecer en el Zócalo, 2007). En definitiva, un conjunto de libros de gran valor e importancia. La suya es una obra en constante evolución, tanto en estructuras como en contenidos, reconocida de manera unánime, que forma parte de la historia periodística y literaria de México.
Escribir y recrear la historia
Eres curiosa Elena, una gente curiosa y tenaz. Verdaderamente tenaz.
Luis Buñuel
P
odemos decir que el periodismo escribe la historia de cada día y la literatura contribuye a grabarla. Elena Poniatowska ejerce de forma combinada esa labor de relatar y perpetuar la memoria colectiva. La escritora mexicana convierte el periodismo en relato novelado cargado de corazón y poesía, de literatura. Es una autora que se identifica con sus personajes, seres reales en su mayoría, a los que otorga una consistencia impregnada de humanidad con toques de fantasía. Elena nos relata sus vidas con la proximidad que da ser cómplice de ellas, partícipe. En sus novelas biográficas quedó reflejada una vanguardia de entrañables mujeres disidentes que luchan por mantener su identidad en un medio hostil, “un país de hombres”. Los personajes masculinos también tienen cabida en su obra: atraen su atención artistas y escritores como Pablo O’Higgins, Miguel Covarrubias, Octavio Paz o Juan Soriano, y luchadores sociales como Rubén Jaramillo, Demetrio Vallejo o el Güero Medrano; todos ellos se someten a su mirada escrutadora e imaginativa.
Elena Poniatowska da voz a aquellos sobre los que nadie escribe, a los postergados. Una mujer humilde y luchadora, Josefina Bojórquez, abrió la puerta al resto de personajes femeninos que fueron desfilando en sus libros, protagonistas de historias que sorprenden y conmueven. Una constelación de mujeres luminosas alumbra sus páginas: la ejemplar Gaby Brimmer; las admiradas Tina Modotti y Lupe Marín; Pita Amor, la tía poeta, mujer de influjo propio; Leonora Carrington, su amiga, y un largo etcétera. Todas ellas se plantan en la vida con un discurso personal, ajeno al estatus que la sociedad pretende otorgarles; luchan para rechazar reglas impuestas, realizar sueños y buscar un espacio diferente donde desarrollar en plenitud sus espíritus femeninos. Para conseguirlo, necesitan romper el yugo de una educación manipulada y sexista, la imagen de objeto utilitario controlable.
Esa energía femenina que lucha por su lugar y se rebela de múltiples maneras, atrae a Elena Poniatowska. Ella también tuvo que batallar por conseguir ser quien es. Su profesión sufrió rechazo intrafamiliar, incluso de mujeres que para ella eran ejemplo, y fue menospreciada socialmente. Poniatowska narra la pasión de esas mujeres sin excluirse del relato, enlaza las declaraciones obtenidas con el hilo que aporta su propia visión. Comparte la mirada de las protagonistas de sus textos y logra meterse en sus cuerpos para sentir la intensidad de cada momento de sus vidas. La escritora ocupa los vacíos que dejan las memorias, los diarios y las cartas y construye el devenir dramático. Sus novelas sobre estos personajes reales son para Elena Poniatowska una base de datos que puede servir a posteriores biógrafos: “Tanto Dos veces única, como Leonora o Tinísima, pueden ser el punto de arranque para que un verdadero biógrafo rescate la vida y obra de personajes fundamentales en la historia y en la literatura de México.”
Elena Poniatowska, inmersa en la búsqueda de las huellas que sus protagonistas dejan, encuentra el rastro en todo tipo de fuentes que luego recoge en sus textos. El resultado es una galería de retratos originales donde capta, además de los rasgos personales, aspectos sociales, políticos y artísticos de la época; en definitiva, el relato de la historia sociocultural de nuestro país.
En la obra de Elena Poniatowska hay una fusión de géneros, sus textos mezclan el reportaje y la crónica con la ficción literaria, la biografía con la novela y el relato con el periodismo. Maestra del hipertexto, sus libros incluyen artículos, notas, cartas y noticias. La escritora renovó el lenguaje de la entrevista y la crónica, dio protagonismo al reportero, le dotó de voz propia. En la transición de lo oral a lo escrito, cuando aparecen elementos incorporados por el propio periodista al redactar el texto, el autor adquiere, como dijo Mijaíl Bajtín, “categoría de personaje”.
Los libros de Elena Poniatowska, ya sean periodísticos, biográficos o narrativos, muestran un estilo personal, un sello característico e inconfundible. Su mirada se traduce en una propuesta literaria determinada por un tejido entrecruzado de voces, un enfoque polifónico que borra la frontera entre ficción y testimonio. Sus textos narran con precisión periodística, sin arrogancia, relatan sin enjuiciar y reflejan una imagen en movimiento que no genera ni defiende intereses.
Octavio Paz llegó a decir que era la mejor periodista de México y José Saramago, durante la presentación de la novela La piel del cielo en Madrid, afirmó que Elena Poniatowska era una escritora rebelde y coherente. Cuando, en 2014, se le concedió el Premio Cervantes, Hugo Gutiérrez Vega declaraba: “Naturalidad, transparencia, amor por los otros, sentido de la solidaridad y pericia formal distinguen ese trabajo que resultó galardonado.” Estos testimonios exponen con claridad el valor y las virtudes de la obra de una escritora singular.
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