Laberinto
Heriberto Yépez
Los
libros se convirtieron en coleccionismo. Muchos libros están agotados y
solo reaparecen en librerías de viejo, más caros que nunca.
Esas
obras deberían reeditarse, y esas primeras ediciones circular en
librerías de segunda para lectores sin dinero. Pero el Estado y las
editoriales prefieren emitir novedades para evitar el peligro de la
memoria.
El
fracaso de la industria bibliográfica es su éxito en conseguir que
tanta novedad insulsa haya desvanecido el recuerdo de tantos libros
importantes.
Los
libros más necesarios del pasado son objetos de colección para unos
cuantos; los que debieran ser nuevos libros clásicos son hoy viejos
libros escasos.
Una
puerta de escape son los pdfs. Conozco muchos coleccionistas de pdfs.
Pero pocos leen en ese formato; a lo mucho se revisan unos segundos
antes de ser sepultados en el disco duro, a menos que sea un docente que
los envía a estudiantes que los medio abren.
Los
pdfs acostumbran a considerar al libro como un archivo electrónico más
(solemne). Debido a Internet, al libro se le ve como obsoleto o
nostálgico.
Quienes lo coleccionan, sobre todo, son lectores sobrevivientes; para las nuevas generaciones, el libro es el e-book y no se le hojea, sino que se le hace una búsqueda o escrolea.
Esto ocurrió porque a estas poblaciones no se les permitió tener suficientes y grandes libros.
Los e-books no son el futuro del libro sino su pasado. Son un residuo pantomímico del libro.
El
libro de papel no desaparecerá. Será archivado, coleccionado,
consultado. Será la evidencia física de que un promisorio proyecto fue
interrumpido.
Las xerox que ni grapa reciben, los e-books
y los pdfs simulan continuar o actualizar la misión histórica del
libro. Pero más bien son un sabotaje, que resulta casi imperceptible
porque muchos creen que una nueva tecnología naturalmente guía a un
mejor futuro.
Pero a las nuevas tecnologías hay que educarlas, como a los humanos, porque si solo se les usa, se vuelven criminales.
Justo
cuando nos acercábamos a los muchos libros para muchas personas en
muchos sitios, la sociedad impidió que el libro diera ese paso e hizo
pasar al libro virtual como el siguiente escalón, cuando, en realidad,
fue una zancadilla.
Lectores
hay muchos en Internet. Pero el lector de libros es otro tipo de
lector, más inteligente y heterodoxo, porque la mayoría de los que hay
en Internet es convencional y light. En Internet, aun un best seller resulta demasiado.
El
lector es un sobreviviente. Pero incluso muchos que leían libros,
después de Internet han visto su hábito debilitado, en cantidad o
calidad.
Un
desasosiego ya asoma. Hace veinte años Internet era lo nuevo, alterno y
emocionante; hoy es lo rutinario, oficial y aplanado.
Internet empujó la crisis del libro. ¿Será que ambos caducarán juntos?
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