Laberinto
Braulio Peralta
Octavio
Paz nos introduce al arte con la historia de la mano, de antes de la
Conquista, en la era colonial e independiente, hasta llegar a los
artistas contemporáneos. Discrimina: deja a un lado lo que no le
importa. En los dos tomos de sus Obras completas, Los privilegios de la vista,
se ocupa de discernir, objetar, historiar, conceptuar al arte en
relación con pasado y futuro. Sin pasado y futuro es impensable un arte
intemporal, eterno. Sin pasado y futuro el arte está condenado a un
presente, un pedazo de la historia del arte pero no arte que trascienda.
Esa es la importancia al leer y discutir estos libros.
Impresiona
que en el centenario de su nacimiento, en sus homenajes, se haya
omitido la necesaria discusión en torno a sus ensayos y poemas alrededor
del arte. Aparte de su poesía, en Los privilegios de la vista está
el verdadero descubrimiento de su obra, no en sus ensayos políticos que
tanto ruido y discrepancia causan. Paz se entrega como un investigador
sensible a la causa del arte y sus consecuencias estéticas. No lo hace
como el especialista del arte, lo hace con la sensibilidad del poeta que
se ocupa del arte, como lo hicieron escritores del valor de
Apollinaire, Mallarmé, Gertrude Stein, Beckett o Breton. Nunca fue
gratuita la relación entre la pintura y la escritura, como lo planteó
Baudelaire en sus escritos de arte en 1845.
Octavio
Paz hizo su “historia del arte”, en mil páginas, para ocuparse de
artistas universales y nacionales, para encontrar una correspondencia
entre el universo de la pintura y sus corrientes estéticas —y el caso
propiamente mexicano—. Un especialista podrá encontrar en estos libros
diversas teorías y razones por las que un poeta o escritor se ocupó de
ciertos pintores —digamos, los muralistas, pero no de sus
continuadores—. No tomó en cuenta las tendencias después de los
fundadores. Así fue con todo. El doctor Atl, sí, pero no Nahui Olin.
Edward Weston, obvio, pero Tina Modotti, descartada. Era implacable en
sus gustos, con o sin razón. Discriminaba. Se ocupaba, como él
escribe, “sin abdicar de nuestra razón, sin convertirla en servidora de
nuestros gustos más fatales y de nuestras inclinaciones menos
premeditadas”.
Hay
enormes diferencias entre los especialistas que escriben de arte, los
historiadores y los críticos, y los poetas y escritores.
Hay
incluso polémicas. Dicen muy bonito pero no dicen nada, se les crítica a
los escritores. Saben mucho pero no tienen sensibilidad, reviran los
poetas. Pleito académico y pleito poético. Los lectores escogen. Tamayo
dijo que nadie interpretó mejor su pintura que Octavio Paz. Diego Rivera
y Frida Kahlo no dirán lo mismo: las diferencias ideológicas no dejaban
pasar la simpatía entre el crítico y los pintores —ojo, sin que Paz
dejara de reconocer sus valores estéticos—. Paz no define, como los
críticos de arte: interpreta y sueña con la mirada los colores, los
deletrea, instinto contra cabeza, espontaneidad contra la terquedad del
pensamiento, leyenda sobre la historia… Los poetas ejercen una crítica
parcial, “la única válida”, escribía Baudelaire. Convierten a la pintura
en poesía o ensayo, alejados de la especialización concebida.
Quien
lea el poema de Paz “Decir: hacer” comprenderá lo que intento decir: el
arte es infinito, la palabra es infinita, pero el creador no será
eterno, su obra, sí: hay que asirlo a un pensamiento, a un tiempo y a un
lugar, hay que escribir de él para dejarlo reposar... Y volver a
interpretarlo para las nuevas generaciones. Los poetas saben de esto y
Octavio Paz hizo lo que tenía que hacer con Los privilegios de la vista.
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