Laberinto
Heriberto Yépez
La poesía de Mario Santiago Papasquiaro es más fea; la de Gabriel Zaid, más bonita. La poesía de Papasquiaro, sin embargo, es más novedosa: ninguna otra poesía mexicana se le parece. Causa molestia, risa, rechazo.
Zaid se parece a otras poéticas mexicanas; es un buen poeta convencional. Papasquiaro es un poeta no–convencional: defectuoso.
¿Qué es poesía? ¿Escritura que cumple y gusta a quienes esperan formas sublimes? ¿Escritura que rompe convenciones y gustará poco?
Históricamente la poesía ha sido ambas.
A muchos no gusta que eso sea la poesía. Elaboran fantasías en que la poesía solo es lo gustoso. ¿Lo otro? Infra, pseudo, no–poesía.
Aferrarse a gustos es aferrarse a berrinches.
¿Quiénes son los mayores poetas (en verso o no) de nuestras sociedades? Los que trabajan material popular con un grado suficiente (pero no excesivo) de nuevas técnicas estéticas. Shakespeare y Cervantes, Pessoa y Neruda.
La poesía de Zaid está hecha de palabras y formas de otros poemas y libros; la de Papasquiaro, de palabras y referencias callejeras, chilangas y contraculturales.
Zaid y Papasquiaro están lejos de ser poetas que la humanidad canonizará. Pero la tentativa de Papasquiaro se acercó más que la de Zaid a la poesía por la materia con la que trabajaba: el habla, lo bajo, lo nuevo, lo feo, que es la materia que poetizan los grandes poetas, como Góngora y Rimbaud.
La poesía de Zaid manejó pura materia ya literaria, ya precocida: poética porque otros ya la hicieron poética. Eufónico recalentado.
Ni la poesía de Papasquiaro ni la de Zaid me gustan. Me gusta la poesía de Lorca y la de Celan. Quizá, por encima de todo, Vallejo. Pero quizá me gusta porque fue uno de los primeros poetas que conocí y se quedó marcado en mi espíritu. Leerlo me exalta. Pero eso es solo un gusto personal. Nada relevante.
Como crítico, si alguien me pregunta qué poesía me interesa más ¿la de Papasquiaro o la de Zaid? Papasquiaro, evidentemente. Ahí se agita algo distinto, no logrado, lo larvario que me disgusta y disuade.
El éxito de Zaid en repetir patrones y vocabularios ya poéticos me parece menos poético que el fracaso de Papasquiaro en convertir su nueva materia vulgar en poesía técnica o psíquicamente avasallante.
Schopenhauer tocaba la flauta. Pero al escribir era el más pesimista.
El crítico debe disfrutar a sus poetas favoritos; en unos pocos conocer el máximo potencial de lo poético hasta ese momento.
Pero al leer a los poetas de su propia época debe considerar aquello que no le resulta placentero, aquello que no corresponde a sus gustos, esa música que la tradición no le inculcó. Lo que su oído no aprobaría, el raro ruido de lo otro.
Los grandes poetas enseñan que la poesía puede ser un gusano. El crítico es aquel que logra separarse de sus gustos. El oro no es todo.
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