Laberinto
Heriberto Yépez
El escritor del siglo XXI enfrenta el peligro de ver su crítica estética desvanecerse por las leyes comunes del gobierno, mercado, lectores, academia e Internet.
El orden de estos poderes varía según el país. Pero todos ellos controlan al escritor literario en este nuevo siglo.
La
escritura literaria se distingue de otras por encargarse del arte de la
forma heterodoxa, el placer estético verbal, el difícil vínculo entre
tradición e innovación de la palabra lúdica.
El escritor que está en la cima del arte pertenece al presente, es contemporáneo de su época y, a la vez, pertenece a otros tiempos.
Cuando
un escritor solo pertenece al pasado no aporta nada a la literatura;
cuando solo pertenece al presente, casi no pertenece a la literatura.
El
escritor debe ser infiel al ayer e infiel al hoy. Pero, ante todo, debe
ser un amante del arte, que es el proyecto sensual de habitar una más
intensa temporalidad.
Ante
los muertos, el artista parecería un frívolo; ante sus coetáneos, un
solemne. El artista, en todo caso, es un traidor de la tradición y un
traidor del ahora.
Un escritor que está de acuerdo con su sociedad está fallando.
El
escritor es un innovador crítico. Artísticamente propone formas más
complejas y menos represivas —impertinencia por partida doble— que las
del presente social. Un escritor siempre termina mostrando que el
consenso está equivocado.
Para el arte, incluso la verdad es insuficiente.
El
escritor solía distanciarse mediante el libro o, al menos, el texto;
pero hoy, el libro y el texto artístico son sentidos como anacrónicos o
no son identificados como distintos a cualquier otro medio o cualquier
otro texto.
Al (e)lector no le importa la particularidad estética. Para él, todo es texto, todo es opinión, todo es medios.
En la pantalla, todo es juzgado por unos mismos criterios. Noticias, posts o pdfs son consumidos por un mismo juego de reglas.
La literatura es solo ya una rama de la Publicación.
Esa uniformidad del juicio ha empobrecido los sentidos.
Pero
el mayor desafío del escritor ocurre ante sí. Por un lado, hablar de un
desafío ante uno mismo implica una paradoja en la Época Telefísica del
selfie para que otros te vean (como tú te ves… para ellos). Por otro
lado, el reto es superar el consenso sin caer en el ego–morfismo (creer
que todo tiene la forma del Yo) y creer que toda forma es firma.
Ser solidario del 99 por ciento desde el radical disenso de un 1 por ciento.
Y
el escritor debe saber que todo lo que haga será 100 por ciento
procesado por reacciones espectaculares. Escribir en el siglo XXI es
escribir dentro del espectáculo.
Todo
lo que un escritor hace hoy es “leído” por criterios del mundo del
espectáculo, ejercidos desde el mercado laboral, redes sociales,
editoriales o instituciones.
El siglo XXI es el primer siglo en que la literatura es una zona dentro del espectáculo.
A partir de ahora, salir del espectáculo es el gran reto del escritor.
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