Confabulario
Gerardo Bustamante Bermúdez
Entre el 25 y 26 de noviembre de 1995 murió el poeta y dramaturgo Abigael Bohórquez en la ciudad de Hermosillo, Sonora, víctima de un paro cardiaco; lo encontraron en su minúsculo departamento dos días después. El hombre al que “le duele el esqueleto cuanto escribe,/ cuando protesta y el poema echa humo” —como escribió Efraín Huerta al referirse a los temas y actitudes frente a la vida que tuvo el sonorense, nacido el 12 de marzo de 1936, en Caborca, Sonora, el mismo año del asesinato de Federico García Lorca—es en el panorama de la poesía mexicana una figura todavía anónima y pendiente de revisitar por lectores y críticos.
La poesía de Abigael Bohórquez, como nunca, cobra relevancia en la actualidad, pues en medio de un país sangrante, lleno de cadáveres, fosas y crímenes, hace falta su olvidada presencia. Leer al autor es recordarnos el tiempo cíclico de la desesperanza nacional, registrada en su poesía de los años setenta y ochenta. Bohórquez hizo una poesía comprometida, amorosa, desobediente, llena de sentimiento y sin dobleces. Cualquier antología poética comprometida con el tiempo y el hombre debería contemplar poemas como “Llanto por la muerte de un perro”, “Menú para el generalísimo” o “Acta de confirmación”, porque en ellos hay la urgencia por la denuncia sobre las condiciones adversas en América Latina y sobre la deshumanización del presente; Abigael habla sobre la dictaduras en Chile, Uruguay, Guatemala, Perú o Nicaragua, pero también de actos cotidianos, como la muerte de un perro a manos de otros perros más peligrosos, anónimos y que desencadenan el dolor social cuando asesinan, desaparecen, violan mujeres, estudiantes, niños y poetas bajo el estandarte del poder. La poesía de Bohórquez es un acto de desobediencia porque la palabra y la memoria se vuelven herramientas de defensa, por eso hay que regresar a su poesía para dialogar con el pasado. Al autor siempre le alcanza la voz para denunciar a través de la parodia al servilismo que se le da al dictador en turno: “lamento mucho por ahora/ que no podamos ofrecerle líder trufado,/ pero si usted quisiera/ consomé de minero ecuatoriano,/ un campesino al horno?”, rezan unos frescos versos del “Menú para el generalísimo”, poema que habla sobre un sujeto putrefacto que devora, consume la lucha y tiene a su disposición a hombres serviles que defienden sus intereses y asesinan.
Pero a la par que su poesía de temática social, Abigael Bohórquez trazó una poesía de temática homosexual en la que elabora sus recuerdos y dolores, sus experiencias sexuales, anhelos, pero también su memorias. Poemas memorables como “Crónica de Emmanuel”, “Primera ceremonia” o “Saudade” constituyen el canto dolido del poeta maduro que se exilia en la poesía como único resquicio para materializar su desesperanza: “Pensar que duermes y que, solamente/ por no morir de ti, de tu cintura,/ mi corazón: velero en andadura,/ remontaría el aire dulcemente”.
Abigael fue un poeta independiente y marginado, fue agresivo en su poesía frente al Estado mexicano siempre corrupto, siempre asesino; por eso no obtuvo premios destacados, esos son para los escritores mexicanos obedientes. Fue un gran maestro del lenguaje, de la poesía breve, pícara y sensual: “Dexó sus cabras el zagal y vino./ ¡Qué blanco,/ qué copioso/ y dul/ ce/ vino!”, enuncia en Digo lo que amo (1976), poemario en el que hace una explícita confesión amorosa, muy distinta de la intertextualidad que se advierte en Los placeres prohibidos (1931), del español Luis Cernuda.
La trascendencia del poeta siempre fue vertical; su grito de libertad lo hizo ser considerado un poeta de protesta, aunque podríamos decir también que fue un poeta que habló sobre temas que merecen ser atendidos con responsabilidad por la literatura. Uno de esos temas es el sida, pandemia viajera a la que el poeta le hace frente con su poesía cuando elabora un homenaje a los caídos, a los desterrados y rechazados. Poesida (1996) es un testamento de época. Al hablar por los infectados, el poeta les hace justicia, honra sus nombres a lo largo del poemario. En “Mural”, dice: “Siempre los vi morir de la otra muerte urbana./ Nunca de muerte natural./ Tal vez se acaban de beso en beso/ como en la vida, unos,/ cavando largos túneles de recuerdos vacíos,/ pensando sabe qué remordimientos/ de haber amado así”.
Abigael Bohórquez llega a vivir a Milpa Alta, a finales de los años sesenta, después de sentir cierto hartazgo del mundo literario que tanto lo rechazó. Hasta esa provincia del Distrito Federal llegaban a visitarlo figuras de la cultura nacional como Margarita Paz Paredes, Carmen de la Fuente, sus entrañables amigas; José Revueltas, Efraín Huerta, Dionisio Morales, Griselda Álvarez, Ofelia Guilmáin, Emilia Carranza, entre otros. En Milpa Alta formó dos grupos de poesía coral e incitó a varios jóvenes para que experimentaran el camino de la creación. También trabajó en el área de actividades culturales del IMSS, atendiendo a grupos de poesía coral y teatro.
El poeta y dramaturgo vivió siempre al lado de su madre, doña Sofía Bojórquez García, quien muere en agosto de 1980, en Chalco, Estado de México. Abigael Bohórquez se quedó solo a partir de entonces, pero doña Sofía permanece inmortalizada en poemas como “Madre, ya he crecido”, “Carta a Sofía desde ayer” y “Anécdota”, verdaderas elegías a los trabajos y penurias que pasaron juntos. Abigael Bohórquez sólo tuvo la poesía a su alcance para seguir hablando y entendiendo su mundo a partir del fallecimiento de su progenitora. Tuvo también a sus perros Aldebarán, Rosario y Oliverio, que lo acompañaron siempre.
Abigael Bohórquez murió en su diminuto departamento de Hermosillo. Quizás murió recordando aquellas viejas canciones que tanto lo acompañaron en sus parrandas: “La barca de Guaymas”, “Sonora querida” o “La borrachita”. Abigael Bohórquez, el poeta del norte, sigue hablando con su poesía siempre comprometida, cálida y humana. En tiempos tan aciagos resulta un referente imprescindible en el panorama de esos poetas que merecen una relectura y una revelación para los nuevos lectores y escritores de poesía.
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