Jornada Semanal
Xabier F. Coronado
En nuestro tiempo se concibe la obra
literaria como una manifestación poética total, que abraza
simultáneamente formas aparentes como el poema, el teatro y la
narración.
Julio Cortázar
Julio Cortázar
La literatura es un
arte que mantiene en su seno familiar íntimas relaciones fraternales.
Hay poesía en la novela y narrativa en muchos poemas; en el teatro hay
fábula y algunos dramas están escritos en verso. Generalmente los
narradores muestran una vena lírica, aunque no sea su inclinación
manifiesta, y los poetas dejan su huella en cada línea que escriben sea
el formato que sea. En definitiva, muchas veces es la estructura lo
que determina, pero el texto literario cultiva en sí mismo todos los
géneros.
Un poema se puede percibir como la narración de una
historia, por ejemplo estos versos de Bukowski que, al leerlos, se
convierten en relato: “Hoy/ conocí a un genio en el tren/ como de 6
años de edad;/ se sentó a mi lado y/ mientras el tren/ avanzaba a lo
largo de la costa,/ llegamos hasta el océano./ Entonces él me miró y
dijo:/ ‘no es hermoso’./ Fue la primera vez/ que me percaté/ de ello.”
A su vez, también podemos declamar un texto en
prosa y los oyentes apreciarlo en hechura de estrofas y versos. Es
interesante hacer la prueba con el famosísimo capítulo 7 de Rayuela:
“Toco tu boca, con un dedo toco el borde de tu boca, voy dibujándola
como si saliera de mi mano, como si por primera vez tu boca se
entreabriera, y me basta cerrar los ojos para deshacerlo todo y
recomenzar, hago nacer cada vez la boca que deseo, la boca que mi mano
elige y te dibuja en la cara, una boca elegida entre todas.”
Rara vez un escritor se limita a cultivar un solo
género literario, aunque casi siempre hay una faceta de su trabajo que
lo identifica. Todos reconocemos a Cortázar por esa portentosa
construcción multiforme que es Rayuela; muchos, por sus
inquietantes cuentos donde los límites se diluyen dentro de un marco
esférico, inestable y perfecto; los menos lo aprecian por sus poemas
formales y su poesía amorosa, inquieta y expresiva. Lo cierto es que si
leemos los cientos de páginas del volumen IV de sus obras completas, Poesía y poética (Barcelona, 2005), no nos quedarán dudas sobre su indiscutible condición de poeta. Porque desde su infancia
Cortázar escribía poemas; sin embargo, de los
veinticinco libros que publicó apenas cuatro eran de versos. El primero
de todos estaba lleno de sonetos y el último es una recopilación de
poemas; en medio, una obra literaria singular y heterogénea donde nos
fue filtrando su poesía de diversas maneras.
Vida y obra
Escribir y respirar no son dos ritmos diferentes.
Julio Cortázar
Julio Cortázar
Cortázar tuvo una particular relación con los
géneros literarios. De niño la poesía le fluía como lenguaje propio:
“Una facilidad inquietante (no para mí, para mi madre que imaginaba
plagios disimulados) a la hora de escribir poemas perfectamente medidos
y de impecables rimas”; y a pesar de que poseía esa esencia lírica,
casi siempre encubrió su dimensión de poeta. De la etapa argentina nos
queda un libro de sonetos, Presencia (1938), que el autor firmó con el seudónimo de Julio Denis. En Europa publicó dos poemarios en diferentes épocas: Pameos y meopas (Barcelona, 1971), Le ragioni della collera (Roma, 1982), pero incluyó poemas en muchos otros libros donde también gustaba de escribir prosa poética, lo que llamaba prosemas.
Lo curioso es que Cortázar guardó durante décadas
escritos y apuntes tomados aquí y allá: “Poemas de bolsillo, de rato
libre en el café, de avión en plena noche, de hoteles incontables.” Al
final de su vida nos los dejó como regalo de despedida, recopilados en
un volumen cuajado de poemas, Salvo el crepúsculo (México, 1984), que toma su nombre de un haikú de Matsuo Basho: “Este camino/ ya nadie lo recorre/ salvo el crepúsculo.”
Este libro no es una autobiografía en formato de
antología poética –“recelo de lo autobiográfico, de lo antológico”–; se
trata del último experimento de Cortázar, “un discurso del no método”
sobre su manera de hacer poesía; una obra elaborada y organizada
siguiendo la intuición y la certeza que dieron al escritor sus años de
experiencia: “No aceptar otro orden que el de las afinidades, otra
cronología que la del corazón, otro horario que el de los encuentros a
deshora, los verdaderos.” El resultado es un volumen imprescindible
para conocer a Cortázar, donde los versos se alternan con textos en
prosa que son comentarios sobre su forma de construir el libro y las
sensaciones que, después del tiempo, le transmiten sus poemas; y a
pesar de que un amigo le decía, “todo plan de alternar poemas con
prosas es suicida”, el autor nos confiesa: “Sigo tercamente convencido
que poesía y prosa se potencian recíprocamente y que lecturas
alternadas no las agreden o derogan.”
De esta manera Cortázar trazó el círculo de su obra
literaria con comienzo y final poético. Una narrativa que recorre su
camino a fuerza de lenguaje, de palabras que abren y cierran eslabones
de historias y personajes que se concatenan; literatura pura, inquieta
en su forma, exploradora de territorios vírgenes, repleta de búsquedas y
encuentros, trasgresora y pionera.
Julio Cortázar también fue circular en su itinerario
vital: nació en 1914 Bruselas, en plena guerra europea: “Mi nacimiento
fue un producto del turismo y la diplomacia”; después de pasar por
Suiza y permanecer unos meses en Barcelona llegó con cuatro años a
Argentina. Vive su infancia y juventud en Buenos Aires, a los treinta y
siete años regresa a Europa y reside en París hasta su muerte, en
1984. De niño fue un lector compulsivo que intentó componer un poema
épico que relatara la historia del hombre sobre la Tierra. Maestro y
profesor de literatura en ciudades de provincia, a los veinticuatro
años publicó el ya referido poemario Presencia, y después sus primeros cuentos: “Llama al teléfono, Delia” (El despertar, octubre 1941) y “La bruja” (Correo Literario, 1944). En Los Anales de Buenos Aires,
revista literaria dirigida por Borges, aparecieron dos relatos: “Casa
tomada”, ilustrado por Norah Borges en 1946, y “Bestiario” (1947), que
tiempo después daría título a su primer libro de cuentos. También
publicó ensayos literarios, entre ellos un artículo sobre Rimbaud en la
revista Huella (1941); otro titulado “La urna griega en la poesía de John Keats” (Revista de Estudios Clásicos de la Universidad de Cuyo,
1946) y “Teoría del túnel”, un interesante trabajo donde manifiesta
que la narrativa debe fundir el surrealismo con el existencialismo y la
poesía con la prosa: “Una novela comportará la simbiosis de los modos
enunciativos y poéticos del idioma.”
En 1948 obtuvo el título de traductor público de
inglés y francés, y escribió dos novelas que no serían editadas hasta
después de su muerte: Divertimento y El examen (1986). En 1949 publicó Los reyes,
un poema dramático concebido como obra de teatro, que pasó
desapercibido en su época. En 1951 se instala en París, donde trabaja
como intérprete para la Unesco. Sus traducciones de obras literarias,
entre ellas textos de Poe, Gide y Chesterton, tienen la solvencia del
profesional y del escritor; esa maestría se comprueba tanto en el Robinson Crusoe, de Daniel Defoe, como en las inolvidables Memorias de Adriano, de Marguerite Yourcenar: “La traducción me parece fascinante como trabajo paraliterario o literario en segundo grado.”
Julio Cortázar fue un escritor prolífico y audaz. En su obra destacan los libros de relatos: Bestiario
(1951), ocho cuentos que contienen el germen de su mundo narrativo,
donde “por primera vez me sentí realmente seguro de lo que quería
decir”. En Final del juego (1956) encontramos un Cortázar “más maduro y exigente”, que ya llevaba cinco años de vida en París; Las armas secretas
(1959) incluye relatos como “El perseguidor”, un homenaje al
saxofonista Charly Parker, que es uno de los momentos cruciales de su
narrativa, y “Las babas del diablo”, que sirvió de base a Antonioni para
su película Blow-Up (1966). Siguieron Todos los fuegos el fuego (1966), Casa tomada (1969), Octaedro (1974) y Alguien que anda por ahí
(1977), que contiene “Apocalipsis en Solentiname”, relato de su
encuentro clandestino en Nicaragua con Ernesto Cardenal y Sergio
Ramírez. Con Queremos tanto a Glenda (1980) y Deshoras (1982) concluye una de sus facetas más geniales, la de cuentista.
Son bien conocidas las novelas que Cortázar publicó en vida: Los premios (1960), que fue escrita durante un viaje en barco de Europa a América; Rayuela (1963) y sus derivados, 62 Modelo para armar (1968), un experimento literario que tiene como eje articular un poema (“En la ciudad”) y La casilla de los Morelli (1973); por último, El libro de Manuel (1973), que desarrolla temas políticos y humanistas.
La obra de Cortázar nos sorprende con libros
experimentales, auténticas misceláneas que incluyen textos de todos los
géneros, imágenes fotográficas, pinturas y dibujos, que dejan
constancia de su lucha incansable por ensanchar la literatura, donde
trasgresión e innovación son punta de lanza. Entre otros podemos citar:
Historias de cronopios y de famas (1962); La vuelta al día en ochenta mundos (1967); Ceremonias (1968); Último round (1969); Viaje alrededor de una mesa (1970); Prosa del observatorio (1972); Fantomas contra los vampiros multinacionales, historieta publicada en el periódico Excélsior (1975); Silvalandia, con textos inspirados en dibujos de Julio Silva (1975); y Un tal Lucas (1979), conjunto de notas, poemas y apuntes de un alter ego del autor.
La responsabilidad del poeta
Hablo de la responsabilidad
del poeta, ese irresponsable por derecho propio, ese anarquista
enamorado de un orden solar y jamás del nuevo orden.
Julio Cortázar
Julio Cortázar
Julio Cortázar es un agitador literario que creó un
género propio lleno de experimentación y cargado de oficio. Según su
criterio, el escritor debe ser un explorador, una persona que va
delante abriendo brecha: “escritores que entiendan y vivan su tarea como
las máscaras de proa,/ adelantadas en la carrera de la nave,
recibiendo/ todo el viento y la sal de las espumas”; que ejerce de
investigador imaginativo y artesano del lenguaje, porque el verbo,
además de ser la materia que integra el cuerpo de la literatura, también
es la herramienta con la que hay que explorar y construir el universo
literario: “Ser escritor/ poeta/ novelista/ narrador/ es decir
ficcionante, imaginante, delirante,/ …/ quiere decir en primerísimo
lugar/ que el lenguaje es un medio, como siempre,/ pero este medio es
más que medio,/ es como mínimo tres cuartos./…/ y hay otra cosa, simple
y grave:/ no se conocen límites a la imaginación/ como no sean los del
verbo,/ lenguaje e invención son enemigos fraternales/ y de esa lucha
nace la literatura.” (Un tal Lucas)
Desde Presencia, su primer libro, Cortázar
comienza un camino literario donde late una dimensión poética que
mantiene el pulso a lo largo de un trayecto que culmina con la
publicación de Salvo el crepúsculo. El recorrido intermedio es
el viaje vital de un poeta comprometido, consigo mismo y con los
demás, como creador literario y persona social: “Para mí la poesía es
una piedra de afilar, prepara siempre alguna cosa para el combate de
adentro o de afuera.” Un camino que transita por estaciones que tomaron
forma de libro y no se sujetaron a un diseño establecido sino que
asumieron el riesgo de experimentar y construir. El resultado es una
serie de edificios únicos, en los que la arquitectura literaria se
reinventa gracias a la magia del maestro que domina a la perfección el
uso singular de las palabras.
En su obra siempre se vislumbra al poeta en busca
de versos que funcionen como puente entre realidades diversas, para ir
más allá de la percepción unívoca y hacer un mestizaje de lo evidente
con lo mágico, de lo rígido con lo voluble. En el centenario de su
nacimiento, Cortázar se mantiene a la vanguardia porque sus textos son
visiones que se cuelan en la estructura lineal del mundo previsible,
por un hueco que permite otros enfoques. Una apuesta clara por lo
natural frente a lo retórico, por lo marginal como anverso de lo
estrictamente profesional, por la improvisación y la ruptura frente al
aburrimiento de los esquemas comunes. En definitiva, la escritura con
factor de riesgo, un peligro real para la continuidad del orden
establecido.
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