Jornada Semanal
Adriana Cortés Koloffon
Julio Ortega (Perú, 1942), uno de los críticos más notables en el ámbito de las letras en lengua española, conversa acerca de Pedro Páramo,
Carlos Fuentes, Octavio Paz, Bolaño y José Emilio Pacheco, además de
otras pasiones literarias. Ha sido docente en prestigiosas
universidades de Latinoamérica y Europa, y director del Departamento de
Estudios Hispánicos en la Universidad de Brown. Miembro de la Academia
Puertorriqueña de la Lengua, es autor, entre otros libros, de La contemplación y la fiesta sobre el boom, Arte de innovar, Taller de la escritura (conversaciones, encuentros y entrevistas) (Siglo XXI editores), Adiós Ayacucho y César Vallejo. La escritura del devenir.
–Como crítico, ¿qué le interesa de una obra?
–La parte de invención que tanto las formas como
los temas exploran, abren, liberan y proyectan. Siempre he creído en una
literatura capaz de renovar la tradición y de imaginar el porvenir.
–¿Cuál es, desde su perspectiva, la tendencia actual de la narrativa latinoamericana?
–Por mucho tiempo la identidad latinoamericana fue
sustentada por las naciones, las razas, las ideologías, las clases
sociales, los partidos políticos, los movimientos sociales, las
migraciones. Más recientemente, nuestra identidad moderna, hecha del
lenguaje del futuro, se debe a la cultura, donde nos reconocemos con
mayor libertad creativa. La literatura latinoamericana nos libera del
pasado y sus genealogías autoritarias para proyectarnos como una
historia del futuro en construcción.
–¿Qué piensa acerca de las cartas inéditas de Carlos Fuentes?
–Fundamentalmente, las cartas entre Paz y Fuentes
demuestran su extraordinaria amistad. Personal, empática, literaria, de
lectores mutuos, hecha de confidencias, pero también públicas, llenas
de protestas contra el sistema político mexicano, que Paz define como
una casta burocrática, semejante al Estado soviético pero aún más
eficaz en su control del Estado.
–¿Cómo sugiere leer a Octavio Paz?
–Hay muchos abordajes posibles de la obra de Paz, y
el que yo he propuesto evita las pompas y el presupuesto nacional: en
Madrid reuní un grupo de colegas que hablaron del Paz pasional, esto es,
un Paz lector. De modo que una colega habló de Paz lector de Sor
Juana, otra de Paz leyendo a Darío, alguien más de Paz lector de
Buñuel, otra del Paz que lee y traduce a e.e. cummings y a William
Carlos Williams, y alguien más de Paz y la lectura interactiva con
Alejandro Rossi. Yo propuse reconstruir la Biblioteca de Octavio Paz,
salvada del incendio de su piso, a partir de estas lecturas y de las
muchas que faltan por hacerse. La conclusión fue que Paz leyó la
modernidad internacional para hacernos hijos de la innovación y la
inventiva.
–¿Qué crítica considera que hace Pedro Páramo del México postrevolucionario?
–En mi lectura, Pedro Páramo es la primera
gran desconstrucción de la idea mexicana de nación. Es poderosamente
alegórica: todos están muertos pero el mundo ideológico que esos
personajes tributan sigue articulado y pasa por lo real. Creo que Rulfo
nos demuestra el infierno de la ideología (en este caso la ideología
católica tradicional) que nos devora con su pérdida del otro, que
equivale a la pérdida del yo.
–¿Por qué dice en El arte de innovar que Terra Nostra es un verdadero palimpsesto hispánico?
–Terra Nostra es una visión cultural de la
tradición hispánica que se afirma en la metáfora del Escorial como
mundo cerrado. Los latinoamericanos tenemos en la lengua española y en
la tradición cultural vínculos fantasmáticos y agónicos con esa
tradición. Gracias a la crítica que propicia la idea de lo moderno,
hemos combatido, a veces con éxito, esos fantasmas poderosos. Por eso
es un libro arqueológico: el edificio de la tradición es leído como una
ruina.
–¿Qué opina sobre Estrella distante y Nocturno chileno, de Roberto Bolaño?
–Son novelas breves y brillantes que circulan el
cielo nocturno de Chile con su lumbre crítica, con su ironía aguda, con
sus historias de poderes y caídas. Bolaño parece exorcizar las penas y
penurias de su país inventando un lenguaje narrativo que ofrece un
manual de sobrevivencia y, de paso, da lecciones de vuelo y clases de
natación para remontar las corrientes.
–José Emilio Pacheco era un gran admirador de Borges. ¿Encuentra vasos comunicantes en la obra de ambos?
–La escritura y la voz se funden en ambos como una
sola materia emotiva e intelectual. Ambos fueron maestros en decir el
verso como si fuera parte de la voz natural, como si la poesía fuese una
forma de la respiración.
–¿Qué nos dice César Vallejo hoy?
–Vallejo escribió su poesía en tiempo futuro.
Temprano, imaginó “una mañana eterna en que desayunaremos juntos”. Y al
final de su vida escribió sobre la Guerra civil española: “Si la madre
España cae –digo, es un decir– salid, niños del mundo; id a buscarla!”
Esa futuridad, sin embargo, no está sino en el lenguaje: “Sólo la
muerte morirá,” escribe, y, en efecto, la muerte muere en el poema. Con
las palabras construyó un horizonte de futuro donde el sujeto redimido
podría, humanamente, habitar.
–¿Cuál es el papel actual de la universidad en la enseñanza de la literatura?
–Nuestras universidades no deben incluir en sus
programas “textos obligatorios” sino nuevos. Cuanto más recientes,
mucho mejor, porque la lectura tiene que ofrecer a los estudiantes una
dimensión de su tiempo vivo y actual. No se puede leer sólo a los
clásicos, hay que leerlos contaminados de la vivencia de los tiempos
presentes.
–¿Por qué dice que la literatura debe ser la prueba de nuestra sobrevivencia moral?
–Porque la claudicación de la mayoría de los
discursos a los poderes del Estado y del mercado ha desamparado a la
sociedad, que contaba con la cultura para recobrar su dignidad y su
humanidad. La literatura, por lo mismo, debe ser consciente de que es
el último discurso moral (responsable, capaz de devolver la palabra a
los otros, sensible a la agonía diaria de los excluidos y los
marginados), discurso entrañado en el sufrimiento contemporáneo.
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