Letras Libres
Guillermo Sheridan
Paz narró que los primeros versos de Piedra de sol(1957) le fueron literalmente dictados. En un estado casi sonámbulo (en el más extraño hierofante que ha tenido la Musa: un taxi neoyorquino) escuchó los versos que fluían sin esfuerzo y en endecasílabos.
El poder de la imagen titular, piedra de sol, radica en que hace comulgar al cielo y a la tierra; símbolo de que todo está en todo, principio gnóstico que Paz abraza. Esta analogía entre el sol y la piedra toma como intermediario algo que vibra entre ellos como un mensajero, una de las imágenes talismán de Paz: el árbol de agua.
La forma concreta del árbol de agua es el surtidor que enlaza al arriba al abajo como otros símbolos del axis mundi: la escala, la columna y el árbol mismo. Ese surtidor, omnipresente en el sistema simbólico de Paz, tiene su propia tradición. El más famoso quizás sea aquel que Novalis describe en la primera visión de Heinrich von Ofterdingen: “Miró una caverna de la que emanaba un relámpago de viva claridad, y al entrar vio un poderoso surtidor de agua [Springquell] que se elevaba hacia la bóveda, se pulverizaba en gotas luminosas y volvía al estanque, dorando las paredes.”
La voz que dictó los versos conocía bien a su destinatario. El surtidor como “árbol de cristal” estaba activo en su imaginación de tiempo atrás, esperando el momento de ascender a poema (igual que “piedra de sol”, primer título de “Fuente”, poema de 1949 que apareció como tal en Botteghe Oscure, la legendaria revista romana, en 1955, y luego volvió a su estado latente).
En febrero de 1953, Paz había escrito una primera versión de otro poema, “El río”, que envió por carta a Jean-Clarence Lambert (¡la relevancia de los archivos!). Atribulado, está escrito –le dice en otra carta– en tiempos de “asco, cansancio, miedo”. Y como en otros poemas del periodo, ese horror se resuelve en una plegaria ascendente: el poeta desea que la noche vuelta sobre sí misma muestre sus entrañas de oro ardiendo (como la caverna de Novalis), y que el agua muestre su corazón [...], un árbol de cristal que el viento desarraiga. De concedérsele ese don, podría oponer una piedra de sol contra la noche de piedra.
El surtidor no requiere mayor exégesis: es un objeto con el poema incluido. Imagen del espíritu, paliativo del alma seca (Jung), anhelo de purificación, imagen del deseo y la fertilidad. Curioso que el dictado anotase árboles contradictorios, el sauce y el chopo. Los dos son chorros de clorofila, pero más el chopo, que es como Paz llama al álamo negro (Populus nigra).
Y sin embargo, como esa versión de “El río” está firmada ahí, se infiere que la ciudad del poema es Ginebra, que el río es el Ródano y que el árbol de agua es el Jet d’Eau, inverosímil surtidor, catarata invertida, río vertical de ciento cincuenta metros visible desde toda la ciudad. Y Paz lo veía de cerca, pues su oficina en el quai President Wilson estaba frente al lago. Y aquella tarde de invierno de 1953 habrá salido rumbo a su departamento, a distancia caminable, y, al cruzar el puente donde se unen el río que se curva y el lago, habrá mirado, con cotidiano y renovado estupor, el árbol de agua en danza con el viento.
Es un pequeño detalle, ancilar y casi irrelevante: en Piedra de sol el río es todos los ríos, la ciudad todas las ciudades y el árbol de agua el que todos percibimos, a veces, eternamente ascendiendo y desplomándose. ~
El poder de la imagen titular, piedra de sol, radica en que hace comulgar al cielo y a la tierra; símbolo de que todo está en todo, principio gnóstico que Paz abraza. Esta analogía entre el sol y la piedra toma como intermediario algo que vibra entre ellos como un mensajero, una de las imágenes talismán de Paz: el árbol de agua.
La forma concreta del árbol de agua es el surtidor que enlaza al arriba al abajo como otros símbolos del axis mundi: la escala, la columna y el árbol mismo. Ese surtidor, omnipresente en el sistema simbólico de Paz, tiene su propia tradición. El más famoso quizás sea aquel que Novalis describe en la primera visión de Heinrich von Ofterdingen: “Miró una caverna de la que emanaba un relámpago de viva claridad, y al entrar vio un poderoso surtidor de agua [Springquell] que se elevaba hacia la bóveda, se pulverizaba en gotas luminosas y volvía al estanque, dorando las paredes.”
La voz que dictó los versos conocía bien a su destinatario. El surtidor como “árbol de cristal” estaba activo en su imaginación de tiempo atrás, esperando el momento de ascender a poema (igual que “piedra de sol”, primer título de “Fuente”, poema de 1949 que apareció como tal en Botteghe Oscure, la legendaria revista romana, en 1955, y luego volvió a su estado latente).
En febrero de 1953, Paz había escrito una primera versión de otro poema, “El río”, que envió por carta a Jean-Clarence Lambert (¡la relevancia de los archivos!). Atribulado, está escrito –le dice en otra carta– en tiempos de “asco, cansancio, miedo”. Y como en otros poemas del periodo, ese horror se resuelve en una plegaria ascendente: el poeta desea que la noche vuelta sobre sí misma muestre sus entrañas de oro ardiendo (como la caverna de Novalis), y que el agua muestre su corazón [...], un árbol de cristal que el viento desarraiga. De concedérsele ese don, podría oponer una piedra de sol contra la noche de piedra.
El surtidor no requiere mayor exégesis: es un objeto con el poema incluido. Imagen del espíritu, paliativo del alma seca (Jung), anhelo de purificación, imagen del deseo y la fertilidad. Curioso que el dictado anotase árboles contradictorios, el sauce y el chopo. Los dos son chorros de clorofila, pero más el chopo, que es como Paz llama al álamo negro (Populus nigra).
Y sin embargo, como esa versión de “El río” está firmada ahí, se infiere que la ciudad del poema es Ginebra, que el río es el Ródano y que el árbol de agua es el Jet d’Eau, inverosímil surtidor, catarata invertida, río vertical de ciento cincuenta metros visible desde toda la ciudad. Y Paz lo veía de cerca, pues su oficina en el quai President Wilson estaba frente al lago. Y aquella tarde de invierno de 1953 habrá salido rumbo a su departamento, a distancia caminable, y, al cruzar el puente donde se unen el río que se curva y el lago, habrá mirado, con cotidiano y renovado estupor, el árbol de agua en danza con el viento.
Es un pequeño detalle, ancilar y casi irrelevante: en Piedra de sol el río es todos los ríos, la ciudad todas las ciudades y el árbol de agua el que todos percibimos, a veces, eternamente ascendiendo y desplomándose. ~
No hay comentarios:
Publicar un comentario