La Jornada
Javier Aranda Luna
Son muchos los retos en
cultura para este año que inicia. Sólo en fomento a la lectura el
desafío es mayor: no hemos aumentado ni medio punto porcentual los
niveles de lectura en una década, aunque del 2000 a la fecha los
presupuestos en materia de cultura se cuadruplicaron.
Para Néstor García Canclini tendrían que revisarse las formas de
medición de los hábitos culturales. En materia de lectura, por ejemplo,
más que estudiar la lectura habría que estudiar, nos dice, las
competencias lectoras: para qué se lee, en qué lugares e incluir la
lectura hecha en pantallas electrónicas y no sólo en papel. Tiene razón.Pero también es cierto que se incrementaron notablemente los recursos públicos para fomentar la lectura y los promedios de lectura, pero según varias mediciones han ofrecido los mismos resultados. Es decir: con más dinero se ha obtenido lo mismo.
Esos modelos de medición por lo demás han servido para calcular los niveles de lectura de otros países y frente a ellos somos un país de lectores precarios. Nos encontramos en los últimos lugares de graduación de la lectura.
Si sólo se pudieran aumentar los niveles de lectura en papel sería un gran logro. Tal vez por ello convendría revisar las políticas al respecto.
Subir a un portal catálogos de novedades y best sellers de grandes editores, ¿fomenta la lectura? ¿No bastan las páginas de esos mismos editores y de varias librerías mucho más actualizadas, funcionales y atractivas? ¿Quiénes son los responsables directos de los planes de fomento a la lectura y cuáles son sus criterios? ¿Cuál es la institución rectora en este asunto?¿La Secretaría de Educación Pública?
Más aún: ¿organizar entrevistas con funcionarios para hablar de asuntos políticos debe ser parte de la estrategia para impulsar la lectura? ¿Las editoriales públicas deben medir sus planes de promoción a la lectura por el número de ejemplares y títulos que tiran al año o por el número de nuevos lectores? ¿Requerimos actualmente de un Estado editor?
A veces me pregunto si no convendría mejor tener un Instituto del Libro con unas 30 personas para que se tenga una auténtica política pública en materia de fomento a la lectura.
Un instituto que sea una especie de ombudsman de los lectores para mantener ciertos estándares de calidad. Porque publicar más títulos y ejemplares, presentarlos, organizar entrevistas con sus autores, regalar algunos ejemplares a los periodistas para que los reseñen, aunque los libros no lleguen a las librerías y bibliotecas, no es, me parece, la mejor manera de alimentar el gusto por leer.
¿Se vale que se destinen más recursos públicos para editar libros con fotografías de las lápidas de Montparnasse o tesis donde se reproduzcan los anuncios dentales en la prensa mexicana?
A dos editores formidables, Fernando Benítez y Octavio Paz, los acusaron por publicar sólo a ciertos autores. Durante muchos años los consideraron mafiosos. La acusación fue injusta: como buenos lectores publicaron sólo lo que les gustaba con sus propios recursos. Sin duda los dos tuvieron aciertos y desaciertos, pero no con recursos públicos. A ninguno se le hubiera ocurrido editar el libro de las lápidas del panteón francés ni de la prensa dental.
Por lo demás, si uno revisa La cultura en México, México en la cultura, Plural y Vuelta podrá darse cuenta que dieron a conocer en nuestro país a buena parte de nuestros clásicos modernos: Rulfo, Pacheco, Monsiváis, Monterroso, Levi Strauss, Kundera.
Así animaron como pocos la mesa de la cultura. Mantuvieron muy buenos estándares de calidad en sus publicaciones. Prevaleció el gusto sobre la política.
Un Instituto del Libro podría impulsar más la lectura que la mera producción de libros. Muestra de que se puede son las ferias del libro de Hidalgo y Chihuahua, que no han dejado de crecer, y particularmente la Feria Internacional de la Lectura de Yucatán, que con más imaginación que recursos ha fomentado el gusto por la lectura. Creó hace tres años el Premio José Emilio Pacheco, se lo otorgaron a Elena Poniatowska antes de que se anunciara el Cervantes y este año se lo darán al gran novelista Fernando del Paso.
Si las políticas de fomento a la lectura han fallado, tal vez sea hora de cambiarlas. Si se siguen haciendo las mismas cosas sólo se obtendrán los mismos resultados.
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