Laberinto
Marcos Daniel Aguilar
En 1946, Martin Heidegger envió una carta a su colega y amigo Jean Beaufret, que se convirtió en un tratado sobre la reflexión del ser y la esencia del hombre, es decir, del “humanismo”.
La verdad —escribió Heidegger— se encontraba alejada de las posturas y los conceptos filosóficos, pues la simple y solitaria reflexión de la existencia de las cosas, bastaba para que el individuo hallara los porqués de la vida. Para el pensador alemán, el término “humanismo” fue un invento de la época de la República romana con el que se intentó explicar por qué los griegos de la antigüedad se preocupaban por entender las manifestaciones del ser.
En México, las pesquisas para desentrañar las pulsiones y la visión del hombre sobre el hombre, se encuentran en obras como las de Sor Juana, Carlos de Sigüenza y Góngora o Bartolomé de las Casas y, hacia el siglo XX, en la de personajes como José Vasconcelos y Samuel Ramos, cuyas ideas son, prácticamente, instituciones culturales. En esta lista encontramos al humanista mexicano por excelencia, Alfonso Reyes, quien creía que el humanismo era “poner al servicio del hombre todo nuestro saber y todas nuestras actividades”, que debemos ejercer en un “suelo de la libertad”.
Reyes, preocupado por entender la condición de lo mexicano en relación con el mundo y el entorno de la cultura dentro de la civilización occidental, legó muchas de las imágenes que forjaron la idea de lo mexicano —y de lo americano en general—, que aún sobreviven a pesar de los cambios que se produjeron a partir de su muerte y de la muerte de estos pensadores que en su tiempo fueron vistos como guías para entender la vida cultural.
Ahora, en el siglo XXI, se tiene la impresión de que ese pensamiento “humanista” se ha desvanecido entre la inmediatez y la rapidez. Es por ello que los escritores Evodio Escalante, Marco Lagunas, Héctor Orestes Aguilar; los académicos Fernando Escalante Gonzalbo, Ignacio Sánchez Prado; la historiadora Patricia Galeana y la bióloga Rosaura Ruiz, nos hablan sobre la condición del humanismo mexicano en el siglo XXI. ¿Qué se entendió y qué se entiende ahora por ese concepto?, ¿dónde están los humanistas?, ¿son indispensables para la sociedad mexicana?
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“El humanismo nos remite al Renacimiento, a la recuperación de los saberes clásicos de la filosofía, la historia, la literatura —comenta Fernando Escalante Gonzalbo, académico de El Colegio de México—. Los humanistas europeos eran quienes ponían al ser humano en el centro de sus preocupaciones. Volvían a leer a Aristóteles, a Sófocles, a Lucrecio en oposición al pensamiento centrado; es decir, al pensamiento religioso”.
¿Con qué fin pusieron al ser humano en el centro? La historiadora Patricia Galeana menciona que después de este periodo de renacimiento “el término humanismo se quedó para explicar a las nuevas generaciones el sentido de preocupación por lo humano, su condición y sus derechos”.
El concepto puede entenderse también como “una corriente del pensamiento que se alimenta de las mejores aportaciones de la cultura en el mundo. El humanismo tiene una vocación progresista que se impone a las fronteras nacionales, enriquece la mente y la cultura humana”, afirma el crítico literario y poeta Evodio Escalante.
No solo las llamadas disciplinas humanistas, digamos la historia, la filosofía o la crítica literaria, son las que asumen esta manera de pensar la humanidad. También las ciencias exactas, como la biología, han adquirido, con el paso del tiempo, esta vocación por contribuir al desarrollo del conocimiento, comenta la directora de la Facultad de Ciencias de la UNAM , Rousara Ruiz: “El humanismo significa conocer al hombre y su entorno; se debe conocer su entorno biológico, geológico, cultural en general, para mejorar sus condiciones”.
Ignacio Sánchez Prado, estudioso de la vida intelectual latinoamericana, considera al humanismo como una actitud frente a la cultura que tiene dos vertientes: una es de corte clasicista, que contó con figuras como la de Rubén Bonifaz Nuño y Carlos Montemayor, quienes establecieron una relación con el llamado cuerpo social, “intelectuales públicos” que han ido desapareciendo con el tiempo. La otra sería la del humanismo académico, que en el siglo XXI ha tenido que enfrentarse, según Sánchez Prado, a “una cultura proliferante y diversificada, con instituciones que a veces pesan más de lo que ayudan y con una crisis del cuerpo social y del sistema educativo”.
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“Hoy contemplamos al pensamiento humanista en retirada. A mí eso me resulta evidente, y supongo que será una opinión generalizada sobre el humanismo ecuménico planteado por Alfonso Reyes”, responde Héctor Orestes Aguilar a la pregunta sobre la vigencia de esta forma de interpretar al mundo en personajes que le dieron sentido en el siglo pasado, y menciona que actualmente se vive en el llamado “posthumanismo”, el cual se caracteriza por la falta de rigor y la pérdida de curiosidad intelectual. “Ahora podemos acceder a información de una gran heterogeneidad, a muchos temas secretos u olvidados de la cultura, sobre todo de la cultura pop; existe una sobreabundancia de información que no ha traído consigo el aumento de la capacidad para procesarla”.
Ignacio Sánchez Prado afirma que el humanismo, por ejemplo el de Reyes y su generación, fue producto de las necesidades intelectuales de su época: se requería, entre otras cosas, construir instituciones culturales que tradujeran los saberes de la clase letrada a audiencias más amplias: “Reyes abogó por la figura del intelectual que tuviera autonomía. Esa posibilidad de estar en todo: en la teoría, en la práctica, en el estudio, en la diplomacia, en la pedagogía, pero esa figura ha ido desapareciendo”.
Escalante piensa que Reyes y Jaime Torres Bodet fueron los últimos humanistas con presencia nacional que, con sus conocimientos del mundo clásico y de la antigüedad, se insertaron como hombres políticos de su época, como creadores de instituciones. Sin embargo, advierte que rescatar ese humanismo sería tomar algo caduco, pues la cultura cambia y el humanismo debe cambiar también para “transformar a la sociedad y enriquecerla”.
Marco Lagunas, premio nacional de ensayo joven “José Vasconcelos”, señala que los intelectuales del siglo XX ayudaron a construir un país mejor, cuya ambición fue compartir el conocimiento. “Uno quisiera formar parte de los que hacen posibles esos espacios de libertad y de saber en México, pero su influencia y la de aquellos que siguieron su ejemplo es ahora de poco alcance. ¿O quién de nuestros presidentes ha hecho del humanismo una política de Estado para combatir la pobreza, la ignorancia, hacer valer la justicia? No es ni será una de sus preocupaciones”.
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Parecería claro que pensar lo humano en lo individual y en su conjunto, produjo ciertas prácticas e ideas con las que la sociedad mexicana pudo construir algunos espacios de libertad a lo largo de su historia, en donde la cultura pudo debatirse con valores como la tolerancia, la diversidad, el compromiso y la justicia. Pero, ¿en qué estado se encuentra esta preocupación por entender los conocimientos del pasado, del presente y transitar hacia un futuro mejor? Sánchez Prado, profesor de Literatura Latinoamericana en la Washington University in St. Louis, tiene la idea de que el humanismo debería ser un campo abierto que procure la “crítica democrática” con base en el amor por el libro, el respeto al otro, la emancipación del sujeto por la cultura y la iluminación por medio del saber, pero en México “tenemos limitaciones para la construcción de este tipo de humanismo. Tenemos una crítica de arte que le gusta prescribir a los artistas lo que debe ser arte o no, una crítica que destaza filmes comerciales por ser comerciales, crítica literaria ad hominem que no valida los libros con justeza”.
Para Aguilar, “el humanismo se vuelve necesario en la medida que puede oponerse a la sobreabundancia de información fútil, superficial y desechable. La cantidad y la calidad de información que recibe el individuo en la actualidad, va en contra de la inteligencia crítica”.
Lagunas cree que hoy las cosas no van nada bien: “Lo lamentable es que este humanismo se da en cantidades insignificantes, ridículas; se supone que nuestras instituciones están fundadas bajo estos principios de conocimiento y libertad, pero ahora en ellas priva un pensamiento de indiferencia ante el otro”. Evodio Escalante coincide con esa idea y agrega que las humanidades no están en su mejor momento, “estamos en el crepúsculo de los ídolos, parafraseando a Nietszche, y eso inquieta. ¿Dónde están las grandes figuras que nos puedan orientar? No lo sé. Creo que hacen falta esas grandes figuras intelectuales que le dan color a una época como lo hizo Hegel en Alemania o como lo fue Torres Bodet, gente que impone una tesitura por sus raíces universales. Estamos en un tiempo de decadencia, en la política no veo grandes figuras, todos decepcionan. La decadencia actual es una especie de fisura en el pensamiento, la época de un Ramos, de un Vasconcelos o de un Paz ya pasó, fallecieron y no hay nadie que tenga su nivel”.
La doctora Rosaura Ruiz considera que el humanismo hace mucha falta en estos momentos, “porque hay gente que estudia muchísimo pero no es suficiente, ese humanismo debe ir ligado a la ética en el arte, en las humanidades, en la ciencia, por ello existe, por ejemplo, la bioética, que tiene que ver con todo lo que le afecta al ser humano como ser vivo”. También expresa que el humanismo debe recuperarse para lograr que la medicina llegue a todos lados, para que no haya gente sin educación o acceso al conocimiento, lo cual es un derecho humano, “porque México es un país tremendamente injusto”.
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Una posible respuesta al por qué de la decadencia del humanismo en el siglo XXI está en el sistema educativo y, sobre todo, en instituciones que tradicionalmente se encargaban de promoverlo. Sobre esto, Escalante Gonzalbo comenta que en los últimos 30 o 40 años se definió que las disciplinas que centraban su atención en el estudio del hombre lo deberían hacer de manera científica: “Disciplinas como la historiografía o la crítica literaria se convirtieron en crítica de las estructuras sintácticas y morfológicas, y esto se alejó mucho del espíritu de la tradición, de la recuperación y transmisión de la cultura clásica. Hoy en día son cada vez menos las instituciones que se toman en serio el dar a conocer esa tradición”.
El académico de El Colegio de México asegura, también, que es importante conocer estos saberes para enterarse del pasado y asimilar el presente, ya que “no se puede sustituir un modelo en el que individuos racionales maximizan su beneficio; no podemos sustituir una tradición moral que venimos discutiendo desde Aristóteles, pasando por Kant, hasta llegar a Habermas, por un modelo matemático impuesto por los Estados Unidos desde hace 40 años. Ellos dominaron el criterio académico y tuvieron una afición científico–matemática para aproximarse a los fenómenos sociales. Los métodos cualitativos mucho más cargados en información humana e histórica, ofrecen un conocimiento más rico y complejo”.
Patricia Galeana, directora del Instituto Nacional de Estudios Históricos de las Revoluciones de México (INEHRM), cree que las disciplinas humanistas se siguen estudiando y pensando en las universidades, pero no así en el resto del sistema educativo nacional. “En los pasados 12 años hubo una reforma educativa que se dio en primaria, secundaria y preparatoria, con una visión muy pragmática. Con el argumento de que se estaba dando ‘una enseñanza enciclopédica’, se redujo el tiempo de estudio de las disciplinas humanistas, se redujeron las horas de enseñanza de historia, y se quitó civismo y lógica, las materias filosóficas”.
Para Sánchez Prado, no hay duda de que la casa del humanismo en México ha sido y será la universidad, aunque reconoce que hay académicos mediocres que no deberían estar en ella, porque “la universidad bien administrada es un recinto de libertad intelectual y de recursos para preservar la cultura”.
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Para hacer un mapeo y saber dónde están y quiénes son los humanistas mexicanos del siglo XXI, Aguilar sugiere observar a quienes están escribiendo obras o ensayos sobre la historia y la cultura mexicanas, como en su tiempo lo hicieron Samuel Ramos con El perfil del hombre y la cultura en México u Octavio Paz con El laberinto de la soledad, pese a que, hoy por hoy, “quienes ensayan la historia social o política tratan temas coyunturales; nadie piensa en hacer un ensayo de ese calado”. Al autor de Un disparo en la niebla le llama la atención que en 2013 no haya un canon con el cual se pueda formar una imagen–país de México, que incluya las obras fundamentales de la cultura mexicana del cambio de siglo, pues “nuestro canon cultural se remonta a las grandes obras y creadores del nacionalismo revolucionario, que siguen siendo los referentes con los que conocen a México en el exterior, establecidos en la postguerra”. Ese canon está por hacerse, y Orestes propone algunos nombres “que estudiarán los historiadores del futuro”. Estos son los de Sergio González Rodríguez, Armando González Torres, Mauricio Montiel, Javier García–Galiano, Héctor de Mauleón, Pablo Soler Frost. “Me gusta también —agrega— el perfil intelectual de escritores que viven la historia como Antonio Saborit, la autoficción de Rafael Pérez Gay; hay que seguir a autores como Ana García Bergua, a Cristina Rivera Garza, novelistas de alto nivel”.
Escalante Gonzalbo cree que los humanistas están tanto en las universidades e institutos, como son los casos de Rafael Segovia, Adolfo Castañón y Juliana González, y también fuera de la academia, y cita el caso de Christopher Domínguez Michael, “quien nunca ha sido profesor de una universidad y, sin embargo, tiene un conocimiento y una densidad en su capacidad de reflexión sobre el humanismo que ya quisieran la mayor parte de los profesores de literatura”.
Sánchez Prado ve en la obra de Gabriel Zaid o Enrique Krauze una especie de humanismo por su compromiso con las formas liberales del trabajo con la esfera pública. “En todos ellos se ve una práctica de la lectura y una noción de cultura que tienen deudas con el humanismo. Es el caso de Zaid, cuyas ideas de la cultura libre, aunque no las comparto del todo, son absolutamente necesarias en un país excesivamente institucional. Pero también está Sergio Ugalde, joven crítico que piensa el humanismo con gran rigurosidad. Cristina Rivera Garza que quizá resentiría el adjetivo humanista, pero piensa como lo hacen también González Rodríguez y Heriberto Yépez, desde nociones de cultura que buscan expandirse, más que restringirse. Incluso revistas como Nexos o Letras Libres dedican sus espacios a formas de la cultura que hubieran sido anatema en los años ochenta”.
Rosaura Ruiz y Patricia Galeana coinciden en apuntar que instituciones como la UNAM , el IPN, el Cinvestav o El Colegio de México, son las únicas que tienen el carácter y siguen practicando el humanismo desde su condición de sector público. Mientras que Marco Lagunas piensa que el humanismo está en algunos grupos ecologistas, y en aquellos que ayudan a los migrantes o quienes piden justicia en medio de la violencia, pero también señala que en el mundo del arte están personajes como Francisco Toledo, quien sí ha tenido esa aspiración por compartir su quehacer con los demás. Escalante tiene una visión contraria al resto de los entrevistados, pues no ve “algún humanista que brille con luz propia y que nos trace un camino. Claro, hay pensadores, artistas, pero no encuentro a alguien. Tal vez no se van a volver a dar y eso sería triste”.
Estas son algunas reflexiones sobre lo que se puede entender por “humanismo” en el siglo XXI; la urgencia por no perderlo en el mundo académico, artístico y social, y algunos nombres de personajes que —de acuerdo con los entrevistados— son los que siguen practicando esta forma de pensamiento en torno al ser humano, para entender su pasado, su presente y, tal vez, para mejorar su porvenir. No obstante, parece ser que esas figuras del humanismo en México o se están construyendo o simplemente aún no existen en el panorama cultural de nuestro país.
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LOS CONVOCADOS
Evodio Escalante, crítico, poeta, ensayista y académico. Su más reciente libro es Las sendas perdidas de Octavio Paz (Ediciones Sin nombre, 2013)
Fernando Escalante Gonzalbo, licenciado en Relaciones Internacionales y doctor en Sociología por el Colegio de México. Autor de Ciudadanos Imaginarios (1992).
Patricia Galeana, historiadora, académica y autora de más de veinte títulos. Ha sido directora del Archivo General de la Nación y titular de la Secretaría Ejecutiva de la Comisión Nacional de Derechos Humanos.
Marco Lagunas, ensayista y traductor. Ganador del Premio Nacional de Ensayo Joven José Vasconcelos 2011 con el libro Centro de gravedad.
Héctor Orestes Aguilar, ensayista y traductor. Fue agregado cultural de México en Hungría. Entre sus libros se encuentra El asesino de la palabra vacía.
Ignacio Sánchez Prado, poeta, crítico, ensayista y profesor de Literatura y Estudios Latinoamericanos en la Washington University. Autor de Poesía para nada.
Rosaura Ruiz, bióloga. Fue presidenta de la Academia Mexicana de la Ciencia y actualmente es directora dela Facultad de Ciencias de la UNAM. Autora de El Darwinismo en España e Iberoamérica.
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