Confabulario
Emiliano Delgadillo Martínez
No habrá ningún alivio para los que olvidaron que eran hombres
Emilio Prados
El pasado 5 de junio se inauguró la exposición “Efraín Huerta: un poeta del alba, cien años”, en la Galería Luis Cardoza y Aragón del Centro Cultural Bella Época, en la ciudad de México. Allí se exhibe un ejemplar de la revista valenciana Nueva Cultura que contiene el poema “Los hombres del alba” de Efraín Huerta. Hasta la fecha desconocíamos que este poema —uno de los más celebrados por sus lectores— había sido publicado por separado y previamente. El subtítulo del ejemplar dice: “Bajo el signo de México”, y corresponde al número dedicado a nuestro país (triple número, junio-julio-agosto, 1937). En el editorial leemos:
“Bajo el signo de México, la gran nación hermana de América, aparece este número extraordinario de Nueva Cultura.
“Hombres representativos del México de hoy —animado de un magnífico espíritu de creación—, descendientes del México milenario, descendientes también de nuestra vieja NUEVA ESPAÑA rinden en nuestras páginas homenaje fervoroso y cordial a esta ESPAÑA NUEVA que nuestro pueblo está forjando con heroísmo y abnegación que habrán de resultar históricamente ejemplares [...]
“Hoy queremos subrayar solamente, de manera específica, nuestro reconocimiento entrañable al pueblo mejicano que con tan fina sensibilidad civil ha sabido captar el hondo significado de nuestra lucha, lanzando a los cuatro vientos el grito de solidaridad y proclamando con decisión ante los círculos diplomáticos de la vieja Europa el único camino a seguir frente a la amenaza universal del fascismo [...]”
La revista Nueva Cultura decidió publicar una parte sustancial de los materiales literarios y artísticos de los delegados mexicanos que asistieron al Congreso Internacional de Escritores para la Defensa de la Cultura, celebrado en Valencia, Madrid, Barcelona y París: Octavio Paz, Carlos Pellicer, José Mancisidor, Silvestre Revueltas y Juan de la Cabada conformaban la delegación mexicana. También asistieron José Chávez Morado, Fernando Gamboa, Susana Steel, María Luisa Vera y Elena Garro. No es difícil imaginar que Octavio Paz llevaba entre sus papeles el poema de su amigo, y quizás alguno más: ¿“La traición general”, “Declaración de odio”, “Ellos están aquí”?
A la historia del poema en Valencia le antecede otra historia de la que tampoco teníamos noticia: un momentáneo extravío del poema. Gracias a la investigación de Cynthia Briones (El testimonio histórico en la vida y la producción intelectual de Efraín Huerta, 1914-1982, Universidad de Guanajuato, 2012) pude localizar las cartas de Efraín Huerta a Mireya Bravo: “He perdido ‘Los hombres del alba’, poema. Y estoy casi idiotizado por la pérdida. No lograré en mucho tiempo hacer algo mejor. ¿Crees prudente que publique un libro para fin de año?” (foja manuscrita y membretada con el nombre del poeta, sin fecha); “volvía del periódico, triste, sin un céntimo en el bolsillo; pensando, planeando escribir. Arreglé algunos papeles y, de entre un libro sin importancia, ¡surgieron los dos poemas perdidos!: ¡’Aquí están ellos’ y ‘Los hombres del alba’! / ¡Alegría! ¡Alegría! Y a escribirte la gran noticia. Pero me temo que esta semana la pasaré en la miseria” (carta fechada el 16 de junio, sin año).
Debido a que ambas cartas fueron escritas en el mismo tipo de hojas con la rúbrica de Efraín Huerta como membrete, así como a la coincidencia de la caligrafía, y aun de la tinta, podemos afirmar que fueron escritas en un período relativamente corto, hacia junio de 1937 (no puede ser junio del 36 porque para entonces Huerta no trabajaba en ningún periódico; las fechas de composición de los poemas “Los hombres del alba” y “Aquí están ellos”, a su vez, son posteriores al quiebre poético de Huerta: “Declaración de odio”, concluido el 8 de diciembre de 1936). En virtud de que “Los hombres del alba” reapareció en las primeras horas del 16 de junio (“2 de la mañana”), Efraín Huerta pudo entregarle una copia a Octavio Paz, antes de su partida rumbo a Nueva York, en donde se embarcaría hacia Europa. Sin embargo, no sabemos en dónde estaba Octavio Paz el 16 de junio, si en México o en Monterrey (Guillermo Sheridan,en Poeta con paisaje. Ensayos sobre la vida de Octavio Paz, señala por un lado que el “16 de junio continúan en la prensa las discusiones sobre los participantes”, pero por otro añade que, el mismo 16 de junio, El Nacional publicó un anuncio en donde se informa que “hoy saldrán a Europa por vía de Nueva York los delegados”. Para complicar más el asunto, apunta que Octavio Paz y la delegación mexicana arribaron “a Monterrey el 15 de junio, y a Nueva York el 21”). Es posible asimismo que Huerta se lo haya enviado a Paz en una misiva ansiosa de hallar a su destinatario. Sea como fuere, “Los hombres del alba” llegó a España y apareció finalmente en la revista valenciana Nueva Cultura en el número dedicado a México, al lado de la “Elegía a Simón Bolívar” de Carlos Pellicer.
No está de más recordar que a Rafael Alberti, a Serrano Plaja y a Neruda “no les pareció que ninguno de los escritores de la Liga de Escritores y Artistas Revolucionarios (LEAR) fuese realmente representativo de la literatura mexicana de esos días” de modo que, como nos cuenta Octavio Paz en Itinerario, invitaron finalmente “a un poeta conocido y a uno joven, ambos amigos de la causa y ambos sin partido: Carlos Pellicer y yo”. Además, Octavio Paz fue invitado a Valencia porque para entonces ya era un gran poeta: su poema de protesta “¡No pasarán! ” había causado cierto revuelo internacional, sobre todo por aparecer al comienzo de la Guerra Civil. Para enero de 1937, Paz terminó de imprimir el magnífico cuadernillo Raíz del hombre, libro que no dudó en enviar a diversos escritores, entre quienes se encontraba, precisamente, Pablo Neruda. Efraín Huerta estuvo a punto de asistir al Congreso, aun sin invitación. En carta a Mireya Bravo del 21 de mayo de 1937, leemos: “Económicamente, estoy muy mal; indeciso en varias cosas, como la de la ida a España. ¡Ese Neruda es desesperante!” (tres fojas manuscritas, 20 y 21 de mayo de 1937). No sabemos si finalmente hubo alguna respuesta. En todo caso, la invitación que sí llegó fue la de Octavio Paz, aunque en realidad sufrió un periplo: Paz estaba en Yucatán y el cubano Juan Marinello, “el encargado de estos asuntos en la LEAR”, le había mandado la invitación por barco para que no llegara a tiempo. Aun sabiendo que podía costarle el viaje a Valencia, Huerta encontró la manera de avisarle a Paz que estaba invitado al Congreso. Gracias a ello, Octavio Paz y Carlos Pellicer pudieron asistir. Aunque en las vísperas de la partida, Huerta sigue apareciendo como asistente de la LEAR al Congreso, en las cartas de esas fechas no hay mención del asunto, salvo la del “Neruda desesperante”, por lo menos en las que he consultado. No dejo de preguntarme si José Mancisidor habrá castigado a Efraín Huerta por provocar que su amigo Octavio Paz —señalado por los “duros” de la izquierda como trotskista— fuera finalmente uno de los representantes en Valencia. Que el excelente poema “Los hombres del alba”, después de su extravío desasosegante, haya visto la luz en la España en guerra, debemos entenderlo como el humilde agradecimiento de Octavio Paz al gesto de Efraín Huerta. (La versión de “Los hombres del alba” de Nueva Cultura, por cierto, solamente difiere de la versión de Géminis de 1944 en mínimos cambios ortográficos. En la nota al pie de su firma leemos: “Joven poeta mexicano, militante de la LEAR y de la JSU. Forma parte de la última generación de poetas mexicanos conmovidos por lo social”.) Si el viaje de Paz a España fue crucial en su trayectoria poética e intelectual, el poema de Huerta tiene una mínima participación en el asunto.
Mientras se formaba el triple número de la revista Nueva Cultura, a principios de agosto de 1937, Octavio Paz leyó su “Noticia de la poesía mexicana contemporánea” (publicada en el tomo XIII de sus Obras completas) en el Ateneo Popular de Valencia (o Casa de la Cultura). Al final, Paz dijo: “Los poemas que voy a leer a continuación representan la evolución poética de mi generación; en ellos, con las inevitables limitaciones de mi voz, podéis contemplar el proceso de la juventud que nace a la vida de mi país”. En realidad no sabemos qué poemas leyó Octavio Paz pero quiero pensar que uno de ellos fue, en definitiva, “Los hombres del alba”, como fiel ejemplo de lo que había explicado allí mismo en su “Noticia”: “Si la generación anterior a la nuestra pretendió y obtuvo un hombre desdichada y cruelmente fragmentado, roto, nosotros anhelamos un hombre que, de su propia ceniza, revolucionariamente, de su propia angustia, renazca cada día más vivo, más iluminadamente angustiado”. Así lo leemos en el poema de Huerta: “Sé que ellos construyen con sus huesos / un sereno monumento a la angustia”.
Continúa Paz su reflexión: “Pretendemos plantear, poéticamente, es decir humanamente, con todas sus consecuencias, el drama del hombre de hoy, ignorantes si ese drama es el mismo de hace siglos, pero seguros del sentido salvador de ese drama, seguros de nuestra fidelidad al destino, a nuestro destino”. Este es el corazón de la idea de “Los hombres del alba”, en donde los hombres de hoy son retratados en el seno de su tragedia:
Y después, aquí, en el oscuro seno del río más oscuro,
en lo más hondo y verde de la vieja ciudad,
estos hombres tatuados: ojos como diamantes,
bruscas bocas de odio más insomnio,
algunas rosas o azucenas en las manos
y una desesperante ráfaga de sudor…
pero iluminados siempre por el mito auroral: el nuevo día en que la tragedia deje de ser tragedia por el curso “natural” de la historia. Para Efraín Huerta, como para Paz, los hombres de hoy renacerán y se levantarán como los hombres del mañana porque:
Ellos hablan del día. Del día,
que no les pertenece, en que no se pertenecen,
en que son más esclavos; del día,
en que no hay más camino
que un prolongado silencio
o una definitiva rebelión.
Que el poema “Los hombres del alba” se haya publicado en Nueva Cultura es más que significativo, tanto por el desconocido lazo entre el poema y la península en guerra, como por el sincero mensaje de admiración y de solidaridad que recibieron los poetas de “la España leal”, para decirlo con Paz, muchos de los cuales, todavía sin saberlo, iban a ser colaboradores de Taller. ¿Alguien habrá celebrado el poema? ¿Alguien lo habrá repetido en el frente? Si alguno de los mencionados por Huerta en su estridente poema “La traición general” llegó a leer “Los hombres del alba” debió de darse cuenta de que ese “joven poeta mexicano”, verdaderamente desconocido para ellos, no sólo los tenía presentes, sino que los conocía y los admiraba, pues Huerta había leído apasionadamente sus publicaciones: Octubre, Hoja literaria, Caballo Verde para la Poesía, Hora de España:
Alberti, Pla y Beltrán, Manuel Altolaguirre,
Gil-Albert, Rosa Chacel, Raúl González Tuñón,
Serrano Plaja y otros notifican al mundo
que la sangre es autora de las albas perfectas.
(“La traición general”)
Los versos de “Los hombres del alba” están hermanados con los de la poesía de este grupo, no sólo porque para entonces Huerta ya tenía parcialmente leída la obra de los poetas mencionados, sino porque junto con ellos Huerta confluía en la estética de la experiencia poética. Todos ellos debieron de leer como sentido homenaje a Raúl González Tuñón el último verso de “Los hombres del alba”: “y el corazón blindado”.
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