Jornada Semanal
Felipe Garrido
En 1950, en el patio de
su casa –en Guadalajara no había galerías–, Emmanuel Carballo, que
tenía veintiún años, montó lo que él llamó la primera exposición de
escultura abstracta en el país. Fue acusado de ser agente de la cia y de
socavar la identidad nacional, pero él sabía que apuntaba hacia el
futuro y que el arte abstracto era un territorio del que no tenían por
qué verse excluidos los mexicanos –el caso lo pinta de cuerpo entero.
El país estaba aún empantanado en la trifulca entre
el arte cosmopolita y el arte nacionalista–realista-socialista que lo
agitaba desde los años veinte. Aquella vez, como en su primera gran
empresa cultural –la revista Ariel, un año antes–, Carballo no
se equivocó. (Cuando erraba lo hacía con la misma contundencia con que
solía acertar.) Tampoco se equivocó, ya trasplantado a México, cuando,
desde la Revista Mexicana de Literatura –que dirigía, con Carlos Fuentes–, en un artículo clave, “Rulfo y Arreola, cuentistas”, clausuró el pugilato anunciado: Rulfo nacionalista versus Arreola cosmopolita,
decían oficiosos jaladores. Carballo, que había leído con los ojos
abiertos, dejó asentado que el enfrentamiento era estéril: uno y otro
coincidían en donde importa, en el terreno de lo bien hecho.
Poeta, cuentista, maestro, periodista,
investigador, promotor de la cultura, editor, conferenciante eminente,
Carballo acrecentó su erudición –que él minimizaba–, su olfato, su
honestidad y su intransigencia hasta convertirse en uno de los más
sólidos pilares de nuestra cultura como historiador y crítico de lo que
se ha escrito en México, y en otros lugares. Cuanto he dicho –de
pronto me doy cuenta– deja de lado lo más importante: Carballo fue un
hombre enamorado, vital, curioso, chismoso, irreverente, provocador,
combativo más allá de las palabras; fue también un amigo generoso.
Carballo sabía que la literatura es vida.
Ahora que comienzo a verlo en la perspectiva de una
vida cumplida siento que tres libros impresos hace diez años, a mitad
de 2004, se suman para darnos una imagen de este personaje
imprescindible en nuestra cultura. Emmanuel Carballo: protagonista de la literatura mexicana,
una colección de ensayos y entrevistas de diversos autores, recogidos
por Rogelio Reyes Reyes y publicados por la Universidad Autónoma de
Nuevo León; Ensayos selectos, un puñado de estudios y
entrevistas de Carballo, elegidos y prologados por Juan Domingo
Argüelles y editados por la Universidad Nacional Autónoma de México; y Ya nada es igual,
memorias de 1929 a 1953, los veinticuatro años tapatíos de Carballo,
antes de mudarse a México –las publicó inicialmente Ediciones de la
Noche, en Guadalajara, y en la actualidad lo hace el Fondo de Cultura
Económica.
Un amplio –35 páginas– y útil “Estudio preliminar”, de enfoque biográfico, por Rogelio Reyes Reyes, abre Emmanuel Carballo: protagonista de la literatura mexicana. Tres homenajes
–de Escalante, Campos y Valdés Medellín– resaltan enseñanzas, virtudes
y manías: la actitud beligerante, la sinceridad irredenta, la
entrevista-ensayo, la capacidad de síntesis, la intervención decisiva
para definir autores, grupos, obras. Dos homenajes más, de Beatriz
Espejo –“Nos llevaría buen rato enumerar las escaleras que Emmanuel
Carballo ha tendido o ayudado a tender para que otros las transiten”, y
enumera algunas– y de Leonardo Martínez Carrizales –“estamos condenados
a repetir a Carballo sin citarlo adecuadamente”, y lo ejemplifica con
amplitud–, lo exploran más a fondo. Siguen un paréntesis de Rangel
Guerra y una sección de entrevistas –Poniatowska, Campos, Roura,
Argüelles, Ruvalcaba, Güemes, Arankowsky, Ramírez– que deja en claro la
maestría del entrevistado.
Ensayos selectos tiene un prólogo
espléndido, y una selección que presenta uno de los posibles rostros de
Carballo: el del crítico que ordena su experiencia –por virtud del
antologador– para dar una imagen de los fundamentos de nuestra
literatura en el siglo XX. El libro se
divide en tres secciones: Estudios literarios, Protagonistas y Memorias
de un francotirador. Hacen falta unos pocos ensayos fundamentales,
como el ya mencionado sobre Rulfo y Arreola. Pese a eso, el trabajo de
Argüelles es muy meritorio: acerca la obra de Carballo al lector de
nuestros días y de los días por venir. Al través de las palabras de
Carballo presenta un ambicioso programa de lecturas. Quien quiera estar
al tanto de lo que se escribió en México en los dos primeros tercios
del siglo XX, tendrá que seguir los itinerarios propuestos por Carballo, según los ordena Argüelles.
Ya nada es igual es una obra viva, que
puede leerse como una novela; una obra profunda, espléndidamente
escrita, donde se construye por lo menos un gran personaje: el niño y
el joven que Emmanuel Carballo fue –y donde se extiende un amplio
fresco sobre la vida en la Guadalajara de los años treinta y cuarenta
del siglo XX. El libro despliega un interés
central en la literatura –abunda en reflexiones, noticias,
confidencias en torno a las letras–, pero no se limita a ese campo. Hay
otros motivos de indagación –la gente de todos los días– y una
cuidadosa escritura que da vida al mundo personal de Carballo.
Los tres libros se acompañan y se completan; vale
la pena leerlos a un mismo tiempo: presentan a este enorme personaje
que hoy llora nuestra cultura, y muestran una visión amplia y profunda
de esa misma cultura.
Estos tres libros son una manera de comenzar a
conocer a Carballo, pero no lo agotan. Hay temas que dejan pendientes y
que haría falta ver tratados: el lenguaje de Carballo; su labor como
editor, sobre todo en Diógenes; el magisterio que ha ejercido a través
de sus escritos y su palabra hablada.
Estos tres libros que ahora he comentado dan
testimonio de un hombre que cuando iba llegando a la mitad de su vida
se retrató de esta manera en su columna Diario Público: “Yo quise ser,
desde adolescente, un hombre feliz. Y la felicidad, para mí, consiste
en decir a toda hora lo que pienso del mundo que me rodea. Felicidad
también, y más profunda, es el amor. Puedo decir a los treinta y nueve
años que casi siempre he dicho la verdad (cuando no la dije sufrí
grandes calamidades internas) y casi siempre he vivido enamorado. Esta
actitud tiene sus desventajas: hace años que nadie me ofrece empleos y
mucha gente decente (e importante) me mira como a un apestado. Y
realmente no soy yo el que apesta sino la sociedad en que vivo.”
No hay comentarios:
Publicar un comentario