sábado, 24 de enero de 2015

Una temporada con Berny

24/Enero/2014
Laberinto
Eduardo Cruz Vázquez

En vista de los preparativos del viaje de José Emilio Pacheco a Colombia en el verano de 2004, el poeta y el agregado cultural iniciaron una cálida amistad epistolar. Este texto recupera sus mejores momentos

Como agregado cultural de la embajada de México en Colombia entre junio de 2001 y agosto de 2005, si algo disfruté fue organizar la visita de los exponentes de nuestra cultura. Tan entrañable fue la de José Emilio Pacheco a mediados de junio de 2004 que generó un breve pero intenso intercambio epistolar: mensajes que son cartas que revelan desde las minucias del viaje, pasando por las angustias del trotamundos, hasta emociones vitales al momento de teclear en la computadora.

Al recobrar de mis archivos de ese tiempo colombiano los correos de José Emilio Pacheco (fluyeron del 18 de marzo al 24 de agosto), no exagero al decir que siento su voz. Pocos tienen la dicha de escribir como hablan, de ser leídos como si estuvieran de frente. Al cabo de más de diez años después de esa temporada, a un año de su fallecimiento, Berny el apellido materno de José Emilio Pacheco aparece lleno de intensidades y sabiduría.
Los preparativos
Para la visita de José Emilio se combinaron dos invitaciones: una de la Universidad Nacional de Colombia, a través del escritor Fabio Jurado, con el fin de rendirle un homenaje; la otra del Festival Internacional de Poesía de Medellín. Cuando pactamos su estancia, aún no ganaba el Premio Pablo Neruda. Y cuando ocurrió el fallo, resultó un privilegio que llegara a Colombia antes de recibir el galardón.

En esos años de diplomacia cultural conté con el apoyo de dos extraordinarias colombianas: Olga Beltrán y Paola Cortés. A Paola le tocó velar por la infinidad de detalles que imponía el periplo de José Emilio Pacheco.

El primer correo data del 18 de marzo de 2004. Lo pongo tal cual:
De: berny1939@yahoo.com
A: angol97@yahoo.com.mx
Querido Eduardo:
Muchas gracias por todo lo que has hecho, por la carta y por el mensaje electronico (sic). Perdona mi silencio pero no habia (sic) recibido nada hasta hoy.
Me parece muy generoso el plan de Colombia. Lo unico (sic) es que no se (sic) si a esta edad tendre (sic) fuerzas para resistir el programa. Respecto a la conferencia, se me ocurre algo respecto al encuentro de Bogota (sic) de Tablada y el joven Pellicer en que se origina la vanguardia mexicana. Si es de tu interes (sic) y de los maestros de la universidad sigo adelante. En caso contrario buscare (sic) otro tema.
Te escribo desde la Universidad porque en la casa, si asi (sic) puede llamarse, no tengo aun Internet. No me se (sic) el numero (sic) de fax y del telefono (sic). Te llamo manana (sic) para saludarte y para dartelo (sic). Perdona la falta de acentos. Ignoro como (sic) poner el teclado en espanol (sic),
Te mando un gran abrazo con todo mi afecto
Jose Emilio
Amarrar una agenda de visita es una labor extenuante. José Emilio fue muy organizado.
Del correo del 3 de mayo destaco estas palabras: “Todo me parece bien excepto las entrevistas. Detesto las entrevistas y no quisiera tener atención ninguna sobre mi persona, por lo demás bastante gris”. “Me parece terrible perder ante una grabadora lo único que tenemos: nuestra manera de ordenar las palabras”.

Y del correo del 6 de mayo lo siguiente: “Dile por favor a Paola que hago con ella lo que aquí llaman blind date y que si me acompaña acepto con gusto hasta el martirio de las entrevistas.
“La emoción especial es que, excepto la ceremonia inevitable en Chile, el viaje a Colombia será mi despedida. Se acabaron las lecturas y presentaciones. Ya llegué (en junio) a la tercera edad que es como el tercer mundo: la séptima o novena”.

Cierto, no tuve el cuidado de conservar mis correos. Sin embargo, José Emilio me deslumbró con la cadencia y el seguimiento en las comunicaciones. El 8 de mayo escribió: “Hice mal en adelantarte mis justificables sentimientos de retirada. Son un buen deseo y, como tal, no depende de mi voluntad. Pero no miento cuando te digo que llegué tarde al mundo del espectáculo.

“No me gusta verme ni escucharme. Estos dos factores, o mejor dicho sus contrarios, son indispensables para moverse en el (sic). Pero dime tu (sic) si alguien puede negarse a lo que has organizado en Colombia”.
Los tesoros
En esos meses de 2004, con ayuda de mi querido amigo Marco Antonio Campos (hoy en día un extraordinario “colombiólogo”), me di a la tarea de revisar mi pobre producción poética (fui becario Salvador Novo del Centro Mexicano de Escritores en 1983). Por supuesto, no resistí la idea de pedirle a José Emilio Pacheco su lectura y opiniones. Y eso dio paso a una cauda se sentimientos, entre ellos transmitirle que me veía como un viejo.

Al tenor, Berny me escribió el 9 de mayo. “No sabes cuánto te agradezco esta amistad invisible (por Internet y por teléfono). A lo mejor al vernos las caras no sabremos qué decirnos”. “Yo cometí la estupidez de sentirme viejo a los 30 y ahora que de verdad lo soy comprendo mi error ya irreparable”.

Al dialogar sobre el género epistolar, llegó este bello mensaje el 14 de mayo:
La carta poseía una intimidad que no puede alcanzar este nuevo medio. En tres meses y medio no recibí ninguna. Esa emoción de la que hablas se perdió para siempre. Nunca tuve talento para el género y, sin embargo, escribí muchísimas. Nunca guardé copia. Lo aterrador es que muchas de ellas ahora están en los archivos, no por mi (sic) sino por las amigas y los amigos que se volvieron famosos. Es horrible que alguien diga: “Estuve leyendo tus cartas en el fondo reservado de Donoso en Princeton”. Nunca seguí el consejo de Churchill: “Jamás escribas una carta que te avergonzaría ver publicada”.
Me avergonzarían todas, no por lo que digo sino por su falta de vuelo literario. El último gran corresponsal fue Octavio Paz. De las muchísimas cartas que me envió hay (una) que apareció en Vuelta acerca de Jorge Cuesta.
Gracias por enviarme lo de Botero. Está muy bien.
Saludos a Paola y un gran abrazo.
Flashes entre Bogotá y Medellín
A su llegada al altiplano, disfrutamos de un almuerzo con comida del Valle de Cauca, en el restaurante Fulanitos de La Candelaria. Recorrimos el barrio y los museos del Banco de la República. Me enteré entonces de que había entregado al Banco su colección de grabados de Francisco Toledo para su exhibición y resguardo. Así fue la generosidad de José Emilio Pacheco.

Nuestro recordado escritor se fajó bien con la agenda. Atendió todos sus compromisos, incluyendo numerosas entrevistas. Paola lo recuerda agobiado por la gente en Medellín, amable y discreto, y me cuenta al teléfono que al llegar a la ciudad de la eterna primavera, al subir a su habitación de un céntrico hotel, tan pronto entró al baño y abrió la llave... vino una fuga que de tan incontrolable los llevó a salir corriendo a otro hotel de la ciudad.

De su andar bogotano, cómo olvidar una compra callejera. Al caminar por la Zona Rosa, rumbo a la emisora cultural HJCK, nos abordó un vendedor de plumas. Con la musicalidad y rapidez que puede alcanzar un rolo al hablar, le vendió una fabulosa Montblanc. Traté de persuadir a José Emilio. Fue tal su emoción que no dudó en adquirirla. Pocas horas después, me la obsequió: “La mandas a arreglar o le reclamas al vendedor”. Ni una ni otra cosa pude hacer.

Esa tarde la fotógrafa Indira Restrepo, en plena calle, disfrazó a José Emilio Pacheco. Convirtió su saco en una suerte de gabán de detective, le puso lentes oscuros y tomó la bella y enigmática imagen de un maestro que se rindió a todas las muestras de cariño y admiración: una recepción en la embajada de Chile, una cena en una tienda de antigüedades de La Candelaria, una lectura ¡enorme! en la Casa de Poesía Silva...

Creo que Berny estuvo una semana. Y para fortuna de los colombianos, regresaría en 2009.
En julio de aquel 2004, falleció mi padre. Confieso que dejé de escribirle a José Emilio Pacheco. El 24 de agosto llegó este breve mensaje. “Me alegra haber correspondido mínimamente a todo lo que te debo. Espero con ansia el libro publicado. Es muy distinto leer los textos que en manuscrito. Abrazos”. No volvimos a encontrarnos.

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