domingo, 20 de julio de 2014

Crítica y arte de la inventiva

20/Julio/2014
Jornada Semanal
Adriana Cortés Koloffon


Julio Ortega (Perú, 1942), uno de los críticos más notables en el ámbito de las letras en lengua española, conversa acerca de Pedro Páramo, Carlos Fuentes, Octavio Paz, Bolaño y José Emilio Pacheco, además de otras pasiones literarias. Ha sido docente en prestigiosas universidades de Latinoamérica y Europa, y director del Departamento de Estudios Hispánicos en la Universidad de Brown. Miembro de la Academia Puertorriqueña de la Lengua, es autor, entre otros libros, de La contemplación y la fiesta sobre el boom, Arte de innovar, Taller de la escritura (conversaciones, encuentros y entrevistas) (Siglo XXI editores), Adiós Ayacucho y César Vallejo. La escritura del devenir.

–Como crítico, ¿qué le interesa de una obra?
–La parte de invención que tanto las formas como los temas exploran, abren, liberan y proyectan. Siempre he creído en una literatura capaz de renovar la tradición y de imaginar el porvenir.
–¿Cuál es, desde su perspectiva, la tendencia actual de la narrativa latinoamericana?
–Por mucho tiempo la identidad latinoamericana fue sustentada por las naciones, las razas, las ideologías, las clases sociales, los partidos políticos, los movimientos sociales, las migraciones. Más recientemente, nuestra identidad moderna, hecha del lenguaje del futuro, se debe a la cultura, donde nos reconocemos con mayor libertad creativa. La literatura latinoamericana nos libera del pasado y sus genealogías autoritarias para proyectarnos como una historia del futuro en construcción.
–¿Qué piensa acerca de las cartas inéditas de Carlos Fuentes?
–Fundamentalmente, las cartas entre Paz y Fuentes demuestran su extraordinaria amistad. Personal, empática, literaria, de lectores mutuos, hecha de confidencias, pero también públicas, llenas de protestas contra el sistema político mexicano, que Paz define como una casta burocrática, semejante al Estado soviético pero aún más eficaz en su control del Estado.
–¿Cómo sugiere leer a Octavio Paz?
–Hay muchos abordajes posibles de la obra de Paz, y el que yo he propuesto evita las pompas y el presupuesto nacional: en Madrid reuní un grupo de colegas que hablaron del Paz pasional, esto es, un Paz lector. De modo que una colega habló de Paz lector de Sor Juana, otra de Paz leyendo a Darío, alguien más de Paz lector de Buñuel, otra del Paz que lee y traduce a e.e. cummings y a William Carlos Williams, y alguien más de Paz y la lectura interactiva con Alejandro Rossi. Yo propuse reconstruir la Biblioteca de Octavio Paz, salvada del incendio de su piso, a partir de estas lecturas y de las muchas que faltan por hacerse. La conclusión fue que Paz leyó la modernidad internacional para hacernos hijos de la innovación y la inventiva.
–¿Qué crítica considera que hace Pedro Páramo del México postrevolucionario?
–En mi lectura, Pedro Páramo es la primera gran desconstrucción de la idea mexicana de nación. Es poderosamente alegórica: todos están muertos pero el mundo ideológico que esos personajes tributan sigue articulado y pasa por lo real. Creo que Rulfo nos demuestra el infierno de la ideología (en este caso la ideología católica tradicional) que nos devora con su pérdida del otro, que equivale a la pérdida del yo.
–¿Por qué dice en El arte de innovar que Terra Nostra es un verdadero palimpsesto hispánico?
Terra Nostra es una visión cultural de la tradición hispánica que se afirma en la metáfora del Escorial como mundo cerrado. Los latinoamericanos tenemos en la lengua española y en la tradición cultural vínculos fantasmáticos y agónicos con esa tradición. Gracias a la crítica que propicia la idea de lo moderno, hemos combatido, a veces con éxito, esos fantasmas poderosos. Por eso es un libro arqueológico: el edificio de la tradición es leído como una ruina.
–¿Qué opina sobre Estrella distante y Nocturno chileno, de Roberto Bolaño?
–Son novelas breves y brillantes que circulan el cielo nocturno de Chile con su lumbre crítica, con su ironía aguda, con sus historias de poderes y caídas. Bolaño parece exorcizar las penas y penurias de su país inventando un lenguaje narrativo que ofrece un manual de sobrevivencia y, de paso, da lecciones de vuelo y clases de natación para remontar las corrientes.
–José Emilio Pacheco era un gran admirador de Borges. ¿Encuentra vasos comunicantes en la obra de ambos?
–La escritura y la voz se funden en ambos como una sola materia emotiva e intelectual. Ambos fueron maestros en decir el verso como si fuera parte de la voz natural, como si la poesía fuese una forma de la respiración.
–¿Qué nos dice César Vallejo hoy?
–Vallejo escribió su poesía en tiempo futuro. Temprano, imaginó “una mañana eterna en que desayunaremos juntos”. Y al final de su vida escribió sobre la Guerra civil española: “Si la madre España cae –digo, es un decir– salid, niños del mundo; id a buscarla!” Esa futuridad, sin embargo, no está sino en el lenguaje: “Sólo la muerte morirá,” escribe, y, en efecto, la muerte muere en el poema. Con las palabras construyó un horizonte de futuro donde el sujeto redimido podría, humanamente, habitar.
–¿Cuál es el papel actual de la universidad en la enseñanza de la literatura?
–Nuestras universidades no deben incluir en sus programas “textos obligatorios” sino nuevos. Cuanto más recientes, mucho mejor, porque la lectura tiene que ofrecer a los estudiantes una dimensión de su tiempo vivo y actual. No se puede leer sólo a los clásicos, hay que leerlos contaminados de la vivencia de los tiempos presentes.
–¿Por qué dice que la literatura debe ser la prueba de nuestra sobrevivencia moral?
–Porque la claudicación de la mayoría de los discursos a los poderes del Estado y del mercado ha desamparado a la sociedad, que contaba con la cultura para recobrar su dignidad y su humanidad. La literatura, por lo mismo, debe ser consciente de que es el último discurso moral (responsable, capaz de devolver la palabra a los otros, sensible a la agonía diaria de los excluidos y los marginados), discurso entrañado en el sufrimiento contemporáneo.


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