Jornada Semanal
Jorge Pedro Uribe Llamas
En junio de 2013, cuando se hizo esta entrevista, Emmanuel Carballo se dedicaba a corregir los libros que había escrito “para dejar las cosas lo mejor posible”. Le gustaba visitar a Guillermo Tovar de Teresa en la colonia Roma. Decía que tenía que caminar para vivir más años. Sus opiniones sobre los escritores que conoció de cerca eran tan vehementes como de costumbre. Murió el crítico y autor, pero sobrevive un trabajo bien documentado sobre la literatura mexicana del siglo XX.
–En Protagonistas de la literatura mexicana (1965) usted escribió que un entrevistador es un aguafiestas. ¿Por qué?
–Cuando estás con una persona que te acorrala por
todos lados para que digas lo que debe ser y no lo que tú quieres,
entonces te saca de tu mundo, de tu conformismo, y te pone frente a la
pared, donde puede fusilarte o perdonarte.
–¿Fue cómodo entrevistar a gente como Vasconcelos?
–Él fue una figura que ayudó a formar mi
personalidad. Dos personas han sido fundamentales en mi vida, y son las
antípodas: Alfonso Reyes y José Vasconcelos. Uno aceptaba el mundo y el
otro quería transformarlo. A Reyes le gustaba el mundo tal y como era,
siempre y cuando él fuera el rey, mientras que Vasconcelos quería
hacer el mundo a su imagen y semejanza. Los entrevisté porque eran mis
ídolos. Me sirvió para redondear el retrato de personas que ya
admiraba.
–¿Qué admira de Alfonso Reyes?
–Su estilo. Sigo sin conocer a un escritor que
trabaje tan bien la filigrana y que no se note. Era un gran estilista,
un primor de conocimiento del idioma. Llegar a las cosas que escribía
Reyes es llegar a la región mas transparente del aire. Te vuelve lo
más difícil, lo más pedregoso, un camino recién asfaltado. Era muy
educado para escribir, sabía cómo comportarse. Hasta te imaginas qué
color de camisa traía, si estaba vestido de traje, de pantalón y saco o
de suéter o chamarra. Reyes es tan claro que primero llegas a amarlo,
después a burlarte un poco, deshacerte de él y posteriormente a amarlo
desmedidamente.
–También entrevistó a Carlos Fuentes cuando iniciaba. ¿Cómo lo recuerda?
–Lo conocí en 1954. Era un hombre muy brillante,
guapo, bien vestido. Había ido a buenas universidades y tenido muy
buenos amigos. De niño, Alfonso Reyes lo había sentado en sus piernas.
Su padre era diplomático. Él se vistió de charro antes que... Bueno, yo
nunca me he vestido de charro.
–¿Y a la joven Elena Poniatowska? Usted celebró sus primeros escritos.
–Estábamos un poco enamorados de Elena y
confundíamos biografía con bibliografía, amor con literatura. Era mona,
tenía bonitas piernas. Sus méritos como escritora son pequeños si la
comparamos con Inés Arredondo, Luisa Josefina Hernández, Beatriz Espejo
o Elena Garro, que fue la escritora más importante de la segunda mitad
del siglo XX.
–¿Por qué la mejor?
–Porque la he leído minuciosamente: sus cuentos,
novelas, diarios, cartas, obras de teatro. Yo le pagué mil dólares para
que publicara su Felipe Ángeles, que es una hermosa obra de
teatro. Perdí mi herencia haciendo libros: publiqué doscientos libros y
perdí todos los centavos que me dejó mi mamá. Cumplí con mi deber. De
Elena Garro me acuerdo de sus recursos estilísticos, de cómo con cuatro
o cinco frases volvía a un personaje imperecedero.
–Usted dijo en una entrevista que ella tenía una cultura sujetada por alfileres y que no había leído más de ochenta libros.
–Pero tenía tantos libros de ella misma en el
páncreas, el hígado, los riñones, el corazón, que no necesitaba leer. Un
genio se da esos lujos: inventar libros que nunca ha leído. Hay
autores que no necesitan leer, sino leerse a sí mismos.
–¿Será el caso de Juan Rulfo?
–No, él era un buen lector. Leía mucha literatura
estadunidense traducida al español. Tenía más influencia de los
traductores de Faulkner que de Faulkner. Lo importante es el talento que
tenía.
–¿De Octavio Paz qué recuerdo tiene?
–Es mi maestro. Le tengo una enorme admiración. Si
realmente quieres a una persona te vuelves su crítico más entusiasta.
Obviamente me peleé con Paz. Era mi temperamento. Además, nunca me
sujeté a lo que pensaba mi corazón, mi cerebro no se lo impedía. Tuve
muchas muchas satisfacciones y tristezas. Pero así es como hay que
irse.
–¿Los autores jóvenes también le interesan?
–Juan Villoro me parece un buen escritor, pero no
trata los problemas que a mí me interesan. Yo creo que tú aprendes con
tus mayores, la gente de tu edad o más joven no te enseña. ¿Hoy quién
lee por ejemplo a Mariano Azuela? Yo lo leí muchísimo en los años
cincuenta.
–¿Cómo era la Ciudad de México en ese tiempo?
–Nos veíamos en los cafés. Me acuerdo de uno en
Bucareli y Reforma y de otro en Insurgentes y Baja California, cerca
del Cine Las Américas. Los primeros años casi nunca desayunaba en mi
casa, sino en Sanborns. Me acuerdo hasta de las gentes que iban: había
una o dos mesas de escritores, gentes agradables y desagradables.
Alguien que no me simpatizaba era Ricardo Garibay, que trabajó mucho
para hacer un estilo, un estilo a fuerza, no un estilo natural. Él
siempre tenía reglas que lo ataban, no volaba, estaba preso en la
tierra. También recuerdo a Fausto Vega, creo que era secretario de El
Colegio Nacional, tenía una risa conmovedora e inteligente: empezaba a
reírse y toda la gente de Sanborns volteaba a verlo. Era muy agradable.
–De su vida anterior en Guadalajara, ¿de qué se acuerda?
–Empecé a escribir más o menos a los diecisiete
años. Mi gran amigo era Carlos Valdés, habíamos sido compañeros en la
primaria y secundaria. Leíamos en el Parque de la Revolución, que lo
había hecho Luis Barragán, adelantándose cuarenta años a la
arquitectura. La ciudad era pequeña, tendría unos 150 mil habitantes.
Admiro, quiero y sufro cuando hablo de Guadalajara. En 1949 empezamos a
publicar Ariel, hicimos veinticinco números, publicamos a muchos autores locales, nacionales y extranjeros. Yo leía mucha poesía española.
–¿Sirve leer mucho si uno no se dedica a la literatura?
–Conozco gentes, muchachos y grandes, que no
escriben, que nos conocimos como lectores. Yo he escrito y ellos siguen
leyendo, y son más felices que yo, quizá.
No hay comentarios:
Publicar un comentario