Laberinto
Eduardo Cruz Vázquez
En vista de los preparativos del viaje de José Emilio Pacheco a Colombia en el verano de 2004, el poeta y el agregado cultural iniciaron una cálida amistad epistolar. Este texto recupera sus mejores momentos
Como agregado cultural de la
embajada de México en Colombia entre junio de 2001 y agosto de 2005, si algo
disfruté fue organizar la visita de los exponentes de nuestra cultura. Tan
entrañable fue la de José Emilio Pacheco a mediados de junio de 2004 que generó
un breve pero intenso intercambio epistolar: mensajes que son cartas que
revelan desde las minucias del viaje, pasando por las angustias del
trotamundos, hasta emociones vitales al momento de teclear en la computadora.
Al recobrar de mis archivos
de ese tiempo colombiano los correos de José Emilio Pacheco (fluyeron del 18 de
marzo al 24 de agosto), no exagero al decir que siento su voz. Pocos tienen la
dicha de escribir como hablan, de ser leídos como si estuvieran de frente. Al
cabo de más de diez años después de esa temporada, a un año de su fallecimiento,
Berny —el apellido materno de José
Emilio Pacheco — aparece
lleno de intensidades y sabiduría.
Los
preparativos
Para la visita de José
Emilio se combinaron dos invitaciones: una de la Universidad Nacional
de Colombia, a través del escritor Fabio Jurado, con el fin de rendirle un
homenaje; la otra del Festival Internacional de Poesía de Medellín. Cuando
pactamos su estancia, aún no ganaba el Premio Pablo Neruda. Y cuando ocurrió el
fallo, resultó un privilegio que llegara a Colombia antes de recibir el
galardón.
En esos años de diplomacia
cultural conté con el apoyo de dos extraordinarias colombianas: Olga Beltrán y
Paola Cortés. A Paola le tocó velar por la infinidad de detalles que imponía el
periplo de José Emilio Pacheco.
El primer correo data del 18
de marzo de 2004. Lo pongo tal cual:
De:
berny1939@yahoo.com
A:
angol97@yahoo.com.mx
Querido
Eduardo:
Muchas
gracias por todo lo que has hecho, por la carta y por el mensaje electronico (sic). Perdona mi silencio pero no
habia (sic) recibido nada
hasta hoy.
Me
parece muy generoso el plan de Colombia. Lo unico (sic) es que no se (sic)
si a esta edad tendre (sic) fuerzas
para resistir el programa. Respecto a la conferencia, se me ocurre algo
respecto al encuentro de Bogota (sic)
de Tablada y el joven Pellicer en que se origina la vanguardia mexicana. Si es
de tu interes (sic) y de los
maestros de la universidad sigo adelante. En caso contrario buscare (sic) otro tema.
Te
escribo desde la
Universidad porque en la casa, si asi (sic) puede llamarse, no tengo aun Internet. No me se (sic) el numero (sic) de fax y del telefono (sic). Te llamo manana (sic) para saludarte y para
dartelo (sic). Perdona la
falta de acentos. Ignoro como (sic)
poner el teclado en espanol (sic),
Te
mando un gran abrazo con todo mi afecto
Jose
Emilio
Amarrar una agenda de visita
es una labor extenuante. José Emilio fue muy organizado.
Del correo del 3 de mayo
destaco estas palabras: “Todo me parece bien excepto las entrevistas. Detesto
las entrevistas y no quisiera tener atención ninguna sobre mi persona, por lo
demás bastante gris”. “Me parece terrible perder ante una grabadora lo único
que tenemos: nuestra manera de ordenar las palabras”.
Y del correo del 6 de mayo
lo siguiente: “Dile por favor a Paola que hago con ella lo que aquí llaman blind date y que si me acompaña
acepto con gusto hasta el martirio de las entrevistas.
“La emoción especial es que,
excepto la ceremonia inevitable en Chile, el viaje a Colombia será mi
despedida. Se acabaron las lecturas y presentaciones. Ya llegué (en junio) a la
tercera edad que es como el tercer mundo: la séptima o novena”.
Cierto, no tuve el cuidado
de conservar mis correos. Sin embargo, José Emilio me deslumbró con la cadencia
y el seguimiento en las comunicaciones. El 8 de mayo escribió: “Hice mal en
adelantarte mis justificables sentimientos de retirada. Son un buen deseo y,
como tal, no depende de mi voluntad. Pero no miento cuando te digo que llegué
tarde al mundo del espectáculo.
“No me gusta verme ni
escucharme. Estos dos factores, o mejor dicho sus contrarios, son
indispensables para moverse en el (sic).
Pero dime tu (sic) si alguien
puede negarse a lo que has organizado en Colombia”.
Los
tesoros
En esos meses de 2004, con
ayuda de mi querido amigo Marco Antonio Campos (hoy en día un extraordinario
“colombiólogo”), me di a la tarea de revisar mi pobre producción poética (fui
becario Salvador Novo del Centro Mexicano de Escritores en 1983). Por supuesto,
no resistí la idea de pedirle a José Emilio Pacheco su lectura y opiniones. Y
eso dio paso a una cauda se sentimientos, entre ellos transmitirle que me veía
como un viejo.
Al tenor, Berny me escribió
el 9 de mayo. “No sabes cuánto te agradezco esta amistad invisible (por
Internet y por teléfono). A lo mejor al vernos las caras no sabremos qué
decirnos”. “Yo cometí la estupidez de sentirme viejo a los 30 y ahora que de
verdad lo soy comprendo mi error ya irreparable”.
Al dialogar sobre el género
epistolar, llegó este bello mensaje el 14 de mayo:
La
carta poseía una intimidad que no puede alcanzar este nuevo medio. En tres
meses y medio no recibí ninguna. Esa emoción de la que hablas se perdió para
siempre. Nunca tuve talento para el género y, sin embargo, escribí muchísimas.
Nunca guardé copia. Lo aterrador es que muchas de ellas ahora están en los
archivos, no por mi (sic) sino
por las amigas y los amigos que se volvieron famosos. Es horrible que alguien
diga: “Estuve leyendo tus cartas en el fondo reservado de Donoso en Princeton”.
Nunca seguí el consejo de Churchill: “Jamás escribas una carta que te
avergonzaría ver publicada”.
Me
avergonzarían todas, no por lo que digo sino por su falta de vuelo literario.
El último gran corresponsal fue Octavio Paz. De las muchísimas cartas que me envió
hay (una) que apareció en Vuelta
acerca de Jorge Cuesta.
Gracias
por enviarme lo de Botero. Está muy bien.
Saludos
a Paola y un gran abrazo.
Flashes
entre Bogotá y Medellín
A su llegada al altiplano,
disfrutamos de un almuerzo con comida del Valle de Cauca, en el restaurante
Fulanitos de La
Candelaria. Recorrimos el barrio y los museos del Banco de la República. Me enteré
entonces de que había entregado al Banco su colección de grabados de Francisco
Toledo para su exhibición y resguardo. Así fue la generosidad de José Emilio
Pacheco.
Nuestro recordado escritor
se fajó bien con la agenda. Atendió todos sus compromisos, incluyendo numerosas
entrevistas. Paola lo recuerda agobiado por la gente en Medellín, amable y
discreto, y me cuenta al teléfono que al llegar a la ciudad de la eterna
primavera, al subir a su habitación de un céntrico hotel, tan pronto entró al
baño y abrió la llave... vino una fuga que de tan incontrolable los llevó a
salir corriendo a otro hotel de la ciudad.
De su andar bogotano, cómo
olvidar una compra callejera. Al caminar por la Zona
Rosa, rumbo a la emisora cultural HJCK, nos abordó un
vendedor de plumas. Con la musicalidad y rapidez que puede alcanzar un rolo al
hablar, le vendió una fabulosa Montblanc. Traté de persuadir a José Emilio. Fue
tal su emoción que no dudó en adquirirla. Pocas horas después, me la obsequió:
“La mandas a arreglar o le reclamas al vendedor”. Ni una ni otra cosa pude
hacer.
Esa tarde la fotógrafa
Indira Restrepo, en plena calle, disfrazó a José Emilio Pacheco. Convirtió su
saco en una suerte de gabán de detective, le puso lentes oscuros y tomó la
bella y enigmática imagen de un maestro que se rindió a todas las muestras de
cariño y admiración: una recepción en la embajada de Chile, una cena en una
tienda de antigüedades de La
Candelaria, una lectura ¡enorme! en la Casa de Poesía Silva...
Creo que Berny estuvo una
semana. Y para fortuna de los colombianos, regresaría en 2009.
Precioso texto para la Memoria de la Literatura Mexicana...
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