Jornada Semanal
José Angel Leyva
En Revueltas vida y obra
funcionan como un todo orgánico, cada parte contribuye a la
realización de las otras que constituyen su necesidad de saber y de
ser. Su moral revolucionaria es también la del escritor que no claudica
ni ante sí mismo porque es, sobre todo, un hombre habitado de
preguntas más que de certidumbres y consignas, guiado siempre por el
amor al otro y a la vida. Tras la lectura de su reportaje “El sádico de
Tacuba”, publicado originalmente en El Popular, en 1942,
confirmo la estrecha relación de su escritura literaria con el
periodismo, pero sobre todo con una visión de la condición humana desde
una perspectiva no explícita y sí implícita del mal, más allá del
cuadro teórico marxista. Revueltas aborda el proceso judicial y las
investigaciones médicas en torno a Goyo Cárdenas, el estudiante de
química convertido en asesino serial, con un profesionalismo impecable,
sin emitir juicios ni opiniones, simplemente presentando el caso y las
disputas de los especialistas por imponer su razón y su diagnóstico.
Revueltas no hizo de este ejercicio periodístico
una pieza literaria, aun cuando la historia representa una tentación
para cualquier escritor de su estirpe, como lo hizo Truman Capote en A sangre fría.
Quedan sí, a la vista, su espíritu testimonial y la curiosidad por los
motivos que impulsan al hombre al asesinato. La pesquisa del reportero
y la experiencia carcelaria son fuentes directas del autor de una
literatura única no sólo en su generación, sino en las nuevas, que
comienzan a debatir acerca del periodismo narrativo o de la literatura
testimonial. Revueltas quiso distinguir a su narrativa como una
escritura del realismo social. Quizás por ello se la han escatimado
virtudes y reconocimientos que poco a poco emergen sin prejuicios.
La visión revueltiana envuelve el drama de la
libertad, el hombre cautivo en su imposibilidad de ser en la diferencia,
en el otro. En su libro El mal, Rudiger Safranski cita la
visión teológica y cósmica de Schelling: “Por medio de su libertad el
hombre puede convertirse en cómplice del Dios inacabado. El abismo en
Dios y el abismo del mal en la libertad humana están unidos entre sí
[…] la libertad incluye siempre la opción del mal.” Son frecuentes las
referencias bíblicas de Revueltas en cada una de sus novelas y sus
cuentos, sus adjetivaciones connotan siempre esa potencia sobrehumana y
antinatural, la cerrazón ante otra fe, otro pensamiento, una humanidad
distinta. Seres blindados en su razón o aislados en el dogma, como en
el cuento “Dios en la tierra”: “La población estaba cerrada con odio y
con piedras. Cerrada completamente como si sobre sus puertas y ventanas
se hubieran colocado lápidas enormes, sin dimensión de tan profundas,
de tan gruesas, de tan de Dios.” La compasión no tiene lugar en esa
determinación de venganza, de “justicia”. Los cristeros estacan vivo al
maestro que da agua a los soldados federales, lo encajan por la
entrepierna tirando de sus extremidades para que luzca como un
espantapájaros. “Todas las puertas cerradas en nombre de Dios.”
Safranski cita a Einstein cuando nos previene
acerca de la perversión de la ciencia, cuyo espíritu brota de la
capacidad humana para rebasar sus límites e intereses egoístas y
dirigir su mirada a la totalidad de la naturaleza a la cual pertenece.
Pero la ciencia traiciona ese espíritu cuando se pone al servicio de
fines egoístas y materiales, sin reconocer la dimensión del hombre
limitada en el tiempo y el espacio, como una entidad independiente que
no es otra cosa que una ilusión óptica de la conciencia. “Esta ilusión
es, para nosotros, una suerte de prisión, que limita nuestras
aspiraciones e inclinaciones a unas pocas personas cercanas a nosotros.
Es tarea nuestra liberarnos de esta prisión.” El universo narrativo de
Revueltas es también un presidio, un apando. Lo abyecto
sucede en ese ámbito oscuro de la conciencia, la sociedad vive entre
las paredes de su enajenación material, de su individualismo atroz que
se consagra en la desaparición del otro, en su negación o su
eliminación. Pero no sólo es la sociedad capitalista, lo es también la
experiencia del socialismo real, donde las masacres de opositores e
inadaptados no fueron menores y la crítica y el disenso fueron
tronchados con guadaña, como lo narra Víctor Serge en El caso Tulayev. Tarde o temprano, los inquisidores y victimarios pasaron a ocupar el lugar de sus víctimas.
Es poco probable que Revueltas haya leído a Hanna Arendt y hubiese reflexionado sobre la “banalidad del mal”. En su novela Los motivos de Caín
parece responder a esa perspectiva del mal desde la esfera de los
buenos. Revueltas nos coloca ante la tortura y la negación de los
derechos humanos por parte del Ejército de Estados Unidos durante la
guerra de Corea y el macartismo, encarnado en la más fiera y paranoica
persecución de los comunistas que representaban el demonio. Estaba pues
justificado degradar al enemigo como personas y como seres vivos.
Revueltas parece haber leído las noticias sobre los casos de tortura y
humillación de los cautivos musulmanes en Guantánamo. Ya no comunistas
sino terroristas, fundamentalistas, extraños, bárbaros.
El mejor ejemplo de esa perspectiva
periodístico-literaria y de banalización del mal se halla en el
epígrafe del cuento “Hegel y yo”: “Agente del Ministerio Público:…
y todavía no se contentó usted con la forma de haber dado muerte a su
víctima, sino que a puntapiés, es decir, a patadas, condujo la cabeza
del occiso hasta el basurero próximo… El Fut: Sí señor, cómo
lo había de negar yo. Así fue, tal como usted lo dice. Pero no lo hice
por mal, señor. Verdad de Dios que no lo hice por mal. ¿Cómo quería que
yo agarrara esa cabeza con las manos, cuantimás habiéndolo yo matado,
digo, siendo yo el autor de la muerte de ese occiso? No lo hice por
mal, señor… Agente del Ministerio Público: ¿Así que lo hizo por bien…? El Fut: Sí, señor, como todo mundo puede ver si lo mira en mi corazón. Lo hice por bien…
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