domingo, 22 de diciembre de 2013

Una sucesión de eventos desafortunados

22/Diciembre/2013
Confabulario
Sergio Téllez-Pon

or el camino de Swann, el primero de los siete libros que componen la obra cumbre de
Marcel Proust, En busca del tiempo perdido, salió a las librerías el 14 de noviembre de
1913. Cualquiera pensaría que este clásico moderno de la literatura universal fue publicado
sin problema alguno y que, como sucede actualmente en el mundillo editorial, su recepción
se dio incluso antes de que apareciera, es decir, que sus editores estaban entusiasmadísimos
de dar a conocer una obra de esa magnitud y esperarían que la crítica la recibiera con
grandes elogios… pero fue todo lo contrario. El manuscrito fue rechazado tres veces:
primero por el editor de Zola y Flaubert, Fasquelle, luego por la editorial Ollendorff y al
final por André Gide para la editorial que acababa de fundar, Gallimard. Ese fue el primero
de varios contratiempos que Proust tuvo que sortear para ver su obra publicada. Finalmente,
fue el editor Bernard Grasset quien accedió a publicar Por el camino de Swann sólo porque
la edición iba a ser costeada por el propio autor.

Gide, como buen protestante que era, asumió toda la culpa de la negativa para publicarlo y
tan sólo un año después le escribió a Proust en una carta: “El rechazo de este libro quedará
como el error más grave de la editorial y (puesto que me avergüenza ser en gran medida el
responsable) será uno de los pesares y remordimientos más amargos de mi vida”. Otro de
los fundadores de Gallimard, Jean Schlumberger, quiso despojar a Gide de tanta culpa y
aclaró: “Sostengo que nadie, ni Gide, ni Gaston [Gallimard] ni [Jean] Copeau ni yo, había
leído el manuscrito. Como mucho lo habíamos hojeado, examinando al azar unos párrafos
cuyo texto no prometía mucho. Rechazamos el libro debido a su enorme longitud y a la
fama de snob que tenía Proust”.

Para desgracia del autor, al año siguiente de la aparición de Por el camino de Swann
inició la Primera Guerra Mundial (1914-1918), así que, aunque ya estaba en pruebas, no
pudo publicar el otro libro en esos años; sacó provecho de ese suceso pensando que tenía
mucho tiempo para rescribir y corregir y, claro, metió la guerra en su historia como telón
de fondo. Así fue como A la sombra de las muchachas en flor no apareció sino hasta junio
de 1919, ya bajo el sello de Gallimard, sello que confabuló para que la obra recibiera el
premio Goncourt. Desde 1908, cuando empezó a escribir lo que él creyó que sería un solo
libro, Proust pensaba que moriría pronto (los frecuentes ataques de asma lo postraban
todo el día en cama) y que debía dedicar esos pocos años por entero a una obra en la que
quedaran todas las “verdades generales” que había ido acumulando en su vida, pues de otra
manera se irían con él. Proust tenía 42 años cuando apareció Por el camino de Swann. Los
catorce años que aún le quedaban fueron una carrera contra el tiempo: pese a la enfermedad
tenía que acabar su obra en ese lapso, o antes. Entre 1920 y 1922 aparecieron otros dos
de los libros en cuatro tomos: El lado de Guermantes y Sodoma y Gomorra. Finalmente,
ya muerto Proust, a los 51 años (como su admirado Balzac), el 18 noviembre de 1922,
y gracias a las gestiones de su hermano Robert, se publicaron los últimos tres libros: La
prisionera (1923), Albertine desaparecida (1925, después llamado La fugitiva) y El tiempo
recobrado (1927). En total, pasaron trece años entre la publicación del primer libro y el
último.

La Nouvelle Revue Française, que paradójicamente editaba Gallimard, le dedicó
un número especial a Proust en 1923, un año después de su muerte. El número contenía
fotografías del recién fallecido escritor, fragmentos inéditos de su obra y comentarios
de críticos franceses y de otros países. A partir de entonces los elogios no han dejado
de sucederse en todo el mundo, incluso Beckett se ofreció a escribir un ensayo, Proust
(1931; Tusquets, 2013), y Gérard Genette escribió su conocido estudio estructuralista.
El reconocimiento, pues, también le llegó a Proust de forma póstuma. Todo esto porque,
aunque tuvo muchas señales en contra, dice Edmund White en su ensayo biográfico Proust
(Mondadori, 2001), “la fe de Proust en su obra no se tambaleó un segundo”. Años después,
Gide seguía arrepentido por haber rechazado Por el camino de Swann y se preguntaba:
“¿Habría sido capaz de reconocer al instante la valía evidente de Baudelaire, de Rimbaud?
¿Habría, a primera vista, considerado a Lautréamont un loco?”

Antes de que Proust pensara siquiera en la escritura de En busca del tiempo perdido,
en 1895 pergeñó una novela fallida que por fortuna dejó inconclusa, Jean Santeuil, sobre
la que dice Edmund White: “Mientras que el estilo de En busca del tiempo perdido es
olímpico, filosófico, inconsútil y totalizador, un éter en el cual los personajes giran como
cuerpos celestiales perfectamente controlados, Jean Santeuil está escrito a trancas y
barrancas, abunda en cóleras y entusiasmos efímeros, contiene varios bosquejos de una
misma escena y en sus cientos de páginas no se desarrolla un tema ni hay incidente que
produzca secuela. Los personajes desfilan como comparsas pero no cobran densidad ni
perduran en la imaginación”. El tropiezo de esa temprana novelita le sirvió a Proust para
concebir mejor el tono y la estructura de la obra por la que es recordado.

Cuando Proust empezó a escribir En busca del tiempo perdido, sus padres ya habían
muerto (él en 1903 y ella en 1905). De manera que, dice White, el recuerdo que hace de
ellos en su novela “estaba santificado por el tiempo”. Pero sobre todo la muerte de sus
padres lo liberó de su sexualidad, de ser un “invertido”, como decía él, o un “salaísta” (en
referencia al conde Sala, un notorio homosexual), pues Proust no usaba el galicismo pédé.
Mientras vivieron sus padres, Proust ocultó y negó su homosexualidad aunque en muchos
círculos parisinos esto se sabía, incluso llegó al grado de retar a un duelo al novelista
decadentista Jean Lorrain y al padre de un amigo que lo acusaron de homosexual; por
fortuna, ninguno salió herido por las balas.

A pesar de que Proust ya había asumido su sexualidad, sus amores no mejoraron.
Los primeros y platónicos enamoramientos que tuvo con Jacques Bizet, hijo del compositor
de Carmen, con un primo de este último, Daniel Halévy, y la tiránica relación con el
músico Reynaldo Hanh, de origen venezolano y posteriormente director de la Ópera de
París, se volvieron en las atormentadas relaciones con su chofer, Alfred Agostinelli, y
luego con un mesero suizo del restaurante del hotel Ritz llamado Henri Rochat. Por si fuera
poco, cuando apareció Por el camino de Swann, Agostinelli, junto con su esposa Anna, ya
había abandonado a Proust y este no tenía ánimos de celebrar la aparición de su libro. Para
convencerlo de regresar con él, Proust le quiso regalar un aeroplano, pero fue inútil y en
mayo de 1914 Agostinelli murió al estrellarse el avión que tripulaba. Una vez más, Proust
aprendió la lección y supo que debía pasar por esos amores fallidos para tener material que
incluiría en su novela: en un episodio parecido, Swann le quiere regalar a Odette un yate.
A partir de la muerte de Agostinelli, A la sombra de las muchachas en flor se volvió un
libro independiente, Albertine cobró un papel más importante en el desarrollo de la historia
y por lo tanto entraron en los planes de la obra otros dos libros dedicados a Albertine: La
prisionera y La fugitiva. “En los ocho años que siguieron a la muerte de Agostinelli, el
libro de Proust duplicó su extensión”, precisa White.

El caso de las traducciones a otras lenguas también huvo sus contratiempos. La
primera traducción al inglés de Por el camino de Swann apareció poco antes de que Proust
muriera, en septiembre 1922, y fue hecha por C. K. Scott Moncrieff. Sin embargo, esa
versión tenía numerosos errores —incluido el título general: Remembrance of Past Things,
algo así como “Remembranza de cosas pasadas”—, que fueron corregidos y el título
general restituido por Terence Kilmartin en las ediciones posteriores a 1981 y, luego, otra
vez fue revisada por D. J. Enright; Moncrieff murió en 1930 habiendo traducido la novela
de Proust en doce tomos pero sin haber empezado el último libro, cosa que hizo Stephen
Hudson (me baso en los datos de Derwent May en Proust, FCE, 1986). Por su parte, un
traductor alemán hizo una mediocre versión de Por el camino de Swann y luego Walter
Benjamin tradujo A la sombra de las muchachas en flor y El lado de Guermantes, que
aparecieron en distintas editoriales en 1927 y 1930, respectivamente (datos obtenidos de
Iluminaciones 1, Taurus, 1971). En una carta de 1925, Benjamin escribió a Rilke: “Cuanto
más me adentro en el trabajo [de traducción], más agradecido estoy a las circunstancias que
me lo han encomendado”. Después, Benjamin empezó a traducir Sodoma y Gomorra pero
no la terminó y más tarde esas páginas se perdieron.

En 1954 apareció la primera edición de La Pléiade en tres tomos editada y
anotada por Pierre Clarac y André Ferré (quienes además prepararon el Album Proust:
Gallimard, 1965), lo cual hizo que muchas de las traducciones que ya se habían publicado
fueran revisadas minuciosamente, como sucedió en el caso de la hecha en inglés; luego, esa
edición de La Pléiade fue revisada y editada por el eminente proustianista Jean-Yves Tadié
entre 1987 y 1989. Tadié, además, escribió la que varios consideran la mejor biografía, de
casi mil páginas: Marcel Proust (Gallimard, 1996). La primera traducción, sin embargo,
fue al castellano pues ya en 1920 el poeta español Pedro Salinas había publicado Por el
camino de Swann, que apareció en dos tomos, y después sólo tradujo los siguientes dos
libros, así que Consuelo Bergés tuvo que concluir el trabajo. Plaza y Janés publicó en 1952
la traducción de Fernando Gutiérrez en dos tomos: el primero contenía los primeros tres
libros de En busca del tiempo perdido y en el otro los cuatro restantes. En los años setenta,
Soledad Salinas de Marichal y Jaime Salinas tradujeron Por el camino de Swann, que
publicó Alianza editorial. La traducción de Mauro Armiño la publicó Valdemar en tres
tomos entre 2001 y 2005. Recientemente, han aparecido los siete libros traducidos por
Carlos Manzano publicados por Lumen y posteriormente en sus ediciones Debolsillo. Hay
también una versión ilustrada que hizo Stéphane Heuet en 1996 y que a partir de 2006 ha
publicado en México la editorial Sexto Piso; esta versión, sin embargo, sólo mantiene la
historia pero todo el estilo detallado y serpenteante, el tono y la escritura de Proust quedan
reducidas a unos cuantos diálogos que intentan dar una vaga idea de lo que en realidad es
En busca del tiempo perdido. Aunque Alfonso Reyes vivió a finales de los años veinte en
el mismo edificio que Proust, en el número 44 de la Rue Hamelin, ni él ni ningún otro
mexicano ha emprendido la traducción de esta monumental obra.

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