Jornada Semanal
José Angel Leyva
Juan Gelman era justo del mismo año que mi padre, 1930. Un día, mientras devorábamos carne, bebíamos vino, reíamos intercambiando juegos de palabras o Juan evocaba alguna anécdota de su biografía, reparé en esa coincidencia. De inmediato cambió el gesto para poner los puntos sobre la íes. “José Ángel, yo no soy tu padre. Para mí tú eres igual que yo. Somos amigos, eres un interlocutor, sos un poeta.” También adquirí cierta gravedad y le dije para su alivio: “Tampoco puedo verte como un padre, Juan, el mío llenó a plenitud ese espacio, pero a él le encantaría saber que vieron la luz el mismo año.” Gelman no aceptaba que nadie pretendiera ocupar un sitio que él había consagrado a la memoria de su hijo. Cuando, en 2011, fueron condenados los verdugos de Marcelo Ariel y un año después el gobierno de Uruguay realizaba un acto de desagravio por las víctimas de la dictadura militar, entre ellas su nuera y su nieta Macarena, nacida en cautiverio, Juan expresó en diversos momentos y circunstancias que la justicia era indispensable para no enterrar la memoria, pero nadie le regresaría al hijo asesinado ni los años de privación de su nieta. “No hay nada que festejar, no tengo emoción de alegría, de perdón o de resentimiento, queda el vacío”, confesaba el poeta.
La pérdida del hijo adquirió en la obra de Juan
Gelman una constante mística que invocaba “la presencia ausente de lo
amado”. El poeta realizó una serie de diálogos parafraseando a Santa
Teresa, San Juan de La Cruz y a otros místicos de la tradición
cristiana y judía. En 1979 publica Citas (escrito en Roma) y lo dedica a su país, luego en 1978-1979 (escrito en Roma/Madrid/París/Zúrich/Ginebra) da a conocer Comentarios; un año más tarde (París-Roma, 1980) publica Carta abierta,
en donde emerge con claridad la presencia ausente del hijo. Una época
sin sosiego ni ancla, un nomadismo en busca de sus búsquedas. Viaja
también a la tierra de sus ancestros y se encuentra con ellos, se
re-conoce. Hurga en España los balbuceos de una lengua también
expulsada, que no es la suya, pero también la adopta, el sefardí o
ladino, y escribe Dibaxu.
Sus alterónimos son producto de esa
carencia, del mismo dolor. El padre dialoga con el hijo y con figuras
inexistentes que le hablan desde la pérdida y la desesperanza. Sus alterónimos
nacen en el exilio, en la imposibilidad de volver a casa; especial
atención en ese sentido merece Sidney West, a quien él dice haber
traducido. Alguna vez Juan me contó que Sidney West era una fuga del
discurso político, de la ideología, una recuperación del lenguaje
poético en la voz de otro.
Con certeza, su sentimiento de orfandad del hijo es
también la privación del hogar que su padre, víctima también de la
intolerancia política en la Rusia zarista, encontrará en Buenos Aires,
lejos de su natal Ucrania. Gelman, cuyo apellido adoptó el padre, José
Mirotchnik, para salir de su país y entrar al nuevo mundo en América,
es hijo también de una nueva identidad y de un olvido –aparente– de sus
auténticas raíces. Juan, el argentino dentro de esa familia de
emigrantes, es hijo del exilio, luego padre del exilio.
Jorge Boccanera, biógrafo de Gelman, confirma esta sospecha. Algunos de sus alterónimos
responden en buena medida a la muerte de Marcelo y a la búsqueda de
justicia por su asesinato, también a la clandestinidad. En Juan
concurren muchas tradiciones, la hebrea por un lado, aunque su padre
fuera un revolucionario y un agnóstico –su abuelo materno había sido
rabino–; la rusa-ucraniana por la vía del idioma y la cultura literaria;
la argentina y, más precisamente, la cultura bonaerense con sus
atmósferas barriales. Boccanera refiere en particular a Eliezer Ben
Jonon, que significaría en principio hijo de Juan, pero en la tradición
hebrea Ben-Oní significa “hijo de mi dolor”, porque nace con la muerte
de Raquel, su madre; también entendido como el hijo menor, el
Benjamín. Marcelo también nacía del dolor de Juan, de su muerte como
padre; el poeta es hijo de su dolor, de su carencia. La poesía insiste y
se revela como el enigma del ausente, de lo imposible, de lo
inexplicable: “árbol sin hojas que da sombra”. Ausencia, siempre
presente, siempre amada.
este aroma de vos/¿sube?/¿baja?/ ¿viene de vos?/¿de mí?/¿en qué otro me debería convertir?/¿qué otro/ de mí/ debiera ser/ para saber/ ver/ los pedazos de mundo que en silencio juntás?” (fragmento: “La Lejanía”, eliezer ben jonon)
La paternidad en Gelman es un principio y una
responsabilidad ética, más allá de lo literario, como lo deja ver su
poema “Juguetes” (Partes, 1963): “hoy compré una escopeta para
mi hijo/ hace ya tiempo que la venía pidiendo /…/ Y escribo para
alertar al vecindario al mundo en general/ porque qué haría la inocencia
ahora que está armada/ sino causar graves desórdenes como espantar la
muerte/ sino matar sombras matar/ a enemigos a cínicos amigos/ defender
la justicia/ hacer la Revolución”.
Finalmente, en Hoy, su libro epigonal, los
poemas dedicados a su hijo marcan también un punto final del diálogo
consigo mismo. En el primero de éstos curva el eje temático para juntar
sus extremos: “Desvío sin límite ni fondo ni virtud. Las mismidad es un
espejo roto en tercera persona y oigo su mano dibujando un pájaro
azul.” Ahí mismo resuena aquel poema “Carta” de Otros mayos,
publicado en 1963: “te escribo en un hojita de papel/ caída del
cuaderno de mi hijo/ con una baca un vurro/ sumas restas/ esta carta
que enviaré jamás/ tiene delicias y tristezas/ y cuando la leías/ te
ponías muy dulce/ porque yo no escribía nada/ pero cantaban los pájaros/
azules de la izquierda”.
Quedaba, sí, la biografía que Gelman pretendía y
deseaba escribir para aclarar asuntos delicados de su participación
política y de la muerte de su hijo. Concluyo con unas líneas inéditas
de Juan: “La primera mañana de mi clandestinidad porteña tomé un taxi,
una revista descansaba en el piso con el siguiente titular de tapa ‘La
trama negra de la subversión en Europa’ y adentro el artículo con una
foto mía a toda página de cuando era más joven, sin bigote y gordito.
No debía acercarme a Marcelo. Hice bien entonces, hice mal ahora, nunca
lo volví a ver.”
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