sábado, 21 de febrero de 2015

El solista y sus amigos

21/Febrero/2015
Laberinto
Armando González Torres

En el ensayo que da título a su libro Retrato de mi cuerpo (Tumbona, 2010), Phillip Lopate se solaza describiendo algunas características de su cuerpo y menciona una que me conmovió y me hizo identificarme: tiene los hombros estrechos, apenas más anchos que las caderas, y le da vergüenza comprarse trajes. ¿Cuál es el encanto de quienes hablan de sí mismos? ¿De qué manera ciertos solistas de la conversación mantienen el interés y la conexión emocional con sus escuchas? Precisamente, la introducción de Lopate a su conocida antología The Art of Personal Essay (Anchor Books, 1995) constituye una preceptiva iluminadora sobre el ensayo personal, esa escritura híbrida centrada en el “yo”, cuyo apelativo moderno fue acuñado por Montaigne, pero que tiene antecedentes en la literatura clásica y numerosos descendientes contemporáneos. A diferencia del ensayo formal que ha conquistado los feudos universitarios y que pretende ser impersonal y objetivo, el ensayo informal y personal despliega una visión subjetiva, contiene abundante material emocional y confidencial y contempla una participación del propio autor como personaje de la página.


¿Qué hace del ensayo personal y su aparente egocentrismo un género con arrastre entre algunos lectores? Para Lopate, el ensayo personal parte de una noción de la unidad de la experiencia humana en la que hablar del yo es apelar al tú. El ensayo personal es un ejercicio de apertura con el que el autor comparte sus más hondas impresiones, expectativas y miedos. Sin embargo, la sinceridad no basta y debe acompañarse de lo que podría llamarse la “inteligencia de sí”, es decir el reconocimiento de virtudes y limitaciones, de esos sentimientos de ignorancia e inadecuación que la mayoría de las personas se empeñan en ocultar. Ese reconocimiento es el punto de partida de una exploración intelectual en la que, con base en la humildad y la espontaneidad, se pueden emprender “grandes aventuras de la meditación”. Por eso, el ensayo personal se escribe desde una circunstancia marginal, sin aires de autoridad, asumiendo la fragilidad o banalidad de lo afirmado. Desde esa posición lateral, se ejercita el arte de la observación, ya sea de la naturaleza, de la sociedad o de uno mismo. El ensayista personal destaca lo privado, lo pequeño, lo transitorio; sin embargo, a veces inadvertidamente, llega a expandirse para rozar los grandes temas y misterios. Muy a menudo, sin aspavientos, el ensayista personal también reta la moral convencional; observa la ambigüedad y tensiones entre distintos valores y denuncia los dobles raseros y los dilemas irresolubles. Por supuesto, para cumplir su función, el ensayista personal debe estar dotado con ideas, humor y habilidad narrativa para romper la tensión. Los recursos del ensayo son, al final, los de la buena conversación: llevar la batuta sin avasallar; sugerir ideas y desplegar la elegancia y amenidad para desarrollarlas sin aburrir y sin imponer.

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