Laberinto
Miguel Ángel Sánchez de Armas
Noviembre fue un buen mes para que Edmundo Valadés se
despidiera. El otoño era su estación.
Todas sus grandes aventuras, todas las que merecieron ser contadas, fueron en
otoño. Generosidad del destino: la más grande, la única cierta, también le llegó en otoño y entonces le dijimos
hasta luego..., hasta que nuestro propio otoño nos alcance.
Pero a cien años de su nacimiento y 21 de su muerte, no escribo para llorar a Edmundo ni para cubrir su recuerdo con un manto de nostalgia. Me interesa compartir algunas imágenes del Valadés periodista, reportero arquetípico que el cine de los años cuarenta pudo haber tomado como modelo para una cinta de los chicos de la prensa.
Era la gran inseguridad de Edmundo, remontada a duras penas.
Solo quien estuvo cerca de él puede entender lo que le costaba superar esa
timidez, ese sentirse “un ser así pequeño, minúsculo”.
Pero a cien años de su nacimiento y 21 de su muerte, no escribo para llorar a Edmundo ni para cubrir su recuerdo con un manto de nostalgia. Me interesa compartir algunas imágenes del Valadés periodista, reportero arquetípico que el cine de los años cuarenta pudo haber tomado como modelo para una cinta de los chicos de la prensa.
La tentación del periodismo le venía de familia, mientras
que la literatura fue un dolor sordo en el corazón. Su abuelo y su padre fueron
periodistas. Su primo José C. Valadés le abrió las puertas con Diego Arenas
Guzmán y con Regino Hernández Llergo y pisó una redacción siendo adolescente.
La literatura no se le reveló como una certeza sino hasta los cuarenta, cuando
tuvo entre sus manos el primer ejemplar de La
muerte tiene permiso.
“Entonces supe que realmente era un escritor”, me dijo en
nuestras Conversaciones a
mediados de los años ochenta.
Regino Hernández Llergo fue su maestro, casi su padre, pero la
relación terminó en doloroso alejamiento. En Hoy, al lado del tabasqueño, Valadés se hizo periodista y al
mismo tiempo estuvo a punto de no ser escritor. En palabras de Edmundo: “Me
metí al periodismo y dejé de escribir literatura. Hice una entrevista con Isaac
Ochoterena y don Regino dijo: ‘¡Esto es antiperiodístico!’ Entonces ya no me
atreví a escribir; fui formador, secretario y jefe de redacción. Luego regresé:
crítica taurina, crítica de cine, pero no periodismo, hasta la serie del Cuatro
Vientos, que tuvo gran éxito”.
Los reportajes en Hoy
sobre el Cuatro Vientos —un aeroplano español perdido en
la sierra alta de Puebla a principios de los años treinta— fueron la sensación de la
temporada. Cuando Edmundo se presentaba en el café La Habana, los parroquianos
murmuraban: “¡Ése es el del Cuatro Vientos!” Valadés había demostrado al mundo
y a sí mismo su fuerza como periodista y como narrador. El propio Regino exclamaría:
“¡Qué revelación, no sabíamos que teníamos aquí a un gran reportero!”
Y sucedieron dos cosas que fueron clave para la doble faceta
literaria y periodística de Edmundo. Primero, no siguió siendo reportero.
Segundo, allá en la sierra, en la selva, en la parcela de una familia mazahua
que le dio hospitalidad, se hizo proustiano. La sola mención del episodio se
antoja como tomada del realismo mágico, y Edmundo parece confirmarlo en su
propia narración: “Me comisionan para hacer el reportaje y compro en una
librería, para leer en el camino, Por
el camino de Swann. En ese tiempo yo no sabía quién era Proust. Allá en
la sierra lo leí, cuando acampábamos en unos cafetales. Entré a Proust de
manera muy fácil, siendo tan difícil. Fue una cosa natural, inmediata. Me atrapó
desde el principio y seguí”.
Después su, digamos, des–conversión
al periodismo: “Otro de mis grandes errores fue que, en lugar de seguir
siendo reportero, volví a las cosas internas de Hoy. Fue mi gran momento, ¡carajo!, y debí haberle pedido a
don Regino seguir como reportero. Pero no sé, tenía yo falta de fe, de
confianza en mí mismo. ¡Había yo dudado tanto! ¡Tenía dudas de que pudiera, de
que supiera escribir”.
Una tarde fraterna de charla y güisquis, discutimos sobre
periodismo y literatura. “¡No!”, respondió a mi insistencia. “¡El periodismo no
aporta nada a la literatura!” Pero muy avanzada la noche, muy acaloradas las
palabras, muy repetidos los güisquis, tuvo que admitir: “Por primera vez me
estoy dando cuenta de que el periodismo sí me aportó personajes, ambientes,
situaciones, para varios de mis cuentos. Es decir, nacieron por otras
motivaciones y el periodismo me dio el complemento, me dio el ambiente, me dio
algunos personajes, me dio algunas otras cosas para la obra literaria”.
Entre algunas de esas “otras cosas” Edmundo recibió del
periodismo la anécdota verídica que —como el orfebre que a partir de un tosco pedazo de metal
teje una cadena de frágiles y delicados eslabones— habría de ser la materia del más conocido de sus cuentos: “La
muerte tiene permiso”.
En este recuerdo no puede faltar uno de los frutos del
Valadés escritor–periodista: la revista El
Cuento, hoy desaparecida. El
Cuento es hijo de esa aleación, de ese encuentro de cosmos, de esa
dualidad que desgarró a Edmundo durante toda su vida: una creación literaria concebida
en el periodismo. El Cuento fue
el heraldo que a lo largo y ancho del mundo de habla hispana divulgó el género
y atizó vocaciones que hoy siguen briosas y productivas.
La memoria de Edmundo está siempre conmigo.
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